CAPÍTULO
10
El Syllabus
(Primera Parte)
Al estudiar la encíclica Quanta cura del
Papa Pío IX hemos mencionado el Syllabus, que es como su prolongación.
En él el Papa denuncia los errores que “dominan señaladamente a nuestra época”
y que desde el Concilio se han convertido también en los de la nuestra, pues
ahora han penetrado en la Iglesia y han provocado la crisis más grave y
devastadora que haya conocido. El primer capítulo está consagrado al panteísmo,
al naturalismo y al racionalismo absoluto. Entre las 7
proposiciones condenadas, detengámonos en particular en los números 5 y 7.
Racionalismo
Proposición 5:
«La revelación divina es imperfecta, y, por lo
tanto, está sujeta a un progreso continuo e indefinido, que corresponda al
progreso de la humanidad».
La Iglesia enseña que la
revelación concluyó con la muerte del último de los Apóstoles, San Juan. Por lo
tanto la Iglesia sólo tiene que transmitir este depósito de la fe, determinando
su contenido, naturalmente, pero si jamás añadir ni quitar nada. Hablar, pues, de evolución
del dogma según las épocas y el ritmo del progreso de las ciencias es
totalmente contrario a la doctrina de la Iglesia.
Proposición 7:
«Las profecías y los
milagros, expuestos y referidos en las Sagradas Escrituras, son ficciones
poéticas, y los misterios de la fe cristiana son el resultado de
investigaciones filosóficas; y los libros de uno y otro Testamento están
llenos de mitos; y el mismo Jesucristo es una ficción mítica».
Los que hoy niegan la
resurrección de Nuestro Señor actúan exactamente así.
***
El segundo capítulo se refiere al racionalismo
moderado. Se condenan 7 proposiciones, y ésta en particular:
Proposición 13:
«El método y los principios con que los antiguos
Doctores eclesiásticos cultivaron la Teología, no son adecuados en modo alguno
a las necesidades de nuestros tiempos ni al progreso de las ciencias». Aunque no lo dicen abiertamente, es lo que se
practica abiertamente en los seminarios, en donde ya no se emplean ni el método
ni los principios de santo Tomás de Aquino. ¡Ni siquiera en las grandes
universidades de Roma! Basta leer Sì Sì No No para darse cuenta de las
barbaridades que se profesan en las universidades romanas. Esta hojita tan bien
informada es el terror de los profesores. Algunos cardenales se la pasan en sus
despachos y el clero empieza a informarse, pero hará falta tiempo para que se
tomen medidas. Por el momento todo sigue igual. Con los cardenales Garrone y
Villot, los progresistas están bien colocados. Ahora nos encontramos con un
muro infranqueable y no se consigue sacudir ese torpor. El Papa es el Papa. Bastaría una
palabra y todo el mundo tendría que obedecerle. Nos podemos preguntar si en el
momento de su elección no hizo alguna promesa de no cambiar nada… El mismo lo
ha dicho: continúa Vaticano II; así que no podrá poner al mismo tiempo las
cosas un estado normal. Por mucho que haya recomendaciones a los religiosos y a
los jesuitas, eso no tiene ningún efecto práctico, porque los que ocupan los
puestos siguen en ellos y pueden continuar.
Indiferentismo religioso
El tercer capítulo del Syllabus se
refiere al indiferentismo y al latitudinarismo. Las 4 proposiciones
son completamente actuales:
Proposición 15:
«Todo hombre es libre para abrazar y
profesar la religión que juzgue verdadera guiado por la luz de su razón».
