martes, 29 de marzo de 2016

"Ite Missa Est"

"Paz a vosotros: yo soy, no temáis."


MARTES DE PASCUA


EL TRÁNSITO DEL SEÑOR. — El Cordero es nuestra Pascua; ayer lo reconocimos; pero el misterio de la Pascua dista mucho de estar agotado. He aquí otras maravillas que reclaman nuestra atención. El libro sagrado nos dice: "La Pascua es el tránsito del Señor." (Exodo, XII, 12); y el Señor, hablando él mismo, añade: "yo pasaré esta misma noche por la tierra de Egipto; heriré a todos los primogénitos en Egipto, desde el hombre hasta la bestia; y ejerceré mi juicio sobre todos los dioses de Egipto, yo el Señor". La Pascua es, pues, un día de justicia, un día terrible para los enemigos del Señor; pero es al mismo tiempo y por lo mismo el día de la liberación para Israel. El Cordero acaba de ser inmolado, y su inmolación es el preludio de la manumisión del pueblo santo.

LA CAUTIVIDAD DE LOS HEBREOS. — Israel está sumido en la más afrentosa cautividad bajo de los Faraones. Una odiosa esclavitud pesa sobre él; los niños varones son entregados a la muerte; es el fin de la raza de Abraham, sobre la que descansan las promesas de la salvación universal; ya es tiempo de que el Señor intervenga y que se muestre el León de la tribu de Judá, al cual nadie podrá resistir.

LA CAUTIVIDAD DEL GÉNERO HUMANO. — Pero Israel representa aquí a un pueblo más numeroso que él. Es todo el género humano el que gime cautivo debajo de la tiranía de Satanás, el más cruel de los Faraones. Su servidumbre ha llegado al colmo; dominado por las más abominables supersticiones, prodiga a la materia sus ignominiosas adoraciones. Dios está ausente de la tierra, donde todo se ha divinizado, excepto Dios. La sima abierta del infierno sepulta a todas las generaciones casi en su totalidad. ¿Habrá trabajado Dios contra sí mismo, al crear al género humano? No; más es tiempo de que el Señor pase y haga sentir la fuerza de su brazo.

LA CAUTIVIDAD DE CRISTO. — El auténtico Israel, el Hombre verdadero descendido del cielo, también está cautivo. Sus enemigos prevalecieron contra él; y su despojos, sangrante e inanimado fueron encerrados en la tumba. Los asesinos del Justo llegaron hasta sellar la piedra de su sepulcro; montaron guardia en él. ¿No es tiempo de que el Señor pase y confunda a sus enemigos con la rapidez victoriosa de su paso?

LA LIBERACIÓN DE LOS HEBREOS. — Y en primer lugar, en el corazón de Egipto, después que cada familia israelita había inmolado y comido el cordero pascual, cuando hubo llegado el filo de la media noche, el Señor, según su promesa, pasó como un vengador terrible a través de aquella nación de corazón endurecido. El ángel exterminador le seguía e hirió con su espada a todos los primogénitos de aquel vasto imperio, "desde el primogénito del Faraón que se sentaba en el trono, hasta el primogénito de la cautiva que gemía en prisión, y hasta el primogénito de todos los animales". Un grito de dolor repercutió por doquier; pero el Señor es justo y su pueblo fué librado.

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO. — La misma victoria se renovó en estos días, cuando el Señor, a la hora en que las tinieblas luchaban todavía con los primeros rayos del sol, pasó a través de la piedra sellada del sepulcro, a través de sus guardias, hiriendo de muerte al pueblo primogénito, que no había querido "reconocer el tiempo de su visita." (San Lucas, XIX, 44.) La sinagoga había heredado la dureza del corazón de Faraón; quería retener cautivo a aquel de quien el profeta había dicho que sería "libre entre los muertos". (Sal., LXXXVII, 6.) Entonces se dejan oír los gritos de una rabia impotente en los consejos de Jerusalén; pero el Señor es justo y Jesús se ha libertado a sí mismo.

LA LIBERACIÓN DEL GÉNERO HUMANO. — Y el género humano, que Satanás hollaba debajo de sus pies, ¡cuán dichoso se ha sentido por el paso del Señor! Este generoso triunfador no quiso salir solo de su prisión; nos había adoptado a todos como hermanos y nos condujo a todos a la luz con él. Todos los primogénitos de Satanás son abatidos; toda la fuerza del infierno es quebrantada. Todavía un poco de tiempo y los altares de los falsos dioses serán derribados por doquier; un poco de tiempo más y el hombre, regenerado por la predicación evangélica, reconocerá a su creador y abjurará de los ídolos. Porque "hoy es la Pascua, es decir, el Paso del Señor".

