sábado, 26 de diciembre de 2015

"EL MISTERIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO"


CAPITULO XVIII:

POR QUIEN TODO FUE HECHO. 


Hemos hablado de lo que se puede llamar “misión eterna” del Verbo, como Hijo de Dios, en el interior mismo de la Santísima Trinidad, es decir, de su procesión del Padre. Pero además, como Verbo de Dios, Nuestro Señor, en la creación, ha sido aquel por quien todo fue hecho. Así se puede decir que Dios Padre lo ha enviado en la creación de todas las cosas. Es cierto que la creación es la obra de toda la Trinidad y no es particular al Verbo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han obrado en la creación. Pero el Verbo, al ser el ejemplar perfecto del Padre, es también el ejemplar de todas las criaturas. En El estaban, desde toda eternidad, todas las posibilidades de la creación, en toda su unidad y diversidad.

Finalmente, la misión particular de Nuestro Señor, la misión del Verbo, en el misterio de la Encarnación y en el misterio de la Redención, se continúa y persevera en la Iglesia, en el sacerdocio de los sacerdotes, en el desarrollo de su Cuerpo místico y en el combate que este Cuerpo místico (que en cierto modo recibe su forma de Nuestro Señor, del Verbo de Dios) lleva a cabo contra las potencias del infierno y contra el poder del demonio.

Pero Nuestro Señor, como Verbo, no es sólo la causa eficiente y ejemplar de todas las cosas, sino también la causa final, puesto que todo ha sido hecho para El. San Pablo nos dice que todo fue creado para El, no sólo por El, sino para El. Nuestro Señor es el centro y el fin de todas las cosas y de todas las criaturas.

En la epístola a los Hebreos (2, 10-11) san Pablo dice: «Convenía que aquel para quien y por quien son todas las cosas...». Esta frasecita tiene una gran importancia. «...que se proponía llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por las tribulaciones al Autor de la Salud de ellos. Porque todos, así el que santifica como los santificados, de uno solo vienen». Así pues, no sólo el mundo fue creado por el Verbo y por Nuestro Señor sino que además fue creado para El.

Ved lo que escribió san Francisco de Sales en su Tratado del amor a Dios:
«La santa Providencia determinó producir las demás cosas, tanto naturales como sobrenaturales, en favor del Salvador, para que los ángeles y los hombres puedan participar a su gloria sirviéndole».
El santo doctor insiste:
«Siendo que toda voluntad bien dispuesta que se determina a querer varios objetos igualmente presentes, prefiere a los demás aquel que es más digno de amor, la soberana Providencia al formar su proyecto y plan eterno de todo lo que iba a producir, quiso primeramente y amó con una preferencia de excelencia al objeto más digno de su amor que es nuestro Salvador; y luego, por orden, a las demás criaturas según que se relacionan más o menos al servicio, honor y gloria de aquel. Así, todo fue hecho para este hombre divino, que por esto se le llama primogénito de toda criatura, poseído por la divina majestad al principio de sus caminos antes de hacer ninguna cosa».
San Francisco de Sales parafrasea la epístola de san Pablo a los Colosenses:
«Creado al inicio, antes de los siglos, puesto que en El todas las cosas fueron hechas, es antes que todo y todas las cosas están establecidas en El y El es la cabeza de toda la Iglesia, teniendo en todo y en todas partes la primacía».
Es algo extraordinario y digno casi de contemplarse, pensar que todas las cosas fueron hechas para el Verbo encarnado. Todo lo que Dios ha hecho, toda la creación, todas las criaturas, los arcángeles, los ángeles, toda la historia de la humanidad, todo ha sido hecho para Nuestro Señor y pensando en Nuestro Señor Jesucristo. Es normal, porque todo es para Dios y todo vuelve a Dios por Nuestro Señor Jesucristo. Al venir Nuestro Señor Jesucristo entre nosotros, como es Dios, todo tiene que estar hecho para El y nosotros mismos no valemos nada sino en la medida en que nos dirigimos a El o somos suyos. Nos quedamos asombrados al comprobar que el mundo, en su mayor parte, vive alejado de Nuestro Señor e ignorando a Nuestro Señor.

