CAPÍTULO
4
Encíclica
Humanum genus
del
Papa León XIII
sobre
la secta de los Masones
(20
de abril de 1884)
León
XIII señala toda la perversidad de la Masonería
(continuación)
Diversas
sectas, pero una sola Masonería
«Hay varias sectas que, si bien diferentes en nombre,
ritos, forma y origen, unidas entre sí por cierta comunión de propósitos y
afinidad entre sus opiniones capitales, concuerdan de hecho con la secta
masónica, especie de centro de donde todas salen y a donde vuelven. Estas,
aunque aparenten no querer en manera alguna ocultarse en las tinieblas, y
tengan sus juntas a vista de todos, y publiquen sus periódicos, con todo, bien
miradas, son un género de sociedades secretas, cuyos usos conservan. Pues muchas
cosas hay en ellas a manera de arcanos, las cuales hay mandato de ocultar con
muy exquisita diligencia, no sólo a los extraños, sino a muchos de sus mismos
adeptos, como son los planes íntimos y verdaderos, así como los jefes supremos
de cada logia, las reuniones más reducidas y secretas, sus deliberaciones, y
por qué vía y con qué medios se han de llevar a cabo. A esto se dirige la
múltiple diversidad de derechos, obligaciones y cargos que hay entre los
socios, la distinción establecida de órdenes y grados y la severidad de la
disciplina por que se rigen. Tienen que prometer los iniciados, y aun de
ordinarios se obligan a jurar solemnemente, no descubrir nunca ni de modo
alguno sus compañeros, sus signos, sus doctrinas. Con estas mentidas
apariencias y arte constante de fingimiento, procuran los Masones con todo
empeño, como en otro tiempo los maniqueos, ocultarse y no tener otros testigos
que los suyos».
«Simulan
sociedades eruditas de literatos y sabios; hablan continuamente de su
entusiasmo por la civilización, y de su amor hacia los más humildes; dicen que
su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar a cuantos más
puedan las ventajas de la sociedad civil…»
El Papa, dándose cuenta de la
existencia de las sectas, resalta que se comportan de modo que no descubren lo
que son:
«Ahora bien:
esto de fingir y querer esconderse, de sujetar a los hombres como a esclavos
con fortísimo lazo y sin causa bastante conocida, de valerse para toda maldad
de hombres sujetos al capricho de otro, y de armar a los asesinos procurándoles
la impunidad de sus crímenes, es una monstruosidad que la misma naturaleza
rechaza; y, por lo tanto, la razón y la misma verdad evidente-mente demuestran
que la sociedad de que hablamos pugna con la justicia y la probidad naturales».
El Papa insiste en el secreto con el
que se cubren las sectas y denuncia los crímenes cometidos por estas
sociedades, porque los frutos hacen ver lo que son en realidad.
El Pacto
fundamental de la Masonería
A continuación, en una frase
clarividente y que hay que recordar, León XIII determina categóricamente el fin
que prosiguen los masones:
«De los
ciertísimos indicios antes mencionados resulta claro el último y principal de
sus intentos, a saber: destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y
civil establecido por el cristianismo, y levantar a su manera otro nuevo con
fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo ».
Los masones se han propuesto, y por desgracia lo han
conseguido con una habilidad diabólica, cambiar completamente los fundamentos
de nuestra sociedad. Este cambio de ambiente, de menta-lidad y de visión de las
cosas lo han inculcado poco a poco por medio de las escuelas, de la enseñanza —que
ahora está en sus manos—, y por una penetración insidiosa que hace que la gente
no se da cuenta y se va bebiendo el veneno en dosis pequeñas durante años y
años, y como resultado, va cambiando de mentalidad.
Lo mismo sucede con los cambios y
reformas que se han hecho con el Concilio Vaticano II y después de él,
inspirados por un modernismo y falso ecumenismo, cuyo origen está en la
doctrina masónica. Son reformas envenenadas. Como siempre digo, son reformas
envenenadas porque ya no exhalan el espíritu católico, sino otro espíritu. Los
que se acostumbran a vivir estas reformas y a emplearlas, ya no tienen el
espíritu católico. Han perdido el espíritu de penitencia, de sacrificio y de
renuncia. Ya no tienen ni el espíritu ni el respeto de la jerarquía ni de la
autoridad, ni entre unos y otros. Eso es evidente.
