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lunes, 10 de diciembre de 2018

HOMILÍA DEL DOMINGO II DE ADVIENTO. SAN GREGORIO


SAN GREGORIO MAGNO
Homilía del glorioso San Gregorio Papa sobre el Evangelio que se canta el Domingo segundo del Adviento, el cual escribe San Mateo en el capítulo 11, v. 1. Dice así: En aquel tiempo oyendo Juan en las prisiones las obras de Jesucristo: enviándole dos de sus Discípulos: le dixo, ETC.
Justa cosa es, muy amados hermanos míos, que procuremos saber como el glorioso Bautista, Profeta, y más que Profeta, habiendo notificado y mostrado con su dedo la persona de Cristo nuestro Redentor a las gentes, cuando en la ribera del Jordán vino al santo bautismo, diciendo: "ved aquí el Cordero de Dios; ved aquí el que quita los pecados del mundo" ; y contemplando la grandeza de la Divinidad que en este Señor estaba, y su propia bajeza, dijo con la humildad debida: sabed que el que es de la tierra, de la tierra habla; mas el que viene del cielo es Señor sobre todos; como pues ahora, hallándose en las prisiones le envia con sus Discípulos a preguntar: ¿eres tú el que has de venir, o esperamos otro? v.3. ¿Por ventura no sabía quién era aquel Señor que él había mostrado con el dedo, habiéndolo publicado con grandes voces, profetizando, bautizando, y enseñando? Sí: pero si bien y con atención miramos el tiempo y la orden que se tuvo en este misterio, muy fácil será de resolver esta quistión. El glorioso Bautista en la ribera del Jordán afirmó, mostrando que este Señor era el Redentor del mundo: y ahora puesto en la cárcel pregunta, si es él el que viene. No porque él dude si es este Señor el Redentor del mundo, más quiere saber de él,  si así como por sí mismo vino al mundo, así también por sí mismo ha de bajar a las profundas prisiones del infierno. Quería Juan bienaventurado ser su Precursor, yéndolo a notificar, cuando muriese, en los infiernos, así como lo había sido, notificándolo acá en el mundo: y por esto dice. ¿Eres tú el que has de venir? Es preguntar claramente: Señor hazme saber si así como tuviste por bien nacer por la salvación de los hombres: ¿será también tu voluntad descender por los mismos a los infiernos? porque si es beneplácito de tu majestad, como fui Precursor de tu nacimiento, anunciándole al mundo, lo sea también de tu descendimiento á los infiernos: y así les dé noticia allá de tu maravillosa bajada, como la di al mundo de tu glorioso y bienaventurado nacimiento; y por esto siendo el Señor preguntado , como ya habéis visto, y habiendo contado a los embajadores las maravillas de su omnipotencia, luego les dio noticia de la humildad de su muerte, diciendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben y publican el Evangelio y bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí. V.5. El ver señales tan grandes, y obras tan maravillosas, no era para escandalizarse, sino para maravillarse mucho, y alabar al Señor que las hacía. Los judíos, no obstante, se escandalizaron reciamente, cuando después de haberle visto hacer tantas y tan grandes maravillas, le vieron morir. Esto es lo que el glorioso Apóstol San Pablo nos enseñó cuando dijo: nosotros predicamos  Jesucristo crucificado, cosa de que los judíos se escandalizan: y los Gentiles lo tienen por locura.
Parecióles a los hombres cosa de locura, creer que el hacedor de la vida muriese por los hombres: y tomaron por fundamento de escándalo, lo que si bien lo miraran, era buena prueba para conocer cuánto era mayor su obligación de honrarle y tenerle por Señor.
Porque claro está, que tanto es más digno nuestro Redentor de que le veneremos y sirvamos, cuanto las cosas que por nosotros sufrió fueron mas bajas y mas indignas de que su Majestad las sufriese. Luego qué querrá decir: ¿bienaventurado será el que no se escandalizare en mí* v. 6., sino anunciarnos con palabras claras cuán humilde y llena de injurias había de ser su gloriosa muerte : como si nos dijera : ¿veis cuán poderoso soy, y cuán grandes son mis maravillas? pues mirad bien que no me desdeño de sufrir por el amor que os tengo tantas y tan bajas injurias, y con ellas la muerte.
