5. Tierra de Promisión a la
vista
El ambiente de la época en que vivió
Pascual tendía a la conquista de la perfección cristiana. Es un tiempo en que
Ignacio de Loyola lanza a sus soldados a las aventuras y a las conquistas de todo
cuanto podía redundar en la mayor gloria de Dios. Es entonces cuando Teresa de
Ávila, enamorada de Dios, sabe que tiene al mundo subyugado a sus pies, y funda
aquí y allá conventos del Carmelo. Es el tiempo que en Pedro de Alcántara,
extremadamente penitente y dedicado a la contemplación, emprende la fundación
de sus conventos, futuros planteles de mártires y de santos.
Los franciscanos discípulos de este
último fueron recibidos con admiración en la región por donde vagaba Pascual al
frente de su rebaño. Iban ellos con los pies descalzos y con el cuerpo vestido
de humildísimo sayal, se sustentaban con el pan que recogían mendigando de
puerta en puerta, y pasaban largas horas prosternados ante el altar. Cerca de
Monforte se alzaba un modesto santuario dedicado a Nuestra Señora de Loreto,
donde la Reina del cielo se complacía en prodigar sus favores. El pueblo
suplicó a los religiosos recién llegados que establecieran allí su residencia,
para sostener el culto. Quería verse ayudado por la compañía de unos hombres
tenidos por santos. También Juana de Portugal, marquesa de Elche, los deseaba
en sus dominios, y proyectaba fundar un convento para aquellos varones
apostólicos al lado de unos admirables palmerales. Pedro de Alcántara, que por
aquel entonces habitaba en el Pedroso, tiene noticias de estos piadosos
proyectos, y envía allá a varios de sus discípulos, entre ellos a José de
Cardeneto, modelo de paciencia y de austeridad, cuyo último suspiro había de
ser un cántico de alegría; Bartolomé de Santa Ana, delante del cual no tenía
reparo Santa Teresa de Jesús en quitarse el velo y mostrar el rostro al
descubierto, pues lo estimaba «un ángel»; Alfonso de Lirena, hombre tan
intrépido como prudente, que en las fundaciones de conventos parecía «realizar
lo imposible», y Antonio de Segura, famoso por su altísimo espíritu de oración.
Una vez llegados éstos a su destino, construyeron con la ayuda del pueblo el
convento de Loreto, cuyos planos habían sido personalmente trazados por fray
Pedro de Alcántara. Para entrar en las pequeñas celdas era preciso bajarse, pues
el pavimento de las mismas era la desnuda tierra.
Esta fundación fue para Pascual un
descubrimiento, de tal modo que comenzó a frecuentar la iglesia y a darse a
conocer a los religiosos por medio de sus limosnas, y también en el confesionario.
Cada día se veía el pastor más irresistiblemente atraído hacia el santuario. En
él comulgaba con frecuencia, sintiéndose entonces más feliz que nunca. Cuando
allí se entregaba a la oración, le parecía que su alma gozaba, mejor que en
parte alguna, de una íntima unión con Jesucristo. García, su patrón entonces,
nos dice:
“Yo
le sorprendía diariamente antes del amanecer, puesto de rodillas en la pradera,
con el rostro vuelto hacia la capilla de Loreto».
«En
esta actitud, añade otro testigo, solía permanecer inmóvil e insensible lo
mismo al viento que a la lluvia. Muchas veces era preciso que lo sacudiéramos
con violencia para hacerlo volver a las realidades de la vida.”
“Dios
mismo parecía velar especialmente sobre su rebaño, porque nunca los lobos, que
nos obligaban a nosotros a estar alerta toda la noche, le arrebataron a él
oveja alguna.”
«Éstas,
a su vez, pastando en los mismos parajes que las nuestras, engrosaban a
maravilla y crecían sensiblemente».
«Por
lo que a mí toca, añade Navarro, su mayoral, le permitía a veces asistir a Misa
durante la semana. No podía proporcionarle cosa alguna que fuese tan de su
agrado. Pascual se multiplicaba a fin de no faltar por ello a ninguna de sus
ocupaciones, y una vez obtenida la licencia deseada, parecía quedar
transfigurado en otro hombre.
«Hay
una montaña próxima a Elche, desde la cual se divisa toda la población. A esta
montaña solía conducir el Santo su rebaño siempre que no podía proporcionarle
pasto en los alrededores de la capilla de Loreto.
«En
dicha montaña se le veía permanecer como en éxtasis durante largas horas,
mirando alternativamente a Elche y a Loreto.
«Se
alejaba con tristeza del templo, y siempre que desde el campo sentía la señal
de la campana, anunciando el momento en que el Santo Sacrificio llegaba al acto
de la consagración, se reconcentraba en sí mismo para no pensar sino en Dios.
«El
Santo se hallaba cierto día a alguna distancia de nosotros: la naturaleza
comenzaba a animarse y el sol cubría con su manto de luz la pradera, humedecida
aún por el rocío.
«Pascual
oraba puesto de rodillas y con las manos juntas. Se oye en este momento el
sonido de la campana, y el joven exhala un grito: “¡Mirad! ¡Allá, allá!”, dice,
indicando con el dedo el cielo. Sus ojos ven una estrella en el firmamento...
Luego la nube se rasga y Pascual contempla, como si estuviera delante del
altar, una hostia puesta sobre un cáliz, y circuida por un coro de ángeles que
la adoran.
«Aunque
lleno el joven de temor en un principio, no tarda mucho en dejarse llevar de
sus transportes de alegría: “Jesús, Jesús se encuentra allí!” exclama
hondamente conmovido.
«Nuestros
ojos buscan entonces la dirección que él indica, pero no descubren otra cosa
que la azul inmensidad de los cielos. Y sin embargo el Beato tenía razón. Para
él todo era visible, porque era puro y santo... en tanto que nuestra vista,
cegada por los pecados, no alcanzaba a ver cosa alguna.
«¡Ah!
termina Navarro, me portaría como cristiano pérfido, si no diera fe al
testimonio de Pascual. Estoy segurísimo que veía el Santísimo Sacramento. Pero
¿qué tiene esto de extraño? ¡Lo amaba tanto!»
Oigamos ahora la propuesta que Martín
García, su patrono, hizo cierto día al santo pastor:
«Hijo
mío, ya ves que Dios no me ha dado hijos; pero yo te quiero mucho y mi esposa
te ama con no menor ternura... Pascual, ¡consiente en ser tenido por hijo
nuestro! Desde hoy vivirás a nuestro lado, y nosotros te buscaremos una
compañera digna de tu virtud.
«Rico
y sin trabajo, vivirás bajo nuestro techo y podrás dedicarte a la oración en la
medida de tus deseos y frecuentar cuanto gustes la iglesia».
Martín acariciaba este proyecto de
mucho tiempo atrás; pero el Padre San Francisco, dice la antigua Crónica, se había anticipado
a él en adoptarle por hijo.
«Mi
amo, replicó Pascual todo confuso, ¡qué bueno sois! Ciertamente que yo no soy
digno de un tal favor... Aparte de esto, me es imposible aceptarlo, porque
estoy resuelto a hacerme religioso... Si yo tuviera riquezas, las abandonaría. ¡Tan
lejos estoy de buscarlas! ¡Oh, sí! Desde
ahora prometo entrar en el convento».
Y dichas estas palabras, el joven se
dio prisa en llamar a las puertas del convento de Loreto.
CONTINUA...
No hay comentarios:
Publicar un comentario