lunes, 29 de febrero de 2016

LA CONTINENCIA - San Agustín

CAPÍTULO III
Lucha temporal contra la carne mortal.

6. Una cosa es pelear bien, y esto ha de realizarse acá, mientras  vivimos conteniendo la muerte; otra cosa distinta es carecer de  enemigo, y eso ha de realizarse allá, cuando será aniquilada esa  muerte, nuestra postrera enemiga. En tanto que la continencia  reprime y cohíbe la libido, ejercita un doble cometido: apetece el bien  inmortal, al que tendemos, y rechaza el mal, con el que en esta  mortalidad contendemos. Al primero lo ama y espera; al segundo lo  hostiga y vigila; en ambos busca lo honesto y rehúye lo deshonesto.  No se fatigaría la continencia en reprimir los apetitos si no hubiese en  ellos algo que nos estimula contra la honestidad, si no hubiese en el  apetito malo algo que repugna a la buena voluntad. El Apóstol  clama: sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien; el  querer el bien lo tengo al alcance, pero no el realizarlo. Acá, mientras denegamos el consentimiento a la mala concupiscencia, el bien es realizado; cuando la concupiscencia sea consumida, el bien será consumado. Asimismo clama el Doctor de las gentes: me deleito en la ley de Dios según el hombre interior; pero descubro en mis miembros otra ley que guerrea con la ley de la razón.

Ley y gracia

7. Esta contienda no la experimentan sino los luchadores de la virtud, los vencedores del vicio; porque a ese mal de la concupiscencia no le hace frente sino el bien de la continencia. Hay quienes ignoran en absoluto la ley de Dios y ni siquiera cuentan entre los enemigos los deseos sórdidos; les prestan vasallaje en su ciega ruindad y aun se reputan felices cuando logran mantenerlos más bien que contenerlos. Y hay quienes los descubren por medio de la ley: ya que por la ley viene el conocimiento del pecado; y yo ignoraría los malos deseos si la ley no dijese: no tendrás malos deseos; pero quienes son vencidos en la lid, viven bajo la ley, y la ley manda lo que es bueno, pero no lo da: no viven bajo la gracia, pues la gracia por el Espíritu Santo da lo que la ley exige. A estos tales la ley se entrometió para que proliferara el delito; el vedado aumentó la apetencia y la hizo invencible; así sobrevino la prevaricación, que sin la ley no se da, pero sin pecado tampoco se da,  porque donde no hay ley no hay transgresión. Cuando la gracia no ayuda, la ley veda el pecado; y así se convierte en incentivo del mal el vedado. Por eso dice el Apóstol: el poder del pecado, la ley. No es maravilla que la debilidad humana saque de la ley buenas fuerzas para el mal, pues para cumplir la misma ley estriba en su fuerza personal. Ignorando la justicia de Dios, el cual se la presta al débil, y queriendo afirmar una justicia propia, de la que carece el débil, no se somete a la justicia de Dios y se hace réprobo y soberbio. Mas cuando la ley fuerza a buscar un médico, al ruin, parece que le hiere más sañudamente con ese fin; entonces es la ley un pedagogo que nos lleva a la gracia. Por el atractivo pernicioso nos abatía la concupiscencia; contra él nos brinda Dios el atractivo benéfico por el que preferimos la continencia, y entonces nuestra tierra da fruto, y el fruto sustenta al combatiente, y éste, con la ayuda de Dios, vence al pecado.

Resistencia a la concupiscencia

8. A tales luchadores los enardece la trompeta apostólica con esta llamada: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus deseos; ni ofrezcáis vuestros miembros al pecado como instrumentos de injusticia, sino poneos a disposición de Dios, como resucitados de la muerte, y brindad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Así el pecado no os dominará, porque no vivís bajo la ley, sino bajo la gracia. Y en otro lugar: Por lo tanto, hermanos, no somos deudores de la carne [instinto], para vivir según la carne. Si viviereis según la carne, moriréis; mas si mortificáis con el espíritu las obras de la carne, viviréis. Todos los que se dejan gobernar por el espíritu de Dios, hijos son de Dios. Mientras esta vida mortal fluye bajo la gracia, ese es nuestro empeño: que no reine en nuestro cuerpo mortal el pecado, es decir, la concupiscencia del pecado, pues la concupiscencia se llama pecado en este lugar. El acatamiento a su imperio es prueba de nuestro cautiverio. Vive, pues, en nosotros la concupiscencia del pecado, pero no hemos de tolerar su reinado. Hemos de resistir a sus demandas para que no reine sobre vasallos sumisos. No usurpe para sí la concupiscencia nuestros miembros; es la continencia quien ha de reclamarlos en propiedad para que sirvan a Dios como instrumentos de justicia y no al pecado como armas de iniquidad. De ese modo no nos sojuzgará el pecado. No vivimos ya bajo la ley, que prescribe el bien y no lo da; vivimos bajo la gracia, que eso mismo que la ley prescribe nos lo hace amar, y así puede sobre corazones libres imperar.

