DE
LA CAUSALlDAD DE LA RESURRECCION
Está resumida en dos artículos la causalidad sobre los cuerpos, que
será la resurrección de éstos, y la causalidad sobre las almas, que será su
justificación. Para entender la razón de estos artículos convendrá tener
presente lo que atrás dejamos dicho sobre la eficiencia de la pasión de Cristo.
Lo que ahí se dice de la pasión se debe aplicar aquí a la resurrección.
Pues bien, San Pablo insiste mucho en un principio que es fundamental
en el Evangelio: (que Jesucristo realizó la obra de nuestra salud con su muerte
y resurrección. Pues si por la
trasgresión de uno solo mueren muchos, mucho más la gracia de Dios el don
gratuito de uno solo, Jesucristo, se difundirá copiosamente sobre muchos
(Rom. 5, 15.) y a nuestro propósito: Como por Un hombre vino la muerte, también
por un hombre vino la resurrección de los muertos, Y como en Adán hemos muerto
todos, así también en Cristo somos todos vivificados. Pero cada uno a su tiempo:
el primero Cristo, luego los de Cristo (1 Coro 1, 21-23). Este principio
general exige una primera declaración. Hay en Cristo dos naturalezas, la divina
y la humana, que obran en comunicación y cuyas obras se atribuyen todas por
igual a la misma divina persona. Pues la divinidad es la causa principal de las
obras de Cristo, y la humanidad es la causa instrumental de ellas. En la divinidad
de Cristo no caben distinciones por razón de su simplicidad: pero sí en la
humanidad, lo mismo que en su obra, en cuanto es recibida en nosotros. Pues
para explicar esta obra de nuestra salud se recurre a una especie de
alegorismo, siguiendo la semejanza entre las obras de la humanidad de Cristo y
la obra de la salud en nosotros. Citemos un ejemplo, tomado de la Epístola a
los Romanos: “¿O ignoráis que cuantos
hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su
muerte? Con Él hemos sido sepultados en el bautismo para participar en su muerte,
para que, como Él resucito de entre los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros vivamos una vida nueva” (6;'3S). Esto es, sencillamente,
una explicación de la eficacia del bautismo, inspirada en el rito de la inmersión.
Sin comparación ninguna, había dicho antes que Cristo se entrego por nuestros
pecados (para destruirlos) y resucitó por nuestra justificación (Rom. 4,25).
Según esto, se dice que Cristo, por razón de su divinidad, es causa principal
de la resurrección de los cuerpos y de las almas, y por razón de su humanidad
lo es de la misma, pero solo ejemplar e instrumental. Efectivamente, hablando
de la resurrección gloriosa, dice el Apóstol que a aquellos que Dios conoció los predestino para hacerlos conformes
a la imagen de su Hijo, a fin de que éste sea el primogénito entre muchos
hermanos (Rorn. 8,29). Y a los filipenses dice que esperamos del cielo al Señor y Salvador Jesucristo, que reformará
el cuerpo de nuestra vileza conforme a su cuerpo glorioso, en virtud de! poder
que tiene para someter a sí todas las cosas (Phil, 3,2I). La resurrección
de Jesús, causa ejemplar de la resurrección gloriosa de los predestinados, será
también la causa instrumental de su divinidad para realizar esa resurrección.
