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sábado, 30 de marzo de 2019

Los Sueños De San Juan Bosco Sobre El Infierno.


 
Presentación:
San Juan Bosco, nació de una familia humilde el 16 de Agosto de 1815 y falleció en 1888. Es un gigante de santidad. Fue dotado de grandes dones naturales y sobrenaturales, como los grandes santos. Tuvo el don de profecía, el don de milagros. A los 9 años Dios le manifestó su misión apostólica.
Don Bosco fue un soñador, aun sus sueños se están haciendo hoy realidad. El ayudo a la juventud más desfavorecida y aunque emprendía obras, con pocos recursos, siempre contó con la ayuda del Señor y la protección de María Santísima la Auxiliadora del mundo y jamás dejo su misión, ante las dificultades…
Quiero traer a lugar este breve episodio, es muy importante que lo tengamos en cuenta antes de hacer una confesión. Satanás el enemigo, quiere que nos confesemos mal, que callemos los pecados mortales. Para hacer una buena confesión, hay que estar arrepentidos y decir todos los pecados, al sacerdote, que es un Cristo más, tiene el poder que Jesús le dio, para perdonar los pecados. La única forma que existe para absolver los pecados es por este medio. San Juan Bosco
Un joven de quince años, en Turín, se encontraba cerca de la muerte. Llamó a Don Bosco, pero al santo no le fue posible llegar a tiempo. Otro sacerdote escuchó la confesión del joven y el chico murió. Cuando Don Bosco retornó a Turín, fue inmediatamente a ver al chico. Cuando le dijeron que el joven había muerto, el insistió en que era un "simple malentendido". Tras unos instantes de oración en la habitación del joven muerto, Don Bosco, de repente, gritó: "¡Carlos!, Sube" Para el gran asombro de todos los presentes, el chico se convulsionó, abrió los ojos y se sentó en el lecho. Viendo a Don Bosco, sus ojos se desviaron hacia el suelo.
"¡Padre, ahora estaría en el Infierno!" suspiró el joven. "Hace dos semanas estuve con una mala compañía que me indujo a pecar y en mi última confesión, tuve miedo de contarlo todo... ¡Oh, acabo de volver de un horrible sueño! Soñé que estaba situado en lo más alto de un gigantesco horno rodeado por una enorme horda de demonios. Estaban a punto de lanzarme dentro de las llamas cuando una bella Señora apareció y los detuvo. 'Aún hay una esperanza para ti, Carlos', me dijo. 'Tú aún no has sido juzgado'. En ese momento, lo escuché a usted llamándome. ¡Oh, Don Bosco, que alegría verlo otra vez! ¿Quiere confesarme, por favor?"
Después de escuchar la confesión del joven, Don Bosco le dijo: "Carlos, ahora que las puertas del Cielo están abiertas de par en par para ti, ¿deseas ir allá o permanecer aquí con nosotros?" El chico miró a lo lejos por un momento, y sus ojos se humedecieron con algunas lágrimas. "Don Bosco", dijo finalmente, "realmente estoy ansioso por ir al Cielo".
Los pacientes vieron con estupefacción como Carlos se recostaba sobre las sábanas, cerraba los ojos y se hundía una vez más en la inmovilidad de la muerte.
A continuación, nos insertaremos en un relato que goza de licencia eclesiástica. Es muy especial este sueño, quizás uno de los sueños que más profundamente afecto su percepción acerca de sus muchachos y novicios.
Le conto a sus sacerdotes y clérigos, iba añadiendo algunos detalles más, entre ellos lemoigne, testifica que el a expuesto fielmente lo que escucho de labios de Don Bosco y de cuanto le refirieron de viva voz o por escrito los numerosos testigos y sacerdotes, formando con el conjunto una sola narración, y confiesa verdaderamente que esta tarea fue ardua.
1) Jesús, te suplico e imploro Tu misericordia para los pobres pecadores y te pido luz y la gracia de la conversión. No permitas que se pierdan almas redimidas con tan Preciosa, Santísima Sangre Tuya.
2) Veamos ante nuestros ojos una caverna inmensa, todas llenas de fuego, con elevada temperatura. Muros, piedras, madera, carbón; todo esta blanco y brillante. Aquel fuego sobrepasa en calores millares y millares de veces al fuego de la tierra sin consumir ni reducir a cenizas nada de cuanto tocaba.
Este es el testimonio que vamos a leer a continuación.
Relato:
Don Bosco relato cuanto había visto en los sueños
Fue contado el 3 de mayo de 1868
— Debo contarles otra cosa — comenzó diciendo— que puede considerarse como consecuencia o continuación de cuanto les referí en las noches del jueves y del viernes, que me dejaron tan quebrantado que apenas si me podía tener en pie. Ustedes las pueden llamar sueños o como quieran; en suma, le pueden dar el nombre que les parezca. Les hablé de un sapo espantoso que en la noche del 17 de abril amenazaba tragarme y cómo al desaparecer, una voz me dijo: — ¿Por qué no hablas? —
Yo me volví hacia el lugar de donde había partido la voz y vi junto mi lecho a un personaje distinguido. Como hubiese entendido el motivo de aquel reproche, le pregunté:
— ¿Qué debo decir a nuestros jóvenes? — Lo que has visto y cuanto se te ha indicado en los últimos sueños y lo que deseas conocer, que te será revelado la noche próxima. Al hombre de la noche siguiente, me dijo: — ¡Levántate y vente conmigo!
Yo le contesté: —Se lo pido por caridad. Déjeme tranquilo, estoy cansado. ¡Mire! Hace varios días que sufro de dolor de muelas. Déjeme descansar. He tenido unos sueños, espantosos y estoy verdaderamente agotado. Y decía estas cosas porque la aparición de este hombre es siempre indicio de grandes agitaciones, de cansancio y de terror.
El tal me respondió: — ¡Levántate, que no hay tiempo que perder! Entonces me levanté y lo seguí.
Mientras caminábamos le pregunté: — ¿Adonde quiere llevarme ahora? —
Ven y lo verás. Y me condujo a un lugar en el cual se extendía una amplia llanura. Dirigí la mirada a mí alrededor, pero aquella región era tan grande que no se distinguían los confines de la misma. Era un vasto desierto. Cuando he aquí que diviso a mi amigo que me sale al encuentro. Respiré y dije: — ¿Dónde estoy?
—Ven conmigo y lo sabrás. —
Bien; iré contigo.
El iba delante y yo le seguía sin chistar. Entonces interrumpí el silencio preguntando a mi guía: — ¿Adónde vamos a ir ahora?
—Por aquí— me dijo.
Y penetramos por aquel camino. Era una senda hermosa, ancha, espaciosa y bien pavimentada. De un lado y de otro la flanqueaban dos magníficos setos verdes cubiertos de hermosas flores. En especial despuntaban las rosas entre las hojas por todas partes. Aquel sendero, a primera vista, parecía llano y cómodo, y yo me eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar un trecho me di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y aunque la marcha no parecía precipitada, yo corría con tanta facilidad que me parecía ir por el aire. Incluso noté que avanzaba casi sin mover los pies. Nuestra marcha era, pues, veloz. Pensando entonces que el volver atrás por un camino semejante hubiera sido cosa fatigosa y cansada, dije a mi amigo:
— ¿Cómo haremos para regresar al Oratorio?
—No te preocupes —me dijo—, el Señor es omnipotente y querrá que vuelvas a él. El que te conduce y te enseña a proseguir adelante, sabrá también llevarte hacia atrás.
Vi que me seguían por el mismo sendero todos los jóvenes del Oratorio y otros numerosísimos compañeros a los cuales yo jamás había visto.



