DE LAS DIVERSAS ESPECIES DE MILAGROS QUE JESUCRISTO OBRO EN VIDA
La cuestión precedente trató de los milagros del Señor en general; la
presente trata de las diversas clases de esos milagros, que son cuatro:
milagros sobre los demonios, sobre los cuerpos celestes, sobre los enfermos y
sobre los muertos y, últimamente, de los milagros sobre las cosas materiales
terrestres.
1. Los demonios
Los pueblos antiguos vivían en un pánico continuo por causa de los
espíritus, a quienes atribuían todos los males que afligen a la humanidad,
especialmente las enfermedades. Las representaciones plásticas que los asirios
y babilonios que nos han dejado de los espíritus, nos muestren bien claro la
idea que tenían de ellos. Una buena parte de la religión se reducía a luchar
contra los malos espíritus mediante conjuros y exorcismos. Esta idea se
extendió mucho en las regiones occidentales.
Que en esto había mucho de superstición no cabe duda, pero que también
había una buena dosis de verdad nos lo demuestra la Sagrada Escritura, sobre
todo el Nuevo Testamento. Son varios los nombres con que se les suele designar:
Satán, adversario; Diablo, acusador, calumniador; Belcebú, Belial. En el
capítulo tercero del Génesis se nos cuenta cómo la serpiente, el animal más
astuto de cuantos Dios había creado, sedujo a la mujer, haciéndola comer el
fruto vedado y quebrantar el precepto divino. A lo cual se siguió la sentencia
divina maldiciendo a la serpiente y promulgando la lucha perpetua entre la
serpiente y la descendencia de la mujer hasta que ésta le aplasta la cabeza,
obteniendo una completa victoria. Bajo la imagen de la serpiente, que tanta
parte tenía en la antigua superstición, el autor sagrado, eminente poeta, nos
habla del espíritu malo. La lucha que aquí se predice la comprobamos en la
historia de la humanidad, tanto en los pueblos primitivos como en los más
cultos, antiguos y modernos. Una prueba de ello es la fascinación que los
pueblos padecían, en virtud de la cual daban al olvido al verdadero Dios, para
abrazar la fe en los dioses más absurdos y en el valor de los cultos más bárbaros.
La historia de Israel es casi toda ella una lucha entre el culto de su Dios,
que tan claramente se les había revelado, y los cultos cananeos, fenicios,
asirios, babilónicos, griegos. En esta lucha anda siempre oculto el espíritu
del mal. A veces aparece bajo el nombre de Satán, como en, Job 1, 6,9.12; en 1
Par. 21,1; en el profeta Zacarías 3, Is, y en 1 Reg. 22,19ss, donde inspira a
los falsos profetas para engañar al rey de Israel. Pero es, sobre todo, en los
evangelios y en el resto de los libros del Nueve Testamento donde se descubre la
acción de Satán, que empieza por tentar a Jesús para averiguar si es, en efecto,
el Hijo de Dios, el Mesías, y ver de apartarle de los planes divinos y aun
someterle a los suyos propios, exigiéndole que le rinda homenaje a él (Mt.
4,Iss). Confuso con la respuesta del Señor, se retira, aguardando mejor
ocasión; pero entre tanto no desiste de su empeño, aclamando a Jesús como el
Santo de Dios (Me. I,24), el Hijo de Dios (Me. 3,I2), el Mesías (Le, 4.4I), con
el fin de excitar el entusiasmo de las muchedumbres e inducirlas a crear
dificultades al ministerio de Jesús, que por esto le obligaba a callar. Otras
veces se quejaban del Salvador, que había venido a hacerles la guerra (Mc.
I,24). Y, efectivamente, Jesús se la hacía, no solo iluminando las almas y
sacándolas de las tinieblas de sus errores, sino también librando los cuerpos
de la posesión diabólica. Los resultados de esta lucha los declaran las
palabras de Jesús. En los setenta y dos discípulos, que, mandados a predicar,
volvían alborozados porque hasta los espíritus les obedecían en el nombre de
Jesús: Veía yo, les dice el divino Maestro, a Satanás caer del cielo como un
rayo. Yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones y sobre
toda potencia enemigo, y nada os dañará (Lc.10.18s). Los fariseos,
impresionados por este poder de Jesús, lo achacan al de Belcebú, príncipe de
los demonios, con quien Jesús tendría hecho un pacto pero el Maestro les
replica mostrando les lo absurdo de tal explicación y declarando que, si el
imperio de Satanás retrocede, es señal de que progresa el reino de Dios. En la
postrera cena que Jesús celebró con sus discípulos, el divino Maestro les
declara diciendo: Simón, Simón, Satanás os busca para cribaros como trigo; pero
yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe y tú, una vez convertido, confirma
a tus hermanos (Lc. 22,3Is).