Las obras de la carne y los frutos del espíritu


9. Asimismo, nos recomienda el Apóstol que no vivamos según la   carne para que no muramos, sino que amortigüemos con el espíritu las obras de la carne para que vivamos. Esa trompeta que vibra nos denuncia la guerra en que vivimos y nos arrastra a pelear denodados, a mortificar a nuestros enemigos para no ser por ellos mortificados. Bien claramente señala los enemigos. Son esos a quienes tenemos que amortiguar, a saber, las obras de la carne, pues dijo así: mas si por el espíritu mortificareis las obras de la carne, viviréis. Para saber cuáles son esas obras, oigámosle de nuevo cuando escribe a los Gálatas y dice: las acciones de la carne [instinto] son manifiestas: fornicación, indecencia, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, reyertas, envidias, celos, ambición, herejías, facciones, borracheras, comilonas y cosas semejantes; sobre eso os predico lo que os prediqué, a saber, que los que tal hacen no poseerán el reino de Dios. Al expresarse así denunciaba la guerra, enardecía a los luchadores con esa celeste y espiritual trompeta cristiana para que mortifiquen a la hueste malsana. Antes había dicho: yo os encargo que procedáis según el espíritu y no ejecutéis los deseos carnales. Porque la carne apetece contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos mutuamente son tan opuestos que no hacéis lo que queréis. Pero si os dejáis guiar por el espíritu, no estáis bajo la ley. Por lo tanto, quiere que los que vivan bajo la gracia sostengan el combate contra las obras de la carne, y para denunciar las obras de la carne añadió el pasaje que antes cité: y manifiestas son las obras de la carne, a saber, fornicación, etc. Obras de la carne son las que citó y las que dejó sobrentender, máxime teniendo en cuenta que añade: y cosas semejantes. Además, al sacar a plaza en esta batalla, frente a esa especie de ejército carnal, una hueste espiritual, dice: Por el contrario, los frutos del espíritu son: amor, gozo, paz, paciencia,  amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y continencia. Contra semejantes frutos no hay ley. No dijo contra estos para que no creamos que no hay otros. Bien es verdad que, aunque lo hubiese dicho, deberíamos aplicarlo a todos los frutos del mismo linaje que podamos pensar. Lo cierto es que dijo: contra semejantes, es decir, contra estos y otros tales. Y hasta parece que procuró con énfasis imprimir en nuestra memoria esta continencia de que me propuse tratar, y de la que ya he dicho hartas cosas. Por eso la nombró en último lugar entre los frutos mencionados, porque tiene la mayor importancia en esta guerra en la que el espíritu apetece contra la carne; es que crucifica en cierto modo las apetencias mismas de la carne. Y por eso, después de hablar así, continúa el Apóstol: más los que son de Jesucristo han crucificado su carne con pasiones y concupiscencias. He ahí la obra de la continencia y he ahí cómo se mortifican las obras de la carne. En cambio, éstas, a su vez, mortifican a los que consienten en la ejecución y se dejan arrastrar por la concupiscencia por haberse apartado de la continencia.

LE DESTRONARON - Del liberalismo a la apostasía La tragedia conciliar.

CAPITULO XIV
DE COMO ARREBATARON LA
CORONA A JESUCRISTO

“En el juicio final, Jesucristo acusará a quienes lo expulsaron de la vida pública y, en razón de semejante ultraje, aplicará la más terrible venganza.” Pío XI, Quas Primas Pese al riesgo de repetir lo dicho, vuelvo sobre el tema de la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo, ese dogma de fe católica, que nadie puede poner en duda sin ser hereje, sí, ¡perfectamente hereje! ¿Tienen ellos aún la fe?

Juzgad pues, la fe agonizante del Nuncio Apostólico de Berna, Mons. Marchioni, con el que sostuve la siguiente conversación el 31 de marzo de 1976 en Berna:

– Mons. Lefebvre: “Se pueden ver claramente cosas peligrosas en el Concilio (...) En la Declaración sobre la libertad religiosa hay cosas contrarias a la enseñanza de los Papas: ¡se decide que ya no puede haber Estados católicos!”

– El Nuncio: “¡Pero sí, es evidente!”

– Mons. Lefebvre: “¿Cree usted que esta supresión de los Estados católicos va a ser un bien para la Iglesia?”

– El Nuncio: “Ah, pero, usted comprende, si se hace eso, ¡se obtendrá una mayor libertad religiosa entre los soviéticos!”

– Mons. Lefebvre: “Pero, ¿qué pasa con el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo?”

– El Nuncio: “Usted sabe, ahora es imposible; ¿quizás en un futuro lejano?... Actualmente ese reino está en los individuos; hay que abrirse a la masa.”

– Mons. Lefebvre: “Pero, ¿qué hace de la encíclica Quas Primas?”

– El Nuncio: “¡Ah, hoy día el Papa ya no la escribiría!”

– Mons. Lefebvre: “¿Sabe que en Colombia fue la Santa Sede quien pidió la supresión de la constitución cristiana del Estado?”

– El Nuncio: “Sí, aquí también.”

– Mons. Lefebvre: “¿En Valais?”

– El Nuncio: “Sí, en Valais. Y ahora, vea, me invitan a todas las reuniones.”

– Mons. Lefebvre: “Entonces, ¿usted aprueba la carta que Mons. Adam (Obispo de Sion en Valais) escribió a sus diocesanos para explicarles por qué debían votar por la ley de separación de la Iglesia y el Estado?”

– El Nuncio: “Vea usted, el Reino Social de Nuestro Señor, es algo difícil actualmente...”

Consta que ya no creen pues: es un dogma “imposible”, “bastante difícil” o “que no se escribiría más hoy”. ¡Y cuantos piensan así actualmente! Cuantos son incapaces de en-tender que la Redención de Nuestro Señor Jesucristo debe realizarse con la ayuda de la sociedad civil, y que el Estado debe volverse de esta manera, en los límites del orden temporal, el instrumento de la aplicación de la obra de la Redención. Le contestaran: “¡son dos cosas diferentes, están mezclando la política y la religión!”

Y sin embargo, todo ha sido creado para Nuestro Señor Jesucristo, para el cumplimiento de la obra de la Redención. ¡Todo!, ¡Incluida la sociedad civil que también, como ya dije, es una creatura de Dios. La sociedad civil no es una pura creación de la voluntad de los hombres, ella resulta ante todo de la naturaleza social del hombre y de que Dios ha creado a los hombres para que vivan en sociedad; esto está inscrito en la naturaleza por el Creador. Por lo tanto y lo mismo que los individuos, la sociedad civil debe rendir homenaje a Dios, su Autor y su fin, y servir al designio redentor de Jesucristo.

