Akathistos
LA ORACION CONTINUA REVELA EL SECRETO DE LA SALVACION
¿Cómo puedo salvarme? Esta pregunta surge espontánea
en la mente de todo cristiano que conoce la herida y frágil naturaleza humana y
todo lo que le queda de su original anhelo a la verdad y a la rectitud. Con
apenas un poquito de fe que tengamos en la inmortalidad y en el premio de la
vida eterna, cuando volvemos la mirada hacia el cielo nos vemos atrapados sin
darnos cuenta por este pensamiento:"¿cómo puedo salvarme?". Si pretendemos
resolver el interrogante, preguntaremos a los prudentes y sabios y, siguiendo
sus indicaciones, leeremos libros edificantes sobre el tema, libros debidos a
escritores espirituales, es forzándonos inflexiblemente por practicar cuanto
hemos oído y leído. En todas estas enseñanzas encontramos constantemente, como
condiciones indispensables para la propia salvación, una vida devota y los
duros trabajos y fatigas espirituales que deben conducir a la decidida negación
de sí mismo. Esto le guiará al cumplimiento de las obras y al cumplimiento fiel
de los mandamientos de Dios, testimoniando así la firmeza de la propia fe.
Aprenderá, además, que todas estas condiciones para la salvación deben ser
realizadas conjuntamente y con la más profunda humildad.
Como todas las obras buenas dependen unas de otras,
así unas deben sostener a las otras, completadas y estimuladas, lo mismo que
los rayos del sol revelan su potencia e iluminan sólo si convergen a través de
un cristal en un mismo punto determinado, y viceversa, «el que es infiel en lo
poco, lo será también en lo mucho». Además, para convencerle siempre más de la
necesidad de esta acción compleja y unitaria, todos los predicadores alaban la
belleza de la virtud y censuran la miseria del vicio. Lo imprimen en su mente con
la promesa de una copiosa recompensa y felicidad, o de tormentos y miserias
terribles en la vida futura. Esto es lo propio y característico de la
predicación actual. Siguiendo estos consejos, el que desea ardientemente la
salvación se apresta alegremente a poner en práctica lo aprendido y a verificar
con la experiencia lo que ha leído y escuchado. Pero, ¡ay!, desde el primer
momento se da cuenta de Schimnik No estoy preparado para satisfacer vuestro
deseo sobre argumento tan elevado, ya que tengo de él muy poca experiencia.
Tengo, no obstante, un cuaderno de apuntes, claros e inteligibles, de un
escritor espiritual, precisamente sobre esta materia. Si les parece bien a los
demás, puedo leerlos. Todos Hacednos esta gracia, reverendo Padre. No nos
privéis de este conocimiento salvador.
LA ORACION CONTINUA REVELA EL SECRETO DE LA SALVACION
Schimnik
¿Cómo puedo salvarme? Esta pregunta surge espontánea
en la mente de todo cristiano que conoce la herida y frágil naturaleza humana y
todo lo que le queda de su original anhelo a la verdad y a la rectitud. Con
apenas un poquito de fe que tengamos en la inmortalidad y en el premio de la
vida eterna, cuando volvemos la mirada hacia el cielo nos vemos atrapados sin
darnos cuenta por este pensamiento: « ¿cómo puedo salvarrne?». Si pretendemos
resolver el interrogante, preguntaremos a los prudentes y sabios y, siguiendo
sus indicaciones, leeremos libros edificantes sobre el tema, libros debidos a
escritores espirituales, es forzándonos inflexiblemente por practicar cuanto hemos
oído y leído. En todas estas enseñanzas encontramos constantemente, como
condiciones indispensables para la propia salvación, una vida devota y los
duros trabajos y fatigas espirituales que deben conducir a la decidida negación
de sí mismo. Esto le guiará al cumplimiento de las obras y al cumplimiento fiel
de los mandamientos de Dios, testimoniando así la firmeza de la propia fe.
Aprenderá, además, que todas estas condiciones para la salvación deben ser
realizadas conjuntamente y con la más profunda humildad. Como todas las obras
buenas dependen unas de otras, así unas deben sostener a las otras, completarlas
y estimularlas, lo mismo que los rayos del sol revelan su potencia e iluminan
sólo si convergen a través de un cristal en un mismo punto determinado. Y
viceversa, «el que es infiel en lo poco, lo será también en lo mucho». Además,
para convencerle siempre más de la necesidad de esta acción compleja y
unitaria, todos los predicadores alaban la belleza de la virtud y censuran la
miseria del vicio. Lo imprimen en su mente con la promesa de una copiosa recompensa
y felicidad, o de tormentos y miserias terribles en la vida futura. Esto es lo
propio y característico de la predicación actual. Siguiendo estos consejos, el
que desea ardientemente la salvación se apresta alegremente a poner en práctica
lo aprendido y a verificar con la experiencia lo que ha leído y escuchado.