viernes, 29 de marzo de 2019

EL CREDO COMENTADO. SANTO TOMAS DE AQUINO


LA ANUNCIACIÓN

42. —En cuarto lugar, es menester que el hombre comunique la palabra de Dios a los demás, advirtiendo, predicando e inflamando. Dice el Apóstol en Efesios 4, 29: "No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea buena para edificar". Y en Colos. 3, 16: "La palabra de Dios habite en vosotros en abundancia, con toda sabiduría, enseñándoos y amonestándoos unos a otros". Y asimismo en Tim 4, 2: "Predica la palabra, insiste oportuna e inoportunamente, reprende, exhorta, amenaza con toda paciencia y doctrina".
43. —Por último, debemos llevar a la práctica la palabra de Dios. Santiago I, 22: "Sed ejecutores de la palabra, y no tan sólo sus oyentes, engañándoos a vosotros mismos".
44. —Estas cinco cosas las observó por su orden la Santísima Virgen al engendrar al Verbo de Dios. En efecto, primero escuchó: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti" (Luc I, 35); en segundo lugar, consintió gracias a la fe: "He aquí la esclava del Señor" (Luc I, 38); en tercer lugar, le tuvo y llevó en su seno; en cuarto lugar, lo dio a luz; en quinto lugar, lo nutrió y amamantó, por lo cual canta la Iglesia: "Al mismo rey de los Ángeles la sola Virgen lo amamantaba con su pecho lleno de cielo".
Artículo 3
QUE FUE CONCEBIDO DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ
DE LA VIRGEN MARÍA
45. —No solamente es necesario creer en el Hijo de Dios, como está demostrado, sino que es menester creer también en su encarnación. Por lo cual San Juan, después de haber dicho muchas cosas sutiles y difíciles (sobre el Verbo), en seguida nos habla de su encarnación en estos términos (Jn I, 14): Y el Verbo se hizo carne.
Y para que podamos captar algo de esto, propondré dos ejemplos.
Es claro que nada es tan semejante al Hijo de Dios como el verbo (la palabra) concebido en nuestra mente y no proferido.
Ahora bien, nadie conoce el verbo mientras permanece en la mente del hombre, si no es aquel que lo concibe; pero es conocido al ser proferido. Y así, el Verbo de Dios, mientras permanecía en la mente del Padre no era conocido sino por el Padre; pero ya revestido de carne, como el verbo se reviste con la voz, entonces por primera vez se manifestó y fue conocido.
Baruc (3, 38): "Después apareció en la tierra, y conversó con los hombres".
El segundo ejemplo es éste: por el oído se conoce el verbo proferido, y sin embargo no se le ve ni se le toca; pero si se le escribe en un papel, entonces sí se le ve y se le toca. Así, el Verbo de Dios se hizo visible y tangible cuando en nuestra carne fue como inscrito; y así como al papel en que está escrita la palabra del rey se le llama palabra del rey, así también el hombre al cual se unió el Verbo de Dios en una sola hipóstasis, se llama Hijo de Dios, Isaías 8, I: "Toma un gran libro, y escribe en él con un punzón de hombre"; por lo cual los santos apóstoles dijeron (acerca de Jesús): "Que fue concebido del Espíritu Santo, y nació de la Virgen María".
46. —En esto erraron muchos. Por lo cual los Santos Padres, en otro símbolo, en el Concilio de Nicea, añadieron muchas precisiones, en virtud de las cuales son destruidos ahora todos los errores.
47. —En efecto, Orígenes dijo que Cristo nació y vino al mundo para salvar también a los demonios. Por lo cual dijo que todos los demonios serían salvos al fin del mundo. Pero esto es en contra de la Sagrada Escritura.
En efecto, dice San Mateo (25, 41): "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles". Por lo cual, para rechazar esto se agrega: "Que por nosotros los hombres (no por los demonios) y por nuestra salvación". En lo cual aparece mejor el amor que Dios nos tiene.