Alusión está a lo que sucederá en la pasión de Jesús. Sin embargo de
esta oración, Satanás logró ganar se al traidor y poner le al servicio de los
enemigos de Jesús y ministros del príncipe de las tinieblas (Lc. 22,3s; 10. v,2.27). Más, por la muerte de
Cristo, el poder del diablo quedará deshecho y cumplida la antigua profecía:
Ella (la descendencia de la mujer) te aplastará la cabeza. Efectivamente,
leemos en San Juan (12.31): A hora el príncipe de este mundo será arrojado
fuera. Y más adelante (16,11) : El príncipe de este mundo está ya juzgado, Tal
es el sentido que tiene la expulsión de los espíritus impuros de los cuerpos de
los posesos. San Pedro recordaba esta obra del Señor hablando al centurión
Cornelio y a su casa, diciendo: Vosotros sabéis lo acontecido en toda Judea...
como a Jesús de Nazaret le ungido Dios con el Espíritu. Santo y con poder? y
como pasó haciendo bien y curando a todos los oprimidos del diablo, porque Dios
estaba con El (Mt. 10,30). El mismo apóstol advierte a los fieles que nuestro
adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y buscando
ya quién deparar, al cual hemos de resistir armados de la fe (I Petr.
5,8s). El apóstol San Pablo habla a los efesios también de los poderes
tenebrosos a quien vivieron sujetos y con quien tienen que sostener aún la
lucha (Ef. 2,2; 6,ss); pues, aunque vencido por Cristo, no quiere reconocer su
derrota y hasta el fin proseguirá en la pelea. A los tesalonicenses habla de
cómo el diablo conferirá sus poderes al inicuo, al hombre de la iniquidad, al
hijo de la perdición, que se alza contra todo lo divino (2 Thes. 2,s).
Pero sobre todo es San Juan quien nos pinta en el Apocalipsis las luchas
de la Iglesia con el diablo encarnado en el imperio pagano y perseguidor, Roma
y sus auxiliares y Empieza la lucha con el misterio mismo de .la encarnación.
Al aparecer en el cielo la mujer que, en medio de los dolores de parto, va a
dar a luz al Mesías, se deja ver otra figura, la del dragón, dispuesto a
tragarse al hijo de la mujer en cuanto venga a la luz. Pero no logró lo que
pretendía, y entonces se da a perseguir a la madre, que también huye al
desierto, lejos del alcance del dragón, El Señor había visto a Satanás caer del
cielo como un rayo. Era su victoria sobre Satanás. San Juan nos pinta una
batalla, en el cielo, entre los ángeles de Dios y el dragón con los suyos.
Fueron éstos vencidos y arrojados a la tierra. Es la victoria de los fieles que
vencen por la sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio. Pero el
dragón, furioso, se da a perseguir a los hijos de la mujer, los fieles de Cristo.
¡Ay de la tierra y del mar, porque descendió el diablo a vosotros animado de
gran furor , por cuanto sabe que le queda poco tiempo (Apoc,12,12). Encarnando
en la Bestia, que representa el imperio pagano y perseguidor, y en el falso
profeta, la religión y la filosofía paganas, comienza la lucha contra los
fieles del Cordero. Esta lucha termina en la batalla de Armagedón, el monte de Mejido,
donde se juntan el Verbo de Dios, el fiel y verídico en cumplir sus promesas,
seguido de los ejércitos celestes, y la Bestia, acompañada de los reyes de la
tierra con sus ejércitos, para dar la batalla decisivo. El autor no se detiene
en la descripción de la lucha, parque contra el Verbo de Dios, ¿quién podrá
combatir? Un soplo de su boca basta para deshacer los más poderosos ejércitos.
Y, en efecto, así sucedió, siendo aprisionado la Bestia y el falso profeta,
muertos y entregados a las aves de rapiña cuantos les seguían (19.1-21). Y el
dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, fue cogido y condenado
par mil años (20,1). Durante ellos reinará en la tierra Cristo con sus santos.
Pasados estos mil años, otra vez se dará suelta a Satanás, que reunirá
todos los reyes y naciones de la tierra y vendrá a cercar el campamento de los
santos, la ciudad amada. Pero descenderá fuego del cielo y los devorará (20,9).
Y el diablo será arrojado en el estanque de fuego donde están la Bestia y el
falso profeta y serán atormentados día y noche par los siglos de los siglos
(20.10). Entonces, dice San Pablo, será el fin. Cuando Jesucristo entregue a
Dios Padre el reino, cuando haya reducido a la nada todo principio, toda
potestad y lodo poder (1 Cor 15,24). Tal será el fin, de la lucha que Jesús
entabla con los poderes de las tinieblas.
Entre tanto El, como soberano, a quien rinden homenaje los cielos, la
tierra y los mismos infiernos, se servirá de los demonios para probar a sus
elegidos, así como se vale de los ángeles les para defender los. Pues no pueden
ser de mejor condición los discípulos que el maestro. Si éste tuvo que sostener
dura lucha con las potestades del infierno, también los suyos la habrán de
sostener.
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