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jueves, 20 de junio de 2019

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. SAN JUAN DE AVILA


CAPITULO 18
De otro laso, contrario al pasado, que es la desesperación con que el demonio pretende vencer al hombre; y cómo nos habremos contra él.

Otra arte suele tener el demonio contraria a esta pasada; la cual es, no haciendo ensalzar el corazón, mas abajándolo y desmayándolo, hasta traerlo a desesperación; y esto hace trayendo a la memoria los pecados que el hombre ha hecho, y agravándolos cuanto puede, para que el tal hombre, espantado con ellos, caiga desmayado como debajo de carga pesada, y así se desespere. De esta manera hizo con Judas, que al hacer el pecado le quitó delante la gravedad de él, y después le trajo a la memoria cuan gran mal era haber vendido a su Maestro, y por tan poco precio, y para tal muerte; y así le cegó los ojos con la grandeza del pecado, y dio con él en el lazo, y de allí en el infierno.
De manera que a unos ciega con las buenas obras, poniéndoselas delante y escondiéndoles sus males, y así los engaña con la soberbia; y a otros escondiéndoles que no se acuerden de la misericordia de Dios, y de los bienes que con su gracia hicieron, y tráeles a la memoria sus males, y así los derriba con desesperación.
Mas así como el remedio de lo primero fue, queriéndonos él vanamente alzar en el aire, asirnos nosotros más a la tierra, considerando, no nuestras plumas; de pavón, mas nuestros lodosos pies de pecados que hemos hecho, o haríamos, si por Dios no fuese, así  es otro engaño es el remedio quitar los ojos de nuestros pecados, y ponerlos en la misericordia de Dios y en los bienes que por su gracia hemos hecho. Porque en el tiempo que nuestros pecados nos combaten con desesperación, muy bien hecho es acordarnos de los bienes que hemos hecho o hacemos, según tenemos ejemplo en Job (13, 18), y en el rey Ezequías (4 Reg., 20, 3). Y esto, no para poner confianza en nuestras buenas obras en cuanto son nuestras, porque no caigamos en un lazo huyendo de otro, mas para esperar en la misericordia de Dios, qué pues Él nos hizo merced de que hiciésemos el bien con su gracia, Él nos lo galardonará, aun hasta el jarro de agua que por su amor dimos; y que, pues nos ha puesto en la carrera de su servicio, no nos dejará en la mitad de ella; pues sus obras son acabadas (Deut., 32, 4), como Él lo es; y más hizo en sacarnos de su enemistad, que en conservarnos en su amistad. Lo cual nos enseña San Pablo diciendo (Rom., 5, 10): Si cuando éramos enemigos fuimos hechos amigos con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que somos hechos amigos, seremos salvos en la vida de Él.
Cierto, pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos, también lo será su vida para conservar en vida a los vivos. Si nos amó desamándole nosotros, no nos desamará, pues le amamos. De manera, que osemos decir lo que dice San Pablo (Philip., 1, 6): Confío que Aquel que comenzó en nosotros el bien, lo acabará hasta el día de Jesucristo. Y si el demonio nos quisiere turbar con agravarnos los pecados que hemos hecho, miremos que ni él es la parte ofendida, ni es tampoco el juez que nos ha de juzgar. Dios es a quien ofendimos cuando pecamos, y Él es el que ha de juzgar a hombres. Y, por tanto, no nos turbe que el acusador acuse; mas consolémonos, que el que es parte y Juez, nos perdona y absuelve, mediante nuestra penitencia, y sus ministros y Sacramentos. Esto dice San Pablo así (Rom., 8): Si Dios está con nosotros, ¿quién será contra nos? El cual a su propio Hijo no perdonó, mas por todos nosotros lo entregó. ¿Pues cómo es posible que dándonos a su Hijo, no nos haya dado con Él todas las cosas? ¿Quién acusará contra los escogidos de Dios? Dios es el que justifica; ¿quién habrá que condene? Todo esto dice San Pablo. Lo cual bien considerado, debe esforzar a nuestro corazón a esperar lo que falta, pues tales prendas de lo pasado tenemos.
Ni nos espanten nuestros pecados, pues el Eterno Padre castigó por ellos a su Unigénito Hijo, para que así viniese el perdón sobre quien merecía el castigo, si el tal hombre se dispusiere a recibirlo. Y pues Él nos perdona, ¿qué le aprovecha al demonio que dé voces pidiendo Justicia? Ya una vez fue hecha justicia en la cruz de todos los pecados del mundo; la cual cayó sobre el inocente Cordero, Jesucristo nuestro Señor, para que todo culpado que quisiere llegarse a Él y gozar de su redención por la penitencia, sea perdonado. Pues ¿qué justicia seria castigar otra vez los pecados del penitente con infierno, pues ya una vez fueron suficientemente castigados en Jesucristo? Y digo castigar con infierno, porque hablo del penitente bautizado, que por vía del Sacramento de la Penitencia recibe perdón y la gracia perdida, conmutándosele ordinariamente la pena del infierno, que es eterna, en pena temporal, que en esta vida satisfaga con buenas obras, o en el purgatorio padeciendo las penas de allá. Mas no piense nadie que no quitarse toda la pena, sea por falta de la redención del Señor, cuya virtud está y obra en los Sacramentos; porque copiosa es, como dice Santo Rey y Profeta David (Ps., 129, 7); mas es por falta del penitente, que no llevó disposición para más. Y tal dolor y vergüenza puede llevar, que de los pies del confesor se levante perdonado de toda la culpa y de toda la pena, como si recibiera el santo Bautismo, que todo esto quita a quien lo recibe aun con mediana disposición. Sepan todos que el óleo que nos dio nuestro grande Elíseo (4 Reg., 4, 1-7), Jesucristo nuestro Señor, cuando nos dio su Pasión, que obra en sus Sacramentos riquísimos, es para poder pagar con él todas nuestras deudas, y vivir en vida de gracia, y después de gloria.
Mas es menester que nosotros, como la otra viuda, llevemos vasos de buenas disposiciones, conforme a los cuales recibirá cada uno el efecto de su sagrada Pasión, que, en sí misma, bastantísima es, y aun sobrada.