48.—Fotino ciertamente consintió en que Cristo nació de la Bienaventurada Virgen; pero agregó que El era un simple hombre, que viviendo bien y haciendo la voluntad de Dios mereció venir a ser hijo de Dios, como los demás santos. Pero contra esto Jesús dice en Juan (Jn, 38): "Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió". Es claro que del cielo no habría descendido si allí no hubiese estado; y que si fuese un simple hombre, no habría estado en el cielo.
Por lo cual, para rechazar ese error se añade: "Descendió del cielo".
49. —Maniqueo, por su parte, dijo que ciertamente el Hijo de Dios existió siempre y que descendió del cielo; pero que no tuvo carne verdadera, sino aparente. Pero esto es falso. En efecto, no convenía que el doctor de la verdad tuviese alguna falsedad. Y por lo mismo, puesto que ostentó verdadera carne, verdaderamente la tuvo.
Por lo cual dijo en San Lucas (24, 39): "Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo". Por lo cual, para rechazar dicho error, agregaron (los Santos Padres): "Y se encarnó".
50. —Por su parte, Ebión, que fue de origen judío, dijo que Cristo nació de la Santísima Virgen, pero por la unión de un varón y del semen viril. Pero esto es falso, porque el Ángel dijo (Mt I, 20): "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo". Por lo cual los Santos Padres, para rechazar dicho error, añadieron: "del Espíritu Santo".
51. —Valentino, por su parte, confesó que Cristo fue concebido del Espíritu Santo; pero pretendió que el Espíritu Santo llevó un cuerpo celeste, y que lo puso en la Santísima Virgen, y que ése fue el cuerpo de Cristo: de modo que ninguna otra cosa hizo la Santísima Virgen, sino que fue su receptáculo. Por lo cual aseguró que dicho cuerpo pasó por la Bienaventurada Virgen como por un acueducto. Pero esto es falso, pues el Ángel le dijo a Ella (Lc I, 35): "El Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios". Y el Apóstol dice (Gal 4, 4): "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer". Por lo cual añadieron: "Y nació de la Virgen María".
52. —Arrio y Apolinar dijeron que ciertamente Cristo es el Verbo de Dios y que nació de la Virgen María; pero que no tuvo alma, sino que en el lugar del alma estuvo allí la divinidad. Pero esto es contra la Escritura, porque Cristo dijo (Jn 12, 27): "Ahora mi alma está turbada", y también en Mateo 26, 38: "Triste está mi alma hasta la muerte". Por lo cual, para rechazar dicho error añadieron: "Y se hizo hombre". Pues bien, el hombre está constituido de alma y cuerpo. Así es que muy verdaderamente Jesús tuvo todo lo que el hombre puede tener, con excepción del pecado.



jueves, 28 de marzo de 2019

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY


San Francisco es consolado por los Ángeles

7. EL ABANDONO EN LAS VARIEDADES ESPIRITUALES DE LA VIDA

ORDINARIA
PRIVACIÓN DE ALGUNOS SOCORROS ESPIRITUALES

Quizá os parezca que sin el auxilio de este apoyo no os podríais sostener. Sin embargo, habéis de saber que este sabio director, este santo superior, este amigo espiritual os ha sido dado mientras os era muy útil y en cierto punto indispensable. Dios empero, ¿ha cesado de amaros? ¿No es todavía vuestro Padre? ¿Cómo podrá olvidar vuestros sagrados intereses? Creed, pues, que no os abandona. Es verdad que el guía, cuya pérdida lamentáis, os ha conducido felizmente hasta aquí; pero, ¿sabéis si sería apto para conduciros por el camino que aún habéis de recorrer? Nuestro Señor pudo decir a sus Apóstoles, sin duda porque le amaban con un afecto sensible: «Os conviene que Yo me vaya, porque si no me fuere, no vendrá a vosotros el Consolador; y si me voy, os le enviaré». Este amigo, este director, ¿os es más necesario que Nuestro Señor lo era a los Apóstoles? – Diréis quizá: es un castigo a mis infidelidades-. Sea; mas los castigos de un padre vienen a ser para los hijos dóciles un remedio saludable. ¿Queréis desarmar a Dios, mover su corazón, obligarle a colmaros de nuevas gracias?, aceptad su castigo, pedidle su ayuda; y en premio de vuestro confiado abandono a su voluntad, o bien os proveerá del guía que actualmente necesitáis, o El mismo se encargará de vuestra dirección.
Al P. Baltasar Álvarez, habiéndose puesto un día a calcular el mal que le causaba la pérdida de su director, fuele dicho interiormente: «injuria a Dios el que se imagina tener necesidad de un socorro humano del que está privado sin culpa de su parte. El que por medio de un hombre te dirigía, quiere en la actualidad dirigirte por Sí mismo; ¿qué razón tienes para lamentarte? Es por el contrario un señalado beneficio y preludio de grandes favores». San Alfonso añadía: «nuestra santificación no es obra de nuestros padres espirituales, sino de Dios. Cuando el Señor nos los concede, quiere que nos aprovechemos de su ministerio para la dirección de nuestra conciencia, mas cuando nos los quita quiere que, lejos de quedar por ello descontentos, redoblemos nuestra confianza en su bondad y le hablemos de este modo: Señor, Vos me disteis apoyo, y Vos me lo quitáis ahora, hágase siempre vuestra voluntad, pero ahora venid en mi ayuda y enseñadme lo que debo hacer para serviros fielmente». Bien entendida, esta confianza en Dios no dispensa de practicar las diligencias necesarias para hallar otro director, porque «a Dios rogando y con el mazo dando».
