2 DE FEBRERO
LA CANDELARIA O
LA PURIFICACION DE LA SANTISIMA VIRGEN.
DOBLE DE 2º CLASE – ORNAMENTOS BLANCOS.
La Misa de hoy se compone de tres
partes:
1º Bendición de las Candelas
2º Procesión de las Candelas
3º La Misa de la Purificación
Han pasado por los cuarenta días de la Purificación de María,
y ha llegado el momento de subir al Templo del Señor para presentar en él a
Jesús. Antes de seguir al Hijo y a la Madre en este viaje a Jerusalén,
detengámonos todavía un momento en Belén, y meditemos con amor y docilidad los
misterios que van a realizarse.
LA LEY DE MOISÉS.
— La Ley del Señor mandaba que las mujeres de Israel,
después de su alumbramiento, permaneciesen cuarenta días sin acercarse al
templo; terminado este plazo, debían ofrecer un sacrificio para quedar purificadas.
Consistía éste en un cordero, destinado a ser consumido en holocausto; a él
debía juntarse una tórtola o una paloma, ofrecidas por el pecado. Y si la madre
era tan pobre que no podía disponer de un cordero, había permitido el Señor que
lo reemplazase por otra tórtola u otra paloma. Otro precepto divino declaraba
propiedad del Señor a todos los primogénitos, y ordenaba la manera de rescatarlos.
El precio del rescate eran cinco siclos, que en el peso del santuario,
representaban cada uno veinte óbolos.
OBEDIENCIA DE JESÚS Y DE MARÍA.
— María, hija de Israel, había dado a luz; Jesús era su
primogénito, ¿Permitiría que cumpliese la Ley, el respeto debido a tal
nacimiento y a tal primogénito? Si consideraba María las razones que habían movido
al Señor a obligar a las madres a purificarse, podía ver claramente que aquella
ley no rezaba con ella, ¿qué relación podía tener con las esposas de los
hombres la que era santuario purísimo del Espíritu Santo, Virgen al concebir a
su Hijo, Virgen en su inefable alumbramiento, siempre pura, pero más pura aún
después de haber llevado en su seno y haber dado al mundo al Dios de la
santidad? Si miraba la condición de su Hijo, aquella majestad del Creador y del
soberano Señor de todas las cosas, que se había dignado nacer de ella, ¿cómo
había de pensar que semejante Hijo pudiera estar sujeto a la humillación del
rescate, como un esclavo que no se pertenece a sí mismo? Con todo eso, el
Espíritu que moraba en María, le revela que debe cumplir con este doble precepto.
Es necesario, a pesar de su dignidad de Madre de Dios, que se mezcle con la
multitud de las madres ordinarias que acuden al Templo, para recobrar en él,
con un sacrificio, la pureza perdida. Además el Hijo de Dios e Hijo del hombre debe
ser considerado en todo como un siervo; es preciso que sea rescatado a este
título, como el título de los hijos de Israel. María adora profundamente esta
soberana voluntad y se somete a ella de todo corazón. Los designios del
Altísimo habían determinado que el Hijo de Dios no se revelara a su pueblo sino
por grados. Después de treinta años de vida oculta en Nazaret, donde como dice
el Evangelista, era tenido como hijo de José, un gran Profeta debía anunciarle a
los Judíos llegados al Jordán para recibir en él el bautismo de penitencia. Pronto
sus obras y milagros darían testimonio de El. Después de las afrentas de su
Pasión, resucitaría glorioso, confirmando de este modo la verdad de sus
profecías, la eficacia de su Sacrificio, y también su propia divinidad. Hasta entonces
casi todos los hombres ignoraban que la tierra poseía a su Salvador y a su
Dios. Los pastores de Belén no habían recibido orden, como más tarde los
pescadores de Genesaret, de llevar la Buena Nueva hasta las extremidades de la
tierra; los Magos habían vuelto a Oriente, sin pasar por Jerusalén, conmovida
un momento con su llegada. Semejantes prodigios, que tanta trascendencia tuvieron
para la Iglesia después de realizada la misión de su Divino Jefe, no habían hallado
eco, ni fiel recuerdo, sino en el corazón del algunos verdaderos Israelitas que
esperaban la salvación por medio de un Mesías pobre y humilde; el Nacimiento de
Jesús en Belén debía permanecer ignorado de la mayor parte de los Judíos, pues los
Profetas habían anunciado que se le llamaría Nazareno. El plan divino
había exigido que María fuese la Esposa de José, como amparo de su virginidad a
los ojos del pueblo; exigía también que esta purísima Madre acudiese como las
demás mujeres de Israel a ofrecer el sacrificio de la purificación, por el
nacimiento del Hijo, que debía ser presentado en el templo como hijo de María, la
esposa de José. De este modo se complace la divina Sabiduría en manifestar que
sus pensamientos no son nuestros pensamientos, y echa por tierra nuestros vanos
prejuicios, en espera del día en que descorra el velo y se muestre a las claras
a nuestros maravillados ojos. María acató amorosamente la voluntad divina en
ésta como en las demás circunstancias de su vida. No pensó la Santísima Virgen
que obraba contra la honra de su hijo, ni contra el mérito de su propia
integridad, al acudir en busca de una externa purificación que no necesitaba. En
el Templo, fué la esclava del Señor, como lo había sido en su casita de
Nazaret, cuando la visita del Angel. Obedece a la Ley, porque las apariencias
la declaran sujeta a ella. Su Dios y su Hijo sometíase al rescate como el
último de los hombres; había obedecido ya al edicto de Augusto para el censo
universal; debía ser "obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz" la Madre y el Niño humilláronse al mismo tiempo; y el orgullo
del hombre recibió este día una de las más grandes lecciones que se le han
dado.