En septiembre de 1977 di una conferencia en Roma, en casa de la Princesa Palaviccini y leí entonces un escrito del Card. Colombo, arzobispo de Milán, en que afirmaba que el Estado no debe tener religión, que debe ser “sin ideología”. Ahora bien, lejos de desmentirme, el cardenal respondió a mi ataque en el Avvenire d'Italia, repitiendo lo mismo, reiterándolo aún con mas fuerza a lo largo de todo su artículo, tanto que éste se titulaba Lo Stato non puo essere altro che laico. ¡El Estado no puede ser más que laico, por lo tanto, sin religión! ¡Un cardenal dice eso! ¿Qué idea se hace de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo? ¡Es inaudito! Ved cuanto había penetrado en la Iglesia el liberalismo. Si hubiera dicho

esto veinte años antes, habría sido una bomba en Roma, todo el mundo habría protestado, el Papa Pío XII lo habría refutado y tomado medidas... Pero ahora es normal, la cosa parece normal. Es necesario, pues, que estemos convencidos de esta verdad de fe: todo, incluso la sociedad civil, ha sido concebido para servir directa o indirectamente al plan redentor de Nuestro Señor Jesucristo.  Condena de la separación de la Iglesia y el Estado Señalo ante todo que los Papas han condenado la separación de la Iglesia y el Estado sólo en cuanto doctrina y en su aplicación a las naciones de mayoría católica. Es evidente que no se condena la tolerancia eventual de otros cultos en una ciudad por lo demás católica, y con más razón, tampoco el hecho de que exista una pluralidad de cultos en numerosos países ajenos a lo que no hace mucho se llamaba: la Cristiandad.

Hecha esta precisión, afirmo con los Papas que es una impiedad y un error próximo a la herejía pretender que el Estado debe estar separado de la Iglesia y la Iglesia del Estado. El espíritu de fe de un San Pío X, su profunda teología, su celo pastoral, se levanta con vigor contra la empresa laicizante de la separación entre la Iglesia y el Estado en Francia. He aquí lo que él declara en su encíclica Vehementer Nos del 11 de febrero de 1906, que os invito a meditar:

“Que sea necesario separar al Estado de la Iglesia es una tesis absolutamente falsa y un error pernicioso, porque, basada en el principio de que el Estado no debe reconocer culto religioso alguno, es gravemente injuriosa a Dios, fundador y conservador de las sociedades humanas, al cual debemos tributar culto público y social.

“La tesis de que hablamos constituye, además, una verdadera negación del orden sobrenatural, porque limita la acción del Estado al logro de la prosperidad pública en esta vida terrena, que es la razón próxima de las sociedades políticas, y no se ocupa en modo alguno de su razón última, que es la eterna bienaventuranza propuesta al hombre para cuando haya terminado esta vida tan breve; pero como el orden presente de las cosas, que se desarrolla en el tiempo, se encuentra subordinado a la conquista del bien supremo y absoluto, es obligación del poder civil, no tan sólo apartar los obstáculos que puedan oponerse a que el hombre alcance aquel bien para que fue creado, sino también ayudarle a conseguirlo.

“Esta tesis es contraria igualmente al orden sabiamente establecido por Dios en el mundo, orden que exige una verdadera concordia y armonía entre las dos sociedades; porque la sociedad religiosa y la civil se componen de unos mismos individuos, por más que cada una ejerza, en su esfera propia, su autoridad sobre ellos, resultando de aquí existen materias en las que deben concurrir una y otra, por ser de la incumbencia de ambas. Roto el acuerdo entre el Estado y la Iglesia, surgirán graves diferencias en la apreciación de las materias de que hablamos, se obscurecerá la noción de lo verdadero y la duda y la ansiedad acabarán por enseñorearse de todos los espíritus.

“A los males que van señalados añádase que esta tesis inflige gravísimos daños a la sociedad civil, que no puede prosperar ni vivir mucho tiempo, no concediendo su lugar propio a la Religión, que es la regla suprema que define y señala los derechos y los deberes del hombre.” Notable continuidad de esta doctrina Y el santo Papa se apoya luego sobre la enseñanza de su predecesor León XIII, del cual cita el siguiente texto, mostrando, por la continuidad de esta doctrina, la autoridad que ella reviste: “Por lo cual los Romanos Pontífices no han cesado jamás, según pedían las circunstancias y la ocasión, de refutar y condenar la doctrina de la separación de la Iglesia y el Estado. Nuestro ilustre Predecesor León XIII señala, y repetida y brillantemente tiene declarado, lo que deben ser, conforme a la doctrina católica, las relaciones entre las dos sociedades...” Sigue el texto de Immortale Dei que he citado en el capítulo precedente y también esta cita: “Y añade además: ‘Sin hacerse criminales las sociedades humanas, no pueden pro-ceder como si Dios no existiera, o no cuidase de la Religión, como si fuera cosa para ellas extraña o inútil... Grande y pernicioso error es excluir a la Iglesia, obra de Dios mismo, de la vida social, de las leyes, de la educación de la juventud y de la familia.”

Basta volver a leer aún este pasaje de Immortale Dei para constatar que a su vez León XIII afirma, que no hace sino retomar la doctrina de sus predecesores:

“Estas doctrinas que la razón humana no puede probar y que repercuten poderosísimamente en el orden de la sociedad civil, han sido siempre condenadas por los Romanos Pontífices, Nuestros predecesores, plenamente conscientes de la responsabilidad de su cargo apostólico. Así Gregorio XVI, en su carta encíclica que comienza Mirari Vos, del 15 de agosto de 1832... Acerca de la separación de la Iglesia y el Estado, decía el mismo Pontífice lo siguiente: ‘No podríamos augurar bienes más favorables para la Religión y el Estado, si atendiéramos los deseos de aquellos que ansían separar a la Iglesia del Estado y romper la concordia mutua entre los gobiernos y el clero; pues, manifiesto es cuánto los amantes de una libertad desenfrenada temen esa concordia, dado que ella siempre producía frutos tan venturosos y saludables para la causa eclesiástica y civil.’

De la misma manera, Pío IX, siempre que se le presentó la oportunidad, condenó los errores que mayor influjo comenzaban a ejercer, mandando más tarde reunirlos en un catálogo, a fin de que, en tal diluvio de errores, los católicos supieran a qué atenerse sin peligro de equivocarse.”


Concluyo que una doctrina, que enseña la unión que debe existir entre la Iglesia y el Estado y condena el error opuesto de su separación, por su continuidad perfecta en cuatro Papas sucesivos de 1832 a 1906, y por la declaración solemne hecha por San Pío X en el Consistorio del 21 de febrero de 1906, está revestida de la máxima autoridad, y aún sin duda, de la garantía de la infalibilidad.

¿Cómo llegan pues un Nuncio Marchioni o un Card. Colombo a negar esta doctrina que deriva de la fe y probablemente es infalible? Cómo ha llegado un concilio ecuménico a dejarla de lado, en el museo de las curiosidades arcaicas, es lo que voy a explicar hablando de la penetración del liberalismo en la Iglesia, gracias a un movimiento intelectual deletéreo: el catolicismo liberal.

