MODOS DE LA PASION DEL SEÑOR.
Estos modos o “modalidad de la
pasión de Cristo son cuatro, a saber: el merito, la satisfacción, el sacrificio
y la redención. El Angélico (Santo Tomas de Aquino) declara la diferencia de
estos modos al final de la cuestión 48 de la tercia pars, por estas palabras: “La pasión de Cristo, considerada en cuanto
a la voluntad de Cristo, fue causa de la salvación por vía de merecimiento; si
se considera la carne de Cristo que sufre, por vía de satisfacción, que nos
libra del reato de la pena; por vía de redención, en cuanto que nos libra de la
servidumbre de la culpa, y por vía de sacrificio, en cuanto que nos reconcilia
con Dios”. Y completa estos cuatro puntos, expuestos en otros tantos
artículos, con dos más que vienen a explicar otras modalidades más generales
que alcanzan a los cuatro precedentes.
Como fundamento de todo esto es preciso asentar la doctrina que San
Pablo nos propone en la epístola a los Romanos, donde compara la obra de Adán y
la de Jesucristo: “Pues como por un
hombre entro el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte
paso a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado…” Las palabras que
preceden nos declaran como Adán, cabeza del género humano, todos sus hijos
pecaron, es decir, fueron constituidos pecadores y, en consecuencia, fueron
privados de los privilegios que Adán había recibido al ser creado. Las palabras
del Apóstol quedan en suspenso, orígenes las completa de este modo: “Así también por un hombre entro la
justicia en la vida, y así paso a los hombres todos la vida, por la cual todos
son vivificados”. San Pablo declara ampliamente su pensamiento en lo que sigue
del capítulo: “Porque hasta la ley (de Moisés) había pecados en el mundo; pero
como no existía la ley (positiva), el pecado no existiendo la ley, no era
imputado. Pero reino la muerte desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que
no habían pecado como peco Adán (quebrantando un precepto positivo) que es el
tipo del que había de venir. Más no es el don (de la gracia) como fue la
trasgresión. Pues, si por la trasgresiones de uno solo mueren muchos, mucho más
la gracia de Dios y el don gratuito de uno solo, Jesucristo, se difundiera
copiosamente sobre muchos. Y no fue el don (de Jesucristo) lo que fue la obra
de un solo pecador, pues por el pecado de uno solo vino el juicio de
condenación, más el don, después de muchas trasgresiones, acabo en la
justificación. Si, pues por la trasgresión de uno solo reino la muerte, mucho
más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de justicia reinaran
en la vida por obra de uno solo. Por consiguiente, como por la trasgresión de
uno solo llego la condenación, así también por la justicia de uno solo llega a
todos la justificación de la vida. Pues como por desobediencia de muchos fueron
hechos pecadores, así también por la obediencia de uno muchos serán hechos
justos. Se introdujo la ley para que abundase el pecado: pero donde abundo el
pecado, sobreabundo la gracia, para que como, reino el pecado por la muerte,
así también reine la gracia por la justicia para la vida eterna, por Jesucristo
nuestro Señor”. (rom. 5,12-21) Aquí San Pablo sienta los principios que
luego desarrolla, cuando trata de Cristo como cabeza del cuerpo místico.
LOS MERECIMIENTOS DE CRISTO
Santo tomas dice que Cristo fue
causa de nuestra salud por vía de merecimiento pues nos las granjeó por medio
de sus grandes obras en honor del Padre, pero no solo mereció para sí la
exaltación suprema, sino también para nosotros, con todas las gracias que para
llegar allí eran necesarias. Pero aquí se plantea esta cuestión. Es evidente
que Cristo en atención a la dignidad infinita de su persona divina, mereció
todo esto para sí y para todos los hombres con la sola humillación de la
encarnación y luego de nuevo, con una pequeña de sus obras o sufrimientos.