EL VIAJE.—
¡Admirable viaje el de
María y José, desde Belén a Jerusalén! Va el divino Niño en brazos de su Madre,
quien le aprieta contra su corazón a través de todo el trayecto. El cielo, la
tierra, la naturaleza entera quedan santificados por la dulce presencia de su
Creador. Los hombres por entre quienes pasa aquella madre cargada con tan
tierno fruto, la consideran unos con indiferencia, otros con simpatía, pero
ninguno sospecha siquiera, el misterio que ha de salvarlos a todos. José lleva
el don que debe ofrecer la madre al sacerdote. Su pobreza no les ha
permitido comprar un cordero; por lo demás, ¿no es Jesús el Cordero de Dios que
quita los pecados del mundo? La Ley señala la tórtola o la paloma para suplir
la ofrenda que no podía presentar una madre pobre. Lleva también José los cinco
siclos, precio del rescate del primogénito; porque realmente es el Primogénito,
el Hijo único de María, el que se dignó hacernos hermanos suyos, y participantes
de la naturaleza divina al asumir la nuestra.
JERUSALÉN.
¡Admirable
viaje el de María y José, desde Belén a Jerusalén! Va el divino Niño en brazos
de su Madre, quien le aprieta contra su corazón a través de todo el trayecto.
El cielo, la tierra, la naturaleza entera quedan santificados por la dulce
presencia de su Creador. Los hombres por entre quienes pasa aquella madre
cargada con tan tierno fruto, la consideran unos con indiferencia, otros con
simpatía, pero ninguno sospecha siquiera, el misterio que ha de salvarlos a
todos. José lleva el don que debe ofrecer la madre al sacerdote. Su
pobreza no les ha permitido comprar un cordero; por lo demás, ¿no es Jesús el
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo? La Ley señala la tórtola o la
paloma para suplir la ofrenda que no podía presentar una madre pobre. Lleva
también José los cinco siclos, precio del rescate del primogénito; porque
realmente es el Primogénito, el Hijo único de María, el que se dignó hacernos
hermanos suyos, y participantes de la naturaleza divina al asumir la nuestra.
EL TEMPLO.