La Pequeña Historia de mi larga Historia

La vocación



Y así es como la Providencia condujo, diría yo, mi propia existencia, y la de mi hermano, a causa de la guerra. Si no se hubiese producido la guerra, es evidente que jamás habría ido a hacer sus estudios a Versalles, y que de haber tenido una vocación misionera, habría entrado directamente en los Padres del Espíritu Santo o en los Padres Blancos. Pero, encontrándose en Versalles, preguntó a mi padre si podía ir al seminario de Grandchamp para cursar su filosofía y terminar sus estudios. Allí lo aceptaron, no porque haya declarado enseguida que tenía vocación (no se fue al seminario mayor por eso), sino porque en ese momento se abría fácilmente las puertas sobre todo a los que venían de las regiones ocupadas.

Así, pues, terminó sus estudios en el seminario de Grandchamp en Versalles, y su profesor de filosofía era, ni más ni menos, el Padre Colin. El Padre Colin, autor de un libro de filosofía, era muy romano, muy apegado a Roma, y al Seminario francés donde había hecho sus estudios. Cuando mi padre le hubo dicho que su hijo tal vez tenía vocación, se tomó la decisión, en conformidad con René, de que iría a hacer sus estudios a Roma, al Seminario francés, puesto que la zona de Lille estaba aún cerrada. Partió en 1919.

Vean cómo la Providencia conduce las cosas. Cuando la guerra acabó, pudimos reunirnos de nuevo, reagruparnos. En 1919 nos encontramos de nuevo en nuestra casa de familia, con mi padre. Mi hermano René, ya en el seminario, volvía para las vacaciones.

Finalmente, en 1923, cuando yo mismo dije a mis padres que «querría ser sacerdote», mi idea era ser sacerdote en la diócesis, sacerdote, vicario, párroco… en un pueblito. En ese entonces pensaba ir al seminario de la diócesis de Lille; no me veía para nada en Roma, no era yo un gran intelectual, y había que hacer los estudios en latín… Ir allí, seguir las clases en la Universidad gregoriana, rendir exámenes difíciles… «No, yo quiero permanecer en la diócesis, porque quiero trabajar en la diócesis; no vale la pena que vaya allá.» Mi padre me dijo : «De ninguna manera, tú te reunirás con tu hermano. Tu hermano está en Roma, tú también irás a Roma, porque la diócesis…» El ya desconfiaba un poco del ambiente progresista del seminario, y de la reputación de quien iba a llegar a ser el Cardenal Liénart.Mi padre no era progresista en absoluto, por eso dijo : «No, no, Roma será mejor».

Insistió tanto que me fui también yo al Seminario francés, en 1923. Ya ven cómo la Providencia conduce las cosas. Si no hubiese venido la guerra, mi hermano habría ido a una Congregación misionera, y yo mismo habría entrado en la diócesis de Lille, en el seminario de la diócesis de Lille, y no habría ido a Roma. Eso habría cambiado completamente mi existencia.


"Actas del Magisterio - Mons. Lefebvre"

CAPÍTULO 10
El Syllabus
(segunda parte)

Los derechos de la Iglesia
El quinto capítulo del Syllabus trata de los errores respecto a la Iglesia y sus derechos. La proposición 19 expresa, por ejemplo, un error bastante común en nuestros días:

Proposición 19:

«La Iglesia no es una sociedad verdaderamente perfecta y completamente libre; ni goza de derechos propios y permanentes conferidos por su divino Fundador; por el contrario, corresponde al poder civil determinar los derechos de la Iglesia y los límites dentro de los cuales pueda ésta ejercer dichos derechos». Durante y después del Concilio, algunos teólogos y sacerdotes mandaron repartir hojas que pedían la supresión del matrimonio por la Iglesia, pues según ellos el matrimonio tendría que depender sólo del Estado. De modo que, como el Estado efectuaría los matrimonios, podría disolverlos con igual facilidad…

La Iglesia católica es la única religión verdadera

Veamos ahora la proposición 21:

Proposición 21:

«La Iglesia no tiene potestad para definir dogmáticamente que la religión de la Iglesia católica es la única religión verdadera». Esto es lo que irrita a los masones y basta hablar de ello para que haya reacciones en la prensa. Por eso quisieron tanto que el Concilio redactara la Declaración sobre la libertad religiosa, que dice implícitamente que la religión católica no es la única verdadera. Se nos replica que al final del número 1 de esa Declaración hay una frase que habla de la “verdadera religión y la única Iglesia de Cristo”. Sí, pero es Pablo VI quien hizo añadir esta frase al último momento, como ya he dicho, siendo que por otra parte el texto pide que a las «comunidades religiosas» (es decir, las religiones): «no se [les] prohíba… manifestar libremente el valor peculiar de su doctrina para la ordenación de la sociedad y para la vitalización de toda la actividad humana». ¡Es lo mismo que decir que todas las religiones valen!

Análisis de la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa
Examinemos más atentamente esa Declaración sobre la libertad religiosa. En el capítulo 1º, Noción general de la libertad religiosa (Objeto y fundamento de la libertad religiosa), (nº 2) se lee: «Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad de forma que llegue a convertirse en un derecho civil». De modo que ese derecho natural a la libertad religiosa tiene que ser reconocido en la sociedad como un derecho civil. Es el derecho de buscar la verdad.

Derecho de “la búsqueda libre de la verdad”
«Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y voluntad libre, y por tanto enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su misma naturaleza y tienen la obligación moral de buscar la verdad…» Si la dignidad humana les exige buscar la verdad, ¡los padres no pueden imponer la verdad a sus hijos ni se les puede enseñar el catecismo, porque hay que esperar a que los niños adquieran su responsabilidad personal y sean adultos para que busquen por sí mismos la verdad! «…buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a ad-herirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad».  ¡No se dice cuál verdad! ¡Que cada uno busque la suya! Son textos increíbles. Sigamos leyendo la misma Declaración, en el título Libertad religiosa y la vinculación del hombre con Dios (nº 3): «Ahora bien, la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la comunicación y del diálogo, mediante los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber encontrado, para ayudarse mutuamente en la investigación de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que adherirse a ella firmemente con asentimiento personal».