CAPITULO 19
Da lo mucho que nos dio el Eterno Padre en darnos a Jesucristo nuestro Señor; y cuánto lo deberíamos agradecer y aprovecharnos de esta merced, esforzándonos con ella para no admitir la desesperación con que el demonio suele combatirnos.

Mucha razón tiene Dios de quejarse, y sus pregoneros para reprender a los hombres, de que tan olvidados estén de esta merced, digna que por ella se diesen gracias a Dios de noche y de día. Porque, como dice San Juan (3, 16): Así amó Dios al mundo, que dio a su Unigénito Hijo, para que todo hombre que creyere en Él y le amare, no perezca, más tenga la vida eterna. Y en esta merced están encerradas las otras, como menores en la mayor, y efectos en causa. Claro es que quien dio el sacrificio contra los pecados, perdón de pecados dio cuanto es de su parte; y quien el Señor dio, también dio el señorío; y, finalmente, quien dio su Hijo, y tal hijo dado a nosotros, y nacido para nosotros (Nobis datus, nobis natus: Hymno --- Pange, lingua), no nos negará cosa que necesaria nos sea. Y quien no la tuviere, de sí mismo se queje, que de Dios no tiene razón. Que para dar a entender esto, no dijo San Pablo: Quien el Hijo nos dio todas las cosas NOS DARÁ con Él; mas dijo: Todas las cosas NOS HA DADO con Él; porque de parte de Dios todo está dado, perdón, y gracia y el cielo. ¡Oh hombres!, ¿por qué perdéis tal bien, y sois ingratos a tal Amador y a tal dádiva, y negligentes a aparejaros para recibirla? Cosa sería digna de reprensión que un hombre anduviese muerto de hambre y desnudo, lleno de males; y habiéndole uno mandado en su testamento gran copia de bienes, con que podía pagar, y salir de sus males, y vivir en descanso, se quedase sin gozar de ellos por no ir dos o tres leguas de camino a entender en el tal testamento. La redención hecha está tan copiosa, que, aunque perdonar Dios las ofensas que contra Él hacen los hombres, sea dádiva sobre todo humano sentido, mas la paga de la Pasión y muerte de Jesucristo nuestro Señor excede a la deuda del hombre en valor, mucho más que lo más alto del cielo y a lo más profundo del suelo. Como dice San Agustín: «Azotes debía el hombre culpado, y ser preso, y escarnecido y muerto; ¿pues no os parece que están bien pagados con azotes y tormentos y muerte de un hombre, no sólo justo, mas que es hombre y Dios? Inefable merced es que adopte Dios por hijos los hijos de los hombres, gusanillos de la tierra. Mas para que no dudásemos de esta merced, pone San Juan (I, 14) otra mayor, diciendo: La palabra de Dios es hecha carne.
Como quien dice: No dejéis de creer que los hombres nacen de Dios por espiritual adopción, mas tomad, en prendas de esta maravilla, otra mayor, que es el hijo de Dios ser hecho hombre, e hijo de una mujer.
También es cosa maravillosa que un hombrecillo terrenal esté en el cielo gozando de Dios, y acompañado de ángeles con honra inefable; mas mucho más fue estar Dios puesto en tormentos y menosprecios de cruz, y morir entre dos ladrones; con lo cual quedó la Justicia divina tan satisfecha, así por lo mucho que el Señor padeció, como principalmente por ser Dios el que padeció, que nos da perdón de lo pasado, y nos echa bendiciones con que nuestra esterilidad haga fruto de buena vida y digna del cielo; figurada en el hijo que fue dado a Sara (Gen., 18, 10), vieja y estéril. Porque el becerro cocido en la casa de Abraham (Gen., 18, 7), que es Jesucristo, crucificado en el pueblo que de Abraham venía, fue a Dios tan gustoso, que de airado se tornó manso y la maldición conmutó en bendición, pues recibió cosa que más le agradó, que todos los pecados del mundo le pueden desagradar. Pues ¿por qué desesperas, hombre, teniendo por remedio y por paga a Dios humanado, cuyo merecimiento es infinito? Y muriendo, mató nuestros pecados, mucho mejor que muriendo Sansón murieron los filisteos (Judi., 16, 30). Y aunque tantos hubieses hecho tú como el mismo demonio que te trae a desesperación, debes esforzarte en Cristo, Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo (Jn., 1, 29); del cual estaba profetizado que había de arrojar todos nuestros pecados en el profundo del mar (Mich., 7, 19), y que había de ser ungido el Santo de los santos, y tener fin el pecado, y haber sempiterna justicia (Dan., 9, 24). Pues si los pecados están ahogados, quitados y muertos, ¿qué es la causa por qué enemigos tan flacos y vencidos te vencen, y te hacen desesperar?


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