jueves, 25 de febrero de 2016

"EL MISTERIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO


CAPITULO XXIX: SINTESIS DE TODA SABIDURIA Y DE TODA CIENCIA.

En la medida en que el liberalismo y el modernismo han penetrado en los medios más influyentes y elevados de la Iglesia, permanezcamos unidos a las cosas más seguras: nuestro catecismo y nuestra teología. Vivimos en una época en la que, por su acción y sus palabras, los dignatarios más altos de la Iglesia limitan, de hecho, la omnipotencia de Nuestro Señor Jesucristo y su realeza. Es evidente que no se puede admitir que la salvación es posible sin Nuestro Señor Jesucristo y afirmar al mismo tiempo su omnipotencia. Si Nuestro Señor no es el único medio de salvación, si existen otros medios de salvación además de Nuestro Señor, es que, finalmente, Nuestro Señor no es Dios.

Por esto siempre es necesario volver a Nuestro Señor y afirmar su divinidad y deduciendo todas las conclusiones, sin exceptuar ninguna. En el estudio de la psicología de Nuestro Señor tratamos un mundo en el que nunca acabaremos de admirar todo lo que contiene, puesto que la eternidad transcurrirá en la contemplación y la gozo de conocer a Nuestro Señor y su divinidad. Hemos evocado precedentemente esta especie de antinomia en Nuestro Señor, entre su visión beatífica, la felicidad inconmensurable e infinita que sentía, y al mismo tiempo la posibilidad de sufrir en su cuerpo y en su alma.

Santo Tomás se plantea esta pregunta y responde con una afirmación: « ¿El alma de Cristo podía sufrir? Como el cuerpo de Cristo, como ya dijimos, era pasible y mortal, la consecuencia necesaria es que su alma también podía sufrir» (IIIª, cuest. 15, art. 4). Santo Tomás siempre se basa en que la naturaleza humana que asumió Nuestro Señor era perfecta, y por consiguiente, su alma humana era perfecta y completa. No era un alma disminuida por el hecho de estar unida a la divinidad. Lo mismo sucede para la ciencia de Nuestro Señor. Santo Tomás se pregunta: ¿Nuestro Señor era ignorante como nosotros, su alma era ignorante? Y contesta: no, porque como Nuestro Señor no estuvo sujeto al pecado, tampoco podía estarlo a la ignorancia que es su consecuencia. Por el contacto con la ciencia divina, la ciencia humana de Nuestro Señor era lo más perfecta y completa que puede existir y no podía disminuir.

También santo Tomás nos dice que había cuatro clases de ciencias en Nuestro Señor, y esto hay que saberlo, es muy importante. Nuestro Señor tenía, en primer lugar, la ciencia divina, como Verbo de Dios que se contemplaba a sí mismo y que contemplaba al Padre en el Espíritu Santo. Por supuesto, esta ciencia es la más perfecta que puede existir, igual a su Ser divino y Nuestro Señor la poseía puesto que su Persona era divina.También tenía, en su alma humana, la ciencia de los bienaventurados, es decir, la visión beatífica, en el grado más perfecto que puede existir, pues su alma tenía esa gratia capitis, que es la ciencia de la cabeza. Nuestro Señor es la cabeza de todos los elegidos, aquel por quien se nos da toda ciencia; Nuestro Señor es “El que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” como se lee al final de la misa en el Evangelio de san Juan. Es la fuente de esa visión beatífica que tienen los ángeles y todos los elegidos del cielo. Se puede comprender que sea El quien tenga la visión beatífica más perfecta y más completa, visión que ya en este mundo lo hacía esencialmente bienaventurado. Visión que confirma ese misterio por el que Nuestro Señor, incluso en la Cruz e incluso en el momento en que sufría más en su Pasión, era feliz en su alma y en su inteligencia. Gracias a la visión beatífica, Nuestro Señor, en su alma humana, tenía conciencia de su divinidad y de que subsistía en la Persona del Verbo. Luego tiene la ciencia infusa, que es la ciencia natural para los ángeles. Los ángeles no conocen como nosotros, por medio de razonamientos, sino que tienen ideas y conceptos infusos que Dios les infunde y les da directamente.

Santo Tomás razona así: dada la perfección de su alma, Nuestro Señor podía recibir esas ideas y esos conceptos infusos, y no hay razón de que fuera privado de ellos. Finalmente, ¿tuvo Nuestro Señor una ciencia adquirida o experimental? Santo Tomás dice que también tuvo esta ciencia experimental. Podría parecer incomprensible que Nuestro Señor tuviese esa ciencia experimental si ya estaba inundado por la ciencia divina, la ciencia de los bienaventurados y la ciencia infusa. ¿Cómo podía tener además una ciencia experimental?

