sábado, 5 de marzo de 2016

Memorias de de un mártir Cristero o “Entre las patas de los caballos”

Padre Batis

Manuel Morales

"Antes me matarán que dejarles cometer semejante sacrilegio"

Nicolás exclamó: -"¡Animo, muchachos, muero por Cristo que no muere jamás!", lanzó un ¡Viva Cristo Rey! y después de recibir la descarga, expiró. El niño de trece años Agustín Ríos lloró copiosamente. Entonces Valencia Gallardo increpó a los verdugos; les llamó la atención sobre la tierna edad de la víctima, y vitoreó a Cristo y a la Virgen de Guadalupe. Furiosos los perseguidores se arrojaron sobre él y le cortaron la lengua. Uniendo luego el sarcasmo a la crueldad le dijeron: "Ahora habla, hijo de tal... “José, haciendo un supremo esfuerzo por confesar su fe, levantó el dedo hacia arriba en una sublime expresión de confianza. En seguida le destrozaron el cráneo con bala explosiva, y acribillaron a los demás en masa.  

Habían dado el tiro de gracia a Nicolás Navarro y Salvador Vargas, cuando el jefe del pelotón ordenó:

-No den el tiro de gracia, pues es necesario poder decir que murieron en combate.

Se limitaron entonces a colocarles cerillas encendidos en los poros de la nariz para ver si respiraban, y se alejaron. Entre los caídos hubo uno al que no alcanzaron las balas; pero perdido el conocimiento por los golpes, sufrió brutal quemadura del cerillo. Al volver en sí, con atroces sufrimientos por el martirio a que había sido sujeto, reconoció a sus compañeros, y halló que cuatro más vivían aún. A costa de grandes sacrificios pudo llevarlos a lugar que creyó seguro, donde les proporcionó alguna ayuda hasta que pudo obtener auxilio. Los cuidaron con el mayor esmero y sigilo, pero murió todavía otro. Dios permitió que los demás vivieran para atestiguar el valor heroico de sus compañeros.

Al día siguiente los periódicos de la capital publicaban el siguiente boletín oficial en primera plana: FUE ASALTADA LA POBLACIÓN DE LEÓN, GTO. Un grupo de hombres armados entró a la población en la madrugada de ayer y atacaron un cuartel. Fueron rechazados por las tropas J' la policía. Después del asalto las autoridades capturaron a once personas que fueron juzgadas y fusiladas. En cuanto las fuerzas de la policía local, al mando del inspector general Trinidad López, se dieron cuenta del asalto de que era víctima la ciudad de León, se apresuraron a la defensa, y cooperaron eficazmente para rechazar a los asaltantes.


El periódico Excélsior de la ciudad de México se atrevió a romper el silencio de muerte que rodeaba estos bárbaros acontecimientos y en su editorial del 13 de enero de 1927 condenó valientemente el martirio de Valencia Gallardo y sus jóvenes compañeros, en los siguientes términos: LA OLA DE SANGRE. En México siempre se ha abusado de la pena de muerte y no por cierto en su carácter legal de verdadero castigo, sino como asesinato vulgar, casi siempre cruel, muchas veces a mansalva y en las sombras. Esta tendencia se ha exacerbado ahora de manera alarmante, y no parece sino que todas las garantías individuales están en suspenso y que la ley y la justicia son la voluntad caprichosa y colérica de cualquier jefe militar y hasta de un simple alcalde de pueblo.

En los partes oficiales de combates habidos últimamente con grupos rebeldes, ya no se habla de juicios sumarios, ni de sumarísimos siquiera, sino de inmediatas ejecuciones, perpetradas casi siempre en las personas de civiles, cuyos delitos no se castigan conforme a la ley, con la misma severidad que los del orden militar. El respeto a la vida ha desaparecido por completo en nuestro país. Podríamos citar numerosos casos que prueban nuestras afirmaciones; pero nos referiremos tan sólo a uno, al de León, que ocurrió hace pocos días, y que por lo escandaloso, lo cruel, lo bárbaro, lo inhumano e injusto, ha sembrado en todo el país el más profundo descontento. Las víctimas eran personas muy conocidas en la localidad de antecedentes muy recomendables, el mayor de los cuales no tenía 20 años de edad. Arrastrados por tales o cuales influencias se lanzaron a una aventura, y sea cual fuere la culpabilidad que hayan tenido, nunca hubiera ameritado que se les asesinara como perros y aun que se llegara a torturarlos antes de fusilarlos.

