CAPÍTULO 12
Encíclica Divini Redemptoris
del Papa Pío XI
sobre el comunismo
(19 de marzo de 1937)
(PRIMERA PARTE)
Estudiemos ahora la importantísima encíclica Divini Redemptoris
del Papa Pío XI, con fecha 19 de marzo de 1937, día de la fiesta de San
José. Elegido en 6 de febrero de 1933, el Papa Pío XI murió el 10 de febrero de
1939. Esta encíclica es, pues, una de las primeras que hizo. Curiosa
coincidencia: el Papa San Pío X murió justo antes de la guerra de 1914-1918, y
el Papa Pío XI en la víspera de la guerra de 1939-1945. En primer lugar hay un
prólogo, seguido de cinco partes principales. El Papa alude en primer lugar al
combate que empezó después del pecado original (§ 1).
«La promesa de un Redentor ilumina la primera página de la
historia de la humanidad; por eso la segura esperanza de tiempos mejores alivió
el pesar del paraíso perdido y acompañó al género humano en su atribulado
camino, hasta que, cuando vino “la plenitud de los tiempos” (Gal. 4, 4), el
Salvador del mundo, viniendo a la tierra, colmó la expectación e inauguró para
todos los pueblos una era nueva y más civilizada».
La civilización cristiana
Esta alusión: «Inauguró para todos los pueblos una era nueva y más
civilizada», es muy importan-te, porque eso es lo que quieren siempre los
progresistas y los modernistas: una nueva era. Los comunistas hablan igual.
Unos y otros están de acuerdo en reclamar una nueva era, queriendo, por supuesto
destruir la era que empezó con Nuestro Señor.
“...inauguró para todos los pueblos una era nueva y más
civilizada, la civilización cristiana, inmensamente superior a la que hasta
entonces trabajosamente había alcanzado el hombre en algunos pueblos más
privilegiados” hemos visto cómo los modernistas, siguiendo en esto el espíritu
de los sillonistas, rechazan en la práctica la idea de civilización
cristiana y niegan sus beneficios. Dicen: “Vosotros los europeos, identificáis la civilización
cristiana con la civilización europea, pero los pueblos que no son europeos
siempre han dicho que esto era falso. Por consiguiente queréis imponerles
vuestra civilización”.
Los Papas han dicho siempre que esto es mentira, porque no hay
civilización europea —de una Europa imaginaria, por otra parte— sino que se
trata de una civilización cristiana. La civilización antigua y pagana que
existía antes de la era cristiana cuando fue conocido Nuestro Señor, se comparaba
a la de otros pueblos todavía paganos que no Lo reconocían aún. Europa estaba
en ese mismo estado. Si Europa se
civilizó fue bajo la influencia de Nuestro Señor Jesucristo, al llegar su
doctrina, y bajo la influencia del Espíritu Santo, de los sacramentos y del
sacrificio de la misa. Lo que transformó a Europa fue todo lo que le trajo
Nuestro Señor. Estamos de acuerdo en que hubo algunos elementos completamente
secundarios que fueron asumidos por la Iglesia, pero de ahí a condenar en
cierto modo esa civilización: ¡es increíble! “Esta civilización no tendría que
transportarse ni llevarse —dicen los modernistas— a los pueblos que no son
europeos”. Es inevitable que hay que hacer cierta adaptación, aunque sólo
fuera por el problema que plantean las diferentes lenguas; es evidente. Se
hicieron muchas críticas: “¿Por qué introducir el latín en esos pueblos? Más
valdría enseñarles su propia lengua”, refiriéndose sobre todo a los pueblos del
extremo oriente, como China, Japón, etc. Se plantearon problemas y hubo
dificultades. La Santa Sede
habría podido juzgar si realmente era útil permitir el uso
de chino para la liturgia, etc. Son problemas de orden secundario. Pero los
principios mismos de la civilización cristiana siguen siendo los mismos: los de
la familia, de la sociedad, de la personalidad humana, de la espiritualidad del
alma, y todos los principios filosóficos que enseña la Iglesia. Esto vale para
todos los pueblos. Es algo que no se puede cambiar. Los hombres son los mismos
en todas partes. Los Papas se han
levantado siempre contra la idea de que no se tenía que transportar la civilización
europea, como si ella no fuera sencillamente la civilización cristiana. «...la
civilización cristiana, inmensamente superior a la que hasta entonces
trabajosamente había alcanzado el hombre en algunos pueblos más privilegiados». El
Papa hace alusión a las naciones griega, egipcia, etc. Nadie puede contestar
que fue Nuestro Señor Jesucristo el que vino a traernos esta civilización.
