CAPITULO XXV
EL ESPIRITU DEL
CONCILIO
¡Cuántos equívocos y
orientaciones heterodoxas se hubieran podido evitar si el Vaticano II hubiera
sido un Concilio dogmático y no un Concilio que se dijo pastoral! Ahora bien, cuando se
examinan las sucesivas redacciones de los documentos conciliares, se ven las
orientaciones que ellos expresan. Permitidme indicar algunas.
El
Sacerdocio de los fieles
Por cierto, Lumen Gentium distingue
entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial de los
sacerdotes (N° 10). Pero, a continuación, el texto trae largas páginas que
hablan del sacerdocio en general, confundiendo los dos, o haciendo del sacerdocio
ministerial una función más del sacerdocio común (N° 11).
Exaltación
de la conciencia por encima de la ley
De igual manera, se dice,
por cierto, que el hombre debe someterse a la ley de Dios (Dignitatis Humanæ,
N° 3). Pero, de in-mediato se exalta la libertad del hombre, la con-ciencia
personal (N° 3), se llega a sostener la objeción de conciencia (ibid. N°3) de
manera tan general, que es falsa: “El hombre no debe ser constreñido a obrar
contra su conciencia.” Ahora bien, eso no es cierto más que para una conciencia
verdadera o para una conciencia invenciblemente errónea. El resultado es una
tendencia a poner la conciencia por encima de la ley, la subjetividad por
encima del orden objetivo de las cosas; cuando es evidente que la conciencia
debe conformarse a la ley.
Definición
liberal de la verdad
De igual manera,
continuamente, de modo especial en la Declaración sobre la Libertad Religiosa,
se repite que no hay que forzar ni ejercer coacción (Gaudium et Spes, N° 59,
Dignitatis Humanæ, N° 1, 2, 3, 10). La libertad se define como la ausencia de
coacción. Ahora bien, es evidente, que no hay sociedad sin la coacción física
de las penas, sin la coacción moral del temor de las penas que encierran las
leyes. Si no, es la anarquía. Además, Nuestro Señor no es el último en usar la
coacción. ¿Qué coacción moral más fuerte que la de esta frase: “Quien no crea
será condenado” (Marc. 16, 16)? El Infierno pesa sobre las conciencias, eso es
un bien, y es una coacción. De ahí que existen buenas y saludables coacciones.
Confusiones
e incoherencias
Además, no se distingue en
la Dignitatis Humanæ entre los actos religiosos exentos de coacción por parte
del Estado; ¡sería preciso distinguir los actos internos y externos, privados y
públicos y no atribuir a todos la misma libertad (Cf. N° 2)! ¡En un país católico, es
evidente que se tiene el derecho de impedir la manifestación pública de los
falsos cultos y poner límites a su propaganda! Si verdaderamente el Estado,
no tiene el derecho de intervenir en materia religiosa, entonces los padres
tampoco tienen el derecho de transmitir y de imponer una religión a sus hijos.
Si se generaliza la libertad en materia religiosa, sin ninguna distinción, ¡se
llega al absurdo!
Tendencia
al indiferentismo religioso
Afirmar que todas las
religiones son caminos hacia Dios, o que el Estado no está calificado para
hacer un juicio acerca de la verdad de tal o cual religión, es decir necedades
tales que confinan con la herejía llamada indiferentismo: indiferentismo del
individuo o del Estado respecto a la verdadera Religión. Ahora bien, es innegable que
el Concilio manifiesta este indiferentismo o una tendencia hacia él. Exaltando
la conciencia individual, los valores espirituales y los valores salutíferos de
las otras religiones (Nostra Aetate, N° 2; Unitatis Redintegratio, N° 3; Dignitatis
Humanæ, N° 4) se fomenta el indiferentismo individual. Profiriendo
incongruencias inauditas, como hizo Mons. de Smedt acerca de la incompetencia
del Estado para juzgar la verdad religiosa, y, en definitiva para reconocer al
Verdadero Dios, se propaga el indiferentismo y el ateísmo del Estado.
Se ven los frutos de este
espíritu y de estas doctrinas deletéreas: entre los católicos, ya nadie
sostiene que en los países católicos, el Estado deba reconocer la verdadera
Religión, secundarla con sus leyes, e inclusive impedir la propagación de las
falsas religiones. ¡Ya nadie lo hace! Ahora bien, si, por ejemplo,
Colombia era en 1966 todavía un país al 95% católico, se debía a que el Estado
en su Constitución prohibía la propagación de las sectas protestantes, lo cual
significó una ayuda inapreciable para la Iglesia Católica. Al proteger la fe de
los ciudadanos, estas leyes y estos jefes de Estado habrán contribuido a llevar
al Cielo a millones de individuos, que tendrán la vida eterna gracias a esas
leyes y únicamente gracias a ellas. Pero ahora en Colombia, se acabó. Esta ley
fundamental fue suprimida a instancias del Vaticano. ¡En aplicación de la
libertad religiosa del Vaticano II! Actualmente las sectas pululan, y esos
pobres hombres simples están desarmados ante la propaganda de las sectas
protestantes repletas de dinero y de medios que vienen una y otra vez sin
cesar, para adoctrinar a los analfabetos. No invento nada. ¿Acaso eso no es una
verdadera opresión protestante y masónica de las conciencias? A esto llega la
pretendida libertad religiosa del Concilio.
Tendencia
al naturalismo
En el capítulo V de la
Gaudium et Spes acerca de las relaciones internacionales, las organizaciones
internacionales, la paz y la guerra; encontramos allí casi ninguna preferencia
a Nuestro Señor Jesucristo. ¿Acaso puede el mundo organizarse sin Nuestro Señor
Jesucristo, tener la paz sin el Princeps pacifer? ¡Es imposible! En cambio, el
mundo está sumergido en la guerra y en la subversión, ante todo, porque está
hundido en el pecado. Es preciso primero darle la gracia de Jesucristo,
convertirlo para Nuestro Señor. El es la única solución al problema de la paz
en el mundo. Sin El, se habla en el vacío. Mons. Hauptmann, Rector del
Instituto Católico de París, presidió la comisión de redacción de este texto.
Esta comisión se reunió con protestantes, en Suiza, con el fin de que este
capítulo pudiera agradar y conmover al mundo internacional. Con eso ¿cómo llegar
a algo sobrenatural y impregnado por Nuestro Señor Jesucristo?
Limitaré a esto mi
enumeración. No digo que todo sea malo en este Concilio, que no haya algunos
bellos textos que merezcan ser meditados; pero afirmo, con las pruebas en la
mano, que hay documentos peligrosos e incluso erróneos, que demuestran
tendencias liberales y modernistas, que luego inspiraron las reformas que ahora
echan por tierra a la Iglesia.
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