Terminemos con el P. Saint-Jure: «En la pérdida de las personas que nos son útiles para nuestro progreso espiritual, se cometen con frecuencia notables faltas, sintiendo demasiado vivamente su separación, no teniendo la suficiente sumisión a los designios de Dios sobre estas personas; testimonio evidente de que había excesivo apego a ellas y que se dependía más del instrumento que de la causa principal.
Sea que esos directores vivan, sea que mueran, ha de decir el alma que sinceramente ama a Dios y su propia perfección, que se vayan o que permanezcan; todo, Señor, lo que Vos queráis y como Vos lo queráis; sois Vos quien me ha enviado estos guías, Vos quien me los quita, no los quisiera yo retener.
Vuestra amable y amantísima voluntad me es más querida que su presencia; Vos me habéis instruido por ellos cuando quisisteis dármelos y por eso os doy gracias. Ahora que Vos me los quitáis, sabréis muy bien instruirme por otros que vuestra bondad paternal se dignará concederme cuando fuere necesario como os lo suplico; o bien, Vos mismo me instruiréis por lo que será preferible.»
Esta prueba es mucho más dolorosa cuando aquellos que Dios nos había dado como apoyo cesan de sostenemos, y volviéndose contra nosotros, amenazan echar por tierra nuestros más caros proyectos. Esto es lo que sucedió a San Alfonso de Ligorio cuando quiso fundar su Congregación.
Debía ésta prestar a la Iglesia inapreciables servicios, y, sin embargo, no bien sus antiguos hermanos se dan cuenta de que van a perderle, dan riendo suelta a «su descontento, sus sarcasmos, sus mordaces ironías contra el traidor, el desertor, el ingrato que los abandona». Hasta se trató de arrojarlo de la Propaganda; levantan contra él la opinión pública, y sus mejores amigos le vuelven la espalda. Sus directores, a pesar de aprobarle, no quieren ocuparse ya de él, y la ternura de su padre le obliga a sostener un formidable asalto. Sus primeros discípulos, negándose a entrar en sus miras, fomentan el cisma, y le dejan casi solo. En una palabra, a excepción de su Obispo y de su nuevo director, fáltanle todos los apoyos, casi todos se vuelven contra él. En medio de este desencadenamiento de lenguas, estas discusiones, estas separaciones, Alfonso hace orar a las almas santas, y, para conocer con seguridad la voluntad divina, se dirige a los más sabios consejeros, implora cerca de Dios la luz por medio de continuas oraciones y mortificaciones espantosas. Con el corazón herido, póstrase a los pies de Jesús Agonizante y con El exclama: «Dios mío, ¡hágase tu voluntad! »Persuadido de que Dios no necesita ni de él ni de su obra, pero que le ordena proseguirla, se esfuerza por conseguir su objeto, aunque sea a costa de verse solo, y asegura que Dios no ha permitido todas esas divisiones sino para mayor bien. Los acontecimientos que siguieron a estas separaciones, prueban que Dios las permitió, no sólo para depurar por medio de la tribulación a San Alfonso, sino a otras muchas almas entregadas a su gloria, para emplearlas después en las obras de su gracia. «Todas estas cañas se convierten bajo su mano en árboles cargados de frutos excelentes.» La Beata María Magdalena Postel pasó por la misma prueba en una circunstancia análoga.
2º.- Los recursos de que disponemos para la realización del bien, nos los puede Dios quitar según su beneplácito.
Así, puede privarnos de la fortuna, de la salud, de las comodidades, de los talentos y de la ciencia; rebajarnos si le agrada, aniquilarnos, por decirlo así, por algún tiempo o de un modo definitivo. Tratando del abandono en los bienes y males temporales, hemos hablado de todas estas cosas y queremos mencionarlas aquí, en cuanto son los instrumentos del bien espiritual; y para no repetir, diremos tan sólo que Dios no exige ya de nosotros las obras pasadas, pues nos quita los medios de realizarlas. Al presente sólo nos pide la paciencia y la resignación, hasta desea nuestro abandono completo; gracias a esta santa indiferencia y a esta amorosa sumisión, le daremos más gloria y aprovecharemos más en nuestra penuria que en el tiempo de la abundancia.
Vamos a proponer, como lo hace San Francisco de Sales, el ejemplo del Santo Job. Este gran servidor de Dios no se dejó vencer por ninguna aflicción. En tanto que duró su primera prosperidad, usó de ella para derramar el bien a manos llenas, y como él mismo dice: «Era pie para el cojo, ojo para el ciego, proveedor del hambriento y refugio de todos los afligidos.» Contempladle ahora reducido a la más extrema pobreza, privado por completo de sus hijos y de su fortuna. No se queja de que Dios le haya herido en sus más caras afecciones, le haya privado de continuar tantas buenas obras tan interesantes y tan necesarias a la vez; se resigna, y se abandona. En este solo acto de paciencia y de sumisión muestra más virtud, hácese más agradable a Dios, que por las innumerables obras de caridad que hacía en el tiempo de la prosperidad. «Porque es preciso tener un amor más fuerte y generoso para este solo acto que para todos los otros juntos.»
Nosotros también, «dejémonos despojar por nuestro Soberano Maestro de los medios de realizar nuestros deseos por buenos que sean, cuando a El le agrade privarnos de ellos, sin quejamos ni lamentarnos jamás como si nos hiciera un gran agravio». En efecto, la paciencia y el abandono compensarán abundantemente el bien que ya no podemos hacer. Esta santa indiferencia por la salud, por los talentos y la fortuna, esta amorosa unión de nuestra voluntad a la de Dios, ¿no es la muerte a sí mismo y la perfección de la vida espiritual? ¿Hay medio más poderoso para atraer la gracia sobre nosotros, sobre los nuestros y sobre nuestras obras?



