"Quédate
con nosotros, porque anochece y ya se acaba el día."
LUNES DE PASCUA
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El misterio de la Pascua es tan
vasto, y tan profundo, que no serán demasiados siete días para meditarle y
profundizarle. En la jornada de ayer no hicimos sino contemplar a nuestro
Redentor saliendo del sepulcro, y manifestándose a los suyos hasta seis veces,
en su bondad y en su poder. Continuaremos tributándole los homenajes de adoración,
de reconocimiento y de amor a los cuales tiene derecho por este triunfo, que es
nuestro al mismo tiempo que suyo; pero debemos también penetrar respetuosamente
el conjunto maravilloso de doctrina y de acontecimientos cuyo centro es la
Resurrección de nuestro divino libertador, para que la luz celestial nos
ilumine más y más y nuestra alegría crezca constantemente.
EL MISTERIO DEL
CORDERO. — ¿Qué
significa, pues, el misterio de la Pascua? La Biblia nos responde que la Pascua
es la inmolación del Cordero. Para comprender la Pascua, es necesario comprender
antes el misterio del Cordero. Desde los primeros siglos del cristianismo se
representaba el emblema del cordero en los mosaicos y en las pinturas murales
de las Basílicas, como el símbolo que expresaba la idea del sacrificio de
Cristo y de su victoria. Por su actitud, rebosante de dulzura, el Cordero
expresaba la abnegación que le habla impulsado a dar su sangre por el hombre;
pero se le presentaba de pie sobre una verde colina, y los cuatro ríos del
paraíso fluían a su mandato debajo de sus pies, figurando los cuatro Evangelios
que han llevado su gloria a los cuatro puntos del mundo. Más tarde.se le
representó empuñando una cruz de la que pendía una banderola triunfal: ésta es
la forma simbólica con la cual le veneramos en nuestros días.
EL CORDERO EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO. — Después del pecado, el hombre no podía ya prescindir del Cordero; sin el
Cordero se veía desheredado para
siempre del cielo y expuesto para siempre a la cólera divina. En los albores del mundo el justo Abel solicitaba la clemencia
del Creador irritado, inmolando
sobre un altar de césped el más lúcido
cordero de su rebaño, hasta que,
cordero él mismo, cayó a los golpes de un fratricida, convirtiéndose de este modo en el modelo vivo del nuevo Cordero, a quien también
sus propios hermanos condenaron a
muerte. Más tarde, Abraham,
sobre la montaña consumaba el
sacrificio comenzado por su heroica obediencia, inmolando el carnero cuya cabeza estaba rodeada de zarzas y cuya sangre tiñó el altar levantado para Isaac. Más tarde, Dios habló a Moisés;
le reveló la Pascua; esta Pascua
consistía entonces en un cordero
inmolado y en el festín de la
carne de este cordero. La Santa Iglesia nos ha hecho leer estos días en el libro del Éxodo lo que a este respecto había mandado el
Señor. El cordero pascual no
debía tener ninguna mancha; se
debía derramar su sangre y comer su carne; tal era la primera Pascua. Está llena de figuras, aunque vacía de realidades; con todo
había de bastar al pueblo de Dios
durante quince siglos; pero el Judío
espiritual sabía vislumbrar allí
las huellas misteriosas de otro Cordero.
EL VERDADERO
CORDERO. — Después
que llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo a la tierra,
caminaba una vez este Verbo poseyeron en otro tiempo, han recobrado, por inagotable
poder de la sangre divina, su integridad primera. Toda la asamblea de los
fieles se ha revestido de la veste nupcial; y este vestido es de un brillo
deslumbrante, porque "ha sido blanqueado en la sangre del mismo
Cordero." (Apoc., VII, 14.)
EL FESTÍN
PASCUAL. — Pero
esta vestidura se nos ha dado para un festín, y en este festín encontramos otra
vez a nuestro Cordero. Es él mismo el que se da en comida a sus felices
convidados; y el festín es la Pascua. Las actas
del Apóstol
San Andrés se expresan de este modo: "La carne del Cordero sin mancha
sirve de comida al pueblo que tiene fe en Cristo; su sangre le sirve de bebida;
y aunque inmolado, este Cordero permanece siempre íntegro y vivo." Este
festín se celebró ayer en toda la tierra; se prolonga también en estos días en
los que contraemos una estrecha unión con el Cordero que se incorpora a nosotros
por este divino manjar.