Un derecho contrario al Evangelio
Esto es totalmente increíble y contrario a la misión de la Iglesia. Se dice que no es una obligación, que no hay que forzar y que no se puede decir sencillamente: “Esta es la verdad y tenéis que creer en ella”. No. Cada uno tiene que buscar su (¡!) verdad y cuando tenga conciencia de haberla encontrado, tiene que adherir firmemente a ella. Esto es totalmente contrario a lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo: «Id y enseñad el Evangelio. Id y enseñad la verdad hasta los confines del mundo. El que crea se salvará y el que no crea se condenará». Es sencillo y nada complicado. Si no queremos condenarnos, tenemos que acatar absoluta-mente la verdad que nos ha enseñado Nuestro Señor. Es al mismo tiempo sencillo y sin alternativa:

«El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina…»

La conciencia puede equivocarse, mientras que la ley divina nos tiene que ser comunicada por la Iglesia, que debe permanecer fiel a los mandamientos y a las enseñanzas que le prodigó Nuestro Señor. «…conciencia que tiene obligación de seguir fielmente, en toda su actividad, para llegar a Dios, su fin. Por tanto, no se le puede forzar a obrar contra su conciencia». Sea lo que sea lo que le dicte su conciencia, nadie le puede forzar a que obre contra ella. ¡Es algo realmente increíble! «Por lo tanto no se le puede forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según su conciencia, principalmente en materia religiosa». En materia religiosa ya no hay prácticamente ninguna obligación, ni para los individuos ni tampoco para las comunidades.

El Concilio profesa el relativismo religioso
Con el título Libertad para las comunidades religiosas (nº 4), leemos:
«La libertad o inmunidad de coacción en materia religiosa que compete a las personas individualmente consideradas, ha de serles concedida también a las personas cuando actúan en común. Porque las comunidades religiosas son exigidas por la naturaleza social del hombre y de la misma religión». ¿De qué religión se trata? ¡No lo dicen! «Por consiguiente, a estas comunidades, con tal que no se violen las justas exigencias del orden público, debe reconocérseles el derecho de inmunidad para regirse por sus propias normas, para honrar a la Divinidad suprema con culto público…» ¡Pues sí! Por increíble que parezca, esto está en el texto de la Declaración sobre la libertad religiosa: la Divinidad suprema. ¡No se trata de Nuestro Señor Jesucristo! «…para ayudar a sus miembros en el ejercicio de la vida religiosa y sostenerles mediante la doctrina, así como para promover instituciones en las que sus seguidores colaboren con el fin de ordenar la propia vida según sus principios religiosos».

Por lo tanto: los musulmanes, según los musulmanes; los budistas, según los budistas; los mormones, según los mormones; los de Moón, según Moón… ¡Eso no puede ser! Hemos visto con qué unanimidad las encíclicas de los Papas que hemos estudiado condenan el indiferentismo religioso. Pues bien: hoy, la Declaración sobre la libertad religiosa defiende lo contrario.

«Las comunidades religiosas tienen también el derecho a no ser impedidas en la enseñanza y en la profesión pública, de palabra y por escrito, de su fe».

¿De qué fe y de qué religión se trata? No se sabe. Hay razones para considerar también que una religión siempre va acompañada de una moral. No hay religión sin fe ni moral. Por consiguiente, esto también se refiere a las costumbres, y así los protestantes pueden difundir libremente sus costumbres y su libertad moral, que prácticamente no tiene ley. Lo mismo se diga de los musulmanes: pueden profesar la poligamia, la esclavitud y todo lo que forma parte de su religión. Igualmente los budistas, pueden mantener sus costumbres religiosas.

«Forma también parte de la libertad religiosa el que no se prohíba a las comunidades religiosas manifestar libremente el valor peculiar de su doctrina para la ordenación de la sociedad y para la vitalización de toda la actividad humana». ¿Hay algún «valor peculiar» en la doctrina de estas religiones para «la ordenación de la sociedad y para la vitalización de toda la actividad humana»? ¿Dónde quedan la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, los sacramentos y el santo sacrificio de la Misa?

Nuestro Señor Jesucristo, ¿es Dios?

Nuestro Señor Jesucristo, ¿es o no es Dios? Esta Declaración sobre la libertad religiosa no se puede admitir porque es fundamentalmente contraria a la doctrina de la Iglesia y, como hemos visto, totalmente contraria a lo que han enseñado los Papas. ¡No se puede aceptar! Si uno cree que Nuestro Señor Jesucristo es Dios y que ha fundado realmente la religión cristiana con todas sus prescripciones e instituciones, y se cree que nadie puede salvarse fuera de El y de su gracia, ¿cómo se puede escribir tales cosas? Son totalmente contradictorias e irreconciliables. Por este motivo, en sus discursos y sermones no pueden pronunciar el nombre de Nuestro Señor Jesucristo; no pueden porque el solo hecho de hacerlo es lo mismo que decir: “No hay más que un Dios: Nuestro Señor Jesucristo”. De ahí vienen todas las consecuencias, es decir: “Tenéis que obedecer a Nuestro Señor Jesucristo, y aceptar su reino y sus leyes”.

Pero ya no pueden hacerlo, porque no coincide con la Declaración sobre la liberta religiosa ni con la Declaración sobre las religiones no cristianas, pues según esos textos, los hombres ya no lo aceptan. Prácticamente se alaba a todas o a casi todas las religiones no cristianas y se busca en ellas lo hermoso o bueno que puedan tener. Se ha observado que el discurso de Juan Pablo II en el Bourget estuvo dedicado en gran parte a la glorificación del hombre: “El hombre, el hombre…” ¡Siempre el hombre! ¡Lo mencionó sin parar! Al admitir una declaración como la de la libertad religiosa, ya no se puede imponer la religión católica. En ese caso, ¿qué religión se puede imponer? Se puede tratar de hacer al hombre más religioso, hablar de la dignidad y del sentimiento religioso… pero ya es imposible hablar de Nuestro Señor. ¿En qué se convierte la religión católica? Después de este breve estudio de Dignitatis humanae, examinemos ahora otra proposición del Syllabus que también se refiere a los derechos de la Iglesia:

Proposición 24:

«La Iglesia no tiene el derecho de usar la fuerza y carece de todo poder temporal directo o indirecto».