— Prestemos atención, mientras sube María las gradas del
Templo, llevando consigo cual Arca viva, su divina carga; porque va a
realizarse una de las más célebres profecías, una de las que mejor manifiestan
uno de los principales caracteres del Mesías. Al traspasar el umbral del
Templo, Jesús, concebido de una Virgen, nacido en Belén conforme estaba
anunciado, adquiere un nuevo título a nuestra adoración. Este Templo no es ya
el célebre de Salomón, que fué presa de las llamas en tiempo de la cautividad
de Judá. Es el segundo Templo construido a la vuelta de Babilonia; su esplendor
no ha llegado a la magnificencia del antiguo. Por segunda vez será derruido antes
de finalizar el siglo; y se comprometerá la palabra del Señor, para que no
quede piedra sobre piedra. Ahora bien, el Profeta Ageo, para consolar a los
Judíos vueltos del destierro, que se lamentaban de no poder elevar al Señor una
casa semejante a la edificada por Salomón, les dijo las siguientes palabras que
debían servir para fijar la época de la venida del Mesías: "Anímate,
Zorobabel, dice el Señor; anímate, Jesús, hijo de Josedec Sacerdote supremo;
anímate pueblo de la región, porque mira lo que dice el Señor: Un poco más
de tiempo y conmoveré el cielo y la tierra, y conmoveré todas las
naciones, y vendrá el Deseado de todos los pueblos, y llenaré de gloria
esta casa. Y la gloria de esta segunda casa será mayor que la de la
primera, y en este lugar daré la paz, dice el Señor de los ejércitos." Ha llegado ya la hora de la realización
de esta profecía. El Emmanuel ha salido de su descanso de Belén,
se ha manifestado en público y ha venido a tomar posesión de su casa en
la tierra; con su sola presencia en el recinto del segundo Templo,
ha sobrepasado con mucho la gloria del Templo de Salomón. Aún ha de
visitarlo varias veces; pero, para el cumplimiento de la profecía es
suficiente la entrada que hace hoy en brazos de su Madre; desde este momento
comienzan a desvanecerse las sombras y las figuras que envolvían a
este templo, al calor de los rayos del Sol
de la verdad y de la justicia. La sangre de las víctimas, teñirá aún algunos años, los
cuernos del altar; pero el Niño que lleva en sus venas la sangre de
la Redención del mundo se adelanta ya en medio de todas esas víctimas
degolladas, hostias impotentes. Entre la multitud de sacrificadores, en
medio de aquella turba de hijos de Israel que se aglomera en los
diversos apartados del Templo, algunos aguardan al Libertador, y saben
que la hora de la libertad está próxima; pero ninguno de ellos se ha
dado cuenta de que en aquel preciso momento ha entrado en la casa de Dios el Mesías. No obstante eso, no
debía cumplirse un acontecimiento tan extraordinario sin que obrase el Eterno
un nuevo prodigio. Los pastores habían sido llamados por el Angel, la estrella
había atraído a Belén a los Magos del Oriente; ahora el mismo Espíritu Santo va
a proporcionarnos un testimonio nuevo e inesperado.
EL
SANTO ANCIANO.
— Vivía en
Jerusalén un anciano, y su vida tocaba ya a su fin; mas, este varón de deseos,
llamado Simeón, había sabido mantener viva en su corazón la esperanza del Mesías.
Presumía que se acercaba ya su tiempo, y en premio a su esperanza, el Espíritu
Santo le había hecho sentir que no se cerrarían sus ojos sin haber visto
aparecer en el mundo la luz divina. Al tiempo que María y José subían las gradas
del Templo, llevando al altar al Niño de la promesa, Simeón se siente movido
interiormente por la fuerza del Espíritu divino; sale de su casa y se dirige
hacia el Templo. Ante el umbral de la casa de Dios, sus ojos han reconocido a
la Virgen profetizada por Isaías, y su corazón vuela hacia el Niño que tiene en
sus brazos. María, advertida por el mismo Espíritu, deja acercarse al anciano;
deposita en sus trémulos brazos el tierno objeto de su amor y la esperanza de
la salvación de los hombres. ¡Feliz Simeón, símbolo del mundo antiguo, envejecido
en la espera y próximo a fenecer! Apenas ha recibido el dulce fruto de la vida
cuando se renueva su juventud como la del águila; realizase en él la transformación
que debe también operarse en la raza humana. Abrese su boca, resuena su voz, y
da testimonio como los pastores en la región de Belén, como los Magos del
lejano Oriente. "Oh Dios, dice, mis ojos han visto ya al Salvador que tenías
preparado. Por fin luce la luz que ha de iluminar a los Gentiles, y que ha de
ser la gloria de tu pueblo de Israel."
LA PROFETISA ANA.
— Mas, he aquí que se
acerca también la piadosa Ana, hija de Fanuel, movida por el mismo Espíritu.
Los dos ancianos, representantes de la antigua sociedad unen sus voces y
celebran la venida del Niño que va a renovar la faz de la tierra, y la
misericordia de Dios que da por fin la paz al mundo. En esa paz tan
deseada va a dormirse Simeón. Oh Señor, ya puedes dejar marchar en paz a
tu siervo, según tu palabra, dice el anciano; y en seguida su alma,
libre de los lazos corporales, va a llevar a los elegidos que descansan en el
seno de Abrahán la noticia de la paz que ha aparecido en la
tierra, y que pronto les abrirá los cielos. Ana sobrevirá todavía algún tiempo
a esta grandiosa escena; según el Evangelista, es necesario que anuncie la
realización de las promesas a los Judíos espirituales que esperaban la
Redención de Israel. Había que entregar a la tierra una semilla; arrojáronla
los pastores, los Magos, Simeón y Ana; a su tiempo germinará; y cuando hayan
transcurrido los años oscuros que deberá pasar el Mesías en Nazaret, y venga ya
para la recolección, podrá decir a sus discípulos: Mirad cómo blanquea
en los campos el trigo ya maduro: rogad al Señor de la mies para
que envíe operarios para la recolección. Devuelve, pues,
el feliz anciano a los brazos de la purísima Madre, al Hijo que ésta va a
ofrecer al Señor. Presentan las aves al sacerdote, quien las sacrifica en el
altar, entregan el precio del rescate; han realizado una obediencia perfecta;
después de tributar sus homenajes al Señor, baja María las gradas del Templo,
estrechando contra su corazón al divino Emmanuel, acompañada por su fiel
esposo.