Una de las cosas más hermosas que
nos enseña la liturgia de siempre es el respeto, porque el res-peto de lo
sagrado es el respeto a Dios, presente en la liturgia, en sus ministros y
cosas. Esto es lo que se llama sagrado. Esta desacralización y vulgaridad que
hay en los ritos actuales, hacen que ya no haya respeto. Ya no hay respeto ni a
la Eucaristía, ni a las personas ni a la jerarquía. El respeto es la flor de la
educación cristiana. El cristiano respeta a Dios, presente en las personas, en
las cosas y en la realidad de los sacramentos. Todas las maravillosas
ceremonias que ordena la liturgia, están repletas de signos de respeto a Dios
—genuflexiones, inclinaciones…— y también a los objetos que se emplean en los
oficios —como por ejemplo, los vasos sagrados, o cuando el sacerdote besa la
estola antes de revestírsela, etc.
También tenemos que respetarnos unos
a otros. No hay nada tan desagradable como esa vulgaridad que se usa ahora, en
la que la gente se trata mutuamente sin ningún respeto y que pretende
con-vertir a los hombres en una especie de rebaño que ignora las realidades.
Nuestras almas son templos del Espíritu Santo. Por eso, hay algo eminentemente
sagrado en nosotros, en nuestras personas y almas, que los demás tienen que
respetar, del mismo modo que nosotros tenemos que respetar a los demás. Hay que
eliminar toda vulgaridad en nuestras relaciones con los demás, porque no
tenemos que comportarnos con las personas que nos rodean como si no hubiera en
ellas nada sagrado.
Los principios
fundamentales de la Masonería
Después de haber explicado
claramente los fines de la Masonería, es decir, hacer todo lo posible para
lograr destruir la Iglesia y la religión católica, León XIII hace una
exposición de los principios fundamentales que la rigen. No basta —dice—
examinar sus actos, sino que hay que buscar los principios que dirigen su acción:
«Por
circunstancias de tiempo y lugar [algunas sectas masónicas] no se atreven a
hacer tanto como ellas mismas quisieran y suelen hacer las otras; pero no por eso
se han de tener por ajenas a la confederación masónica, pues ésta no tanto ha
de juzgarse por sus hechos y las cosas que lleva a cabo, como por el conjunto
de los principios que profesa».
Esto es muy importante, puesto que
León XIII, más aún que sus predecesores, quiere investigar profundamente los
principios de la Masonería. Los Papas de principios del siglo XIX, destacaron
el secreto que empleaban los masones y los crímenes que cometían, pero no
profundizaron tanto los principios.
Primer
principio: el naturalismo
«Ahora bien: es
principio capital de los que siguen el naturalismo, como lo declara su mismo
nombre, que la naturaleza y razón humana ha de ser en todo maestra y soberana
absoluta».
El primer principio de la Masonería que condena el
Papa es el naturalismo. A primera vista, se puede pensar que, después de todo,
el naturalismo cree en la naturaleza humana y se ajusta a ella. Eso es un
error, pues no hay que olvidar que la naturaleza humana ha sido lesionada y
herida por el pecado original. La fe nos enseña que al intervenir
el pecado original en la historia de la humanidad con el pecado de Adán y Eva,
no sólo nos ha privado de la gracia sino que ha destruido, desorganizado y
desordenado la naturaleza. No hay que olvidarlo. Es absolutamente indispensable
para comprender bien los problemas que santo Tomás ha expuesto de modo muy
explícito. La naturaleza ha sido herida de cuatro modos por el pecado original,
y estas heridas —dice santo Tomás— permanecen en la naturaleza aun después de
haber recibido la gracia. Aunque el pecado original como tal se nos ha borra-do
por la gracia del Bautismo, sin embargo deja sus huellas y consecuencias en la
naturaleza.
Esas cuatro heridas son: en primer
lugar, la herida de ignorancia, que hiere a la virtud de la prudencia. Esta ya
no es lo que tiene que ser, es ignorante, tiende al error, no es prudente y no
teniendo suficiente luz forzosamente se equivoca.
Las cuatro virtudes cardenales están
heridas. La virtud de prudencia, por el error. La virtud de justicia —que es la
virtud fundamental y capital de nuestra vida humana— nos hace dar a Dios, al
prójimo y a nosotros mismos lo que les es debido. Esta virtud está herida por
la malicia. En nosotros hay una tendencia que nos inclina a hacer el mal y no
dar a Dios, ni al prójimo, ni a nosotros mismos —es decir, a nuestra propia
persona— lo que se le debe. Por consiguiente, hay una inclinación al mal. Es
algo tan evidente que no hace falta conocer estos principios para saberlo. Es
lo que vemos, por desgracia, en los hombres; hay una tendencia a la malicia.
Tercera herida: la virtud de
fortaleza está herida por la debilidad. El hombre no resiste a la tentación,
está debilitado y sus fuerzas han disminuido. Su virtud de fortaleza ha
disminuido frente a las dificultades de la vida. Finalmente, la cuarta herida,
la concupiscencia, es la que afecta a la virtud de templanza. El gozo de los
deseos de este mundo, es decir, el dinero y el placer, tienta al hombre, y
necesita la virtud de templanza para moderar el atractivo que siente por la
concupiscencia. Tiene que luchar contra el de-seo de satisfacer sus placeres,
para los cuales necesita el dinero. El orgullo también atrae al hombre, como
todos sabemos, por la sed de honores. Estas cuatro heridas existen aun en el
hombre. Por eso, cuando los masones, modernistas y libera-les hablan del
naturalismo, pretenden decirnos: “¡No! La naturaleza es buena y por eso todo lo
que la Iglesia califica de desorden, para nosotros no lo es. Está muy bien. Hay
que darle al hombre todos los placeres que busca. La naturaleza lo pide; tiene
derecho a ellos. Hay que satisfacerla”. Pero si, al contrario, reconocemos que
el hombre está herido y desordenado en su naturaleza y es empujado por ese
camino del desorden, ya vemos dónde va a acabar.
Cuando denunciamos la debilidad del
hombre, se nos reprocha: “¡No! El hombre no es débil. Los deseos que siente no
son señal de debilidad. Tiene derecho y necesidad de esos placeres”. Se nos
enumeran los derechos que tiene el hombre de desarrollar su naturaleza. El
único límite es que no perturbe el orden público. Es el único que los que nos
contradicen y se nos oponen, le ponen a la libertad del hombre y a todos los
instintos malos que están en él: “No hay que perturbar el orden público. No hay
que tener problemas con los guardias. Es más, muchas veces son ellos los que
tienen la culpa”. A eso nos conduce nuestra sociedad fundada en estos falsos
principios, que son los de la Masonería: el naturalismo.
Cuando los Papas condenan el
“naturalismo” se entiende que no se trata de la naturaleza en sí misma, ni de
la naturaleza humana, sino del error que consiste en decir que la naturaleza no
ha sido herida por el pecado original y que, por consiguiente, todo lo que está
desordenado en ella es algo completamente natural y nadie se puede oponer a los
instintos del hombre. Eso es lo que llaman derechos del hombre: derecho a la
libertad. Los liberales tienen también la tendencia a seguir las doctrinas de
la Masonería.
El
racionalismo
«Es principio capital de los que siguen el
naturalismo… que la naturaleza y razón humana ha de ser en todo maestra y
soberana absoluta y, sentado esto, descuidan los deberes para con Dios...
Niegan, en efecto, toda divina revelación; no admiten dogma religioso ni verdad
alguna que la razón humana no pueda comprender, ni maestro a quien precisamente
deba creerse por la autoridad de su oficio».
En la sociedad actual en que
vivimos, ya nadie quiere Dios ni maestro. Esto explica todas las
transformaciones que han ocurrido y la enseñanza que se imparte ahora en todas
las naciones. La enseñanza ya no es magistral — es decir, impartida por alguien
que enseña— sino que todo son coloquios y diálogos, porque ya no se soporta la
idea de que alguien imponga una verdad. Es exacta-mente lo que dice el Papa:
«...ni maestro
a quien precisamente deba creerse por la autoridad de su oficio».
No hay que confiar en ningún
maestro, porque él no tiene derecho a imponer ni a decir la verdad, ni lo que
hay que pensar o creer, sino que cada uno puede pensar lo que quiera.
Supuestamente la luz brota de la confrontación de ideas: todos expresan su
pensamiento tal como lo sienten y así es como se progresa en la ciencia. Es
completamente absurdo. Eso es lo que ahora —y cada vez más— contribuye a
reducir a la nada la auténtica ciencia, porque nadie quiere someterse a la
enseñanza de un magisterio, es decir, de lo que viene a través de una tradición
y de una verdad que ya existe. Sin embargo, en las ciencias físicas, químicas,
mecánicas, etc., hay que obrar de un modo muy distinto, porque cada uno no
puede comportarse según sus ideas; hay reglas que hay que seguir. Si no, se
terminaría en una tremenda locura de la que se aprovecharían los demás.