Evidentemente se refiere a la Inquisición. En el orden temporal la Iglesia sólo tiene poder en cuanto a la defensa de la fe y no para una finalidad temporal como los poderes civiles. La Iglesia no sólo tiene derecho de poseer los bienes necesarios para la enseñanza, el culto y la vida religiosa, etc., y de exigir que el poder religioso lo respete; no sólo tiene también el derecho de dar sanciones espirituales (excomunión, etc.) contra sus miembros culpables, con todas las consecuencias temporales que eso implica, sino que también tiene derecho de recurrir a la ayuda del Estado para defender la fe. La Iglesia misma no emplea la fuerza —espada—, sino que recurre al brazo secular —la espada temporal. Por esto tiene que tener un cierto poder temporal indirecto. Si la Iglesia no tuviera derecho de emplear la fuerza, San Pío V se equivocó al mandar a los reyes como a hijos suyos, diciéndoles: “¡Venid, venid: hay que combatir al Islam, porque la fe y Europa están en peligro!” Y también se equivocó Santa Juana de Arco…


La unión entre la Iglesia y el Estado
El capítulo VI trata de los errores que se refieren a las relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil. El error que aquí se condena es el regalismo, que existió en la época en que algunos reyes querían dominar a la Iglesia. Ahora el regalismo existe sobre todo en los países comunistas o socialistas, que crean iglesias nacionales, como en China, Hungría o Checoslovaquia, donde incluso algunos obispos católicos aceptan estar al servicio del Estado. Todos esos “sacerdotes de la paz”, del movimiento Pax, sirven al Estado comunista. Quizás lo hacen con la idea de que si no lo aceptan aún serán más perseguidos, pero eso no quita que pública y prácticamente están al servicio del gobierno comunista, al mismo tiempo que se persigue y expulsa de sus parroquias a los que resisten.

El presidente Salazar fue acusado de regalismo. Yo lo escuché de la boca del mismo nuncio apostólico en Lisboa, quien sin embargo, al principio admiraba a Salazar, el cual, como buen católico, ayudaba a la Iglesia católica en todos los ámbitos (universidades, misiones…) y que de este modo hizo progresar de un modo considerable a la Iglesia católica en Portugal, en Angola y en Mozambique. Pero en tiempos de Pablo VI y del cardenal Villot el nuncio sufrió sin duda presiones para oponerse a Salazar, a su poder e incluso a su popularidad. Por eso me dijo: “Salazar es un regalista”. ¿Por qué? Porque se opuso a la designación de algunos obispos que se habían comportado como revolucionarios. Salazar me dijo un día: “Yo todo lo hago para la Iglesia. No sé lo que pasará después, pero mientras tenga el poder quiero ayudar lo más que pueda a la Iglesia católica”. Y añadió: “Tengo la im-presión de que a veces los obispos no me entienden. No se dan cuenta de que si me ayudaran más, podríamos realizar progresos aún mayores. Por ejemplo: yo quisiera ver la difusión de las verdades católicas en la Universidad y por consiguiente me gustaría que la Iglesia nombrara profesores que puedan enseñar estas verdades, pero no me siento apoyado por los obispos”. Era admirable ver a es-te jefe de Estado, realmente deseoso de trabajar por el desarrollo de la religión católica. Me pidió que fuera a verlo porque yo había visitado las misiones de los Padres del Espíritu Santo en Angola. Realmente era un hombre muy sencillo y muy digno. ¡Cuando pienso que Pablo VI cuando fue a Fátima apenas lo recibió! ¡Cuando los jefes de Estado son católicos, Roma los persigue! Y los jefes de Estado comunistas son a los que mejor recibe el Vaticano…
El general Franco dijo poco antes de morir que una de sus mayores penas fue la de no haber sido recibido por el Vaticano en todo el tiempo en que había ejercido el poder, y eso que Pío XI no era ni mucho menos hostil a Franco, pero ya reinaba en la nunciatura un ambiente de hostilidad. En cambio, Juan Carlos I fue recibido enseguida por el Vaticano, pero ¿trabaja él realmente para la Iglesia católica? ¡Es el mundo al revés!

El error de la separación
De hecho, si se ha reprochado a Salazar y a Franco haberse ocupado demasiado de temas que conciernen a la Iglesia es porque hay una idea falsa de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Se quiere una separación, siendo que lo natural en los Estados católicos es el acuerdo. Hemos visto que Pío IX, lo mismo que Gregorio XVI y León XIII, decían: “Los gobiernos han recibido la autoridad no sólo para dirigir los asuntos políticos, económicos y materiales, sino también para ayudar a la gente a nivel espiritual y, por consiguiente, para ayudar a la Iglesia”. Tienen que dejar, evidente-mente, a la Iglesia que dirija las cosas espirituales, pero tienen que ayudarle a realizar su cometido, y darle todos los medios que se pueda. Por eso la Iglesia ha firmado siempre concordatos, como por ejemplo con Franco: al jefe de Estado se le reconocía el derecho de vetar ciertos nombres propuestos por los obispos. Si realmente esa práctica fuera mala, Pío XII no habría dicho que uno de los mejores concordatos fue el que se firmó con España. Es normal que el acuerdo entre la Iglesia y el Estado sea perfecto, pues cuando éste es católico, para el bien de la Iglesia y para mayor bien del pueblo, puede presentar objeciones a la designación de algunos obispos. Tiene derecho a no querer revolucionarios. La situación de un jefe de Estado es muy difícil cuando todos los obispos toman partido contra él. En Chile, por ejemplo, sólo un obispo ha apoyado al general Pinochet. Los demás han pretendido que se había falsificado el referéndum, y han unido su voz a la de los gobiernos extranjeros y a la de la prensa progresista y europea, dando la mano a la revolución. Lo mismo sucede en Bolivia, Venezuela… El tema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado ha sido falsificado por las tendencias progresistas. La idea de que tiene que haber una separación y que el Estado no tiene nada que ver en las cuestiones religiosas es una idea absolutamente falsa.
Por eso el capítulo VI condena:

Los errores relativos al Estado, considerado tanto en sí mismo como en sus relaciones con la Iglesia”.
Por ejemplo:

Proposición 50:

«El poder civil tiene por sí mismo el derecho de presentación de los obispos, y puede exigir a és-tos que tomen la administración de la diócesis antes de recibir de la Santa Sede el nombramiento canónico y las letras apostólicas».