LITURGIA. — Este es el misterio del día cuadragésimo, que cierra el Tiempo de Navidad con la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen. La Iglesia Griega y la de Milán colocan esta fiesta entre las de Nuestro Señor; pero la Iglesia Romana la considera como de la Santísima Virgen. Indudablemente el Niño Jesús es hoy ofrecido en el Templo y rescatado, pero es con ocasión de la Purificación de María; la ofrenda y el rescate son como una consecuencia. Los más antiguos Martirologios y Calendarios del Occidente señalan esta fiesta con el título que hoy tiene; lejos de oscurecerse la gloria del Hijo por los honores que la Iglesia concede a la Madre, más bien recibe un nuevo acrecentamiento, pues El es el principio único de todas las grandezas que veneramos en ella.
LA BENDICION DE LAS CANDELAS
ORIGEN HISTÓRICO.
— Después del Oficio de
Tercia, realiza hoy la Iglesia la solemne bendición de las Candelas, una de las
tres principales de todo el año: las otras dos son la de Ceniza y la de Ramos.
Esta ceremonia tiene relación directa con el día de la Purificación de la
Santísima Virgen, de manera que si en el día dos de febrero cae una de las
Dominicas de Septuagésima, Sexagésima o Quincuagésima, se traslada la fiesta al
día siguiente, pero la bendición de las Candelas y la Procesión que es su
complemento, permanecen fijas en el dos de febrero. Con el fin de unir bajo un
mismo rito las tres grandes Bendiciones de que hablamos, ha ordenado la Iglesia
el uso del color morado para la de las Candelas, el mismo que emplea en la de
Ceniza y Ramos: de este modo, la función que sirve para señalar el día en que
se realizó la Purificación de María, debe llevarse a cabo todos los años el día
dos de febrero, sin por eso variar el color prescrito en las tres Dominicas de
que hemos hablado.
LA INTENCIÓN DE LA IGLESIA, — Es difícil señalar el origen histórico de una manera
precisa. Según Baronio, Thomassin, Baillet, etc., habría sido instituida a
fines del siglo v por el Papa San Gelasio (492-496), para dar un sentido
cristiano a la antigua fiesta de los Lupercales, de la que el pueblo romano
conservaba aún ciertas prácticas supersticiosas Al menos es cierto que San
Gelasio suprimió los últimos restos de la fiesta de los Lupercales, que se celebraba
en el mes de febrero. Inocencio III, en uno de sus Sermones sobre la
Purificación, nos dice que la celebración de la ceremonia de las Candelas el
día dos de febrero se debe a la sabiduría de los Pontífices Romanos, quienes
sustituyeron con el culto de la Santísima Virgen los restos de cierta práctica
religiosa de los antiguos romanos, que encendían antorchas en recuerdo de las
teas, a cuyo fulgor, según cuenta la fábula, había recorrido Ceres las cumbres del
Etna, buscando a su hija Proserpina, robada por Plutón; pero en el Calendario
de los antiguos Romanos no se halla fiesta alguna en honor de Ceres en el mes
de febrero. Nos parece, pues, más exacto adoptar la opinión de D. Hugo Menard, Rocca,
Henschenius y Benedicto XIV, quienes piensan que fué la antigua fiesta,
conocida en febrero con el nombre de Amburbalía, durante la cual los
paganos recorrían la ciudad llevando antorchas en sus manos, y que dió ocasión
a los Soberanos Pontífices para substituirla con una ceremonia cristiana,
uniéndola a la celebración de la fiesta en que Cristo, Luz del mundo, es
presentado en el Templo por la Virgen Madre.