Asimismo, el Señor resucito para nuestra justificación, o sea que en la
vida nueva que disfruta después de su resurrección nos ofrece el ejemplar de la
nueva vida que debe llevar el cristiano. La justificación que nos trae esa vida
es obra de la divinidad de Jesús como causa principal, pero de la humanidad
resucitada como causa instrumental. Si ahora quisiéramos concretar la vía por
la que la resurrección ejerce esa causalidad, habríamos de recordar lo que
atrás dejamos dicho sobre la eficiencia de la pasión de Cristo. Es la fe en la resurrección
misma la que convierte a ésta en instrumento de nuestra justificación, como es la
fe en la pasión lo que hace de la pasión misma la causa instrumental de nuestra
salud. No olvidemos que esta fe viva es obra del Espíritu Santo en nosotros. Sería
bastante parco sino comentara lo tan magníficamente expuesto por Santo tomas de
Aquino quien, con su visión angélica, penetra mas allá de los limites de
nuestra inteligencia y se adentra con una claridad propia de quienes están
cerca de Dios. Comienza su exposición con aquellas palabras de San Pablo: “"Si,
pues, decíamos que Cristo resucitó de entre los muertos", etc., dice la
Glosa: "El cual (Cristo) es causa eficiente: de nuestra
resurrección". Dice Aristóteles en los "Metafísicos”: "Lo que es
primero en un, género cualquiera, es causa de todos los que vienen
después", Ahora bien, en el género de la resurrección fue primero la
resurrección de Cristo, como queda dicho atrás; de donde se sigue que la
resurrección de Cristo sea causa de nuestra resurrección y esto es lo que dice
el Apóstol: "Resucitó Cristo de entre los muertos, primacías de los
muertos; pues, si por un, hombre 'Vino la muerte, por otro hombre viene la
resurrección", y esto muy razonablemente, pues el principio de la 'Vida de
los hombres es el Verbo de Dios, del cual se dice en el Salmo: "En ti está
la fuente de la vida". Y El mismo dice en San Juan: "Como el Padre
resucita los muertos y les da vida, así el Hijo da vida a los que quiere".
Ahora bien, el orden natural, establecido por Dios en las cosas, pide que una
causa obre sobre lo que tiene más cerca y mediante esto actúe sobre lo que está
más remoto. Así, el fuego calienta primero el aire cercano y por él los cuerpos
distantes. El mismo Dios ilumina primero las substancias más cercanas a Él, y
por éstas ilumina luego las más remotas, según dice Dionisio. Y así el mismo
Verbo confiere primero la Vida al cuerpo, que le está naturalmente unido, y luego
por él obra la resurrección en todos los demás.
2. La
justicia de Dios es la causa primera de nuestra resurrección, pero la
resurrección de Cristo es causa secundaria y como instrumental, y aunque la
virtud del agente principal no está obligada a usar de un instrumento concreto,
sin embargo, una vez que obra por tal instrumento, éste es causa del efecto. Así,
pues, la justicia divina, de suyo, no está obligada a realizar la resurrección
nuestra por la resurrección de Cristo, pues pudo Dios librarnos por otra vía
que por la pasión y La resurrección de Cristo; pero, una vez que decretó librarnos
de ese modo" es evidente que la resurrección de Cristo es causa de nuestra
resurrección. La resurrección no es, propiamente hablando, causa meritoria de
nuestra resurrección, pero es causa eficiente y ejemplar, Es eficiente, por
cuanto la humanidad de Cristo, en la cual El resucitó, es, en cierto modo,
instrumento de la misma divinidad y obra por la virtud de ésta, según atrás
queda dicho, De manera que, así como las otras cosas que Cristo hizo o padeció
en su humanidad nos fueron saludables por la virtud de la divinidad misma, así
también la resurrección es causa eficiente de la resurrección nuestra por la
virtud divina, de quien es propio dar vida a los muertos, Y esta virtud alcanza
con su presencia todos los lugares y tiempos, y este contacto virtual basta para
la razón de causa eficiente y porque la causa primordial de la resurrección
humana es la justicia divina, de la cual "tiene Cristo el poder de juzgar
en cuanto es Hijo del hombre", su poder efectivo se extiende no solo a los
buenos sino también a los malos, que están sometidos a su juicio, y porque la
resurrección del cuerpo de Cristo, por cuanto este cuerpo está unido
personalmente al Verbo, es "la 'Primera en el tiempo", así también lo
es "en la dignidad 'Y perfección", como dice la G1osa. Además, siempre
lo que es más ¡perfecto es ejemplar que imitan a su modo las cosas menos
perfectas. Por esto la resurrección de Cristo es ejemplar de la nuestra, lo cual
no es necesario por parte del autor de la resurrección, que no necesita de ejemplar,
sino por parte de los resucitados, los cuales deben conformarse a aquella resurrección,
según las palabras de San Pablo a los Filipenses: "Reformará e cuerpo de
muestra vileza conforme a su cuerpo glorioso". Y aunque la eficiencia de
la resurrección de 'Cristo se extienda tanto a la de tos buenos como a la de
los malos, pero la e ejemplaridad sólo se extiende a los buenos propiamente,
que han sido conformes con su filiación, según dice el Apóstol a los Romanos.
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