PURGATORIO
SANTA CATALINA DE GENOVA
Capitulo I
(CONTINUACIÓN)
Yo vivo en la tierra el purgatorio
26. Esta forma purificativa que veo en las almas del purgatorio, es la
misma que estoy sintiendo yo en mi mente, sobre todo desde hace dos años; y
cada día la siento, y cada vez más claramente. Veo que mi alma está en su
cuerpo como en un purgatorio, de modo semejante al verdadero purgatorio, en la
medida, sin embargo, en que el cuerpo lo pueda soportar sin morir; y esto
siempre va creciendo hasta la muerte. Yo veo al espíritu abstraído de todas
aquellas cosas, incluso de las espirituales, que le podrían dar alimento, como
sería alegría y consolación. Y es que ya no está en disposición de gustar
alguna cosa espiritual, ni por voluntad, ni por inteligencia, ni por memoria,
de modo que pueda decir: «me da más contento esto que aquello otro».
Ayuno en el interior
Y así va quitándole al hombre interior todas las cosas que podrían alimentarle,
y lo asedia tan sutilmente que no le deja pasar la más mínima imperfección, sin
que al punto sea descubierta y aborrecida. Y ese mismo asedio hace que mi espíritu
tampoco pueda soportar que aquellas personas que me son próximas, y que van al
parecer hacia la perfección, se sustenten en criatura alguna. Cuando los veo cebados
en cosas que yo he menospreciado ya, no puedo sino apartarme para no verlo, y
más aún cuando son personas especialmente próximas a mí. Mi interior se
encuentra de tal modo asediado, que todas aquellas cosas que mantenían la vida
espiritual y corporal le han sido quitadas poco a poco. Al serle quitadas ha
conocido que no eran sino unas ayudas, y al reconocerlas como tales, de tal
modo las va menospreciando que todas ellas se van desvaneciendo, sin que nada
las retenga. Y es que el espíritu tiene ya en sí el instinto de quitar todo lo
que pueda impedir su perfección, y está dispuesto a obrar con tal crueldad que
se dejaría poner en el infierno con tal de conseguir su intento.
Ayuno en el exterior
28. El hombre exterior, por su parte, se ve tan desasistido por el espíritu,
que ya no encuentra cosa sobre la tierra que pueda recrearle, según su instinto
humano. Ya no le queda otra confortación que Dios, que va obrando todo esto por
amor y con gran misericordia para satisfacer su justicia. Y entender que esto
es así le da una gran alegría y una gran paz. Sin embargo, no por esto sale de
su prisión, ni tampoco lo intenta, hasta que Dios haga lo que sea necesario. Su
alegría está en que Dios esté satisfecho, y nada le sería más penoso que salir
fuera de la ordenación de Dios, tan justa la ve, y tan misericordiosa. Todas
estas cosas las veo y las toco, pero no sé encontrar las palabras convenientes
para expresar lo que querría decir. Lo que yo he dicho, lo siento obrar dentro
de mí espiritualmente.
Mundo-cárcel, cuerpo-cadena
29. La prisión en la cual me parece estar es el mundo, y la cadena que a
él me sujeta es el cuerpo. Y el alma, iluminada por la gracia, es la que conoce
la importancia de estar privado, o al menos retardado, por algún impedimento
que no le permite conseguir su fin. Ella es tan delicada, y recibe ciertamente
tal dignidad de Dios por la gracia, que viene a hacerse semejante y
participante de Él, que la hace una cosa consigo por la participación de su
bondad. Y así como es imposible que venga Dios a sufrir alguna pena, así les
sucede a aquellas almas que se aproximan a Él, y tanto más cuanto más se le
aproximan, pues más participan de sus propiedades. Ahora bien, el retardo que
el alma sufre le causa una pena, y esta pena y retardo le hacen disconforme de
aquella propiedad que ella tiene por naturaleza. Y no pudiendo gozar de ella,
siendo de ella capaz, sufre una pena tan grande cuanto en ella es grande el
conocimiento y el amor de Dios. Y cuánto está más sin pecado, más le conoce y
estima, y el impedimento se hace más cruel, sobre todo porque el alma permanece
toda ella recogida en Dios y, al no tener ningún impedimento externo, conoce
sin error.
La santa ordenación de Dios
30. Así como el hombre que se deja matar antes que ofender a Dios,
siente el morir y le da sufrimiento, pero la luz de Dios le da un celo seguro
que le hace estimar el honor de Dios más que la muerte corporal; así el alma
que conoce la ordenación de Dios, tiene más en cuenta esa ordenación que todos
los tormentos, por terribles que puedan ser, interiores o exteriores. Y esto es
así porque Dios, por el que se hacen estas obras, excede a toda cosa que pueda
imaginarse o sentirse. Todas estas cosas que he ido exponiendo, el alma no las
ve, ni de ellas habla, ni conoce de ellas con propiedad o daño; sino que las conoce
en un instante, y no las ve en sí misma, porque aquella atención que Dios le da
de sí mismo, por pequeña que sea, de tal modo absorbe al alma que excede a
todas las cosas, de las que ya no hace caso. En fin, Dios hace perder aquello
que es del hombre, y en el purgatorio lo purifica.
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