REINADO DEL
CORDERO. — Pero no
está dicho todo cuanto se puede decir del Cordero. No viene solamente para ser
inmolado, para alimentarnos con su sagrada carne. ¿Vendrá a mandar y a ser Rey?
Sí, así es, y en eso consiste también nuestra Pascua. Pascua es la proclamación
del reinado del Cordero. Es el grito de los elegidos en el cielo: "Ha
vencido el León de la tribu de Ju dá, el descendiente de David." (Apoc., V, 5.) Pero, si es León, ¿cómo es Cordero?
Entendamos el misterio. En su amor hacia los hombres, que necesitaban ser redimidos,
ser fortificados con un alimento celestial, se dignó mostrarse como Cordero; mas
convenía también que triunfase de sus enemigos y de los nuestros; convenía que
reinase, "porque todo poder le ha sido dado en el cielo y sobre la
tierra." (San Mat. XXVIII, 18.) En su triunfo, en su
poder invencible, es un León al que nada se le resiste, cuyos rugidos de
victoria conmueven hoy al universo. Escuchad a San Efrén: "A la hora
duodécima se le desclava de la cruz como al león dormido" '. Estaba muerto
nuestro León; "su reposo fué tan breve, dice San León Magno, que, se diría
sueño más bien que muerte"2. No era sino el cumplimiento del oráculo de Jacob,
el cual estando para morir anunció con dos mil años de anticipación las grandezas
de su ínclito descendiente, diciendo Heno de alborozo: "Cachorro de León
eres, Judá. Para descansar te has echado como león y a manera de leona. ¿Quién
osará despertarle?" (Gen, XLIX, 9.) Por sí mismo se ha
despertado hoy; se yergue sobre sus propios pies. Cordero para nosotros y León
para sus enemigos, juntará en lo sucesivo la dulzura con la fuerza. Es el misterio
completo de la Pascua: un Cordero triunfante, obediente, adorado. Tributémosle
nuestros homenajes; y en tanto que podamos unir nuestras voces en el cielo a aquellas
de los millones de ángeles y de los veinticuatro ancianos, repitamos con ellos
desde ahora sobre la tierra. "Digno es el Cordero, que ha sido inmolado,
de recibir el poder, la divinidad, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la
gloria y la bendición." (Apoc.,
V, 12.)
LA SUBLIMIDAD DE
ESTA SEMANA. — La antigua Iglesia guardaba
todos los días de esta semana como una fiesta continua; y los trabajos serviles
se interrumpían durante ella. El edicto de Teodosio, en 389, que suspendía la
actuación de los tribunales durante dicho intervalo, venía a confirmar esta
prescripción litúrgica, que encontramos atestiguada en los Sermones de San Agustín
y en las Homilías de San Juan Crisóstomo. Este último, hablando a los neófitos,
se expresaba de este modo: "Durante estos siete días, gozáis de la enseñanza
de la divina doctrina, la asamblea de los fieles se reúne para vosotros, os
admitimos a la mesa espiritual; de este modo os armamos y os ejercitamos en los
combates contra el demonio. Porque ahora es cuando se prepara a atacaros con
más furor; cuanto mayor es vuestra dignidad, más pertinaz será su ataque.
Aprovechaos, pues, de nuestras enseñanzas durante este intervalo y aprended a
luchar valientemente. Recordad también en estos siete días el ceremonial de las
bodas espirituales encarnado, que aún no se había manifestado a los hombres, a
orillas del Jordán, y entonces San Juan mostrándole a sus discípulos, dijo:
"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." El Santo
Precursor en aquel momento anunciaba la Pascua; ya que advertía a los hombres que
por fin la tierra poseía al Cordero verdadero, al Cordero de Dios tanto tiempo
deseado. Había llegado el Cordero más puro que aquel de Abel, más misterioso
que aquel de Abraham, más inmaculado que aquel que ofrecieron en Egipto los
israelitas. Es verdaderamente el Cordero implorado con tanta insistencia por
Isaías, Cordero enviado por el mismo Dios, en una palabra, el Cordero de Dios.
Un poco de tiempo, y será inmolado. Hace tres días asistimos a su sacrificio; vimos
su paciencia, su mansedumbre bajo del cuchillo que le degollaba, y fuimos
teñidos de su sangre divina, que lavó todos nuestros pecados.
