miércoles, 23 de diciembre de 2015

"Las cinco festividades del Niño Jesús por San Buenaventura"


Festividad 
Quinta

Cómo el Hijo de Dios es presentado espiritualmente por el alma en el Templo.

1. En quinto y último lugar, considere el alma devota y fiel de qué manera el bebé recién nacido por la consumación de las obras divinas y nombrado por la dulzura de la degustación de las cosas celestes, y buscado y hallado, adorado y honrado por la oblación de dones espirituales, ha de ser presentado en el Templo, ofrecido al Señor, y esto por la devota, humilde y debida acción de gracias. Después de que la feliz María, madre espiritual de Jesús, ha sido purificada por la penitencia en la concepción de este bendito hijo, después de haber sido ya confortada en algo por la gracia en el nacimiento, después de haber sido íntimamente consolada por la imposición del bendito nombre, y finalmente informada por Dios en la adoración con los reyes, ¿qué otra cosa queda sino llevar a la Jerusalén celeste, al templo de la Divinidad y presentar a Dios, al Hijo de Dios y de la Virgen?

2. Sube, pues, María en el espíritu, no ya a la montaña, sino a las moradas de la Jerusalén celeste, a los palacios de la ciudad superna. Arrodíllate allí humildemente ante el trono de la eterna Trinidad y de la indivisa Unidad; allí presenta a Dios Padre a tu hijo, alabando, glorificando y bendiciendo al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo. Alaba con júbilo a Dios Padre, por cuya inspiración concebiste el buen propósito. Glorifica en la alabanza a Dios Hijo, por cuya información llevaste a cabo el bien que te habías propuesto. Bendice y santifica a Dios Espíritu Santo, por cuya consolación perseveraste hasta ahora en el buen ejercicio.

3. Oh alma, glorifica a Dios Padre en todos sus dones y en todos tus bienes, porque él es quien te llamó del siglo por oculta inspiración, diciéndote: Vuelve, vuelve, Sunamita, palabras cuyo comentario busca aparte, en otro tratado, en la primera meditación[xxiii]. Engrandece a Dios Hijo en todos sus santos. Él es, en efecto, quien te liberó de la servidumbre del demonio por su secreta información, diciéndote: Toma sobre ti mi yugo; rechaza el yugo del demonio. El yugo del demonio es amarguísimo, mi yugo es suavísimo; a su yugo seguirá suplicio eterno y tormentos, a mi yugo seguirá fruto suavísimo y descanso opulento. Si su yugo muestra a veces cierta dulzura, es falsa y momentánea; cuando mi yugo procura alegría, es verdadera y salvadora. Él a veces levanta un poco a sus servidores, mas para confundirlos eternamente; el que me honra, por el contrario, si por un momento es humillado, es para reinar y gloriarse eternamente. Esta fue la enseñanza que te dio el Hijo de Dios, a veces por sí mismo y a veces por sus doctores y amigos, y te liberó de la falsa persuasión del demonio, y de la blanda decepción de la carne y del mundo. Bendice y santifica siempre a Dios Espíritu Santo, oh alma, que te confirmó en el bien por su dulcísima consolación, diciéndote: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré[xxiv] . ¿Cómo, en efecto, oh alma delicada y frágil, acostumbrada a las delicias del mundo, embriagada con las alegrías de este siglo como los cerdos con el mosto del vino, cómo habrías podido, entre tales y tantas redes del antiguo enemigo, entre tantos falsos consejos, entre tan variados obstáculos, entre tan innumerable multitud de amigos, parientes y otros conocidos que te apartaban del camino del amor y entre las flechas de los que te herían, perseverar en el bien, amarrada con los lazos de tantos pecados, y cómo progresar en el bien, si no hubieras sido ayudada misericordiosamente por la gracia del Espíritu Santo y tantas veces dulcemente consolada y sostenida? A él, pues, debes referir todas tus obras, sin retener nada para ti.

4. Di con pura y devota intención de la mente: Todas mis obras las realizas tú, Señor[xxv] ; ante ti nada soy, nada puedo; es don tuyo que subsista, sin ti no puedo hacer nada. A ti, clementísimo Padre de las misericordias, te ofrezco lo que te pertenece, a ti lo encomiendo, a ti lo confío, indigna e ingrata de todos tus dones, que reconozco humildemente entregados a mí. A ti la alabanza, a ti la gloria, a ti la acción de gracias, o felicísimo Padre, majestad eterna, que por tu infinito poder me creaste de la nada. Te alabo, te glorifico, te doy gracias, oh felicísimo Hijo, claridad del Padre, que me liberaste de la muerte por tu eterna sabiduría. Te bendigo, te santifico, te adoro, o felicísimo Espíritu Santo, que por tu bendita piedad y clemencia me llamaste del pecado a la gracia, del siglo a la vida religiosa, del exilio a la patria, del trabajo al reposo, de la tristeza a la jocundísima y deliciosísima dulzura de la bienaventurada fruición; la cual nos conceda Jesucristo, Hijo de María Virgen, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
[i] St 1,17.
[ii]

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