Dicho de otro modo: ¡todo hombre tiene su conciencia y
libertad para elegir su religión! Eso es negar la existencia de una única
religión verdadera, de sus motivos de credibilidad y la necesidad de la gracia
para adherir a ella. ¡Es exactamente lo que se encuentra en la declaración Dignitatis
humanae sobre la libertad religiosa! Se nos puede replicar: “Pero tiene una
frase que dice: ‘la religión católica es la única que posee la verdad’”. Esa
frase fue añadida por Pablo VI en el último momento para atraer las voces de
250 obispos que se negaban a aceptar esa declaración, y está en contradicción
con todo el resto del texto. Lo mismo que la frase, que también se añadió al
último momento, que se refiere a la Tradición. Con estas dos añadiduras, Pablo
VI consiguió hacer bajar los oponentes de 250 a 84…
Proposición 16:
«Los hombres pueden, dentro de
cualquier culto religioso, encontrar el camino de su salvación y alcanzar la
vida eterna».
Evidentemente, hay que hacer algunas distinciones. Las almas
pueden salvarse en una religión distinta de la católica (protestantismo,
Islam, budismo, etc.) pero no por esa religión. Puede haber almas que,
sin conocer a Nuestro Señor, tengan por la gracia de Dios buenas disposiciones
interiores, y se sometan a Dios —tal como lo pueden entender— y quieran cumplir
con su voluntad. Desde luego no hay mucha gente así, porque esas personas, como
no están bautizadas, sufren las consecuencias del pecado original más que otras
cualesquiera. Pero algunas de ellas hacen tal acto de amor perfecto que equivale a un
bautismo de deseo. Sólo se pueden salvar por este medio. Ahora bien: el
bautismo de deseo es la Iglesia. Por el mismo hecho de que en su acto de
caridad y de sumisión a Dios está implícito el bautismo de deseo, estas personas
se incorporan a la Iglesia. Así que se salvan por la Iglesia y por Nuestro
Señor Jesucristo. Existe el bautismo de agua, el de sangre y el de deseo
explícito (el de los catecúmenos); y también el bautismo de deseo implícito
contenido en un acto de verdadero amor a Dios. ¿Cuántos son los que se salvan
por ese bautismo? Sólo Dios lo sabe. Para nosotros es un gran misterio. De este
modo no se puede decir que no se salva nadie en esas religiones, pero si
alguien se salva en ellas, siempre es por la incorporación al Cuerpo místico,
la Iglesia católica, incluso si ellos mismos no lo saben. ¡Nunca será por su
religión falsa, que carece de fundamento y ha sido inventada por los hombres!
Nadie se puede salvar por una religión contraria al Espíritu Santo, que
es el Espíritu de Verdad y que no puede habitar donde está el error.
Fuera de la Iglesia no hay salvación
Esto es lo que dijo y condenó Pío IX.
Hay que entender bien la fórmula que tantas veces emplea-ron los Padres de la
Iglesia: «Fuera de la Iglesia no hay salvación» (Extra Ecclesiam nulla
sallus). Algunos creen sin motivo
que al decir esto, para nosotros todos los protestantes, musulmanes, bu-distas
y los que no forman públicamente parte de la Iglesia católica se van al
infierno. Ahora bien, repito: puede haber almas que se salven en esas
religiones, pero se salvan por la Iglesia. Por eso la fórmula “Fuera de
la Iglesia no hay salvación” es verdad. Esto es lo que hay que predicar. Hay
que hacerlo para que la gente lo sepa y se sienta atraída a la conversión. Si
dejáramos flotar la duda sobre este tema, dejaríamos, por ejemplo, que los
protestantes creyeran que se pueden salvar por su religión como
nosotros. Eso sería engañar a los mismos protestantes y tranquilizar su
conciencia dejándolos en el error. Podrían pensar que si hasta los cató-licos
dicen que se pueden salvar siendo protestantes, no vale la pena convertirse… Sería
acabar con el espíritu misionero. Si se admite que los hombres pueden salvarse
en cualquier religión, ¿para qué ir de misión? ¿para qué atravesar los mares?
¿para qué ir a exponerse a las enfermedades que se contraen en esos países y a
la rebelión de los grupos religiosos…? ¡Cuántos franciscanos, dominicos y demás
religiosos murieron por intentar convertir a los musulmanes! ¿Para qué,
entonces? ¿Fue inútil? Si se pueden salvar en la religión musulmana, ¿no hay
que dejarlos en ella? Pero si estamos convencidos de que fuera de la Iglesia no
hay salvación, sentimos una responsabilidad considerable ante toda esa multitud
que no conoce a Nuestro Señor Jesucristo. Viviendo en el error, están en
peligro de ir al infierno. Hay que decírselo y hay que llamarles la atención.