VIRTUD DE LA
SANGRE DEL CORDERO. — El
derramamiento de esta sangre redentora era necesaria para nuestra Pascua; era
necesario que fuésemos marcados con ella para librarnos de la espada del Ángel;
al mismo tiempo, esta sangre nos comunicaba la pureza de aquel que nos la daba
tan liberalmente. Nuestros neófitos salían de la fuente en la que él infundió
su virtud, más blancos que la nieve; aun los pecadores, que habían tenido la desdicha
de perder la gracia que habéis tenido la gloria de contraer. La solemnidad de
las bodas dura siete días; hemos querido, durante todo este tiempo, reteneros
en la cámara nupcial" Tal era entonces el celo de los fieles, su aprecio por
las solemnidades de la Liturgia, la solicitud con que ellos rodeaban a los
neófitos de la Iglesia en estos días, prestándose con diligencia a todos los
actos exigidos de ellos durante esta semana. El júbilo de la resurrección
llenaba todos los corazones y ocupaba todos los instantes. Los concilios promulgaron
cánones que erigían en ley esta costumbre. El de Mácon, en 585, formulaba asi
su decreto: "Debemos todos celebrar y festejar con celo nuestra Pascua, en
la cual el Sumo Sacerdote y Pontífice ha sido inmolado por nuestros pecados, y
honrarla guardando con exactitud las prescripciones que nos impone. Nadie se
permitirá, pues, durante estos seis días, los que seguían al domingo, obra
alguna servil; y todos se reunirán para cantar los himnos de la Pascua,
asistiendo con asiduidad a los sacrificios cotidianos y juntándose para alabar
a nuestro creador y regenerador por la tarde, por la mañana y al mediodía"
Los concilios de Maguncia (813) y de Meaux (845) establecen esas mismas prescripciones.
Las encontramos también en España, en el siglo vil, en los edictos de los reyes
Recesvinto y Wamba.- La Iglesia griega las renovó en su concilio in Trullo; Carlomagno, Luis el Piadoso, Carlos el Calvo, las sancionaron
en sus capitulares; los canonistas del siglo xi y XII, Burkard, San
Yvo de Chartres, Graciano, nos las presentan en uso en su tiempo: finalmente Gregorio
IX procuraba aún darlas fuerza de ley en una de sus Decretales, en el siglo XIII. Pero ya en muchos lugares esta observancia había
aflojado. El concilio celebrado en Constanza en 1094 reducía la solemnidad de
la Pascua al lunes y al martes. Los liturgistas Juan Beleth, siglo XII, y Durando, siglo XIII, atestiguan que desde su tiempo esta
reducción estaba ya en uso entre los franceses. No tardó en extenderse en todo
el Occidente y formó el derecho común para la celebración de la Pascua, hasta
que el relajamiento creciente por doquier, obtuvo sucesivamente de la Sede
Apostólica la dispensa de la obligación de guardar el Martes, y aun el Lunes; dispensa
que ha convertido en ley general para toda la Iglesia el Código de Derecho
Canónico. Para comprender plenamente la Liturgia hasta el domingo in
albis, es, por tanto necesario recordar
constantemente a los neófitos, siempre presentes con sus vestiduras blancas a
la Misa y a los oficios divinos. Las alusiones a su reciente regeneración son
continuas y aparecen sin cesar en los cantos y en las lecturas durante el curso
de esta solemne octava.
LA ESTACIÓN. — En Roma la estación de hoy es en la Basílica de
San Pedro. Iniciados el último sábado en los divinos misterios en la Basílica del
Salvador, en Letrán, los neófitos hoy celebran la resurrección del Hijo en el
espléndido santuario de la Madre; es justo que en este tercer día vengan a tributar
sus homenajes a Pedro, sobre el cual descansa todo el edificio de la Santa
Iglesia. Jesús Salvador, María, Madre de Dios y de los hombres, Pedro, Jefe
visible del cuerpo místico de Cristo: estas son las tres manifestaciones por
las cuales hemos entrado y nos hemos mantenido en la Iglesia cristiana.
M I S A
El Introito, sacado del Exodo,
se refiere a los neófitos de la Iglesia. Les recuerda la leche y la miel
misteriosa que les fueron dadas en la noche del Sábado, después de haber comulgado.
Ellos son el verdadero Israel, introducido en la verdadera Tierra prometida.