LA SANGRE DEL CORDERO. — Pero considerad la alianza que une en una misma Pascua el misterio del Cordero con el misterio del Tránsito. El Señor pasa y manda al Ángel exterminador que hiera al primogénito de todas las casas cuyo umbral no lleve la marca de la sangre del Cordero. Esta sangre protectora es la que desvía la espada; y a causa de ella la divina justicia pasa a nuestro lado sin herirnos. Faraón y su pueblo no están protegidos por la sangre del Cordero; con todo, vieron raras maravillas y experimentaron castigos inusitados; pudieron comprobar que el Dios de Israel no es impotente como sus dioses; pero su corazón está más duro que la roca y ni las obras ni las palabras de Moisés pudieron ablandarle. El Señor los hiere, pues, y libra a su pueblo. A su vez el ingrato Israel se obstina y, apasionado por sus sombras groseras, no reconoce otro Cordero que el cordero material. En vano sus Profetas le anunciaron que "un Cordero rey del mundo vendrá del desierto a la montaña de Sión". (Isaías, XVI, I.) Israel no quiere ver su Mesías en este Cordero; le mata con saña y furor; y continúa poniendo toda su confianza en la sangre de una víctima impotente para protegerle en lo sucesivo. ¡Será terrible el paso del Señor por Jerusalén, cuando la espada romana le siga, exterminando a derecha e izquierda a todo un pueblo! Y los espíritus malignos que se habían burlado del Cordero, que le habían despreciado a causa de su mansedumbre y de su humildad, que llenos de frenesí, de alegría infernal, al verle arrojar hasta la última gota toda la sangre de sus venas sobre el árbol de la cruz, ¡qué decepción para su orgullo ver a este Cordero descender en toda su majestad de León hasta los infiernos, para arrancar a los justos cautivos; después, sobre la tierra, llamar a toda criatura viviente "a la libertad de hijos de Dios!" (Rom., VIII, 21.) Tu paso, oh Cristo, es duro para tus enemigos, pero ¡cuán saludable para tus fieles! El primer Israel no le temió, porque estaba protegido por el signo de la sangre figurativa que señalaba la puerta de sus moradas. Nosotros somos más afortunados; nuestro Cordero es el Cordero de Dios mismo; y no son nuestras puertas las que son marcadas con su sangre; son nuestras almas las que son teñidas con ella. Tu Profeta, explicando más claramente el misterio, anunció seguidamente que serían perdonados, el día de tu justa venganza sobre Jerusalén, aquellos que llevasen en su frente la señal de la Tau. (Ezeq., IX, 6.) Israel no lo quiso comprender. El signo de la Tau es el signo de tu Cruz; él nos ampara, nos protege y nos transporta de alegría, en esta Pascua de tu tránsito, en que todos tus castigos son para nuestros enemigos y todas tus bendiciones para nosotros.

LA ESTACIÓN. — En Roma la Estación es hoy en la Basílica de San Pablo. La Iglesia se apresura a conducir a los pies del Doctor de los Gentiles su reducido ejército de neófitos. Compañero de trabajos de Pedro en Roma y asociado a su martirio, Pablo no es el fundamento de la Iglesia; pero es el predicador del Evangelio a las naciones. Sintió los dolores y las alegrías del alumbramiento y sus hijos han sido innumerables. Desde el fondo de su tumba, sus huesos se estremecen de alegría a la llegada de sus nuevos hijos, ávidos de oír su palabra en las inmortales Epístolas en que todavía habla y hablará hasta la consumación de los siglos.

M I S A
El Introito, sacado del libro del Eclesiástico, celebra la divina sabiduría de Pablo, que es como fuente siempre pura donde los cristianos van a beber, y cuya agua saludable les da la salud del alma y los prepara para la inmortalidad.

INTROITO
Les dió a beber el agua de la sabiduría, aleluya: ésta se fijará en ellos, y no se apartará, aleluya: y los ensalzará para siempre, aleluya, aleluya. — Salmo: Alabad al Señor e invocad su nombre: anunciad entre las gentes sus obras. Y. Gloria al Padre.

La Iglesia glorifica a Dios en la Colecta, porque se digna hacerla fecunda cada año y darla
los goces maternales en medio de las alegrías de la Pascua; a continuación implora para sus nuevos hijos la gracia de permanecer siempre conformes a su Maestro resucitado.

