CAPITULO II
MISTICA DEL TIEMPO DE PASION
Y DE SEMANA SANTA
MISTERIOS Y RITOS. — La Liturgia abunda en misterios en estos días en
que la Iglesia celebra los aniversarios de tan maravillosos acontecimientos; pero
la mayor parte se encuentra en los ritos y ceremonias propias de cada día, que trataremos
a medida que se presente la ocasión. Nuestro objetivo especial en estas
páginas, es sólo decir algunas palabras sobre las costumbres dé la Iglesia en
las dos semanas que han de seguir.
EL AYUNO. — Nada tenemos que añadir a to expuesto sobre el
misterio de la Santa Cuaresma. El período de expiación continúa su curso normal
hasta que el ayuno de los penitentes haya igualado la duración del que practicó
el Hombre-Dios en el desierto. Los fieles de Cristo continúan combatiendo, con
las armas espirituales, contra los enemigos de la salvación; asistidos por los ángeles
de luz, luchan cuerpo a cuerpo contra los espíritus de las tinieblas, con las
armas de la compunción, de corazón y la mortificación de la carne. Como ya hemos
dicho, durante el tiempo de Cuaresma la Iglesia está preocupada de un modo especial
por un triple motivo; la Pasión del Redentor cuya llegada hemos ido
presintiendo de semana en semana; la preparación de los catecúmenos al bautismo
que se les conferirá en la noche de Pascua; la reconciliación de los penitentes
públicos a los cuales la Iglesia les recibirá de nuevo, el Jueves Santo. Cada
día que pasase reaviva esta triple preocupación de la Iglesia.
LA PASIÓN. — La resurrección de Lázaro en Betania, a las puertas
de Jerusalén, ha colmado la rabia de sus enemigos. El pueblo ha quedado estupefacto
al ver reaparecer por las calles de la ciudad al que había muerto hacía cuatro
días; y se pregunta ¿acaso el Mesías ha de obrar mayores prodigios?, ¿no ha
llegado el tiempo de cantar el Hosanna al Hijo de David? Muy pronto va a ser
imposible represar el impetuoso entusiasmo de los hijos de Israel. Los
príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo ya no pueden perder ni un
momento si es que quieren impedir las manifestaciones populares que van a
proclamar a Jesús, Rey de los Judíos. Vamos asistir en estos días a sus infames
conciliábulos. En ellos la Sangre del Justo va a ser puesta en venta y tasada
en un precio irrisorio. La divina Víctima, entregada por uno de sus discípulos,
será juzgada, condenada, inmolada; y las circunstancias de este drama no se
reducirán a una simple lectura; la Liturgia las va a representar al vivo, ante
los ojos del pueblo cristiano.
LOS CATECÚMENOS. — Ya no les queda a los catecúmenos más que un
poco de tiempo para desear el bautismo. Su instrucción se va completando día
por día; las figuras del A. Testamento han ido pasando ante su vista; y pronto
no les quedará nada que aprender acerca de los misterios de su salvación.
Entonces se les dará a conocer el Símbolo de la fe. Iniciados en las
exaltaciones y humillaciones del Redentor, esperarán con los fieles el momento
de su resurrección; y nosotros les acompañaremos con ansiedad y alegría en aquella
hora solemne en que después de sumergidos en la piscina de salvación y
purificados de toda mancha por las aguas regeneradoras salgan puros y radiantes
para recibir los dones del Espíritu Santo y participar de la carne sacro-santa del Cordero, que ya nunca más morirá.
LOS PENITENTES. — La reconciliación de los penitentes se aproxima a
pasos agigantados. Aún están en su labor expiatoria, vestidos de cilicio y
ceniza. Las lecturas consoladoras que ya hemos escuchado continuarán
leyéndose les todavía para así refrescar sus almas más y más. La proximidad de
la inmolación del Cordero acrecienta su esperanza; saben que la sangre de este Cordero
es de una virtud infinita y que borra todos los pecados. Antes de la
resurrección del Libertador, recobrarán la inocencia perdida; el perdón descenderá
sobre ellos muy a tiempo, a fin de que ya puedan sentarse, como hijos pródigos ya
felices, a la mesa del padre de familia el día en que se diga a los comensales:
"He deseado ardientemente comer con vosotros esta Pascua."
DUELO DE LA IGLESIA. — Tales son, en resumen, las grandiosas escenas
que nos esperan; pero al mismo tiempo, vamos a ver a la Santa Iglesia abismarse
más y más en las tristezas de su duelo. Hace poco lloraba los pecados de sus
hijos; ahora llora la muerte de su esposo celestial. Desde hace mucho tiempo el
Alelluya está desterrado de sus cánticos; hasta suprimirá la alabanza a
la Trinidad Santa con que terminan los salmos. Si no honra a ningún santo, cuya
fiesta se puede celebrar hasta el sábado de Pasión inclusive, la suprimirá, primero
en parte, y, poco después, en absoluto, aun aquellas mismas palabras que repite
con tanto gusto: "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo." La
lectura en los oficios de la noche están tomados de Jeremías. Los vestidos
litúrgicos son del mismo color que en Cuaresma; pero en Viernes Santo el negro
reemplazará al morado como quien llora una muerte, puesto que en esto su Esposo
está verdaderamente muerto. Sobre él han recaído los pecados de los hombres y
los rigores de la justicia divina, y han entregado su alma al Padre en medio de
una horrorosa agonía.
RITOS LITÚRGICOS. — En espera de esta hora la Iglesia manifiesta sus
dolorosos presentimientos, cubriendo la imagen del divino Crucificado. La Cruz
misma ha dejado de ser visible a las miradas de los fieles; está tapada por un velo’.
Las imágenes de los santos no están visibles; es justo que el siervo se oculte
cuando la gloria del Señor se eclipsa. Los intérpretes de la Liturgia nos
enseñan que esta costumbre austera de velar la cruz en tiempo de Pasión expresa
la humillación del Redentor, obligado a ocultarse para no ser apedreado por los
Judíos, como leeremos en el Evangelio del Domingo de Pasión. La Iglesia Este uso está relacionado con la idea de la penitencia
pública en la antigüedad. Todos
sabemos que los Penitentes públicos eran
expulsados de la Iglesia, desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo. Cuando se quitó la penitencia pública, se ideó extender una cortina entre el
altar y la nave en todas las
iglesias, para hacer comprender a todos los fieles, que, sin penitencia, no pueden llegar a la visión de Dios. Cuando se suprimió la "cortina de
Cuaresma", se cubrieron los crucifijos y las imágenes y, más adelante, sólo durante el tiempo de Pasión. Ordena esta prescripción de velar las imágenes, desde el sábado a la
hora de Vísperas, con tal rigor que, en los años en que la fiesta de la
Anunciación de Nuestra Señora cae en la semana de Pasión, la imagen de María,
Madre de Dios, permanece velada aun en el día en que el Angel la saluda llena
de gracia y bendita entre todas las mujeres.
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