Y pues yo os seguiré muriendo, mucho deben los hombres que mis maravillas estiman, no escandalizarse de mi muerte cuando la vean. Dejado ya aparte lo que el Señor pasó con los discípulos del glorioso Bautista, vengamos a lo que de él mismo habló con las turbas que allí estaban: ¿qué salisteis a ver en el desierto? La caña movida con el viento?1, v. 7. Hemos de entender que el Señor dice estas palabras, no afirmando, sino negando lo que suenan. 1. a condición de la caña es tal que luego que el aire la toca, la hace doblar hacia otra parte. No es entendida por la caña otra cosa, sino el hombre carnal y mundano. Que luego que es tocado, o por el aire de la vanagloria, si le alaban, o de la impaciencia si le reprehenden, sin tener constancia alguna se dobla a la parte opuesta. Luego que oye elogios de sí, se levanta a una vana y falsa alegría, y como quien  se dobla se conforma con el elogio falso que de sí oye.
Más si de la misma boca de donde salía el aire favorable de alabanzas comienza a correr viento contrario de reprehensiones, luego veréis el tal corazón doblado a la parte de la indignación y furor contra quien le reprehende. Nuestro glorioso Bautista no diremos que era caña movida por el viento; porque ni él se ablandaba con los halagos y alabanzas, ni se exasperaba con las reprehensiones por duras que fuesen: ni alabanzas de lisonjeros le levantaban: ni vientos contrarios de maldicientes le derribaban de la perfecta y santísima constancia de su propósito. No era, pues, caña movida por el viento, el que de su rectitud de estado por ninguna diversidad de cosas se alteró.
Aprendamos, pues, muy amados hermanos míos, a no ser caña movida por el viento, hagamos de manera que nuestra alma esté firme en su justicia, aunque combatida con los aires de las lenguas: no se doble ni mude del verdadero amor que a Dios debe tener, por duros ni contrarios quesean los combates. No por mucho mal que de nosotros digan, nos indignemos, ni airemos contra nuestros prójimos, ni el favor de la gracia que el mundo nos ofreciere, nos incline á vanidad: no nos levanten las prosperidades, ni nos derriben las adversidades; y pues nuestra firmeza está en Dios, no nos alteren ni muevan las cosas transitorias del mundo. Continuando nuestro Redentor el testimonio del gran Bautista, dice: ¿Que salisteis a ver en el desierto, un hombre vestido de vestiduras blandas? mirad que los que se visten de vestiduras blandas, en las casas de los Reyes están, v. 8. Bien sabéis, hermanos, que el glorioso Bautista anduvo vestido de ropa tejida de pelos de camellos. Pues no es otra cosa decir los que de vestiduras blandas se visten en las casas de los Reyes están, sino darnos a entender, que los hombres huyendo de sufrir trabajos y asperezas por el servicio del Señor, no quieren reinar en el cielo sino en el mundo;  y dándose a solos los placeres del cuerpo, solo buscan la gloria y deleites de la tierra. Ninguno se engañe pensando que en el desorden de las vestiduras preciosas y delicadas falta pecado; porque si esto se pudiese hacer sin culpa, nunca el Señor alabaría al glorioso Bautista de la aspereza de sus vestidos. Si en esto no se hallara culpa, el bienaventurado Apóstol San Pablo no refrenara tan de verdad, como refrena en las mujeres el amor a las vestiduras preciosas: diciendo: el atavío de que las mujeres se han de adornar, sea vergüenza, honestidad y templanza: no las vestiduras preciosas. Pensad, pues, cuán grande será la culpa de los hombres, que quieren y desean usar lo que el glorioso pastor de la Iglesia, tan determinadamente manda a las mujeres que no lo usen  bien que estas palabras que del gran Bautista se dicen, es á saber, que no se vestía de vestiduras blandas, pueden entenderse de otra manera. No iba vestido de vestiduras blandas, porque nunca trató con lisonjas ni halagos a los malos y pecadores, antes les decía con ásperas reprehensiones: oh generaciones de víboras, ¿quién os enseñó á huir de la ira que está por venir? Salomón dice así: son las palabras de los sabios como aguijones, o clavos que se introducen muy adentro. Son comparadas las palabras de los sabios a los aguijones., y a los clavos, porque nunca suelen halagar con blandura a las culpas de los malos, sino que punzan con ásperas reprehensiones: dice más el Señor. ¿Qué salisteis a ver en el desierto á un Profeta? En verdad os digo que es más que Profeta, v. 9. El oficio del Profeta es decir lo que está por venir, y no mostrarlo; Juan, pues, es más que Profeta, porque mostró con el dedo aquel Señor, cuya venida primero había notificado como Precursor. Has visto que este gran Varón no es caña movida con el viento, ni es hombre Vestido de vestiduras blandas y delicadas, y que el nombre de Profeta aun es poco para sus méritos: justo

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