CAPITULO XII: PROCESION Y MISION DEL HIJO
Un libro admirable, titulado La Habitación del
Espíritu Santo en el alma de los justos, escrito por
el Padre Froget, muestra muy bien cómo el Espíritu Santo realiza la
santificación de las almas de los justos.
Lo mismo Las enseñanzas de Jesucristo, del
Padre Bonsirven, del que cito un trozo:
«Jesucristo no habla jamás
directamente de su Encarnación, pero afirma varias veces que ha sido enviado
por el Padre, que ha venido o salido de Dios. De los textos deducimos las ideas
siguientes: Si el Hijo ha sido enviado por el Padre, es que estaba ante El y
que ha como salido para venir al mundo»
Por su parte, san Juan escribe:
"Si Dios fuera vuestro padre, me
amaríais a Mí; porque Yo he salido y vengo de Dios, pues Yo no he venido de mí
mismo, antes es El quien me ha enviado» (S.
Juan 8, 42).
Se precisa así claramente la Misión de Nuestro Señor,
que corresponde a su generación por el Padre. El Hijo no se ha enviado a Sí
mismo, sino que lo ha enviado el Padre.Sin embargo la obra general de la Encarnación y de la
Redención, aunque se le apropia al Hijo, es la obra común de Dios, es decir,
que participan en ella las tres Personas. No hay ninguna obra en la que las
Personas divinas sean completamente independientes, aun cuando parece que haya
cierta apropiación de tal Misión. Al relatar las palabras de Nuestro Señor Jesucristo,
san Juan escribía:
«Vosotros me habéis amado —dijo Jesús a sus
discípulos— y habéis creído que yo he salido de Dios» (S. Juan 16, 27),
añadiendo: «Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy
al Padre» (S. Juan 16, 28). Los textos a los que acabamos de referirnos indican
con mucha claridad que si el Hijo ha sido enviado por el Padre es que antes
estaba ante El y que ha como salido para venir al mundo.
San Juan principalmente esclarece esta misión del
Verbo. Es realmente el evangelista que ha penetrado más en la intimidad de la
Santísima Trinidad, siendo favorecido con luces extraordinarias.
Leamos algunos fragmentos especialmente
significativos:
«Conocieron verdaderamente que Yo
salí de Ti y creyeron que Tú me has enviado» (S. Juan 17, 8).
«Yo para esto he nacido y para
esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (S. Juan 18, 37).
«Aún estaré con vosotros un poco
de tiempo y me iré al que me ha enviado» (S.
Juan 7, 33).
«¿De Aquel a quien el Padre
santificó y envió al mundo, decís vosotros: Blasfemas, porque dije: Soy Hijo de
Dios?» (S. Juan 10, 36).
Cuando se reúnen así diferentes textos de la Escritura
referentes al origen de Nuestro Señor, nos llama la atención la constancia con
la que El afirma que viene del Padre, que ha sido enviado por el Padre y, por
lo tanto, que vive con el Padre.Estos textos podrían hacernos pensar que el Padre se
ha separado del Hijo por la misión confiada a Nuestro Señor: que lo ha enviado
y que por eso, en cierto modo, se ha separado de El.Eso no es así y tenemos que rechazar este pensamiento,
pues Nuestro Señor mismo nos da todas las precisiones por la misma voz de san
Juan:«Si Yo juzgo, mi juicio es
verdadero, porque no estoy solo, sino Yo y el Padre, que me ha enviado» (S. Juan 8, 16).Hay tres textos, también de san Juan, que citan a
Nuestro Señor y que muestran que no está solo sino que está siempre con su
Padre:
«El que me envió está conmigo; no
me ha dejado sólo, porque Yo hago siempre lo que es de su agrado» (S. Juan 8, 29).
Queda claro: la unión consubstancial de las tres
Personas divinas hace que siempre estén juntas. No pueden separarse. Es
imposible imaginar que el Espíritu Santo pueda separarse del Padre y del Hijo o
que el Hijo se separe del Padre, porque hay un solo Dios, no tres.
San Juan añade:
«He aquí que llega la hora y ya
es llegada, en que os dispersaréis cada uno por su lado y a Mí me dejaréis
solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (S. Juan 16, 32). Estas frases son muy sugestivas.
Tenemos que creer y afirmar que nuestro gozo en el
cielo no será más que la contemplación de la Santísima Trinidad, en la medida
en la que podamos conocerla por la luz de la gloria que nos dará Nuestro Señor.Gracias al desarrollo en nosotros de la gracia
santificante de Nuestro Señor, participaremos, en cierta medida, a su luz de
gloria que, en cierto modo, hará que podamos penetrar en el seno de la
Santísima Trinidad, ver y contemplar esta caridad infinita.Sin duda, no podremos comprender, en el sentido mismo
de «comprender», es decir, agotar toda la naturaleza de Dios. Es imposible. Ni
siquiera la luz de gloria podrá hacernos agotar las riquezas que hay en Dios,
porque en ese caso, nosotros seríamos Dios.
Pero, como nos lo enseña la Escritura, conoceremos a
Dios como se conoce El mismo. Esto no quiere decir que lo conoceremos en la
medida en la que se conoce El mismo, sino de la misma manera, por medio de esta
luz de gloria, pero, como es evidente, en una proporción muy
pequeña.Esto lo sabemos también por
san Pablo, que nos dio como ejemplo una estrella que difiere de la otra en
luminosidad y claridad: «Stella enim a stella differt in claritate» (I
Cor. 15, 41). Lo mismo sucede con los elegidos del cielo, que difieren unos de
otros por la abundancia de esta luz de gloria y por el conocimiento de Dios.
CONTINUA...
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