miércoles, 27 de marzo de 2019

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. San juan de Avila



CAPITULO 10
De muchos otros medios que debemos usar cuando este cruel enemigo nos acometiere con los primeros golpes.
Los avisos que para remedio de esta enfermedad habéis oído son cosas que ordinariamente habéis de usar, aunque sea fuera del tiempo de la tentación.
Ahora oíd lo que habéis de hacer cuando os acometiere y os diere el primer golpe. Señalad luego la frente o el corazón con la señal de la cruz, llamando con devoción el santo nombre de Jesucristo, y decid: ¡No vendo yo a Dios tan barato! ¡Señor, más valéis Vos, y más quiero a Vos! Y si con esto no se quita, abajad al infierno con el pensamiento, y mirad aquel fuego vivo cuan terriblemente quema, y hace dar voces y aullar y blasfemar a los miserables que ardieron acá con fuegos de deshonestidad, ejecutándose en ellos la sentencia de Dios, que dice (Apoc, 18, 7): Cuanto se glorificó en los deleites, tanto le dad de tormento y lloro. Y espantaos de tan grave castigo—aunque justísimo—, que deleite de un momento se castigue con eternos tormentos; y decid entre vos lo que San Gregorio dice: «Momentáneo es lo que deleita, y eterno lo que atormenta.» Y si esto no os aprovecha, subíos al cielo con el pensamiento, y se os represente aquella limpieza de castidad que en aquella bienaventurada ciudad hay; y cómo no puede entrar allí bestia ninguna, quiero decir, hombre bestial, y estaos un rato allá, hasta que sintáis alguna espiritual fuerza con que aborrezcáis vos aquí lo que allí se aborrece por Dios.
También aprovecha dar con el cuerpo en la sepultura, según vuestro pensamiento, y mirar muy despacio cuan hediondos y cuáles están allí los cuerpos de hombres y mujeres.
También aprovecha ir luego a Jesucristo puesto en la cruz, y especialmente atado a la columna y azotado, y bañado en sangre de pies a cabeza, y decirle con entrañable gemido: Vuestro virginal y divino cuerpo, Señor, tan atormentado y lleno de graves dolores, ¿y yo quiero deleites para el mío, digno de todo castigo? Pues Vos pagáis con azotes, tan llenos de crueldad, los deleites que los hombres contra vuestra ley toman, no quiero yo tomar placer tan a costa vuestra, Señor.
También aprovecha representar súbitamente delante de vos a la limpísima Virgen María, considerando la limpieza de su corazón y entereza de cuerpo, y aborrecer luego aquella deshonestidad que os vino, como tinieblas que se deshacen en presencia de la luz. Mas si sabéis cerrar la puerta del entendimiento muy bien cerrada, como se suele hacer en el íntimo recogimiento de la oración, según adelante diremos, hallaréis con facilidad el socorro más a la mano que en todos los remedios pasados. Porque acaece muchas veces que, abriendo la puerta para el buen pensamiento, se suele entrar el malo; mas cerrándola a uno y a otro, es un volver las espaldas a los enemigos, y no abrirles la puerta hasta que ellos se hayan ido, y así se quedarán burlados.
También aprovecha tender los brazos en cruz, hincar las rodillas y herir los pechos. Y lo que más, o tanto como todo junto, es recibir con el debido aparejo el santo cuerpo de Jesucristo nuestro Señor, el cual fue formado por el Espíritu Santo, y está muy lejos de toda impuridad.
Es remedio admirable para los males que de nuestra carne concebida en pecados (en pecado original) nos vienen. Y si bien supiésemos mirar la merced recibida en entrar Jesucristo en nosotros, nos tendríamos por relicarios preciosos, y huiríamos de toda suciedad, por honra de Aquel que en nosotros entró. ¿Con qué corazón puede uno injuriar su cuerpo, habiendo sido honrado con juntarse con el santísimo cuerpo de Dios humanado? ¿Qué mayor obligación se me pudo echar? ¿Qué mayor motivo se me pudo dar para vivir en limpieza, que mirar con mis ojos, tocar con mis manos, recibir con mi boca, meter en mi pecho al purísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, dándome honra inefable para que no me abata a vileza, y atándome consigo, y dedicándome a Él por su entrada? ¿Cómo o con qué cuerpo ofenderé al Señor, pues en este que tengo ha entrado el Autor de la puridad? ¿He comido a Él, y con Él a una mesa, ¿y serle he traidor ahora, ni en toda mi vida? Así es razón que se estime esta merced, para que recibamos corona en nuestra flaqueza. Mas si mal lo recibimos, o mal de Él usamos, sucede el efecto contrario, y se siente el tal hombre más poseído de la deshonestidad, que antes de haber comulgado.
Y si con todas estas consideraciones y remedios la carne bestial no se asosegare, la debéis tratar como a bestia, con buenos dolores, pues no entiende razones tan justas. Algunos sienten remedio con darse recios y largos pellizcos, acordándose del excesivo dolor que los clavos causaron a nuestro Señor Jesucristo; otros con azotarse fuertemente, acordándose de cómo el Señor fue azotado; otros con tender las manos en cruz, alzar los ojos al cielo, herirse el rostro, y con otras cosas semejantes a éstas, con que causan dolor a la carne; porque otro lenguaje en aquel tiempo ella no entiende. Y este modo leemos haber tenido los Santos pasados, uno de los cuales se desnudó y se revolcó por unas espinosas zarzas, y con el cuerpo lastimado y ensangrentado cesó la guerra que contra el ánima había. Otro se metió en tiempo de invierno en una laguna de agua muy fría, en la cual estuvo hasta que el cuerpo salió medio muerto, más el ánima muy libre de todo peligro. Otro puso los dedos de la mano en una lumbre, y con quemarse algunos de ellos cesó el fuego que atormentaba a su ánima. Y un mártir, atado de pies y manos, con el dolor de cortarse con sus propios dientes la lengua, salió vencedor de acuesta pelea. Y aunque algunas de estas cosas no se han de imitar, porque
fueron hechas con particular instinto del Espíritu Santo, y no según ley ordinaria, mas debemos aprender de aquí que en el tiempo de la guerra, en que nos va la vida del ánima, no nos hemos de estar quietos ni flojos, esperando que nos den lanzadas nuestros enemigos, mas resurtir del pecado como de la faz de la serpiente, según dice la Escritura (Eccli., 21, 2), y tomar cada uno el remedio con que mejor se hallare, y según su prudente confesor le encaminare.


lunes, 25 de marzo de 2019

LA DESDICHADA SUERTE DE JUDAS




Parece imposible que la confesión de Judas no hiciera efecto en el ánimo de los sacerdotes. Había sido sincero, había dicho la verdad, les había devuelto el dinero; pero ellos estaban tan ciegos y tan apasionados que al decirles Judas: He pecado al vender la sangre del Justo, ellos le echaron de allí: Si pecaste, «allá tú, ¿a nosotros qué nos importa?».

¡Perversos sacerdotes! Qué respuesta tan ignorante y tan malvada. Admitís que pecó el que os entregó a Jesús y, sin embargo, decís que su pecado es solamente suyo y que no os afecta a vosotros. Si estuvo mal venderle, vosotros lo comprasteis. Si lo que trae desesperado a Judas es haberle entregado a la muerte, vosotros lo vais a matar. Al entregar Judas el dinero, vosotros queréis mantener el contrato celebrado con él y, a la vez, estar libres de toda culpa, porque decís: «Allá tú, ¿a nosotros qué nos importa?».
Al ver Judas que los sacerdotes no querían aceptar su dinero, y que le quemaba las manos, se fue «al Templo y tiró en él, el dinero». Y, desesperado, fue y «se colgó», y cayó de cabeza y se reventó por medio y se desparramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los habitantes de Jerusalén, de forma que el campo se llamó en su lengua Campo de Sangre (Hech 1, 18).

No había quien pudiese castigar el pecado de Judas, y él mismo se hizo juez de su culpa y ejecutor de su pena. Ni la tierra recibió su cuerpo ni el cielo su alma. Escogió el aire por morada, donde habitan los demonios, y allí se adueñaron de él y, como estaba escrito el demonio se sentó a su derecha como el abogado se sienta a la derecha del acusado: «Llama al impío contra él, y que el demonio esté a su derecha; que al ser juzgado salga culpable y su oración sea tenida por pecado» (Salmo 108, 6).