Alaben, pues, al Señor, que los ha escogido para hacer de ellos su pueblo de
predilección.
INTROITO
Os introdujo el Señor en una
tierra que mana leche y miel, aleluya: para que la ley del Señor esté siempre
en vuestra boca, aleluya, aleluya. — Salmo: Confesad al Señor, e invocad
su nombre: anunciad entre las gentes sus obras. T. Gloria al Padre.
Al contemplar a Cristo librado
de los lazos de la muerte, la Santa Iglesia pide a Dios que nosotros, los
miembros de este divino Jefe, consigamos la liberación de la que Jesús nos
ofrece el modelo. Sojuzgados tanto tiempo por el pecado, debemos comprender
ahora el precio de esta libertad de hijos de Dios que nos fué restituida por la
Pascua.
COLECTA
Oh Dios, que con la solemnidad
pascual diste remedios al mundo: suplicámoste sigas favoreciendo a tu pueblo
con tus celestiales dones; para que merezca conseguir la perfecta libertad, y
avance hacia la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
EPISTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles (X, 37-43).
En aquellos días, estando Pedro
de pie en medio de la plebe, dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis lo que fué
divulgado por toda la Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que
predicó Juan, tocante a Jesús de Nazaret: cómo le ungió Dios con el Espíritu
Santo y con poder; el cual pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos
por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todo lo
que hizo en la región de los judíos, y en Jerusalén, al cual mataron colgándole
de un madero. A éste resucitó Dios al tercer día, y le hizo manifestarse no a
todo el pueblo, sino a los testigos predestinados por Dios; a nosotros, que
comimos y bebimos con él, después que resucitó de entre los muertos. Y nos
mandó predicar al pueblo, y atestiguar que él es el que ha sido constituido por
Dios juez de vivos y muertos. De él atestiguan todos los Profetas que, todos
los que crean en él, recibirán por su nombre el perdón de los pecados.
MISIÓN DE CRISTO
Y DE LOS APÓSTOLES. — San Pedro dirigió este discurso
al centurión Cornelio, y a los parientes y amigos de este gentil, que los había
reunido en torno a sí para recibir al Apóstol que Dios le enviaba. Tratabase de
disponer todo este auditorio para recibir el bautismo y para que llegase a ser las
primicias de la gentilidad; porque hasta entonces el Evangelio no había sido
anunciado más que a los judíos. Consideremos que San Pedro, y no otro Apóstol,
es quien nos abre hoy, a nosotros gentiles, las puertas de la Iglesia, que el
Hijo de Dios estableció sobre él como sobre roca inquebrantable. Por eso, este
pasaje del libro de los Actos de los Apóstoles se lee hoy en la Basílica de San
Pedro, cerca de su Confesión, y en presencia de los neófitos, que son otras
tantas conquistas de la fe sobre los últimos seguidores de la idolatría pagana.
Observemos asimismo el método que emplea el Apóstol para inculcar a Cornelio y
a los de su casa la verdad del cristianismo. Comienza por hablarles de Jesucristo;
recuerda los prodigios que han acompañado su misión; después, habiendo referido
su muerte ignominiosa sobre la cruz, propone el hecho de la Resurrección del Hombre-Dios
como la más alta garantía de la verdad de su carácter divino. A continuación viene
la misión de los Apóstoles que es necesario aceptar, así como su testimonio tan
solemne y desinteresado, ya que no les ha ocasionado más que persecuciones.
Aquel, pues, que confiese al Hijo de Dios revestido de la carne, pasando por este
mundo haciendo el bien, obrando toda suerte de prodigios, muriendo sobre la
cruz, resucitado del sepulcro, y confiando a los hombres que él escogió la misión
de continuar sobre la tierra el ministerio que él había comenzado; aquel que confiesa
toda esta doctrina, está dispuesto a recibir en el bautismo la remisión de sus
pecados; ésta fué la suerte feliz de Cornelio y de sus compañeros; tal ha sido
la de nuestros neófitos. Se canta a continuación el Gradual, que presenta la
expresión ordinaria de la alegría pascual, sólo el Versículo es diferente del
de ayer y varía cada día hasta el viernes. El versículo del Aleluya nos vuelve
a evocar al Angel que desciende del cielo para abrir el sepulcro vacío y manifestar
la salida victoriosa del Redentor.