Un piquete de gendarmes montados los aprehendió y los condujo al centro de la población, fusilándolos poco tiempo después sin formación de causa y sin averiguación de ninguna especie. Ante los preliminares del fusilamiento uno de los jóvenes -un niño- lloró amargamente, y uno de sus compañeros de infortunio, Valencia Gallardo, trató de consolarlo, excitando a los demás compañeros a invocar a Dios en voz alta; y esto motivó que los gendarmes montando en cólera le cortaran la lengua, antes de fusilarlo. Hechos semejantes ocurrían en toda la República denunciando manifiestamente una consigna, cuyo objeto era amedrentar al pueblo católico y quebrantar así su resistencia pasiva o violentar a los más impetuosos para llevarlos al terreno de la resistencia armada, donde creían poder vencemos rápidamente. Por las circunstancias en que se desarrollaron algunos casos, conmovieron más que otros, encontrándose entre éstos la muerte del párroco Mateo Correa, de sesenta y dos años de edad. Por caminos apartados llevaba el Sagrado Viático para auxiliar a un moribundo de su feligresía, pero permitió Dios que diera de manos a boca con un grupo de soldados, quienes al ver que ocultaba algo contra su pecho quisieron arrebatárselo, y él horrorizado exclamó:

-"Antes me matarán que dejarles cometer semejante sacrilegio" -y esquivándolos consumió la Hostia que llevaba.

Los soldados lo condujeron ante el general Eulogio Ortiz, quien le ordenó:

-"Vaya y confiese a los cristeros que vamos a fusilar y luego ya veremos lo que hacemos con usted".

Con gusto ejerció su santo ministerio, y alentó con las palabras del Buen Pastor a los que iban a morir.

-Ahora -dijo el general al párroco- va usted a decirme lo que esos bandidos le acaban de confesar.

-"Jamás lo haré" -contestó enérgicamente el anciano cura.

-¿Cómo que jamás? Voy a mandar que lo fusilen en seguida.

-Puede usted hacerlo, pero no ignore que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. 96

_!pamplinas! Lo que pasa es que usted es un cristero como ellos.  Fusílenlo! -ordenó a los soldados, y poco después caía entre los cuerpos inertes de sus hijos de confesión.

En otro jirón de la república, Chalchihuites, Estado de Durango, se hallaba oculto el párroco Luis G. Batís; lo sorprendieron mientras dormía, la madrugada del 15 de agosto de 1926, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora. Junto con él aprehendieron a los acejotaemeros Manuel Morales, Salvador Lara y David Roldán, por encontrarse en la misma casa.

Al saberse la noticia, el pueblo se amotinó y habría hecho pedazos a la escolta de no haberlo impedido el mismo cura, quien les recomendó contenerse y confiar en la voluntad del Señor. Sin juicio fueron condenados a muerte y lleváronlos fuera del pueblo para la ejecución. En el camino el sacerdote suplicó por sus compañeros: "Mátenme a mí, si quieren; pero, por Dios, no hagan mal a estos jóvenes: piensen que éste (Manuel Morales) es casado, tiene mujer y tres hijos pequeños. Estos otros dos jóvenes (Roldán y Lara) son el único sostén de sus familias, y dejarían a sus ancianas madres privadas de todo apoyo en el mundo".

-"No, señor cura -replicaron estos dos-, queremos morir con usted, sabemos que morimos por Cristo".

-"Señor cura -agregó Morales-, yo doy gustoso mi vida mejor dicho la devuelvo a Dios. El velará por mi esposa y por mis hijitos. ¡Hágase su santísima voluntad!"

-¡Muramos pues por la causa de Dios! -exclamó entonces el señor cura-o Nuestra muerte no importa. j Viva Cristo Rey!

Dos descargas abatieron al Padre Batis y a Manuel Morales.