¡Judas, el más desdichado de los hombres, a quien «más le valiera no haber nacido»! ¿Por qué añadiste a tu pecado otro mayor desconfiando de la misericordia de Dios? ¿Por qué no te acordaste de lo bueno que había sido siempre el Señor contigo? Tu pecado era grande, pero debías haber pensado que, cuando habías decidido venderle, Él mismo te lavó los pies y te dio a comulgar su Cuerpo y su Sangre. No te acordaste de que, cuando le entregabas, Él te llamó amigo. ¡Desventurado Judas! Ya que no te acordaste de Jesús, podías haberte acordado de la dulzura de su Madre, la Virgen María era tan buena que ella misma hubiera ido contigo a su Hijo resucitado para conseguirte el perdón.
Incluso en la cruz, antes que muriera, hubiera pedido por ti y te hubiera conseguido el perdón de su Hijo.

¡Judas sin esperanza! ¿Por qué no esperaste a que el Señor al interceder por todos, sin que nadie lo pidiera, intercediera también por ti en la cruz? Fuiste ciego, se habían adueñado de ti tus malas acciones y el mismo demonio, y no mirabas al Señor para esperar su misericordia, sino que te dejaste hundir por el peso de tu misma culpa.
Los sacerdotes no quisieron recibir de Judas el dinero, porque, de hacerlo, se obligaban a levantar su acusación contra el Señor y ponerlo en libertad. Y eso no lo querían hacer de ninguna manera, sino llevar adelante su perversa intención hasta clavarle en la cruz. Si a Judas le parecía que había pecado en la venta, a ellos les parecía que habían hecho una cosa buena, tanto, que algunos dicen que tomaron el dinero del tesoro público del Templo, porque daban muerte a un blasfemo, y era un gasto piadoso, y creían así honrar y dar culto a Dios.

Pero cuando Judas tiró las monedas en el Templo, los sacerdotes que estaban allí oficiando lo recogieron y lo guardaron hasta ver lo que decían los sacerdotes principales y los magistrados. Después de la muerte del Salvador, y sabiendo lo que Judas había hecho, «aceptaron el dinero» y no les pareció conveniente volver a echar el dinero al gazofilacio o cepillo del Templo por ser «precio de sangre», es decir, precio por la muerte de un hombre. Y, «poniéndose de acuerdo, compraron un campo, que se llamaba del Alfarero, para sepultar  a los peregrinos» (Mt 27, 7). De este modo, los sabios doctores, por no perder el dinero, lo aceptaron como ofrenda y no quisieron echarlo en el gazofilacio, que era el lugar donde se echaban las ofrendas. No les pareció mal sacar el dinero de allí para pagar la muerte de un Hombre, y, sin embargo, les pareció mal volverlo a poner allí. Los santos y piadosos sacerdotes que habían dado muerte al heredero, compraban un campo para los de fuera, para los peregrinos. No pretendían otra cosa que disimular su maldad con acto aparentemente piadoso. Pero Dios les castigo con el mismo campo porque la gente le llamó «Campo de Sangre», de modo que cuantas veces se nombraba este campo se recordaba el delito cometido.



ACUÉRDATE QUE NO TIENES MAS DE UN ALMA. SANTA TERESA DE JESÚS


el juicio particular

142.- Yo te pido, por la misma VIRGEN SANTISIMA y el bien de tu alma, que hagas alto y te pares aquí un poco, a la lista de este suceso, y consideres 2 cosas: la primera cuán estrecha es aquella cuenta, pues que un Religioso, confesado y comulgado, y asistido de sus Monjes, y criado en penitencia, se halló en ella tan alcanzado.
143.- mira cuál se hallarán los muy regalados del siglo, los que no tienen más ley que su gusto, y los que viven tan sin cuenta, como si no hubiera cuenta, o no hablara con ellos este negocio.
144.- Mira también cuán alcanzado te hallarás tú, que sin escrúpulo puedes creer que no eres mejor que este, ni has vivido más ajustado que él a tu vocación y a la ley santa de DIOS, y dispón desde luego tus cuentas para cuando te las pidan de la mayordomía que has tenido.
145.- Lo 2° que has de ponderar es el temor y congoja que padeció este Religioso en aquel trance, sólo con el recelo de si le concedían o le negaban las treguas, para enmendarse, y si ésta fue tal, como has oído pondera ¡cuál será la que causará aquella final sentencia, cuando salga como trueno temeroso de la boca del Señor, y se vea un hombre condenado para siempre al fuego eterno.
146.- Mira qué sentirías tú, si tal sentencia se diese contra ti, y cómo te desharías en lágrimas por el tiempo perdido, y cuánto desearas como éste poderle recuperar y enmendarte. Y repara que, si éste volvió para nuestro escarmiento, de mil millares de millares no ha vuelto alguno, ni pienses que volverás tú.
147.- Por eso, haz desde luego tu negocio, haz cuenta que vuelves ahora de aquel Tribunal con este Monje, y, pues tu conciencia te condena, toma el tiempo que DIOS te concede para enmendarte y recuperar lo perdido, haciendo la penitencia que él hizo y viendo la vida santa que vivió.
147.- Por eso, haz desde luego tu negocio, haz cuenta que vuelves ahora de aquel Tribunal con este Monje, y, pues tu conciencia te condena, toma el tiempo que DIOS te concede para enmendarte y recuperar lo perdido, haciendo la penitencia que él hizo y viendo la vida santa que vivió.