COLECTA
Oh Dios, que multiplicas tú Iglesia con una prole siempre nueva: haz que tus siervos conserven en su vida el sacramento que han recibido con fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.


EPISTOLA
Lección de los Actos de los Apóstoles (XIII, 16. 26-33).
En aquellos días, levantándose Pablo, e imponiendo silencio con la mano, dijo: Varones hermanos, hijos de la raza de Abraham, y los que temen a Dios entre vosotros, a; vosotros se os envía este mensaje de salud. Porque los que habitaban en Jerusalén, y sus príncipes, desconociendo a Jesús, y las voces de los Profetas, que se leen todos los sábados, juzgándole, las cumplieron y, no encontrando en él ninguna causa de muerte, pidieron a Pilatos autorización para matarle. Y, habiendo cumplido todo lo escrito acerca de él, bajándole del madero, le pusieron en un sepulcro. Pero Dios le resucitó de entre los muertos al tercer día: y fue visto durante muchos días, por los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los cuales son hasta hoy día sus testigos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la promesa hecha a nuestros padres: porque Dios la cumplió en nuestros hijos, resucitando a Nuestro Señor Jesucristo.

LA FE EN LA RESURRECCIÓN. — Este discurso que el gran Apóstol pronunció en Antioquía de Pisidia, en la Sinagoga de los judíos, nos muestra que el Doctor de los Gentiles seguía en sus enseñanzas el mismo método que el Príncipe de los Apóstoles. El punto capital de su predicación era la Resurrección de Jesucristo: verdad fundamental, hecho supremo, que garantiza toda la misión del Hijo de Dios sobre la tierra. No basta creer en Jesucristo crucificado, si no se cree en Jesucristo resucitado; en este último dogma es donde está contenida toda la fuerza del cristianismo, así como sobre este hecho, el más incontestable de todos, descansa la certeza completa de nuestra fe. Así pues, ningún acontecimiento realizado aquí abajo puede compararse con aquel cuanto a la impresión que ha producido. Ved al mundo entero conmovido en estos días, al congregar la Pascua a tantos millones de hombres de toda raza y de todos los climas. Hace diez y nueve siglos que Pablo descansa en la Vía Ostiense; ¡cuántas cosas han desaparecido de la memoria de los hombres a pesar del mucho ruido que hicieron en su tiempo, desde que esta tumba recibió por vez primera los despojos del Apóstol! La ola de persecuciones anegó a la Roma cristiana durante más de doscientos años; hasta fue necesario, en el siglo III, desplazar por un tiempo estos huesos y ocultarlos en las Catacumbas. Viene después Constantino que elevó esta basílica y erigió este arco triunfal cerca del altar bajo del cual reposa el cuerpo del Apóstol. Desde entonces, ¡cuántos cambios, cuántos trastornos de dinastías, de formas de gobierno se han sucedido en nuestro mundo civilizado y fuera de él! Nada permanece inmutable sino la Iglesia eterna. Todos los años, desde hace más de 1.500, se dirige a leer en la Basílica de San Pablo, cabe su tumba, este mismo discurso en que el Apóstol anuncia a los judíos la Resurrección de Cristo. Ante esta perpetuidad, ante esta inmutabilidad hasta en los detalles más secundarios, digamos también nosotros: Cristo ha resucitado verdaderamente; él es el Hijo de Dios, porque jamás ningún otro hombre señaló tan profundamente su mano en las cosas de este mundo visible.

GRADUAL
Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y alegrémonos en él. Díganlo ahora los que han sido redimidos por el Señor: aquellos a quienes redimió del poder del enemigo y congregó de todas las regiones. Aleluya, aleluya. V. Resucitó del sepulcro el Señor, que pendió por nosotros en el madero.

A continuación se canta la Secuencia Victimae paschali,


EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (CXXIV, 36-47).
En aquel tiempo se presentó Jesús en medio de sus discípulos, y díjoles: Paz a vosotros: yo soy, no temáis. Pero ellos, turbados y asustados, creían ver un fantasma. Y díjoles: ¿Por qué os turbáis, y suben estos pensamientos de vuestros corazones? Ved mis manos y mis pies, porque soy yo mismo: palpad y ved: porque el espíritu no tiene carne y huesos, como veis que tengo yo. Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero, dudando todavía ellos, y admirándose de gozo, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Y ellos le ofrecieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y, habiendo comido delante de ellos, tomando las sobras, se las dio a ellos. Y díjoles: Estas eran las palabras que os decía, cuando todavía estaba con vosotros, porque era necesario que se cumplieran todas las cosas escritas acerca de mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas, y en los Salmos. Entonces les abrió el sentido, para que entendieran las Escrituras. Y díjoles: Porque así estaba escrito, y así convenía que Cristo padeciese, y resucitase al tercer día de entre los muertos, y se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados a todas las gentes.