Pero, ¡ay!, desde el primer momento se da cuenta de que no logrará conseguir la
meta, previendo y experimentando que su naturaleza, herida y flaca, se
impondrá. Se da cuenta de que su libertad está condicionada, sus acciones son
perversas, y la fuerza de su espíritu es sólo debilidad. Y se pregunta
naturalmente si no existe algún medio que le permita cumplir cuanto le pide la
ley de Dios y la devoción cristiana le impone; todo aquello, en una palabra,
que han vivido hasta el fondo quienes han llegado a la perfección. Se sigue de
aquí que para conciliar en sí mismo las exigencias de la razón y de la
conciencia con la insuficiencia de las propias fuerzas para realizarla, se
vuelve de nuevo a los predicadores de la salvación para preguntarles: « ¿Cómo
lograré salvarme? ¿Cómo justificaré esta incapacidad de actuar las condiciones
necesarias para la salvación? ¿Son suficientemente fuertes los predicadores
para practicar lo que enseñan?»
¡Pídelo a Dios, ora a Dios, invócale para que te
ayude! ¿No habría sido más fructuoso, concluye diciéndose el devoto demandante,
si desde el principio y en todas las circunstancias hubiese profundizado en el
estudio de la oración, que tiene el poder de realizar todo lo que exige la
devoción cristiana y es camino de salvación? Y así es como pasa al estudio de
la oración: lee, medita, reflexiona sobre las enseñanzas de quienes han escrito
acerca de este tema. Realmente encuentra en ellos muchos pensamientos hermosos,
profundo conocimiento y palabras de gran poder. Uno razona bellamente sobre la
necesidad de la oración; otro escribe sobre su poder, sus efectos benéficos, de
la oración como un deber, o de que para orar se necesita celo, atención, fervor
de corazón, pureza de pensamiento, reconciliación con los propios enemigos,
humildad, contrición y demás condiciones necesarias para la oración. Pero, ¿qué
es realmente la oración y cómo uno puede orar actualmente? A estas preguntas
fundamentales y urgentes es rarísimo encontrar respuestas precisas y
comprensibles a todos. Y así quien desea ardientemente llegar a la oración se
encuentra de nuevo frente a un velo de misterio. Como resultado de sus lecturas
recordará algún aspecto que, aunque devoto, es puramente exterior, y llegará a
la conclusión de que para orar es preciso ir a la iglesia, hacer la señal de la
cruz, hacer inclinaciones, arrodillarse, recitar salmos, cánones y Akathistos (2)
En general, esta es la idea que tienen acerca de la
oración quienes no conocen los escritos de los santos Padres sobre la oración
interior y sobre la contemplación. A la larga, el que busca acabará
descubriendo el libro llamado Filocalía, en el que 25 santos Padres han
expuesto de forma accesible todo lo que conocían sobre la esencia de la oración
del corazón. Esto será el comienzo de la aclaración del misterio de salvación y
de la oración. Comprenderá así que orar significa realmente dirigir a Dios
continuamente la memoria y el pensamiento, caminar en su divina presencia,
redespertar conscientemente a su amor, y unir el Nombre de Dios con la propia
respiración y con el latido del propio corazón. Pronunciará el santísimo Nombre
de Jesús con los labios, o dirá la oración a Jesús continuamente, en todo
momento, en todo lugar y durante cualquier ocupación. Estas luminosas verdades,
que esclarecen la mente y abren el camino al estudio y cumplimiento de la
oración, le impelen a poner en práctica lo antes posible estos sabios
preceptos.
Sin embargo, en sus intentos no les faltarán las
dificultades hasta que un guía espiritual experto no les revele, siguiendo la
Filocalía, la verdad completa. Y ésta es, que el único medio con que perfeccionar
la oración del corazón y salvar el alma es la oración continua e incesante. Es precisamente
esta frecuencia de la oración la base sobre la que se apoya y en la que se
unifica todo el sistema de actividad que exige la salvación. Como dice Simeón
el Nuevo Teólogo: «el que ora constantemente reúne, en un único acto, todo lo
bueno». Para completar la verdad de tal revelación, el guía espiritual
desarrollará este concepto de la forma siguiente: para la salvación del alma es
indispensable, en primer lugar, la verdadera fe.
Dice la Escritura: «sin fe es imposible agradar a
Dios» (Hebr 11, 6). El que no tiene fe, será juzgado. Pero de la misma
Escritura se desprende que el hombre solo no puede engendrar en sí mismo la fe,
aunque fuese tan pequeña como un grano de mostaza; se desprende también que la
fe no es nunca obra nuestra, sino que es don de Dios. La fe es un don
espiritual y nos es dado por el Espíritu Santo.
(2)
Cánticos e himnos, respectivamente, de particular importancia en la liturgia ortodoxa.
Por más que el akathistos mariano sea el más conocido, no debe limitarse a este
himno a la Virgen, sino que los hay también a los santos.
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