Hay que predicarles el Evangelio como lo hizo la Iglesia siglo tras siglo
enviando misioneros a todas partes. A los Apóstoles los mataron por eso.
Pensemos también en los primeros misioneros de las Misiones Africanas de Lyon
que murieron a los pocos meses de llegar ahí: paludismo, enfermedades biliares,
hepatitis… En nuestros cementerios se lee: “Muerto a los 25 años” o “a los 26
años”; “después de un año de haber llegado”, “de un año y medio”, “de 2 años”…
Habían llegado allí desafiando a la muerte, que seguramente les sirvió a
los que llegaron después y que pudieron convertir y salvar a mucha gente
—personas que vivían en el error y en el vicio—, pues aunque esas religiones
tienen apariencia muy atractiva, basta con escarbar un poco para descubrir un
mundo corrompido por los vicios.
La proposición siguiente del Syllabus condenada por
Pío IX dice prácticamente lo mismo:
Proposición 17:
«Por lo menos debemos esperar con fundamento la eterna
salvación de todos aquellos que no se encuentran dentro de la verdadera Iglesia
de Cristo». De hecho, hay que desearlo pero no esperarlo, porque eso
supondría no preocuparse de sus almas. Nadie se puede salvar si no se vive «de
ninguna manera» en la Iglesia de Cristo, ni siquiera por el deseo implícito del
bautismo. Sin embargo, estas son ideas muy corrientes que en la actualidad usan
la mayor parte de los católicos sin ninguna reticencia.
La situación de los protestantes y el ecumenismo
La proposición 18 es una aplicación de
las proposiciones precedentes a protestantismo:
Proposición 18:
«El protestantismo no es más que una forma distinta de la
verdadera religión cristiana; y dentro de aquélla se puede agradar a Dios lo
mismo que en la Iglesia católica».
Acerca de esto, no está de más remitirse a lo que dice, si
no explícitamente sí de modo implícito, la Declaración sobre la libertad
religiosa de Vaticano II: todo hombre tiene la libertad de profesar la
religión que a la luz de la razón cree la verdadera. ¡No se afirma ni siquiera
que la religión católica, que posee la verdad, es la única religión
verdadera! Si hoy se publicara esta condenación de la proposición 18 del Syllabus,
mucha gente se pondría furiosa, pues esta proposición pretende que no hay
que tratar de convertir a los protestantes. Así que entre ellos se ha acabado
el espíritu misionero. Está claro que en determinadas circunstancias los
protestantes, hablando a nivel personal, pueden recibir de Dios gracias
particulares. Pero viendo la situación no basta pensar: “Yo conozco a algunos
que son buenas personas, amables, caritativos y con los que te puedes llevar
bien…” Detrás de todo eso veamos, por ejemplo, en el plan moral. El
protestantismo ha traído los males que hoy sufren los países católicos: el
divorcio, la anticoncepción, las familias divididas y que sólo tienen pocos hijos…
sin contar la falta de fe, la destrucción de la religión y la disminución de la
piedad, que se ha vuelto muy formal y exterior. ¿Cómo puede salvarse esa gente
que ya no vive en un estado regular y no obedece a la ley de Dios? Por
supuesto, es Dios quien juzga, pero con todo, hay que ver las cosas como son y
seguir siendo misioneros. Se habla mucho de ecumenismo. Empezó entre los años
1920 y 1925, para acercar a los protestantes, convertirlos y hacerlos volver a
la Iglesia. San Pío X y Pío XI escribieron sobre ese tema. Ahora es diferente.