Santo Tomás dice: Nuestro Señor tenía un alma completa, por lo tanto tenía un “intelecto agente”, la potencia que abstrae las ideas a partir de las cosas sensibles, que abstrae a partir de las cosas que vemos y que nos da las ideas, que nos da los conceptos que tenemos. Nuestro Señor tenía esta ciencia adquirida: su inteligencia no hubiese sido perfecta si no hubiese tenido este intelecto agente que puede adquirir la ciencia a través de las cosas sensibles que vemos y conocer la esencia de las cosas. Evidentemente, ya conocía esas cosas de otro modo y eso no le representaba un conocimiento suplementario, sino un modo nuevo de conocer las mismas cosas y conocerlas de un modo muy concreto según se le iban presentando. Tenía la actividad de la ciencia experimental, es decir, de la ciencia adquirida, y en este sentido, creo yo, se pueden explicar las palabras del Evangelio cuando san José y la Virgen María se fueron a buscar a Nuestro Señor en el templo y lo llevaron a Nazaret:

«Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (S. Luc. 2, 52).

¿Cómo podía crecer si era la perfección misma? Pues precisamente por el ejercicio de su intelecto agente, por el que Nuestro Señor podía, en cierta modo, crecer en la ciencia, es decir, en la ciencia adquirida. También en este sentido de la ciencia experimental, san Pablo nos dice hablando de Nuestro Señor y de su Pasión: «Y aunque era Hijo de Dios, aprendió por sus padecimientos la obediencia» (Heb. 5, 8): didicit, ex iis quae passus est, oboedientiam. Santo Tomás dice acerca de esto: «Aprendió la obediencia, lo cual explica lo difícil que es obedecer, porque El obedeció en cosas muy importantes y difíciles, es decir, hasta la muerte... Los que no han experimentado la obediencia no han aprendido lo que es en cosas difíciles, creen que obedecer es algo fácil; pero para saber lo que es obedecer hay que aprender a obedecer en cosas difíciles» (Comentario a Heb. 5). Y san Pablo expone el mérito de esta experiencia dolorosa de Cristo: «Y por ser consumado, vino a ser para todos los que obedecen causa de salud eterna, declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec» (Heb. 5, 9-10).

La idea de san Pablo es que la ciencia experimental del sufrimiento y de la obediencia heroica le confieren a Nuestro Señor una consumación, un cumplimiento particular y necesario al ejercicio de su Sacerdocio: «La ciencia divina, dice el Padre Lebreton, alcanzaba sin duda nuestras miserias con una seguridad y una precisión que no iguala ninguna ciencia humana, pero ella las veía en la eterna serenidad de una contemplación que no podía asustarse con ningún sufrimiento; al Sacerdote y al Salvador de los hombres le hacía falta otro conocimiento de nuestros males, un conocimiento más humilde pero más emotivo, más imperfecto pero completamente empapado de compasión humana».  Son cosas admirables. Nuestro Señor es realmente la síntesis de toda la sabiduría y de toda la ciencia. Es la Sabiduría perfecta y tenemos que meditar a menudo sobre la sabiduría de Nuestro Señor y principalmente sobre su ciencia, y procurar, en la medida de lo posible, modelar nuestra ciencia con la suya.

Tenemos que buscar la verdad por la ciencia adquirida con los razonamientos, adquiriendo conocimientos nuevos con la experiencia y también con las dificultades y pruebas de la vida. Pero también por la fe, por la adhesión de nuestra inteligencia a las verdades reveladas; y también por el don de sabiduría que nos hace juzgar las cosas como las juzga Nuestro Señor, y entonces nos acercamos a la ciencia infusa que han recibido los ángeles, porque son luces e ideas dadas por Dios mismo. La fe no es sino una preparación a la visión beatífica del cielo, no es un fin sino una etapa hacia la visión beatífica y contiene ya en sí todas las verdades que nos hacen bienaventurados. Por eso es necesario pedirle a Dios conocer y vivir siempre cada vez más nuestra fe, para participar ya en cierto modo a la visión beatífica. Se trata de consideraciones que son muy consoladoras y que tenemos que meditar a menudo. De este modo adquirimos cada vez más la unión con la verdad que es Nuestro Señor Jesucristo mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (S. Juan 14, 6).


Si nosotros también queremos permanecer en la verdad tenemos que tomar a Nuestro Señor Jesucristo como ejemplo y pedirle que nos mantenga en esta verdad. 

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