Carta Pastoral Nº 11:
LA RESPONSABILIDAD SACERDOTAL
Tanto para Mons. Gribert
como para mí, es siempre una alegría y una gran satisfacción encontrarnos en
medio de ustedes. Quisiéramos tanto ayudarlos, no solamente manifestándoles
nuestro afecto, sino también a través de nuestras oraciones, por nuestros
estímulos y nuestras directivas. Por la mañana, en esta exhortación, insistiré
sobre dos consignas particulares: el ser sacerdote en su actitud hacia Dios y
las almas, y el tomar conciencia de su responsabilidad sacerdotal y paternal
hacia los vicarios y todos los auxiliares inmediatos. Consideren su sacerdocio
delante de Nuestro Señor Jesucristo. Tenga esta sed, esta obsesión de vivir con
Dios, de estar íntimamente unidos hasta el alma con Nuestro Señor, pero no
olviden que esta unión no se puede concretar, no puede ser verdadera, sin sus
ejercicios de piedad: oración, breviario, y sobre todo, la Santa Misa, sin
excluir a los otros. Sin duda, algunos de ustedes dirán que tienen ocupaciones
urgentes, que hay reuniones que los esperan o que indispensables tareas
apostólicas los retienen. ¡Qué ilusión es creerse capaz de difundir la vida de
Dios alrededor de ustedes, si se descuida el abreviar en las fuentes de esta
vida! Necesariamente, obligatoriamente, el sacerdote que descuida sus
ejercicios de piedad terminará por entibiarse, por debilitarse. “¿Cómo
tendrán sabor los alimentos, si la sal no les da ese sabor?”. Nuestro Señor
nos lo advirtió. Piensen en la edificación que brinda a sus fieles un sacerdote
que reza, que se une a Dios. Ahora más que nunca, es necesario que las personas
que nos ven, a las que nos acercamos, estén persuadidas de que están viendo a
un hombre de Dios.
Con este propósito, nos
esforzaremos en ser lo que Nuestro Señor ha sido para el mundo: el gran
Sacramento. Por Él ha venido la vida de Dios. Por nosotros debe ser dada a las
almas a nosotros confiadas. Tengamos cuidado de estar satisfechos por haber
construido escuelas, iglesias, lugares de reunión; mas, tengamos cuidado de
creer que nuestro apostolado es fructuoso porque hayamos podido reunir gente,
lanzar movimientos: todo eso es el “medio”. Lo que tenemos que pedir sin cesar,
es saber verdaderamente que la gracia penetra en los corazones, y por eso,
hagamos todo para que las almas estén dispuestas a la gracia, que tengan sus
aptitudes como para recibirla en abundancia. Hay que crear ese ámbito favorable
para nuestra actitud de bondad paternal, de solicitud, de paciencia. Antes de
la recepción de los sacramentos, de mucho servirán algunas palabras de
edificación, animando a una gran generosidad. En la Iglesia, seamos siempre
respetuosos del lugar santo: sin gritos, ni descontento, ni exclamaciones. ¿Qué
pensaran de Dios los fieles, viéndonos nerviosos e impacientes? ¿Cómo crear ese
ambiente sobrenatural que debe impregnar las almas y dispensarles la gracia?
Es en ese espíritu que, ya
en una circular precedente, había insistido para que los sacerdotes eviten ir
demasiado frecuentemente a comer a las casas de familia, así como asistir a los
cines. La visita a los parroquianos es útil y deseable, pero la asiduidad con
algunas familias y las frecuentes comidas fuera de la comunidad, son nocivas.
Demasiado a menudo se frecuenta a los fieles por pura amistad humana, tal como
lo hacen los mundanos. El sacerdote no se muestra ya como tal. Pueden,
ciertamente, ocurrir casos excepcionales de los cuales son jueces. Pero les
pido que sean más bien estrictos sobre este tema. Asimismo, hay películas que
es útil ver, y aún edificantes; pero en esta cuestión, hay que ser muy discreto
y evitar ir regularmente al cine (sin hacer alusión aquí a los cines
parroquiales). La presencia del sacerdote puede ser un escándalo para los
espectadores. Hay que decir que, aún cuando la película sea correcta, a menudo
existe alguna parte del programa a la cual un sacerdote no tendría que asistir.