CUANTO IMPORTA LA MEDITACION DE ESTA VERDAD

148.- Esto es lo que ha de pasar entonces, y por no considerarlo ahora, dice S. Juan Crisóstomo que hay tantos pecados en el mundo. Porque, si los hombres se acordaran de la cuenta que han de dar, no parece posible que cometieran, voluntariamente los pecados que cometen, y cita lo del Salmo: manchados están sus caminos en todo tiempo, porque apartan tus juicios de sus ojos.
149.- De lo cual se sigue que así como el que se olvida de la cuenta que ha de dar cae en pecados, así el que se acuerda de ella es preservado de culpas y se adelanta en virtud.
150.- Traigamos, pues, siempre al juicio presente delante de
nuestros ojos, y nos será:
triaca contra el veneno de los vicios y estímulo para correr en el camino de la virtud. Es medio tan poderoso para trocar los corazones y convertidos a penitencia esta memoria del juicio y de la sentencia que se ha de dar en él, que el precursor de CRISTO S. Juan Bautista, cuyas palabras eran llamas de juego, nacidas del incendio de su espíritu, no predicaba otra cosa para traer los hombres a DIOS. La segur, decía, está puesta a la raíz del árbol, para cortar al que no diere fruto de verdadera penitencia y dar con él en el fuego, para que, viendo la segur, y en ella la sentencia de su condenación, al pie del árbol, teman y enmienden sus vidas, y hagan frutos de santas obras dignas de vida eterna.
 151.- Pues, ¿cómo tú, que temes a las veces el rostro de un hombre, airado, no temes ver enojado el de CRISTO? Tú, que revuelves el orbe por sacar buena sentencia en un pleito de un mayorazgo o de un pundonor de honra, ¿cómo no cuidas de sacar buena sentencia en el mayor pleito y de mayor importancia que puedes tener jamás, en que te va el mayorazgo del cielo y la verdadera honra para siempre?
152.- Advierte que eres Cristiano, y que has de dar cuenta de tu vida, y por ventura tan presto, que te la pedirán antes que concluyas con la lectura de este párrafo.
153.- Mira por ti que está ya puesta la segur a la raíz y El que la ha de cortar levantada la mano y amenazando a tu cabeza para descargar el golpe. Mira ¿adónde darás contigo?, que, si esto consideras con atención, no es posible que, si tienes juicio, no vuelvas a él y mires por ti.
154.- Y dice bien: a la raíz del árbol, porque a ella se echa el estiércol y el riego para que crezca y fructifique; y no hay beneficio más eficaz, para que el hombre florezca en virtud, y lleve colmados frutos de santas obras, que la memoria del juicio. Estas son las trompetas, dice S Agustín, cuyo sonido derribó los muros inexpugnables de la rebelde Jericó y desmantelada la sujetó al imperio de Josué.
155.- Porque no hay medio más eficaz para rendir el corazón más obstinado, y sujetarle a la voluntad de DIOS, que la trompeta del juicio y aquella última palabra: levantaos, muertos, y venid a juicio. Tú la has de oír, y todos la hemos de oír. Por eso disponte y piensa en lo que has de parar; y no te quieras tan mal que te olvides de ti.

TAMBIEN SU MEMORIA ES UTIL A PERSONAS
DEVOTAS.

156.- Ni pienses que hablo solamente con los pecadores envejecidos en sus vicios, y que este sobrescrito no dice a ti ni hablar contigo, porque ha días que estás en el servicio de DIOS.
157.- Engañaste si esto piensas, porque, como dice S. Juan Crisóstomo, con la memoria del juicio el malo se convierte, y el bueno se mejora, y por bueno que sea, si deja el freno del temor, se hará malo y se perderá. ¿Serás tú, por ventura tan antiguo en la casa de DIOS y tan santo como S. Jerónimo? Pues oye lo que él dice de sí: ahora coma, ahora beba, ahora haga otra cualquiera cosa, siempre me parece que estoy oyendo aquella última trompeta que ha de resonar, diciendo: LEVANTAOS, MUERTOS, Y VENID A JUICIO.
158.- Y el Abad Agatón, varón penitentísimo, criado en el yermo desde su tierna edad, que fue un espejo de perfección, y Padre de muchos y santos Monjes, estando en la hora de la muerte temblando de la cuenta que iba a dar en el juicio de CRISTO, certificó a sus discípulos que siempre había vivido con aquel temor. Y lo mismo pudiéramos referir de otros muchos Santos.
159.- Pues si tan grandes Santos vivieron siempre con este miedo de la cuenta que habían de dar en el Tribunal de CRISTO, ¿no será justo que temas tú también la que has de dar de tu vida? Si éstos tuvieron continuamente presente aquella hora, por no desmandarse en los vicios y a fervorizarse en la virtud, ¿no será razón que la tengas tú también, para refrenar tus apetitos, y espolear tu tibieza en el servicio de DIOS?
160.- No dejes este refreno, porque si le dejas, caerás en muchos pecados, como dice S. Crisóstomo. Acuérdate siempre de la cuenta, si quieres vivir con cuenta; ten presente a DIOS riguroso, y le tendrás misericordioso; no eches en olvido su juicio, si quieres llevar buena sentencia; acuérdate de continuo cómo ha de venir a juzgar, y siempre estará contigo para ayudarte.
161.-Con este resguardo dice Cayetano que envió CRISTO a sus discípulos a predicar por el mundo a todas las ciudades y pueblos adonde había de ir. Porque, aunque eran tan Santos, les dio esta espuela, para a fervorizarlos en el espíritu y este freno para que no excediesen, con saber que había de ir El después a los mismos pueblos a residenciar lo que habían hecho, para que viviesen con mayor cuidado y se diesen más diligencia, sabiendo que había de haber día de cuenta en la que la habían de dar de lo que hacían.
162.- Esto mismo te digo a ti, que estás en la escuela del Señor: mira que ha de venir a juzgarte, y que te ha de pedir cuenta de lo malo que haces, y de lo bueno que dejas por hacer, de la tibieza con que obras, de la negligencia con que vives, de la remisión de tu corazón, de las faltas que cometes en las buenas obras, que salen tales de tus manos, que merecen más castigo que galardón; de las Reglas que quiebras, de las palabras que hablas, de las obras
que haces, y del tiempo que desperdicias, con que pudieras
comprar la felicidad eterna, y hasta de los pensamientos que tienes, y de las inspiraciones que te da y dejas pasar en balde. Acuérdate de todo esto, y que será más presto que piensas.