La lucha empezó con el pecado original
«Pero,
como triste herencia del pecado original, quedó en el mundo la lucha entre el
bien y el mal...» (§ 2). Hoy
ya no quieren oír hablar del pecado original. Con todo, el Papa recuerda que la
lucha empezó con él. «...en
el curso de los siglos se han ido sucediendo unas a otras las convulsiones
hasta llegar a la revolución de nuestros días, desencadenada ya, o que amenaza,
puede decirse, en todas partes y que supera en amplitud y violencia a cuanto
hubo de sufrirse en las precedentes persecuciones contra la Iglesia. Pueblos
enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquella en
que aun yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor».
Una sola finalidad: aniquilar la civilización cristiana
Tales
son las predicciones del Papa. No es algo tan antiguo y yo creo que si viviera
hoy, repetiría lo mismo. Un poco más adelante, el Papa dice que las
consecuencias de esos errores y de esa revolución eran previsibles, y termina
su prólogo con esta frase: «Este peligro tan amenazador, ya lo habéis
comprendido, Venerables Hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que
tiende a derrumbar radicalmente el orden social y a socavar los fundamentos
mismos de la civilización cristiana» (§ 3). Así
que para el Papa hay una civilización cristiana, que el comunismo ha propuesto
aniquilar: «derrumbar radicalmente el orden social». Por
eso Pío XI dirá en la penúltima parte de su encíclica que «el comunismo es
intrínsecamente perverso». Para los progresistas de hoy, el comunismo puede
ser condenado por su ateísmo, pero por lo de-más, las soluciones que ofrece
para la vida social y de comunidad, son válidas. El Papa se opone totalmente a
este punto de vista. El comunismo no sólo ciertamente ateo sino que su proyecto
es el de «derrumbar radicalmente el orden social». El Papa va a mostrar cómo
«derrumba radicalmente el orden social y socava los fundamentos mismos de la
civilización cristiana».Vayamos
a la primera parte de esta encíclica en que el Papa expone sus razones y
finalidades.
«Frente
a esta amenaza, la Iglesia católica no podía callar y no calló. No calló, sobre
todo, esta Sede Apostólica, que sabe cómo su misión especialísima es la defensa
de la verdad, y de la justicia y de todos aquellos bienes eternos que el
comunismo ateo desconoce y combate (...). Por lo que hace al comunismo, ya
desde 1846 Nuestro venerado Predecesor Pío IX pronunció una solemne
condenación, confirmada después en el Syllabus ».
Es interesante ver que el Papa Pío XI hace referencia al Syllabus,
ese famoso Syllabus que pone los pelos de punta a los progresistas.
El
9 de noviembre de 1846 el Papa Pío IX, en su carta Qui pluribus había
condenado ya el comunismo. Escribe:
«Tal
es la vil conspiración contra el sagrado celibato clerical, que apoyan, ¡oh
dolor! algunas personas eclesiásticas, quienes, olvidadas lamentablemente de su
propia dignidad, se dejan vencer y seducir por los halagos de la sensualidad;
tal la enseñanza monstruosa, sobre todo en materias filosóficas, que a la
incauta juventud engaña y corrompe lamentablemente, y le da a beber hiel de dragón
en cáliz de Babilonia, tal la nefanda doctrina del comunismo, contraria al
derecho natural...»
El
Papa Pío XI repite casi con los mismos términos lo que decía el Papa Pío IX, a
quien cita:
«Contra
la nefanda doctrina del llamado comunismo, tan contraria al mismo derecho
natural, la cual, una vez admitida, llevaría a la radical subversión de los
derechos, bienes y propiedades de to-dos y aun de la misma sociedad humana».