¿Cómo, pues, se atribuye a la pasión sola esta obra de salud? Porque el Padre,
en sus planes sobre el remedio de los hombres, había puesto esta salvación en
la vida penosa y afrentosa de Cristo, consumada en la cruz. Por otra parte, las
cosas en esta materia dependen de la disposición divina, a ellas nos hemos de atener. Dice Santo
Tomas: “desde el principio de su concepción nos mereció Cristo la salud eterna,
pero que de nuestra parte existían ciertos impedimentos, que dificultaban la
consecución del efecto de los
precedentes meritos” (ad 2) Cuales son esos impedimentos y qué ventajas tiene
la pasión sobre las otras obras meritorias, nos lo declara el mismo doctor en
la cuestión 46, que ya hemos expuesto en el anterior articulo al que remito al
lector. Y el mismo santo sobre este tema dice: “Fue dada la gracia de Cristo, no solo como a persona singular, sino
como a cabeza de la Iglesia, a fin de que aquellas redundase sobre los
miembros, de la misma forma que las obres de un hombre constituido en gracia son
principio de merito para el mismo. es evidente que quienquiera que, constituido
en gracia, padece por la justicia, merece por eso mismo la salud para sí mismo,
según lo que leemos en San Mateo: “Bienaventurados los que padecen persecución
por la justicia”. De suerte que Jesucristo mereció la salud por su pasión, no
solo para sí mismo, sino también para todos los miembros”. Terminamos con las palabras de Santo
Tomas de Aquino: Por otra parte, está lo que en persona de Cristo dice el
salmista: "Pagué lo que no había robado". Pero no paga el que no
satisface perfectamente; luego parece que Cristo, padeciendo, satisfizo
perfectamente por nuestros pecados. Propiamente hablando, satisface por la
ofensa el que devuelve al ofendido algo que él ama tanto o más cuanto él
aborrece la ofensa, Ahora bien, Cristo, padeciendo por caridad y obediencia,
prestó a Dios un servicio mayor que el exigido para la recompensación de todas
las ofensas del género humano: primero, por la grandeza de la caridad con que
padecía; segundo, por la dignidad de la vida, que en Dios-hombre; tercero, por
la generalidad de la pasión y la grandeza del dolor que sufrió, según queda
arriba declarado. De manera que la pasión de Cristo no sólo fue suficiente, mas
sobreabundante satisfacción por los pecados del género humano, según la
sentencia de San Juan: "El es la propiciación por nuestros pecados, y no
sólo por los nuestros, mas por los de todo el mundo". (3q.48 a. 1)
LA SATISFACCION DE CRISTO.
Uno de los efectos del pecado es
el ser ofensa de Dios como supremo legislador. Con el pecado, el hombre ultraja
el honor de Dios, al condescender con sus propios gustos y pasiones en el
derecho humano, al así obre se le impone una pena: de muerte, de trabajos
forzados, de cárcel, de multa, etc., para satisfacer a la ley y la sociedad
ultrajada por el delincuente. Ni más ni menos, la justicia divina exige también
una satisfacción, impone alguna pena. Pues la pasión de Cristo fue la
satisfacción plenísima de los pecados, no propios, que no tenía sino de aquellos
por quienes había sido constituido fiador. Sobre esto dice Santo Tomas de
Aquino: Propiamente hablando, satisface por la ofensa el que devuelve al
ofendido algo que el ama tanto o más cuando el aborrece la ofensa. Ahora bien,
Cristo, padeciendo por caridad y obediencia,
presto un servicio mayor que el ofrecido para la recompensación de todas
las ofensas del género humano: primero, por la grandeza de la caridad con que
padecía; segundo, por la dignidad de la vida, que en satisfacción entregaba,
que era la vida del Dios-hombre; tercero, por la generosidad de la pasión y la
grandeza del dolor que sufrió, según queda arriba declarado. De manera que la
pasión de Cristo no solo fue suficiente por los pecados del género humano,
según la sentencia de San Juan: “El es la propiciación por nuestros pecados, y
no solo por los nuestros, mas por los de todo el mundo”. Esta es otra acotación
de Santo Tomas al tema que venimos tratando: Por otra parte, está lo que 'San Agustín dice sobre las palabras del
Apóstol a los filipenses: "Por lo cual Dios 'le exaltó: "La humildad
de la pasión es el mérito de la gloria; la gloria de la humildad es el
premio". Pero El fue glorificado no sólo en si mismo, sino también en sus
fieles; luego parece que El mereció la salud
de éstos. Conforme queda dicho atrás, fue dada la
gracia a Cristo, no sólo como a persona singular, sino como a cabeza de la
Iglesia, a fin. De que aquélla redundase sobre los miembros, en la misma forma
que las obras de un hombre constituido en gracia son principio de mérito para
él mismo. Es evidente que quienquiera que, constituido en gracia, padece por la
justicia, merece por esto mismo la salud para sí mismo, según lo que leemos en
San Matea: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia”
De suerte que Cristo mereció la ¡salud por su 'pasión, no 'sólo para sí mismo,
sino también para todos sus miembros.
EL SACRIFICIO DE CRISTO.
La tercera manera de realizar nuestra salud es la
del sacrificio. Es este el acto principal de la religión. Si miramos a la obra
material, el sacrificio propiamente tal es la inmolación de una víctima, cuya
sangre, recogida por el sacerdote, se derrama sobre el altar. En la sangre esta
la vida del animal sacrificado, y esa vida se ofrece por la vida del oferente;
la sangre y la vida de la víctima, la sangre y la vida de este, la expresión de
la plena devoción a Dios. Por esto, Dios dice por su profeta que rechaza los
sacrificios donde falta esta devoción sincera (Is. 1. 11ss) y, en cambio,
acepta como verdadero sacrificio el de la alabanza cuando va acompañado de la
devoción. El sacrificio, sólo intentado, de Isaac, sustituido luego por un
carnero, es la mejor declaración de la naturaleza del sacrificio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario