Mientras que el mundo considera
la felicidad en una vida de placeres, Cristo le opone su enseñanza tercera:
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos
serán consolados".
Esta tercera bienaventuranza
nos invita a ser hombres y no niños a quien se protege contra los espectáculos
turbadores y penosos. Nos invita a mirar la vida como ella es, con sus dolores,
sufrimientos, con sus lágrimas, para lo cual se requiere una gran fuerza vital:
en la lucha es cuando uno más se afirma y más progresa... Pero aún podemos penetrar un
poco más en la paradoja de esta bienaventuranza... No es sólo soportar, se
trata de ver cómo sacar del sufrimiento alegría... Si tuviéramos que responde a
una pregunta acerca de cómo debería hacer Dios para llegar a todos los hombres
y establecer su reino, reino de felicidad, jamás daríamos la solución que Él
mismo adoptó como la mejor en su infinita sabiduría: la de la obediencia, el
sufrimiento, la pasión soportada por Él mismo...El sufrimiento, que es
universal efecto del pecado, por Cristo, y en él, Dios verdadero, se transforma
en causa de la eterna felicidad...
El sufrimiento es escogido para
llevar a todos los hombre la palabra de Dios: todo hombre que sufre, que llora,
es visitado misteriosamente por ese Dios sangrante en la Cruz, y atraído hacia
sí: "cuando Yo sea elevado, atraeré todas las cosas a Mí". ¡Sí, además del dolor físico,
del dolor moral, por los desacuerdos, la incomprensión, por los proyectos
frustrados, etc., está el dolor por el pecado... Allí, en la ofrenda del
arrepentimiento sincero a la luz de la gracia está el comienzo de la conversión
y de toda vida espiritual.
"¿Quién no llora en este
áspero camino de la vida, si el mismo niño la comienza llorando?", se
pregunta San Agustín. Su llanto es una profecía de sus futuros dolores, sobresaltos
y tentaciones que lo harán temer siempre. Los hombres unas veces ríen y
otras lloran; pero alguna risas son dignas de lástima. Algunos lloran sus
desgracias, otros su tortura porque están pagando algún delito, otros la muerte
de un amigo...
El único que llora
principalmente y de verdad es el justo que llora por todos los que lloran
estérilmente, que llora por sus pecados y por los pecados ajenos, que llora por
alcanzar la patria celestial que todavía no tiene. Este mundo es una cárcel en
que la tristeza es verdadera y la alegría es falsa; cierto el dolor e incierto
el placer; dura la fatiga y el descanso con sobresaltos; infeliz la realidad y
vana la esperanza de felicidad. Es infeliz el corazón enredado en el amor de
las cosas perecederas, cuya pérdida le destrozan y les hace llorar... Esos
lloran por cosas vanas y no lloran por los verdaderos males...sus pecados.
Santa Catalina de Sena decía "felices los que derraman lágrimas de
amor a la vista de la infinita misericordia, de la bondad del Salvador, de la
ternura del Buen Pastor que se sacrifica por sus ovejas. Esos tales reciben ya
aquí abajo consuelo infinitamente superior al que mundo puede dar". El verdadero consuelo sin
embargo es el que no se puede perder.
Vivo sin vivir en mí y
tan alta vida espero que muero porque no muero
¿qué
vida puedo tener sino muerte padecer la mayor que nunca vi?
Lástima
tengo de mí por ser mi mal tan entero, que muero porque no muero, decía Santa Teresa.
Y estas son las
bienaventuranzas que se obtienen con la huida y liberación del pecado. Siguen las que corresponden a
la vida activa del cristiano: Alejado del mal, se inclina entonces al bien con
todo el ímpetu del corazón. El hombre de acción que se deja llevar por el
orgullo afirma falsamente "bienaventurado el que vive y obra según su
parecer, no está sometido a nadie y se impone a los demás".
Jesús le replica con la cuarta
bienaventuranza:
"Bienaventurados
los que padecen hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos".
San Lucas, al exponer en su
evangelio esta bienaventuranza no habla de justicia, y por ello algunos autores
consideran que esta bienaventuranza
habla de sólo un hambre y sed real, cuyos grados serían: tolerar el
hambre y sed provenientes de la pobreza, tener hambre y sed proveniente de
ayunos voluntarios, padecer cárceles con hambre y sed como ha ocurrido con
algunos mártires, y por último el hambre y sed de justicia y de toda virtud... No podemos separar de manera
tajante en el evangelio, lo físico de lo moral; aquí propiamente se trata también del hambre y sed
espiritual, de justicia, de Dios mismo....
La justicia en sentido estricto
es dar a cada uno lo suyo: a Dios lo que le debemos, al prójimo por amor de
Dios, lo que le corresponde. De allí resulta el orden perfecto. Por eso San Agustín nos invita
a amar la justicia y añade: "sabe que en este amor hay diversos grados. Lo
primero es no anteponer a este amor ninguna cosas de las que causen placer. Hay
cosas que agradan a nuestra naturaleza (el comer y beber al que tiene hambre y
sed), algunas lícitas y otras no. El deleite de la justicia debe ser tal que
supere a todos los permitidos, de modo que lo antepongas a todo placer que
pudieras lícitamente gozar. ..Si el temor te impulsa a amar la justicia es
señal que aun no te deleita". El hombre no puede evitar el
tener hambre y sed de felicidad, porque es algo natural en él. Y lo que debemos
descubrir es su profundidad y aprender a orientarlo...
San Gregorio decía que
experimentamos el deseo de los bienes corporales antes de poseerlos, pero que
era a la inversa en los espirituales (la experiencia de ellos es lo que
despierta nuestro deseo de poseerlo mejor). Pero para tener hambre y sed de
Cristo, para formarlo y reforzarlo, necesitamos combatir la ilusoria sensación
de saciedad que nos proporcionan los bienes terrestres..., y esta es obra del
desprendimiento que de manera particular, realizan en nosotros el sufrimiento,
la pobreza, etc.
San Agustín, por ello, tiene
estos afectos y suplicas al hablar de esta bienaventuranza:"Oh Señor,
Corro a las fuentes, deseo llegar a las fuentes de agua y es en Vos donde está
la fuente de la vida, el manantial que jamás se agotará...Cuándo será que yo
llegue y me presente delante de Vos Tal es la sed que me devora de llegar y de
presentarme a Vos; padezco sed en el destierro, sed en la carrera, pero no me
hartaré sino en la llegada. ¿Cuándo será que yo llegue? Lo que para Vos es muy
pronto para mí es lentísimo...Tanto en las prosperidades como en las
adversidades del mundo, derramo lágrimas de deseo; y, sin embargo, el ardor de
mi deseo no disminuye. Aun cuando todo en el mundo fuera de mi gusto, tendré
siempre este desasosiego hasta que llegue el momento de presentarme a
Vos".Cuando Cristo le pide a
la Samaritana agua, le dice: "Si conocieras el don de Dios... quien bebe
el agua que Yo le daré no tendrá sed eternamente...es agua de vida
eterna..."(Jn. 4,13 ys.).
Digamos para terminar de
esclarecer esta bienaventuranza, que la justicia de que se habla en la
Escritura se diferencia de la nuestra porque aquélla establece relaciones
fundamentalmente personales entre Dios y el hombre en primer lugar, por medio
de la alianza y de la Ley, que enseñan al pueblo el camino de Dios y son un
puro donde misericordia; y en segundo lugar entre los hombres, enseñándoles a
respetarse, y mantener relaciones justas, que establezcan la paz y la armonía.
CONTINUA...
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