Imaginémonos, por ejemplo, que entre
las dos superpotencias (Estados Unidos y Rusia), que han acumulado una cantidad
colosal de armamento, una de las dos dijera: “Ya no hay ninguna regla mecánica
ni balística. Todo el mundo puede pensar lo que quiera sobre esos temas”,
mientras que el otro sigue preparándose para destruir a su rival, que ya no va
a oponerse en nada tras haber abandonado todos los principios que le permitían
construir sus armamentos, cañones, bombas, misiles tierra-aire, aire-tierra,
etc.: ¡vaya desastre sería!
Por consiguiente, hay que seguir
principios y enseñar las cosas tal como son. En estos temas, cada uno no puede
seguir su opinión. Y para la religión y la filosofía, ¿todo el mundo puede
tener su opinión personal, sin que eso tenga ninguna importancia? No, porque
las consecuencias son graves. Así se mata la inteligencia, que ya no tiene
base, ni verdad, ni nada. Vemos igualmente que en las universidades reina una
enorme ignorancia, aun respecto a los principios elementales.
Error del
naturalismo y racionalismo
Hay que comprender bien qué es el
naturalismo. Es una palabra que encontramos a menudo en la pluma de los Papas,
en sus encíclicas y en todos los documentos pontificios. Los Papas hablan constantemente
de él. Por eso hay que comprender bien el sentido que le dan, es decir, el
error opuesto a la doctrina de la Iglesia sobre la naturaleza desequilibrada y
desordenada por las consecuencias del pecado original aun después de que haya
sido perdonado. Nosotros mismos nos damos cuenta de diestro; sentimos una
atracción a deseos que no son normales y que tenemos que reprimir con las
virtudes de templanza, fortaleza, justicia y prudencia. Si estuviésemos de
acuerdo con los masones, que creen que para el hombre es algo bueno satisfacer
todos sus instintos, diciendo que son buenos, ¿en dónde terminaríamos? Podemos
imaginar los resultados: el desorden, la droga, la corrupción, la ruina y el
suicidio. En último término, esa teoría termina conduciendo al suicidio y aun
al aniquilamiento físico; hemos llegado a tal punto que no deja de crecer el
número de jóvenes que se suicidan.
Negación del
orden sobrenatural, pero también del natural
«Es oficio
propio de la Iglesia católica, y que a ella sola pertenece, el guardar
enteramente y defender en su incorrupta pureza el depósito de las doctrinas
reveladas por Dios, la autoridad del magisterio y los demás medios
sobrenaturales para la salvación».
Los medios sobrenaturales son la
gracia, los sacramentos, la oración y el santo sacrificio de la Misa. Esa es
la función del magisterio y el fin de la Iglesia. Los dogmas no se pueden
cambiar ni modificar. Si —como dicen los masones— ya no existen, ya no habría
ninguna doctrina sana e inmutable, y la verdad se volvería algo relativo. Ya no
habría ninguna verdad absoluta sobre la naturaleza, ni sobre el hombre ni Dios.
Imposibilidad
de diálogo entre la Iglesia y la Masonería
Esto no ha cambiado, porque la
Masonería no ha renunciado a ninguno de sus objetivos. Desde el Concilio, todo
se ha vuelto posible. La unión con la Masonería formaba parte de la supuesta
“apertura al mundo” anunciada por el Vaticano II, que fue un concilio de
diálogo y ecumenismo. Sin embargo, hace poco los obispos alemanes publicaron un
documento, cuya lectura es particularmente elocuente.
«Entre 1974 y
1980 se han efectuado conversaciones oficiales en nombre de la Conferencia Episcopal
alemana y las Grandes Logias Unidas de Alemania. La Conferencia Episcopal
Alemana había dado el siguiente encargo al grupo de intercambios: a) Comprobar
los cambios en el interior de la Masonería alemana; b) Estudiar la
compatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia católica y a la Masonería».
Es tan increíble ver estas cosas que parece que
estamos soñando:
«c) "En caso de
respuesta positiva sobre las cuestiones arriba citadas, estudiar la manera de
dar a conocer al gran público el cambio de la situación".
Los obispos alemanes estaban
dispuestos a hacer publicidad a favor de la unión entre la Iglesia y la
Masonería. Era ir muy lejos en esa apertura, como escribía Ploncard d’Assac.