El
texto no es exactamente el mismo que se cita en la encíclica, pero tiene el
mismo sentido.
Una doctrina monstruosa
«Monstruosa
y nefanda doctrina del llamado comunismo, tan contraria al mismo derecho
natural, la cual, una vez admitida, llevaría a la radical subversión de los
derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana».
El
Papa Pío XI cita, pues, esta encíclica del Papa Pío IX y dice: “El Papa Pío IX
también los había condenado”. Basta con remitirse al capítulo IV del Syllabus
para encontrar todas las referencias que condenan el comunismo. Esas
referencias al Syllabus y a la encíclica Qui pluribus publicada
el 9 de noviembre de 1846 por el Papa Pío IX son muy interesantes y es muy útil
revisarlas.A
continuación Pío XI cita aún otros cuatro documentos —son cinco en total— del
Papa Pío IX que condenan el comunismo.Aunque
se puede volver a leer el texto del Syllabus, por desgracia ahora es
difícil encontrar los documentos de Pío IX. Se encuentran los de León XIII y
los de los Papas siguientes, pero los de Pío IX es imposible, a menos que se
busquen en las librerías de libros antiguos.
Las
encíclicas del Papa Pío IX son realmente extraordinarias y admirables, porque
aún son muy actuales. Nos gustaría que se publicaran y se pusieran en
circulación, de modo que la gente pudiera leer lo que escribió. Constituyen una
especie de premonición excepcional. El Papa Pío XI cita la encíclica Quod Apostolici
muneris, contra los errores del mundo moderno, publicada por el Papa León
XIII el 18 de diciembre de 1878.
«...en la encíclica Quod Apostolici muneris definía
la mortal pestilencia que serpentea por las más íntimas entrañas de la sociedad
humana y conduce al peligro extremo de la ruina».
«Es
fácil comprender, Venerables Hermanos, que Nos hablamos de aquella secta de
hombres que, bajo diversos y casi bárbaros nombres de socialistas,
comunistas o nihilistas, esparcidos por todo el orbe, y estrechamente
coligados entre sí por inicua federación, ya no buscan su defensa en las
tinieblas de sus ocultas reuniones, sino que, saliendo a pública luz, confiados
y a cara descubierta, se empeñan en llevar a cabo el plan, que hace tiempo
concibieron, de trastornar los fundamentos de toda sociedad civil. (...) Nada
dejan intacto e íntegro de lo que por las leyes humanas y divinas está
sabiamente determinado para la seguridad y decoro de la vida».
En
el párrafo siguiente, Pío XI recuerda los discursos que él mismo había
pronunciado en las condenaciones dadas contra el comunismo:
«También
Nos, durante Nuestro Pontificado, hemos denunciado a menudo y con apremiante insistencia
las corrientes ateas que crecían amenazadoras. Cuando, en 1924, Nuestra misión
de socorro volvía de la Unión Soviética...»
En
1924 hubo un hambre terrible en Rusia. La Santa Sede envió una misión de ayuda
que fue difícilmente aceptada; sus miembros no tenían que presentarse como
religiosos. Tenían que secularizarse en apariencia para poder trabajar ahí y distribuir los
víveres que la Santa Sede enviaba para tratar de aplacar el hambre.
«...condenamos
Nos los errores y métodos de los comunistas, en una Alocución especial,
dirigida al mundo entero (18 de diciembre de 1928). Y en Nuestras encíclicas Miserentissimus
Redemptor, Quadragesimo anno, Caritate Christi, Acerba animi, Dilectissima
Nobis, elevamos solemne protes-ta contra las persecuciones desencadenadas
en Rusia, Méjico y España» (§ 5).
En
España todavía no estallaba la guerra civil de 1936 (el último documento era de
1933), pero el comunismo ya empezaba a difundirse. En Méjico, el Papa fue
engañado mucho. Había confiado en el gobierno y había pedido a los Cris-teros
que depusiesen las armas. Después de haberlo hecho, obedeciendo a la Santa
Sede, apenas de-jaron las armas, los otros las volvieron a tomar y los
exterminaron a todos. Fueron matanzas horri-bles. El Papa había sido engañado.
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