¡Ah, si los hombres hubiesen obedecido las órdenes de Nuestro Señor Jesucristo, según lo que dijo a los Apóstoles: «Id, enseñad a todas las naciones»! Los Apóstoles hicieron lo que pudieron, puesto que derramaron su sangre para que todo el mundo conociese a Nuestro Señor y que el mundo fuese evangelizado. Pero por culpa de quienes traicionaron a Nuestro Señor y que renegaron de El, naciones enteras se hallan actualmente y se han hallado durante siglos sin el conocimiento de Nuestro Señor.

Si todas las cosas fueron hechas para El, todas las cosas tienen que orientarse hacia El y depender de El. Por el mismo hecho de su unión hipostática, Nuestro Señor tiene tres atributos esenciales: es el Salvador, el Sacerdote y el Rey. Estos tres atributos, que le pertenecen a Nuestro Señor como hombre, le son propios por naturaleza, es decir, por su constitución de Hombre Dios. En Nuestro Señor Jesucristo sólo hay una Persona, la Persona del Verbo divino. Por el mismo hecho de que la Sagrada Humanidad de Nuestro Salvador, es decir su cuerpo y su alma, ha sido asumida por esta Persona divina, este hombre Jesucristo es el Salvador, el Sacerdote y el Rey. Es normal. Proviene lógicamente de su existencia, de su ser y de la voluntad de Dios. Por consiguiente, el mundo tendría que sometérsele completamente. No tendría que existir ninguna creatura ni nación que no se sometieran a Nuestro Señor. Así tendrían que ser las cosas. Tenemos que estar convencidos de esto, de modo que trabajemos por el reinado de Nuestro Señor Jesucristo y para que realmente se continúe su sacerdocio.

Por último, El es el Salvador. Todos los pueblos y todas las naciones tendrían que saber que no hay salvación posible fuera de Nuestro Señor Jesucristo, porque sólo hay un Salvador. Tenemos que estar absolutamente convencidos, de modo que rechacemos todas las formas de esa especie de falso ecumenismo que inventa caminos de salvación fuera de Nuestro Señor y que inventa un sacerdocio fuera de Nuestro Señor y un rey fuera de El, es decir, el reino del hombre y el reino del pueblo, esa falsa democracia que pone al pueblo en el lugar de Dios y en el lugar de Nuestro Señor.

Se trata realmente de la herejía moderna, que se puede denominar con un nuevo término, puesto que parece que hay una nueva herejía además del modernismo, del liberalismo y de todos los errores antiguos. Me parece que podemos definir este error moderno como el ecumenismo, ese falso ecumenismo. Si pudiese haber un verdadero ecumenismo, sería conveniente definirlo antes que nada. Este falso ecumenismo es el que hace que la Iglesia católica ya no sea la única verdadera religión. Los hombres de Iglesia se han inventado esta nueva Iglesia ecuménica que se pone en plan de igualdad con las otras religiones, que acepta todos los errores y, por eso mismo, laiciza todos los estados. Se disuelve y ya no existe el reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Así, Nuestro Señor ya no puede reinar. No reina entre lo musulmanes ni entre los budistas; ni reina entre los protestantes, que creen más o menos en su divinidad y que, sobre todo, no creen que la Iglesia católica sea la verdadera religión. 

Por esto, tenemos que volver a las verdades fundamentales y esenciales: ¿qué es Nuestro Señor? El gran problema de la humanidad y nuestro gran problema es este: ¿qué es Nuestro Señor Jesucristo? Es muy consolador, confortante y tonificante pensar que Nuestro Señor es aquel para quien todas las cosas fueron hechas.

CONTINUA...

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