Lara y Roldán fueron obligados todavía a recorrer otro tramo de camino antes de darles el golpe final. Todos ellos quedaron abandonados, hasta que el vecindario los recogió ya muertos. Estos crímenes exaltaron los sentimientos del pueblo, quien recurrió a las armas, sin tenerlas, como ha sucedido donde quiera que existe un pueblo viril y un tirano armado que lo exaspera. Algunos entusiastas se organizaron para dar forma a la defensa armada y hacerla viable ante un enemigo cuya superioridad en este terreno era abrumadora: el gobierno tiene el control absoluto de la producción, importación y portación de armas y de toda clase de pertrechos y equipo necesarios. René Capistrán Garza, acejotaemero de la vieja guardia, tal vez el más querido por su temperamento viril y fogoso y cuya palabra era capaz de arrastrar multitudes, levantó la bandera de la resistencia armada lanzando su Manifiesto a la Nación, que la conmovió de extremo a extremo. Con el corazón palpitante leíamos sus párrafos: El régimen actual que oprime a la Nación Mexicana manteniéndola humillada bajo la férula de un grupo de hombres sin conciencia y sin honor, está sustentado sobre los principios destructores la subversivos de una política que pretende convertir a la Patria en un campo de brutal explotación y a los ciudadanos en un conglomerado sujeto a la esclavitud.  Destrucción de la libertad religiosa, de la política, de la de enseñanza, de la de trabajo, de la defensa; negación de Dios y creación de una juventud atea; destrucción de la propiedad privada por medio del despojo, socialización de las fuerzas productoras del país, ruina del obrero libre por medio de organizaciones radicales; despilfarro de los bienes públicos y saqueo de los bienes privados, desconocimiento de las obligaciones internacionales, tal es sustancialmente el monstruoso programa del régimen actual ... El santo derecho de la defensa, he ahí toda la base moral de este movimiento. A este derecho inalienable se adhiere fuertemente la conciencia nacional.

La necesidad vital de destruir para siempre los viciosos regímenes de facción para crear un gobierno nacional; la aspiración incontenible de abolir las prerrogativas de la fuerza con la fuerza irresistible del derecho, he ahí toda la razón de ser de este movimiento que es el impulso popular hecho realidad viva. México está en la necesidad de salvarse de sus tiranos y para eso necesita destruirlos. No es una revolución; es un movimiento coordinador de todas las fuerzas vivas del país. No es una rebelión; es la enérgica e incontenible represión contra los verdaderos rebeldes que desafiando la voluntad popular están ejerciendo el poder...

México está sojuzgado; pero vive y alienta en él una firme voluntad. Sus tiranos van a saber por primera vez en su vida lo que es y lo que vale un pueblo que defiende su libertad y que por ella sabe luchar y morir. No queremos privilegios para nadie; queremos justicia para todos, libertad y garantías dentro de la libertad. He aquí el programa. En este principio está encerrado nuestro amplio y completo programa que se publica por separado y cuyos puntos básicos van a continuación;

I.-Libertad Religiosa y de conciencia. Independencia absoluta entre la Iglesia y el Estado.

Il.-Libertad de enseñanza.

IIl.-Libertad política.

IV.-Libertad de imprenta.

V.-Libertad de asociación.

VI.-Garantías para el trabajador.

VII. Garantías para el capital nacional y extranjero.

VIII.-No retroactividad en las leyes.

IX.-Respeto a la propiedad privada.

X.-Justa dotación ejidal y creación de la pequeña propiedad. Se llama a las armas al pueblo al ejército mexicanos, bajo las banderas de la libertad. La hora de la lucha ha sonado, la hora de la victoria pertenece a Dios.

A su vez la Liga Defensora de la Libertad lanzó el 21 de diciembre de 1926 un boletín dirigido al Ejército Nacional Mexicano, planteándole esta pregunta: En caso de que el Gobierno sectario mande al Ejército ametrallar al pueblo ¿qué debe éste hacer? La respuesta se le da en seguida: No sólo no falta el ejército a su honor y a su deber, negándose a la obediencia, sino que, si desgraciadamente obedece y ametralla o persigue al pueblo, comete el más abominable de los crímenes: el crimen de lesa Patria... "Ante la vida o la muerte de la Patria no hay disciplina militar que valga y sirvan de elocuentísima confirmación los tres hechos históricos siguientes, que recomendamos mucho al valiente Ejército Nacional.

El emperador Diocleciano dio a Constancio Cloro orden de perseguir a los cristianos. Este, para cumplir aquel mandato, mandó reunir a todos los soldados y empleados públicos, y explicándoles el decreto del emperador, dispuso que se formasen en dos filas, y se colocaron en una los dispuestos a obedecer, y en la otra los demás. Con gran asombro de todos, Cloro escogió los que se negaron y explicó naturalmente la razón de su proceder: -"Mal puede ser fiel al emperador -dijo- el que es infiel a Dios, solamente los que  ante todo y sobre todo son fieles a Dios, pueden ser obedientes a su emperador y buenos súbditos". 

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