No se extrañen, entonces,
si se dan algunas directivas previas con respecto a ese tema. Para disponer a
las almas a la gracia de Dios, no basta con elevar los corazones, hay que
esclarecer las inteligencias. Permitan que les diga cuánta angustia siento
frente a la desorientación de los espíritus. Parece que ya no se sabe más dónde
está la verdad y el error y, lo que decepciona profundamente, es ver de una
manera demasiado general, nuestra prensa católica francesa, desarrollar ideas
que no están de acuerdo con la doctrina enseñada por nuestro Santo Padre el
Papa… (Se finge condenar al comunismo únicamente porque es ateo, como si los
papas no hubieran condenado al comunismo como intrínsecamente malo e incapaz de
producir efectos felices en una sociedad). Se denota una secreta admiración
para el sistema, excepción hecha de su ateísmo. Con respecto a la escuela
libre, ya es mucho si se la admite. Los problemas de ultramar son juzgados bajo
el aspecto de un internacionalismo venido del comunismo y a favor de un
igualitarismo utópico, de un indiferentismo religioso, de lo cual habló el Papa
habló en su mensaje de Navidad. Podríamos
decir que la lectura de algunas revistas como “Espíritu”, y diarios como
“Testimonio cristiano”, no debería mas ser alentada. Su espíritu es
demasiado ajeno al de la Iglesia y amasa modernismo y liberalismo. Tengamos la
preocupación de seguir siempre las directivas del Papa, de leer sus escritos
con atención, de conformar con nuestros espíritus con el suyo, que es el
espíritu de Cristo. El segundo punto que
quería conversar con ustedes es la solicitud pastoral que deben tener por sus
vicarios y sus colaboradores inmediatos. Tengan cuidado con los sacerdotes
jóvenes que les son confiados. Recuerden que el primer superior es, por
lo general, aquel que más le marca la
vida a un sacerdote. ¡Qué responsabilidad! Vigílenlos a fin de facilitarles la
vida espiritual con la regularidad en los ejercicios de piedad, por ejemplo,
con un consejo fraternalmente dado. En su apostolado, también tienen que
ayudarlos, aconsejarlos, facilitarles el estudio del idioma. Es curioso
comprobar que algunos superiores son muy celosos para con sus fieles y
negligentes con los que están con ellos.
Y esto es verdadero también para los
hermanos y las religiosas. A ellos, en particular, no es raro escucharlos
haciendo críticas, porque a menudo tienen cosas, detalles que pedir cuando se
los va a ver, que se trata de detalles materiales o pequeñas molestias en sus
obras o en su comunidad, pero sucede que uno ya está saturado, y entonces se
promete no poner más los pies en esa casa. Verdaderamente, ¿es eso ser un
superior, un padre espiritual de las almas? Sepamos escuchar, sepamos elevarnos
por encima de nuestras impresiones y guardar siempre una condescendencia
paternal. Y si las encontramos demasiado poco religiosas, ¿no somos un poco
culpables? ¿Les damos todos los socorros espirituales que necesitan:
conferencias espirituales por lo menos mensuales, avisos en el confesionario,
sin olvidar el ejemplo de la piedad y de la caridad?
No olvidemos tampoco a todos aquellos
que forman esta familia de la cual somos los padres: empleados de la misión,
catequistas, monitores… Sepamos crear a nuestro alrededor un espíritu de celo,
de confianza mutua, de generosidad, que edificará y será la prenda más cierta
de un apostolado fecundo en toda la parroquia, la misión, o la obra a nosotros
confiada.
Para terminar, quiero expresarles la
profunda satisfacción que sentí, durante mi visita con Mons. Gribert.
Precisamente durante ella tuve esta muy feliz impresión, al verlos llenos del
deseo de extender el reino de Nuestro Señor, que una santa emulación les
animaba: doy gracias a Dios por ello y deseo vivamente, sobre todos en los
tiempos que vivimos, que guarden en el corazón la resolución de ser siempre
sacerdotes de Nuestro Señor y sacerdotes de la Iglesia católica y romana.
Monseñor Marcel Lefebvre
Carta circular a los sacerdotes nº
53,
Sebikhotane, 25 de abril de 1953
CONTINUA...
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