EL MISTERIO. — Desde el siglo VII los liturgistas han
venido dando muchas explicaciones al misterio de esta ceremonia. Para San Ivo
de Chartres, en su Sermón segundo sobre la fiesta que nos ocupa, la cera de los
cirios, extraída del jugo de las flores por las abejas a las que toda la antigüedad
consideró como símbolo de la virginidad, significa la carne virginal del divino
Infante, el cual no quebrantó la integridad de María, ni en su concepción, ni
en su nacimiento. En la llama del cirio, nos hace ver el santo Obispo, la
figura de Cristo, que vino a iluminar nuestras tinieblas. San Anselmo, en sus Enarrationes
sobre San Lucas, explicando el mismo misterio, nos dice que hay que
considerar tres cosas en el Cirio: la cera, la mecha, y la llama. La cera,
dice, obra de la abeja virgen, es la carne de Cristo; la mecha, que es
interior, es el alma; la llama que brilla en la parte superior, es la
divinidad.
LAS CANDELAS.
— Antiguamente los mismos
fieles llevaban sus cirios a la Iglesia el día de la Purificación, para que
fuesen bendecidos con los que llevan en la Procesión los sacerdotes y
ministros, costumbre que todavía se conserva en muchos sitios. Sería de desear
que los Pastores de almas recomendaran fervientemente esta práctica, y que la
restableciesen o la sostuviesen donde fuera necesario. Tantos esfuerzos como se
han hecho para destruir o al menos empobrecer el culto externo, han traído
insensiblemente como consecuencia la más desoladora tibieza del sentimiento
religioso, cuya fuente única se halla en la Liturgia de la Iglesia. Es
necesario que sepan también los fieles que los cirios bendecidos en el día de
la Candelaria, deben servir no sólo para la Procesión, sino también para uso de
los cristianos, guardándolos con respeto en sus casas, llevándolos consigo, lo
mismo en tierra que sobre las aguas, como dice la Iglesia,
atraerán especiales bendiciones del cielo. También se deben encender estos
cirios junto al lecho de los moribundos, como recuerdo de la inmortalidad que
Cristo nos ha merecido, y como señal de la protección de María.
LA PROCESION
Rebosante de alegría, iluminada por
esas múltiples antorchas, movida como Simeón por el Espíritu Santo, pónese en
marcha la Santa Iglesia para salir al encuentro del Emmanuel. La Iglesia Griega
celebra este encuentro con el nombre de Hypapante, y así llama a la
fiesta de este día. Se trata de representar la Procesión del Templo de
Jerusalén, procesión que San Bernardo comenta así, en su Sermón primero para la
Fiesta de la Purificación de Nuestra Señora: "En el día de hoy, la Virgen
Madre introduce al Señor del Templo en el Templo del Señor; presenta José al
Señor, no un hijo propio, sino el Hijo amado del Señor, en el que ha puesto El todas
sus complacencias. El justo reconoce al que esperaba; cántale con sus alabanzas
la viuda Ana. Por vez primera celebraron estas cuatro personas la Procesión,
que en adelante había de ser alegremente festejada en toda la tierra, en todos
los lugares y en todas las naciones. No nos extrañe que haya sido tan pequeña
esta primera Procesión; porque el que allí era recibido se había hecho también
pequeño. No apareció en ella ningún pecador; todos eran justos, santos y
perfectos." Sigamos, pues, sus pasos. Vayamos al encuentro del Esposo como
las Vírgenes prudentes, llevando en nuestras manos las lámparas encendidas con
el fuego de la caridad. Acordémonos del consejo que nos da el Salvador: "Estén
vuestras caderas ceñidas como las de los caminantes; tened en
vuestras manos las antorchas encendidas, y sed semejantes a los que
aguardan a su Señor." (S. Lucas, XII, 35.) Guiados por la fe e iluminados
por el amor, lograremos encontrarle, le
reconoceremos y El se entregará a nosotros. Al terminar la Procesión, el
Celebrante y los ministros dejanlos ornamentos de color morado y se revisten de
los blancos para la Misa solemne de la Purificación de Nuestra Señora. Pero si
en este día cayera una de las tres Dominicas de Septuagésima, Sexagésima o Quincuagésima,
la Misa de la fiesta se trasladaría, como hemos dicho, al día siguiente.
MISA
En el Introito, la Iglesia canta la
gloria del Templo visitado por el Emmanuel. El Señor es hoy grande en la ciudad
de David, en la montaña de Sión. Simeón, figura de la humanidad, recibe en sus
brazos al que es la misma misericordia que Dios nos envía.
INTROITO
"Hemos recibido, oh Dios, tu
misericordia en medio de tu templo: como tu nombre, oh Dios, así ha llegado tu
alabanza hasta los confines de la tierra: tu diestra está llena de justicia. Salmo:
Grande es el Señor, y muy laudable: en la ciudad de Nuestro Dios, en su santo
monte. —-T. Gloria al Padre."