viernes, 22 de marzo de 2019

EJERCICIO DE PERFECCION Y VIRTUDES CRISTIANAS


EL DIABLO TENTANDO EN TODAS SUS FORMAS

Dice San Agustín, sobre este lugar, que este atar al demonio, es, no le dejar ni permitir que haga todo el mal que él podía y quería, si le dejaran, tentando y engañando a los hombres de mil maneras exquisitas. Cuando venga el Anticristo, le darán alguna más licencia; mas ahora está muy atado. Pero diréis: si está atado, ¿cómo prevalece y hace tanto mal? Es verdad, dice San Agustín, que prevalece y hace mucho daño; pero eso es en los descuidados y negligentes; porque el demonio está atado como perro con cadenas, y no puede morder a nadie, si no es al que s e quiere llegar a él. Ladrar puede y provocar y solicitar a mal; pero no puede morder ni hacer mal, sino al que se le quiere llegar (1). Pues así como sería necio, y os reiríais y haríais burla del hombre que se dejase morder de un perro que está amarrado fuertemente con una cadena; así, dice San Agustín, merecen que se rían y hagan burla de ellos, los que se dejan morder y ser vencidos del demonio, pues está atado y amarrado fuertemente, como perro rabioso, y no puede hacer mal sino a los que se le quieren llegar: vos os le quisiste, pues os llegaste a él para que os mordiese; que él no puede llegar a vos, ni haceros caer en culpa alguna, si vos no queréis; y así podéis hacer burla de él. Declara San Agustín a este propósito aquello del Salmo: Este dragón que criaste, Señor, para que hiciésemos burla de él (2). ¿No habéis visto cómo hacen burla de un perro, o de un oso alado, y se van a jugar y pasar tiempo con él los muchachos? Pues así podéis hacer burla del demonio, cuando os trae las tentaciones, y llamarle perro, y decirle: anda, miserable, que estás atado, no puedes morder, no puedes hacer más de ladrar.
Cuando al bienaventurado San Antonio le aparecieron los demonios en diversas formas espantables, en figura de fieros animales, como leones, tigres, toros, serpientes y escorpiones, cercándole y amenazándole con sus uñas, dientes, bramidos y silbos temerosos, que parecía le querían ya tragar; el Santo hacía burla de ellos, y decíales: si tuvieres algunas fuerzas, uno solo de vosotros bastaría para pelear con varios hombres, para poner miedo con eso. Si el Señor os ha dado poder sobre mí, heme aquí, tragadme; mas si no le tenéis, ¿para qué trabajáis en balde? Así podemos hacer nosotros; porque después que Dios se hizo hombre, ya no tiene fuerzas el demonio, como él mismo lo confesó á San Antonio, el cual respondió: Al Señor se den gracias por eso, que aun que eres padre de mentiras, en eso dices verdad, porque el mismo Cristo nos lo dice: Ya yo he vencido y librado al mundo de la sujeción y poderío del demonio, por eso tened ánimo y confianza (1). Gracias infinitas sean dadas al Señor, que por Cristo nos ha concedido esta victoria (2).
CAPÍTULO X I I
Que nos ha de dar grande ánimo y esfuerzo para pelear en las tentaciones considerar que nos está mirando Dios.

Nos ayudara también mucho para tener grande animo y esfuerzo en las tentaciones, y pelear varonilmente en ellas, considerar que nos está mirando Dios cómo peleamos. Cuando un buen soldado está en campo peleando contra sus enemigos, y echa de ver que el emperador o capitán general le está mirando y gustando de ver el ánimo con que pelea, cobra grande esfuerzo y bríos para pelear. Pues eso pasa en nuestras peleas espirituales, en realidad de verdad. Y así cuando peleamos contra las tentaciones, habernos de hacer cuenta que estamos en un teatro, cercados y rodeados de ángeles y de toda la corte celestial que está a la mira esperando el suceso; y que el presidente y juez de nuestra lucha y pelea es el todopoderoso Dios. Y es consideración esta de los Santos, fundada en aquellas palabras del sagrado Evangelio: “He aquí que los ángeles se llegaron a él y le servían” (1). E n aquella tentación y batalla espiritual de Cristo con el demonio, estaban los ángeles a la mira, y en acabando de vencer comenzaron a servirle y a cantarle la gala de la victoria.
Y del bienaventurado San Antonio leemos que, siendo una vez reciamente azotado y acoceado de los demonios, alzando los ojos arriba, vio abrirse el techo de su celda y entrar por allí un rayo de luz tan admirable, que con su presencia huyeron todos los demonios, y el dolor de las llagas le fue quitado, y con entrañables suspiros dijo al Señor, que entonces se le apareció: ¡Dónde estabas, o buen Jesús! ¿Dónde estabas, cuando yo era tan maltratado de los enemigos? ¿Por qué no estuviste aquí al principio de la pelea, para que la impidieras o sanaras todas mis llagas? A lo cual el Señor, respondió diciendo: Antonio, aquí estuve desde el principio; mas estaba mirando cómo te habías en la pelea; y porque varonilmente peleaste, siempre te ayudaré y te hará memoria de tí en la redondez de la tierra. De manera, que somos espectáculo de Dios y de los ángeles, y de toda la corle celestial.
Pues ¿quién no se animará a pelear con esfuerzo y valentía delante de tal teatro? Y más, porque al mirarnos Dios es ayudarnos, habernos de pasar e n esto adelante, y considerar que no solamente nos está Dios mirando como Juez para darnos premio y galardón si vencemos; sino también como Padre y valedor, para darnos favor y ayuda para que salgamos vencedores. “Los ojos del Señor contemplan toda la tierra y dan fortaleza á todos los que esperan en él. El anda siempre a mi diestra para que no resbale” (1).  En el cuarto libro de los Reyes, cuenta la Sagrada Escritura que envió el rey de Siria la fuerza de todo su ejército de carros y caballos sobre la ciudad de Dotain, donde estaba el profeta Eliseo, para prenderle; y levantándose de mañana su criado Giezi, viendo sobre sí tanta multitud, fue corriendo y dando voces a Eliseo diciéndole lo que pasaba: “Ah Señor mío, ¿qué haremos?” Parecíale que ya eran perdidos (2). Dicele el Profeta: No temas, que más son los que nos defienden a nosotros (3). Y pidió a Dios que le abriese los ojos para que lo viese. Ábrele Dios los ojos, y ve que todo el monte  estaba lleno de caballería y carros de fuego en su defensa, con lo cual quedó muy esforzado. Pues con esto lo habernos de quedar también nosotros: “Ponme, Señor, y pelee quien quisiere contra mi decía el santo Job” (4). Y el Profeta Jeremías: “El Señor está conmigo, y como fuerte  pelea por mí; no hay que temer los enemigos, porque sin duda caerán y quedarán confundidos” (5).
San Jerónimo, sobre aquello del Profeta: Señor, con el escudo de vuestra buena voluntad nos coronaste (6), dice: Notad que allá en el mundo una cosa es escudo y otra la corona; pero para con Dios una misma cosa es el escudo y la corona, porque defendiéndonos el Señor con el escudo de su buena voluntad, enviándonos su protección y ayuda, ese su escudo y amparo es nuestra victoria y corona: Si Deus pro nobis, quis contra nos?: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros”(1)?*