Hay un acercamiento con los protestantes para comprenderse mutuamente mejor,
enriquecerse con los valores que hay en cada religión y hacer intercambios de
ideas religiosas. ¡Ni hablar de convertirlos! En suma, todo lo contrario de lo
que la Iglesia ha pensado siempre. Eso es grave. Hoy en todas partes nos
topamos con muchas religiones. Yo mismo en Africa conocí a paganos y
musulmanes, pero con la actual mezcla de las religiones, en Francia, en
Alemana, Italia y en todas las regiones de esos países, nos encontramos con
protestantes y musulmanes, miembros de tal o cual secta, con los testigos de
Jehová…
¿Cómo hablar?
Por esto tenemos que tener las ideas
muy correctas y dar siempre el juicio de la Iglesia. Podemos hablar con
personas de diversas religiones y responder cuando nos piden explicaciones.
¿Qué tenemos que decirles? ¿Tenemos que dejarlas en su buena conciencia y
decirles: “No os preocupéis. Tenéis una religión muy hermosa que, en el fondo,
vale lo mismo que la nuestra…”? Eso sería cometer un crimen, por-que quizás
esas almas esperan de nosotros la verdad y no se la estaríamos dando. Por
consiguiente, no se convertirían. Un día unos jóvenes protestantes me invitaron
a Lausana para que les diese una conferencia. Que-rían oír hablar de Ecône. Yo
les dije: “Os hablo como obispo católico. Creo que me invitáis como tal. No os
extrañéis de que os diga con franqueza lo que pienso del protestantismo”.
Estaba claro. Les dije claramente que para nosotros sólo hay una religión
verdadera y que Ecône representa precisamente esta convicción, pues nadie se
salva fuera de la Iglesia católica. Por eso somos tradicionalistas, lo que no
quiere decir que despreciamos a los demás, pero para nosotros la religión
protestante es un error. Pues bien: a los pocos días esos jóvenes protestantes me
escribieron para felicitarme. Me dijeron: “Eso es lo que queríamos oír. Sabemos
que un católico es católico y que no admite que el protestantismo sea la
religión verdadera”. Así que no se sorprendieron. En cambio, si les hubiese
hablado como hacen ahora los ecumenistas, y les hubiera dicho: “En Ecône claro
que amamos a la Iglesia católica, pero somos amigos de los protestantes y nos
parece que su religión es hermosa…”, creo que, en primer lugar, no hubieran
estado contentos pensando pensado que los adulaba y que trataba de quedar bien
con ellos pero que, en el fondo, nos decía lo que realmente creía. Les habría
hecho perder una oportunidad de reflexionar sobre una posible conversión. Todo
esto es importante y constantemente nosotros los católicos nos topamos con
situaciones semejantes. Hagamos un favor a esas almas y pensemos siempre en su
salvación: “Si no digo lo correcto ni les doy la verdad, quizás haya almas que
se hubieran salvado y por mi culpa no se salvarán”. Claro que Dios puede obrar
directamente sin pasar por nosotros para convertir al mundo ente-ro. Sin
embargo ha querido emplear a los sacerdotes y misioneros. Cuenta con nosotros.
Tenemos que ser un medio para la conversión de las almas. Ahí es donde hay que
pensar en la gracia de Dios, que aprovecha tal predicación, tal conversación o
tales palabras para abrir el alma de esos protestan-tes y darles la gracia de
la conversión, puesto que, por supuesto, es El quien convierte a las almas.