En la Colecta, pide la Iglesia para sus
hijos la gracia de ser presentados ellos mismos al Señor, como lo fue el Emmanuel;
pero, para que sean favorablemente recibidos por su Majestad soberana, pide
para ellos la pureza de corazón,
ORACION
"Omnipotente y sempiterno Dios,
imploramos humildemente tu Majestad, para que hagas que así como tu Hijo
unigénito se presentó hoy en el templo en la sustancia de nuestra carne: así
también nos presentemos nosotros a ti con almas purificadas. Por el mismo
Señor."
EPISTOLA
Lección
del Profeta Malaquías (III, 1-4.)
"Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo
envío a mi Angel, y preparará el camino delante de ¡mi cara. Y en seguida
vendrá a su templo el Dominador, a quien vosotros buscáis, y el Angel del
testamento, a quien vosotros queréis. He aquí que viene, dice el Señor de los
Ejércitos: y ¿quién podrá pensar en el día de su llegada, y quién se parará a
verlo? Porque será como un fuego inflamado, y como la hierba de los bataneros: y se sentará para derretir y afinar la
plata, y purificará a los hijos de Leví, y los colará como al oro y a la plata:
y ofrecerán al Señor sacrificios con justicia. Y agradará al Señor el
sacrificio de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, y como en los años
antiguos: lo dice el Señor omnipotente."
Todos los Misterios del Hombre Dios
tienden a purificar nuestros corazones. Para que le prepare el camino, envía
por delante a su Angel, a su Precursor; y Juan nos predica desde el fondo del
desierto: Humillad los collados, rellenad los valles. Viene, por
fin, El mismo, el Ángel, el Enviado por antonomasia, para sellar su alianza con
nosotros; se acerca a su templo; este templo es nuestro corazón. Es El
semejante a un fuego ardiente que derrite y purifica los metales. Quiere renovarnos,
hacernos puros, para que seamos dignos de serle presentados, de ser ofrecidos
con El en perfecto Sacrificio. No
debemos, por tanto, contentarnos con la admiración de tan altas maravillas,
sino comprender, que si se nos muestran, es únicamente para que obren en
nosotros la destrucción del hombre viejo, y la creación del nuevo. Hemos debido
nacer con Jesucristo; ese nuevo nacimiento cumple ya su cuadragésimo día. Hoy
debemos presentarnos con El por medio de María, nuestra Madre, a la Majestad
divina. Se acerca el momento del Sacrificio; preparemos una vez más nuestras
almas.
En
el Gradual canta de nuevo la Iglesia la Misericordia que ha aparecido en el
Templo de Jerusalén, y que dentro de poco se va a manifestar con más perfección
aún en la ofrenda del gran Sacrificio.
GRADUAL
"Hemos recibido, oh Dios, tu
misericordia en medio de tu templo: como tu nombre, oh Dios, así ha llegado tu alabanza
hasta los confines de la tierra. — Como lo
oímos, así lo hemos visto en la ciudad de nuestro Dios, en su santo monte."
ALELUYA
Aleluya, aleluya. — y . El anciano
llevaba al Niño: mas el Niño regía al anciano. Aleluya.
En Septuagésima canta la Iglesia, en
lugar del Aleluya, el Tracto siguiente, compuesto todo él con palabras del
anciano Simeón.
TRACTO
"Ahora llévate a tu siervo, Señor, según
tu palabra, en paz.'— Porque han visto mis ojos tu salud. — y. La que
preparaste ante la faz de todos los pueblos. — Luz para revelación de las
gentes, y para gloria de tu pueblo Israel."
EVANGELIO
Continuación
del santo Evangelio, según San Lucas. (II,
22-32.)
"En aquel tiempo, después que se
cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron
a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley:
Todo varón que abriere la matriz, será consagrado al Señor. Y para hacer la
ofrenda, conforme a lo que está dicho en la Ley del Señor, de dos tórtolas o
dos crias de palomas. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre justo y timorato,
llamado Simeón, el cual esperaba la consolación
de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Y había recibido respuesta
del Espíritu Santo, que vería
la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y vino inspirado por el Espíritu
Santo, al templo. Y, cuando presentaron al Niño sus padres, para hacer con El conforme
a la costumbre de la Ley, él lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, y dijo:
Ahora, llévate a tu siervo. Señor, según tu palabra, en paz: porque han visto
mis ojos tu salud: la que preparaste ante la faz de todos los pueblos: luz para
revelación de las gentes, y para gloria de tu pueblo Israel."