LA PAZ. — Jesús se muestra a sus discípulos reunidos, la tarde misma de la Resurrección y se acerca a ellos deseándoles la paz. Es el deseo que nos dirige a nosotros mismos en la Pascua. En estos días él restablece por doquier la paz; la paz del hombre con Dios, la paz en la conciencia del pecador reconciliado, la paz fraterna de los hombres entre sí por el perdón y el olvido de las injurias. Recibamos este deseo de nuestro divino Resucitado y guardemos cristianamente esta paz que se digna traernos él mismo. En el instante de su nacimiento en Belén, los ángeles anunciaron esta paz a los hombres de buena voluntad; hoy Jesús mismo, habiendo realizado su obra de pacificación, viene en persona a traernos el fruto. La Paz: es su primera palabra a estos hombres que nos representaban a todos. Aceptemos con amor esta dichosa palabra, y mostremos desde ahora en todos los acontecimientos que somos los hijos de la paz.

IMPERFECCIÓN DE LA FE. — La actitud de los Apóstoles en esta escena impresionante debe también fijar nuestra atención. Ellos conocen la Resurrección de su Maestro; se apresuraron a proclamarla a la llegada de los dos discípulos de Emaús; con todo, ¡cuán débil es su fe! La presencia inesperada de Jesús los turba; si se digna darles a palpar sus miembros para convencerlos, esta experiencia los asombra, los colma de alegría; pero aún permanece en ellos no sé qué fondo de incredulidad. Es necesario que el Salvador lleve su bondad hasta comer delante de ellos, para convencerlos plenamente de que es él mismo y no un fantasma. Con todo, estos hombres antes de la visita de Jesús creían ya y confesaban su Resurrección. ¡Qué lección nos da este hecho del Evangelio! Ellos creen pero con una fe tan débil que el menor choque los hace vacilar; piensan tener la fe y apenas si ha aflorado en su alma. Con todo, sin la fe, sin una fe viva y enérgica, ¿qué podemos hacer en medio de la lucha que debemos sostener constantemente contra los demonios, contra el mundo y contra nosotros mismos? Para luchar, la primera condición es estabilizarse sobre una base resistente; el atleta cuyos pies descansan sobre la arena movediza no tardará en ser derribado. Es muy común hoy día esta fe vacilante, que cree hasta que se presenta la prueba de esta misma fe, continuamente socavada por un naturalismo sutil, que es difícil dejar de respirar en mayor o menor grado, en esta atmósfera pestilencial que nos rodea. Pidamos sin cesar la fe, una fe invencible, sobrenatural, que sea el móvil de nuestra vida entera, que no retroceda nunca, que triunfe siempre dentro y fuera de nosotros; para que podamos aplicarnos con verdad el dicho del Apóstol San Juan: "Nuestra fe es la victoria que pone al mundo entero debajo de nuestros pies." (I San Juan, V, 4.)

En el Ofertorio, la Iglesia, haciendo suyas las palabras de David, nos muestra las fuentes brotando de la tierra a la voz tonante del Señor. Esta voz majestuosa es la predicación de los Apóstoles y particularmente la de San Pablo; estas fuentes son las del Bautismo, en las que se sumergieron los neófitos para poder participar de la vida eterna.

OFERTORIO
El Señor tronó desde el cielo; el Altísimo emitió su voz, y brotaron fuentes de agua. Aleluya. La Iglesia pide en la Secreta que el santo sacrificio nos ayude a caminar hacia la gloria infinita, cuyo camino es el Bautismo.

SECRETA
Recibe, Señor, las oraciones de los fieles con las hostias que te ofrecemos: a fin de que, por los deberes de nuestra piedad, alcancemos llegar a la gloria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor.

En la Antífona de la Comunión oímos a San Pablo dirigiéndose a los neófitos; les indica el camino seguro para llegar a ser imágenes fieles del Salvador resucitado.

COMUNION
Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas celestiales, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios, aleluya: gustad lo de arriba. Aleluya.

Unida a los deseos del Apóstol, pide la Iglesia para sus nuevos hijos, que acaban de participar del Misterio Pascual, la perseverancia en la vida nueva, de la que es principio y medio este divino sacramento.

POSCOMUNION
Oh Dios omnipotente, haz que la virtud del Misterio Pascual del que participamos, permanezca siempre en nosotros. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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