¿Cuál era el motivo? Los obispos alemanes lo explican:
«En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha
comprometido en el diálogo con todos los hombres “de buena voluntad”, en el
intercambio con todo grupo que muestre el deseo… Esta intención… ha sido
continuada por Pablo VI (…) que ha señalado los diferentes medios con los que
el diálogo puede entablarse (...) La libertad bien comprendida del hombre en su
vida privada, religiosa y pública, reivindicada por la Iglesia del Vaticano II,
ha ofrecido una base de discusión con la Masonería».
Lo que han
dicho es algo muy grave, porque la libertad religiosa que se ha instaurado es
muy parecida a la que se cree en la Masonería, es decir, la libertad de todas
las religiones y, por lo tanto, la libertad para el error. La Masonería está
totalmente de acuerdo con esto en cuanto que, en su actitud humanista, se
considera como obligada a comprometerse en favor de la libertad humana, lo que
vale decir, en favor de los derechos del hombre. Por supuesto, derechos del
hombre de hacer todo lo que quiera y de tener todo lo que desee. Los obispos
alemanes proponen que la Masonería alemana se ocupe también de instituciones de
ayuda mutua y beneficencia que permitan encontrar algunos puntos de contacto
con una Iglesia cuya vocación esencial sea la caridad:
«En nuestra difícil época, muchas personas buscan en
los símbolos y en los ritos de la Masonería colmar, en cierta manera,
necesidades que sin ellos están insatisfechas. En la Iglesia católica, los
símbolos y ritos tienen tradicionalmente su lugar. Se puede presumir aquí un
punto de contacto y una base de comprensión».
¡Entre los ritos de la Masonería
—diabólicos y satánicos— y la liturgia de la Iglesia! ¡Leer esto en un
documento oficial de toda una conferencia episcopal! ¡Es increíble!
Menos mal que corrigen un poco esto
en cierto modo, como dice muy bien Ploncard d’Assac: «Aquí el documento de la
conferencia episcopal empieza a tomar todo su valor y fuerza. Como acabamos de
ver, hasta aquí parecía elaborado con todas las ingenuidades, ilusiones y compromisos.
Pero bruscamente el documento cambia de tono»:
«Esta opinión
[la compatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia católica y a la Masonería]
se ha visto reforzada por una determinada idea —por otra parte totalmente
falsa— del último Concilio y se ha abierto paso a consecuencia de la campaña de
información en cuestión».
De hecho, ¿qué
ha sucedido?
«Para llegar a
una verificación verdaderamente objetiva de las cuestiones pendientes, era
preciso, por el contrario, estudiar la esencia de la Masonería».
Los obispos estudiaron el ritual
oficial y descubrieron lo siguiente:
«La
problemática fundamental en lo tocante a la Iglesia no ha sido modificada en la
Masonería (…) Los mismos masones la han desarrollado en el documento publicado
este año después de la conclusión de las conversaciones, y titulado “Tesis
hasta el año 2000”... En este documento se niega fundamentalmente el valor
objetivo de la Verdad revelada [es decir, del dogma] y, por medio del
indiferentismo, se excluye por principio una religión revelada».
Son exactamente las mismas palabras
que había empleado León XIII. Para los masones no existe ninguna religión
revelada.
«La primera
tesis, que es muy importante, dice de golpe: “No existe sistema
ideológico-religioso que pueda reivindicar un carácter normativo exclusivo”».
Según su tesis, no existe ninguna
religión que pueda decir que posee la verdad con exclusividad:
«Si
anteriormente existieron la hostilidad y las injurias (…), y la Iglesia
católica se reconoce hoy día ligada en una acción común con las demás
comunidades religiosas e ideológicas (…), esto no debe dejar suponer que la
Iglesia tuviera razones para mirar como desfasada su actitud de reprobación y
de rechazo en lo que se refiere a la Masonería».
La Masonería no
ha cambiado
«La Iglesia
católica se ha visto obligada a comprobar, por su parte, al estudiar los tres
primeros grados, oposiciones fundamentales e insuperables. La Masonería no ha
variado en su esencia. (…) La convicción fundamental para los masones es el
relativismo.