El Espíritu Santo nos guía conducido al
Templo como a Simeón; en él contemplamos en este instante a la Virgen Madre,
que presenta ante el altar al Hijo de Dios e Hijo suyo. Nos causa admiración esta
fidelidad del Hijo y de la Madre a la Ley, y en el fondo de nuestros corazones
sentimos también el deseo de ser presentados al Señor para que acepte nuestro
homenaje como aceptó el de su Hijo. Apresurémonos, pues, a unir nuestros
sentimientos a los del Corazón de Jesús y de María. La salvación del mundo ha
dado un paso más en este día; avance, pues, también la obra de nuestra
santificación. En lo sucesivo no nos va a proponer ya la Iglesia a nuestra
adoración el Misterio del Niño Dios de una manera particular como basta ahora;
la dulce cuarentena de Navidad toca ya a su fin; ahora, hemos de seguir al
Emmanuel en sus luchas con nuestros enemigos. Sigamos sus pasos; corramos en
pos de El cómo Simeón, caminando sin desmayos sobre las huellas del que es Luz
nuestra; amemos esa Luz, y logremos con nuestra solícita fidelidad que brille
siempre sobre nosotros. En el Ofertorio, canta la Iglesia la gracia que puso
Dios en los labios de María, y los favores dispensados a la que el Ángel llamó
"bendita entre todas las mujeres".
OFERTORIO
"La gracia está pintada en tus labios:
por eso te bendijo el Señor para siempre, y por los siglos de los siglos."
SECRETA
"Escucha, Señor, nuestras preces: y,
para que sean dignos los dones que ofrecemos a los ojos de tu Majestad, danos el
auxilio de tu piedad. Por el Señor."
Mientras se distribuye el Pan de vida
el fruto de Belén que ha sido ofrecido en el altar, y ha redimido todos
nuestros pecados, la Santa Iglesia recuerda una vez más a los fieles los
sentimientos del piadoso anciano. En este Misterio de amor, no sólo recibimos
en nuestros brazos, como Simeón, al que es consuelo de Israel, sino que El
mismo nos visita en nuestro propio corazón tomando posesión de él.
COMUNION
"Recibió Simeón respuesta del Espíritu
Santo, que no vería la muerte hasta que viese al Ungido del Señor."
Pidamos con la Iglesia en la
Poscomunión, que el celestial remedio de nuestra regeneración no produzca
solamente en nuestras almas una ayuda transitoria, sino que, gracias a nuestra
fidelidad, se extiendan sus frutos hasta la vidaeterna.
POSCOMUNION
"Suplicamoste, Señor, Dios nuestro, hagas que los sacrosantos Misterios, que nos has dado para defensa de nuestra reparación, nos sirvan, por intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María, de remedio presente y futuro. Por el Señor."
Oh Emmanuel, recibe el tributo de
nuestra adoración y de nuestro agradecimiento, el día de tu entrada en el Templo
de tu Majestad, llevado en los brazos de María, tu Madre. Si acudes al Templo,
es con el fin de ofrecerte por nosotros; si te dignas pagar el precio del
primogénito, es como anticipo de nuestro rescate; si ofreces un sacrificio
legal, es para abolir a continuación los sacrificios imperfectos. Apareces hoy
en la ciudad que va a ser un día el final de tu carrera y el lugar de tu
inmolación. No te has contentado con nacer por nosotros; tu amor nos guarda
para el futuro un testimonio más elocuente todavía. ¡Oh consuelo de Israel, a
quien miran complacidos los Angeles! hoy entras en el Templo, y los corazones
que te esperaban se abren y dirigen hacia ti. ¡Oh, quién nos diera un poco del
amor que sintió el anciano al tomarte en sus brazos, y apretarte contra su
corazón! No deseaba más que verte, oh divino Niño, para morir feliz. Poco después
de haberte contemplado un momento, expiraba dulcemente. ¿Cómo será, pues, la
dicha de poseerte eternamente, cuando unos instantes tan breves bastaron para
compensar la espera de una larga vida? ¡Oh Salvador de nuestras almas! si tan
plenamente feliz se siente el anciano por haberte visto sólo una vez ¿qué
sentimientos deberán ser los nuestros, después de haber sido testigos de la
consumación de tu sacrificio? Día vendrá, para servirnos de la expresión de tu
devoto siervo Bernardo, en que serás ofrecido, no ya en el Templo y en brazos
de Simeón, sino fuera de la ciudad, en los brazos de la cruz. Entonces, no será
ofrecida por ti una sangre ajena, sino que tú mismo ofrecerás la tuya propia.