Las sociedades bíblicas
En el capítulo IV del Syllabus Pío IX no hace más que
recordar las encíclicas y alocuciones en que había reprobado «con las palabras
más graves» esas «plagas» como el socialismo, comunismo, sociedades secretas,
sociedades bíblicas y sociedades clericó liberales. Fue condenado el socialismo
porque es un sistema que rechaza a Dios y a su autoridad en el Estado, en la
familia, en los individuos y en la educación… Igualmente el comunismo, por los
mismos principios. Las sociedades secretas son parecidas: no hay verdad, dogmas
ni moral… El caso de las sociedades bíblicas es más difícil de comprender, porque
son sociedades que difunden el Evangelio y la Biblia. ¿Qué tienen de malo? Hay
que entender bien por qué motivos los Papas condenan esas sociedades. Es porque
difunden los textos de las sagradas Escrituras redactados o traducidos con un
espíritu protestante de “libre examen”, como si les correspondiera a los
individuos interpretar la sagrada Escritura. La Iglesia siempre ha dicho que la
sagrada Escritura tiene que ser enseñada por el magisterio de la Iglesia. Tenemos
que escuchar cómo interpreta la Iglesia tal capítulo o parábola. Por este
motivo la Ella no quiso difundir la Biblia. Claro que su predicación se ha
fundado siempre en el Evangelio, pero quería precisamente que la gente no
pudiera equivocarse en la interpretación de la Escritura o del Evangelio. El
espíritu protestante niega la tradición y rechaza el magisterio. El Espíritu
Santo inspira directamente a la persona que lee, a veces de modo diferente de
una a otra, pero siempre es el Espíritu Santo, que sopla donde quiere. Ahora
bien: Dios ha puesto la Escritura en manos de la Iglesia. La tradición y el
magisterio existían antes que la Escritura. Los escritores sagrados no habían
escrito aún los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles ni las epístolas,
cuando ya había un magisterio. La Escritura vino después. Dio una contribución
considerable y un tesoro a la Iglesia, pero es la tradición la que recibió la
Escritura y tiene que interpretarla para los fieles. De ahí la reticencia de la
Iglesia para distribuir o difundir la Biblia. Por desgracia ha entrado en la
Iglesia una especie de error, parecido al error protestante. Cardenales,
obispos y sacerdotes se han puesto a difundir la Biblia supuestamente para
oponerse a las Biblias protestantes, ¡como si la Iglesia se hubiera equivocado
al no hacerlo antes, y con tanto celo como los protestantes! Por eso hay que
leer bien lo que han dicho los Papas sobre las sociedades bíblicas. Querían
impedir que la Escritura fuera interpretada de cualquier modo, como pasa ahora.
El Papa Pío IV redactó en 1564 la fórmula de una “profesión de fe católica” que
tenían que jurar todos los que recibían algún cargo: los que se iban a ordenar,
los obispos, cardenales, profesores… diciendo entre otras cosas:«Admito igualmente la Sagrada Escritura conforme al sentido
que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien compete juzgar del verdadero
sentido e interpretación de las Sagradas Escri-turas, ni jamás la tomaré e
interpretaré sino conforme al sentir unánime de los Padres».
Aprovechándose del Concilio y de la introducción del
liberalismo en la Iglesia, todos los teólogos de ahora interpretan la Escritura
como quieren, aun los milagros… Quisieron incluir en los textos del Concilio
que en la Sagrada Escritura sólo estaba inspirado por el Espíritu Santo lo que
se refiere a la moral, ¡como si la historia de Jesús, sus hechos y milagros, no
fuesen inspirados! Hubo una gran lucha para suprimir semejante frase de los
textos del Concilio. Se cambió, pero no completa-mente. Ahí hay un espíritu
peligroso, pues de ahí se puede decir que los relatos de la infancia, de los
Reyes Magos y de los pastores ¡son leyendas! El Concilio de Trento fue
categórico: la Escritura es la palabra de Dios y los escritores sagrados no son
más que instrumentos del pensamiento divino; instrumentos inteligentes, por
supuesto, y cada texto está marcado con el estilo de cada uno de los
escritores, pero con todo es Dios mismo el autor de la Sagrada Escritura, que
está inspirada íntegramente. ¿Cómo se puede, pues, escoger entre los textos
cuyo autor es Dios mismo? ¡Es increíble! ¡Hasta dónde hemos llegado! Se ha
llegado hasta lo increíble: una Biblia ecuménica, protestante y católica al
mismo tiempo, la T.O.B. (traducción ecuménica de la Biblia). ¡Es el
colmo! Se han suprimido los textos que desagradan a los
protestantes y se han puesto textos parecidos a los de los protestantes. ¡Y esa
Biblia está recomendada por los obispos! ¿Todavía creen que Dios es el autor de
la Escritura?
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