El Léxico Internacional Francmasón,
fuente reconocida como objetiva, declara a este propósito: “La Masonería es sin duda la única estructura que con el tiempo ha
logrado ampliamente mantener la ideología y la práctica fuera de los dogmas. La
Francmasonería debe ser considerada como un movimiento que se esfuerza por
reunir —con el fin de promover el ideal humanitario— a los hombres cuyas
disposiciones se hallan dominadas por el relativismo”. Como se advierte, tal
subjetivismo no puede armonizarse con la fe en la palabra revelada por Dios».
Los masones niegan la posibilidad de
un conocimiento objetivo de la verdad. Los obispos alemanes prosiguen su
estudio:
Negación de una única verdad objetiva
«Durante las discusiones se ha
recordado con interés el pasaje muy conocido de G. E Lessing: “Si Dios
mantuviera encerrada en su mano derecha toda la verdad y en su mano izquierda
el único impulso siempre vivo hacia la verdad, y si El me dijera: “Elige”, yo
caería con humildad a su izquierda”…».
Así que, si Dios tuviese la verdad
en una mano y en la otra la búsqueda de la misma, Lessing escogería la mano
izquierda para seguir buscándola, no para recibirla. ¡Es increíble!
«...y le diría
—añade este masón—: “Padre, condéname. La pura verdad te pertenece a ti solo”».
“Yo quiero
seguir siempre buscando la verdad, elijo la búsqueda de la verdad”. Ese rechazo
de la verdad es horroroso. Es como decir: “Que Dios me condene antes que darme
la verdad”.
Sin embargo hay que decir que al
estudiar atentamente los textos del Concilio, ya sea Gaudium et spes o Dignitatis
humanae sobre la libertad religiosa, se ve que tienen el mismo concepto.
“Todos nosotros, y todas las religiones van en búsqueda de la verdad”. ¿Cómo
puede decir la Iglesia algo semejante? Nosotros no buscamos la verdad, porque
la tenemos. Eso se dijo para agradar a los masones y protestantes, que también
comparten las teorías masónicas expresadas en el relativismo. «La relatividad
de toda la verdad —prosiguen los obispos alemanes— constituye la base de la
Masonería [lo que significa que no existe ninguna verdad objetiva]. (…) Esto
supone un rechazo fundamental de toda postura dogmática. (…) Tal concepto no es
compatible con el concepto católico de la verdad, ni desde el punto de vista de
la teología natural, ni desde el de la teología revelada. Es un concepto
relativista: todas las religiones son tentativas concurrentes a expresar la
verdad sobre Dios».
Aun hoy, los masones definen así las
religiones. Afortunadamente, los obispos alemanes han mostrado un poco de valor
publicando un documento, que es el primero desde el Concilio que se expresa con
tanta claridad. De qué extrañarse, al leer en la Civilta Cattolica, que
se publica en Roma, un artículo de un conocido jesuita que durante el Concilio
se mostró partidario ardiente del diálogo con los masones, en el cual se
subleva contra este documento de los obispos alemanes, diciendo: “Eso, por
supuesto, vale para Alemania, pero no para otros lugares”. Eso fue publicado en
la revista católica más importante de Roma dirigida por los jesuitas. ¡Es
espantoso! A partir del Concilio ha habido una voluntad de conseguir un acuerdo
con los masones, pero eso es imposible. Sería la ruina de toda nuestra teología
y filosofía sin quedar nada. No carece de interés abrir un paréntesis ahora que
estamos estudiando lo que dijo León XIII hace casi cien años. Un siglo después,
en nuestra época, los principios de los masones siguen siendo los mismos. No
han cambiado. No pueden soportar a la Iglesia.
La Iglesia se opone necesaria y
fundamentalmente a la Masonería. Ellos dicen que la verdad es relativa y
nosotros que es objetiva. Ellos dicen que no hay dogmas, y nosotros que hay una
verdad re-velada y dogmas. No puede haber ningún acuerdo. Por eso, como decía
León XIII, siguen intentándolo todo para destruir a la Iglesia, que
necesariamente se opone a ellos. Hay una incompatibilidad. Su principio
naturalista se opone formalmente a la doctrina de la Iglesia. Eso es lo que
vuelve a repetir el Papa:
«Véase
ahora el proceder de la secta masónica en lo tocante a la religión,
singularmente donde tiene mayor libertad para obrar, y júzguese si es o no
verdad que todo su empeño está en llevar a cabo las teorías de los
naturalistas. Mucho tiempo ha que trabaja tenazmente para anular en la sociedad
toda influencia del magisterio y autoridad de la Iglesia».
CONTINUA...
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