GRADUAL
Este es el día que hizo el
Señor: gocémonos y alegrémonos en él. T. Diga ahora Israel que es bueno: que su
misericordia es eterna. Aleluya, aleluya. T. El ángel del Señor bajó del cielo;
y acercándose, separó la piedra y se sentó sobre ella.
La Secuencia Victimae paschali, página 64.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (XXIV,
13-35).
En aquel tiempo iban dos
discípulos el mismo día a una aldea, que estaba a sesenta estadios (8 km.) de Jerusalén,
llamada Emaús. Y hablaban entre sí de todo lo que había sucedido. Y acaeció
que, mientras conversaban y se preguntaban mutuamente, acercándose a ellos
Jesús en persona, caminó con ellos: pero sus ojos estaban velados, para que no
le conocieran. Y díjoles: ¿Qué habláis entre vosotros mientras camináis, y por
qué estáis tristes? Y respondiendo uno, llamado Cleofás, le dijo: ¿Tú sólo eres
el peregrino en Jerusalén que no ha sabido lo ocurrido en ella estos días? Entonces
él les dijo: ¿Qué? Y dijeron ellos: Lo de Jesús Nazareno, que fué un varón
profeta, poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo: y
cómo le condenaron a muerte los sumos pontífices y nuestros príncipes, y le
crucificaron. Mas nosotros esperábamos que él había de redimir a Israel: y
ahora, sobre todo esto, hoy es el tercer día que ha sucedido esto. Aunque
también unas mujeres de las nuestras nos han asustado, porque fueron al
sepulcro antes del día, y sin encontrar su cuerpo, volvieron diciendo que
habían visto una aparición de Ángeles, los cuales dicen que él vive. Y fueron
al sepulcro algunos de los nuestros: y hallaron como habían dicho las mujeres,
pero a él no le encontraron. Entonces él les dijo: ¡Oh estultos y tardos de
corazón para creer todo lo que dijeron los Profetas! ¿No fué necesario que Cristo
padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y por todos
los Profetas, les interpretó todas las Escrituras que hablaban de él. Y se acercaron
a la aldea donde iban: y él fingió ir más lejos. Y le obligaron, diciendo:
Quédate con nosotros, porque anochece y ya se acaba el día. Y entró con ellos.
Y sucedió que, mientras estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan y lo
bendijo, y lo partió, y se lo alargó. Y se abrieron sus ojos, y le conocieron,
y él se desvaneció ante sus ojos. Y se dijeron mutuamente: ¿No ardía nuestro corazón
en nosotros, cuando nos hablaba en el camino, y nos declaraba las Escrituras?
Y, levantándose luego, volvieron a Jerusalén: y encontraron reunidos a los doce
y a los que estaban con ellos, diciendo: El Señor ha resucitado verdaderamente,
y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron también lo que les había pasado en
el camino: y cómo le conocieron en la fracción del pan.
EL SENTIDO DE LA
PRUEBA. —
Contemplemos a estos tres peregrinos que conversan en el camino de Emaús y unámonos
a ellos con el corazón y el pensamiento. Dos de ellos son hombres frágiles como
nosotros, que tiemblan ante la tribulación, que se sienten desconcertados por
la cruz y que necesitan la gloria y la prosperidad para continuar creyendo.
"¡Oh insensatos y tardos de corazón!", les dice el tercer viajero.
¿No era necesario que el Mesías padeciese todos esos trabajos para entrar en su
gloria?" Hasta aquí nuestro retrato ha sido muy semejante al de estos dos
hombres; más parecemos judíos que cristianos; y por esto el amor de las cosas
terrestres nos ha hecho insensibles a la atracción celestial y por lo mismo nos
ha expuesto al pecado. En adelante no podemos ya pensar así. Los esplendores de
la Resurrección de nuestro Maestro nos muestran con suficiente viveza cuál es el
fin de la tribulación, cuando Dios nos la envía. Sean las que fueren nuestras
pruebas, no podrán compararse con ser clavados a un patíbulo, ni crucificados
entre dos malhechores. El Hijo de Dios sufrió esta suerte; y considerad hoy si
los suplicios del viernes han detenido la ascensión que había de emprender el
domingo hacia su reinado inmortal. ¿Su gloria no ha sido tanto más deslumbrante
cuanto más profunda fué su humillación? No temblemos, pues, en adelante ante el
sacrificio; pensemos en la felicidad eterna que le recompensará. Jesús, a quien
los dos discípulos no reconocieron, no tuvo sino hacerles oír su voz y
describirles los planes de la sabiduría y de la bondad divinas, y hubo claridad
meridiana en sus espíritus. ¿Qué digo? Su corazón se encendía y ardía en su
pecho, oyéndole tratar de cómo la cruz conduce a la Gloria; y si ellos no le descubrieron
en seguida, fué porque él velaba sus ojos para que no le conociesen. Eso pasará
en nosotros si dejamos, como ellos, hablar a Jesús. Entonces comprenderemos que
"el discípulo no está sobre el maestro". (S. Mat., X, 24); y contemplando el resplandor que hoy ilumina
a este Maestro, nos sentiremos inclinados a exclamar: "No, los
padecimientos de este mundo transitorio no guardan proporción con la gloria que
se manifestará más tarde en nosotros." (Rom.,
VIII, 18.)