Eso es un abuso de poder por parte del Estado. Lo mismo en la proposición siguiente:

Proposición 51:
«El gobierno temporal tiene también el derecho de deponer a los obispos del ejercicio de su ministerio pastoral y no está obligado a obedecer al Romano Pontífice en lo referente a la institución de los obispados y de los obispos».

Y esta es la última proposición del capítulo:

Proposición 55:

«La Iglesia debe estar separada del Estado, y el Estado debe estar separado de la Iglesia».

Esta proposición está claramente condenada y, sin embargo, ¡en el Concilio prevaleció la separación!Cuando el Papa Pablo VI decía: “La Iglesia no pide más que la libertad”  eso quería decir de hecho: “Dejadnos tranquilos. Que cada uno de ocupe de sus asuntos y que ya no haya relaciones…” 

"CARTAS PASTORALES Y ESCRITOS por S.E. MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE"

Carta pastoral nº 19
EL APOSTOLADO MISIONERO.

Como cada año en esta etapa, tienen lugar algunas nominaciones. Un cierto número de ustedes serán designados a sus primeros puestos de apostolado. Tendrán que poner en práctica todos los consejos, más aún, toda la vida y los dones del Espíritu Santo que les han sido comunicados. Con la gracia de Dios, esfuércense por dar a toda su vida sacerdotal, religiosa y misionera, una orientación verdaderamente conforme al espíritu de la Iglesia, traducido en sus leyes: el Derecho Canónico, los libros litúrgicos, el ritual. No esperen encontrar el espíritu evangélico fuera de este espíritu de la Iglesia.

 Aprendan a armonizar las necesidades del ministerio con las de su vida interior y religiosa, las necesidades de la pastoral con una administración fiel: plazos de los documentos, del Status animarum, de los registros. Tengan la buena costumbre de transcribir inmediatamente las actas que hacen, ya sea directamente sobre los registros, o a fin de transcribirlas fielmente a la vuelta de su gira pastoral.

Vinculen la sencillez y la pobreza a los cuidados necesarios para salvaguardar su salud. Eviten ser absorbidos por ocupaciones naturales, descuidando la preparación de las predicaciones, de los catecismos, de las instrucciones espirituales. Estén prontos a oír confesiones con una paciencia incansable, sin omitir una cierta disciplina. Que la verdadera caridad de Nuestro Señor llene su corazón, no una afección sensible que arriesgue desviarlos del verdadero fin apostólico por el cual lo han dejado todo.

Bienaventurados los que en el curso de su vida apostólica hecha de opciones, se conduzcan siempre según el espíritu de consejo y de dirección, es decir, según el Espíritu de Dios: la ponderación, la reflexión, la paz interior, la oración, ayudan a hacer unas elecciones felices para la salvación de las almas y la salvación de nuestra alma.

Bienaventurados los que lleguen a disciplinar su vida, su actividad, su horario, de tal manera que satisfagan al amor de Dios y al amor del prójimo. En fin, sepan aprovechar la experiencia de sus mayores, lo cual es ya una prueba de sabiduría. En numerosos casos el recurso a sus superiores los sacará de dudas y les evitará errores inútiles y a veces perjudiciales.

Que los superiores que los reciban tengan el deseo de hacerlos perfectos apóstoles. Que no duden en darles responsabilidades tan pronto como aprendan suficientemente el idioma y estén suficientemente advertidos. Que los acostumbren sobre todo a trabajar con los jefes de los catequistas, con los catequistas y con los fieles responsables, con caridad y respeto hacia estos preciosos auxiliares. Los acontecimientos de Guinea nos conmueven por varios motivos: por ser una cristiandad  vecina de la que bien conocemos sus pastores y sacerdotes, por ser una familia de la Iglesia que sufre persecución.

Su Excelencia Mons. de Milleville era a menudo huésped de Dakar. Compartimos íntimamente su dolor. Rezaremos y haremos rezarle a Nuestro Señor a fin de que su reino se extienda de nuevo libremente en ese país tan querido por nosotros. Que Nuestra Señora de Popouguine nos guarde y nos ayude a seguir nuestro apostolado en la caridad y la paz de Jesucristo.


Mons. Marcel Lefebvre
Carta circular a los sacerdotes nº 72, Dakar, en la fiesta de San Pío X,

3 de septiembre de 1961.

"Ite Missa Est"

LUNES
DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

La Estación se celebra en la Iglesia de San Marcos, construida en el siglo IV en honor del evangelista de este nombre, por el Papa San Marcos cuyo cuerpo reposa en ella aun hoy día.

COLECTA
Suplicámoste, Señor, infundas benigno tu gracia en nuestros corazones: para que, así como nos abstenemos de comer carnes, así también retraigamos nuestros sentidos de todo exceso perjudicial. Por el Señor.