Hoy se realiza el sacrificio matutino: entonces se ofrecerá el vespertino. Hoy
eres un niño; entonces tendrás la
plenitud de la edad viril; y habiéndonos amado desde el principio, nos amarás
hasta el fin. ¿Con qué te pagaremos, oh divino Niño? Desde esta primera ofrenda
llevas ya contigo todo el caudal de amor que ha de consumar la segunda. ¿Qué
podremos hacer, sino ofrecernos ya a ti desde este día y para siempre? Con
mayor plenitud que te diste a Simeón, te das a nosotros en tu Sacramento.
¡Libértanos también a nosotros, oh Emmanuel! rompe nuestras cadenas; dános la
Paz de que eres portador; inaugura para nosotros una nueva vida, como lo
hiciste para el anciano. Durante esta cuarentena, y para imitar tus ejemplos y
unirnos a ti, hemos tratado de crear en nosotros la humildad y la sencillez
infantil que nos recomendaste; ayúdanos ahora en el desarrollo de la vida
espiritual, para que como tú, crezcamos en edad y en sabiduría, delante de Dios
y de los hombres. ¡Oh María la más pura de las Vírgenes y la más dichosa de las
madres! Hija de reyes ¡cuán graciosos son tu pasos y bellos tus
andares cuando subes las gradas del
Templo, con tu preciosa carga! ¡cuán gozoso llevas tu maternal corazón, y cuán
humilde, cuando vas a ofrecer al Eterno
a su Hijo que es también tuyo! Y ¡cómo te alegras, a la vista de esas
madres israelitas que llevan también ante el Señor a sus hijos, pensando que
esa nueva generación ha de ver con sus ojos al Salvador que tú llevas! ¡Qué
bendición para aquellos recién nacidos el poder ser ofrecidos al mismo tiempo
que Jesús! ¡Qué felicidad la de esas madres, al ser purificadas en tu santa
compañía! Y si se estremece el Templo al ver entrar en su recinto al Dios a
cuya honra está edificado, su gozo no es menor al sentir dentro de sus muros a
la más perfecta de las criaturas, a la única hija de Eva que no conoció el
pecado, a la Virgen fecunda, a la Madre de Dios. Pero, mientras guardas
fielmente, oh María, los secretos del Eterno, confundida entre la multitud de
hijas de Judá, se dirige hacia ti el santo anciano, y tu corazón se da cuenta
de que el Espíritu Santo se lo ha revelado todo. ¡Con cuánta emoción depositas
un momento entre sus brazos al Dios que sostiene a la naturaleza entera, y que
se digna ser el consuelo de Israel! ¡Con qué bondad acoges a la piadosa Ana! Las
palabras de los dos ancianos que ensalzan la fidelidad del Señor a sus
promesas, la grandeza del que ha nacido de ti, la Luz que va a difundir este
Sol divino sobre todas las naciones, hacen que tu corazón se estremezca. La
dicha de oír glorificar al Dios, a quien tu llamas Hijo, porque lo es
realmente, te emociona de gozo y agradecimiento; pero ¿y las palabras, oh
María, que pronunció el anciano al devolverte a tu Hijo? ¡qué súbito y terrible
frío viene a helar repentinamente tu corazón! El filo de la espada lo ha atravesado
de parte a parte. Ya no podrás contemplar sino a través de las lágrimas, a ese
Hijo que ahora miras con tan dulce alegría. Porque será objeto de contradicción,
y las heridas que El reciba traspasarán tu alma. Oh María, un día cesará de
correr la sangre de las víctimas, que ahora inunda al Templo; pero, será al ser
reemplazada por la sangre de ese Niño que tienes entre tus brazos. Pecadores
somos ¡oh Madre antes tan feliz, y ahora tan angustiada! Nuestros pecados son
los que así han mudado tu alegría en tristeza. Perdónanos ¡oh Madre! permite
que te acompañemos mientras bajas las gradas del Templo. Estamos ciertos de que
no nos maldices; sabemos que nos amas, porque tu Hijo también nos ama. Ámanos,
pues, siempre, oh María, intercedo por nosotros junto al Emmanuel. Haz que con sirvamos
los frutos de esta sagrada cuarentena. Haz
que no abandonemos nunca al Niño que será pronto un hombre; que seamos dóciles
a la voz de este Doctor de nuestras almas, adheridos como verdaderos discípulos
a este amante Maestro, fieles como tú en seguirle por todas partes, hasta el
pie de esa cruz que ya ves en lontananza.
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