EL EFECTO DE LA
EUCARISTÍA. — En estos días en que los
esfuerzos del cristiano por su regeneración son pagados con el honor de
sentarse, con vestidura nupcial, a la mesa del festín de Cristo, no podemos
menos de hacer resaltar que fue en el momento de la fracción del pan, cuando los
ojos de los discípulos se abrieron y reconocieron a su maestro. El alimento
celestial, cuya virtud procede toda de la palabra de Cristo, da la luz a las
almas; y ellas ven entonces lo que no habían visto antes. Así ocurrirá en
nosotros por efecto del sacramento de la Pascua; pero consideremos lo que nos
dice a este respecto el autor de la Imitación:
"Conocen
verdaderamente a su Señor en el partir del pan, aquellos cuyo corazón arde
vivamente porque Jesús anda en su compañía." (L., IV, c. XIV.) Entreguemos
nos, pues, a nuestro divino resucitado; en adelante le pertenecemos más que
nunca, no solamente en virtud de su muerte, que padeció por nosotros, sino a
causa de su resurrección, que también realizó por nosotros. A semejanza de los
discípulos de Emaús, fieles y gozosos, como ellos, solícitos a ejemplo suyo,
mostremos en nuestras obras la renovación
de vida, que nos
recomienda el Apóstol, y que sólo conviene a aquellos a quienes Cristo ha amado
hasta no querer resucitar sino con ellos. La Iglesia escogió este pasaje del
Evangelio con preferencia a otro, por razón de la Estación que se celebra en
San Pedro. En efecto, San Lucas nos refiere en él que los dos discípulos
encontraron a los Apóstoles informados ya de la resurrección de su Maestro;
"porque, decían, se ha aparecido a Simón". Hablamos ayer de este favor
hecho al príncipe de los Apóstoles. El
Ofertorio está compuesto de un pasaje del Santo Evangelio referente a las circunstancias de la Resurrección de Cristo.
OFERTORIO
El Ángel del Señor bajó del
cielo y dijo a las mujeres: El que buscáis, ha resucitado, según lo dijo.
Aleluya.
En la Secreta la Iglesia pide en favor de sus hijos que el
manjar pascual sea para ellos un alimento de inmortalidad, que una los miembros
a su Jefe, no solamente en el tiempo, sino hasta en la vida eterna..
SECRETA
Suplicámoste, Señor, recibas las
preces de tu pueblo con la ofrenda de estas hostias: para que lo inaugurado con
los misterios pascuales, nos sirva, por obra tuya, de remedio eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Durante la Comunión la Iglesia evoca
a los fieles el recuerdo de
Pedro, que fué favorecido con la
visita del Salvador resucitado. La fe de la Resurrección es la fe de Pedro, y la fe de Pedro es 'el fundamento de la Iglesia y el
lazo de la unidad católica.
COMUNION
Resucitó el Señor y se apareció
a Pedro. Aleluya.
En la Poscomunión la Iglesia continúa pidiendo para todos sus hijos, comensales del
mismo festín del Cordero, el
espíritu de concordia que debe
unirlos como miembros de una misma familia,
cuya inolvidable fraternidad la nueva Pascua
ha venido a sellar.
POSCOMUNION
Infúndenos, Señor, el espíritu
de tu caridad: para que, a los que has saciado con los sacramentos pascuales, los
unifiques con tu piedad. Por Jesucristo, nuestro
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