EPISTOLA
Lección del libro de los Reyes.
En aquellos días, Naamán, caudillo del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y honrado, pues por él había salvado el Señor a Siria: era varón fuerte y rico, pero leproso. Ahora bien, habían salido de Siria unos ladronzuelos, y habían traído cautiva de la tierra de Israel una muchacha, que servía a la esposa de Naamán, la cual dijo a su ama: Ojalá fuera mi señor al Profeta que hay en Samaría: porque le curaría la lepra que tiene. Entró, pues, Naamán a su rey, y se lo anunció, diciendo: Esto y esto ha dicho la muchacha de la tierra de Israel. Y díjole el rey de Siria: Vete, y te daré unas letras para el rey de Israel. Habiendo, pues, partido, y llevado consigo diez talentos de plata, y seis mil monedas de oro, y diez mudas de vestidos, presentó las letras al rey de Israel, las cuales decían: Cuando recibas esta carta, sabe que te envío a mi servidor Naamán, para que le cures de su lepra. Y, cuando leyó el rey de Israel las letras, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo por ventura Dios, para que pueda matar y dar vida, pues éste me ha mandado un hombre, para que le cure de su lepra? Advertid, y ved cómo busca un pretexto contra mí. Cuando supo esto el varón de Dios Elíseo, a saber, que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, le envió recado, diciendo: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga a mí, y sepa que hay profeta en Israel. Fué, pues, Naamán con caballos, y carros, y paróse junto a la puerta de la casa de Elíseo: y le envió Eliseo un mensaje diciendo: Vete, y lávate siete veces en el Jordán, y recibirá tu carne la salud, y quedarás limpio. Airado Naamán, se retiraba, diciendo: Creía que me saldría al encuentro y, estando delante de mí, invocaría el nombre del Señor, su Dios, y tocaría con su mano el lugar de la lepra, y me curaría. ¿Acaso no son mejores Abana y Farfar, los ríos de Damasco, que todas las aguas de Israel, para que me lave en ellas, y quede limpio? Y, como se volviera, y marchara indignado, se acercaron a él sus esclavos, y le dijeron: Padre, aunque el profeta te hubiera mandado una cosa difícil, debieras hacerla: ¿cuánto más habiéndote dicho: Lávate, y quedarás limpio? Bajó, pues, y se lavó siete veces según la orden del Profeta, y volvióse su carne como la carne de un niño, y quedó limpio. Y, vuelto al varón de Dios con toda su comitiva, fué, y paróse delante de él, y dijo: Sé verdaderamente que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel.

EL BAUTISMO. — Ayer la Santa Iglesia anunciaba cómo ya se acercaba pronto el bautismo para los catecúmenos; hoy les presenta una historia del Antiguo Testamento, que encierra un símbolo de este baño saludable que les ha preparado la misericordia divina. La lepra de Naamán es ñgura del pecado; esta enfermedad horripilante sólo tiene para el oficial sirio un remedio; tiene que bañarse siete veces en las aguas del Jordán y quedará curado. El gentil, el infiel, el niño que nace con la mancha original pueden hacerse justos y santos por medio del agua acompañada de la invocación de la excelsa Trinidad. Naamán encuentra este remedio demasiado vulgar: duda, desconfía; siguiendo el dictamen de su saber humano, quisiera un remedio más digno de su persona, un prodigio aparatoso que pudiera honrar a él y también al profeta. Cuando predicaban los Apóstoles más de uno pensó lo mismo; mas los que creyeron con sencillez en la virtud del agua santificada por Jesucristo recibieron la regeneración; y de la fuente bautismal nació un nuevo pueblo formado de todos los pueblos que viven bajo el sol. Naamán, figura de la gentilidad, se determinó por fin a creer y su fe se vió recompensada con una curación completa. Sus carnes putrefactas se hicieron semejantes a las de un niño en quien los principios de la vida aun no se han visto alterados. Demos gloria a Dios que ha dotado de esta virtud a las aguas y que, mediante su gracia, produce en las almas dóciles esta fe a la que está reservada una gran recompensa.

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Lucas.
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Seguramente me diréis aquel proverbio: Médico, cúrate a ti mismo: haz aquí, en tu patria, cuantas cosas hemos oído decir que has hecho en Cafarnaum. Pero El dijo: En verdad os digo: Ningún profeta es bien recibido en su patria. En verdad os digo, muchas viudas había en Israel en los días de Elias, cuando se cerró el cielo tres años, y seis meses, reinando gran hambre en toda la tierra: y a ninguna de ellas fué enviado Elias, sino a la viuda de Sarepta, la de Sidonia. Y muchos eran los leprosos que había en Israel en tiempo del Profeta Eliseo: y ninguno de ellos fué limpiado, sino el sirio Naamán, y al oír esto, se llenaron de ira todos los de la sinagoga. Y se levantaron, y le sacaron fuera de la ciudad: y le llevaron hasta la cima del monte en que estaba su ciudad, para precipitarle. Pero El pasando por medio de ellos, se fué.

JESÚS ESCAPA DE LA MUERTE. — Acabamos de oír al Salvador proclamar el misterio de la vocación de los gentiles en lugar de los incrédulos judíos; y Naamán es citado aquí como un ejemplo de esta misericordiosa sustitución. Jesús recuerda también a la viuda de Sarepta, la patrona de Elias cuya historia hemos leído hace pocos días. Esta determinación del Señor de llevar su luz de un pueblo a otro, irrita a los fariseos de Nazareth contra el Mesías. Saben que Jesús que está en este momento comenzando su predicación, acaba de obrar grandes maravillas en Cafarnaum; desearían diera celebridad a su pequeña ciudad obrando también en ella algunos milagros semejantes; mas Jesús sabe que no se van a convertir. ¿Le conocen solamente? Ha vivido con ellos durante treinta años, "creciendo siempre en edad y sabiduría delante de Dios y de los hombres'". Mas estos potentados del mundo apenas si prestan atención a un pobre obrero, al hijo del carpintero. ¿Saben tal vez que, aunque Jesús habitó por mucho tiempo en Nazareth, sin embargo de eso, no nació en esta ciudad, sino en Belén? Ante ellos, en la Sinagoga de Nazareth acaba de explicar al profeta Isaías con una elocuencia y gracia prodigiosas; anunciaba cómo ha llegado el tiempo del perdón: Su discurso, que llamó la atención y hechizó a los asistentes, a los sabios de la ciudad les ha sorprendido menos que el ruido de los prodigios que obraba en países vecinos. Quieren también ellos verle hacer algún milagro en su presencia, que sea algo espectacular; no lo conseguirán. Que recuerden el discurso que Jesús les ha predicado en la Sinagoga y sobre todo que tiemblen al oír anunciar la vuelta de los gentiles. Mas el divino profeta no es escuchado en su ciudad natal; y si su poder  no lo hubiese defendido de la ferocidad de sus indignos compatriotas, la sangre del Justo habríacomenzado a correr desde ese día. Está reservada esta triste gloria para la ingrata Jerusalén "ya que ningún profeta debe perecer, si no es dentro de sus muros'".

ORACION
Humillad vuestras cabezas a Dios.

Ayúdenos, Señor, tu misericordia: para que, con tu protección, merezcamos vernos libres y, con tu ayuda, nos salvemos de los inminentes peligros de nuestros pecados. Por el Señor.