utfidelesinveniatur

martes, 25 de septiembre de 2018

SAN BERNARDO: DE LAUDE NOVAE MILITIAE AD MILITES TEMPLI.


III. La nueva milicia.
4. Pero los soldados de Cristo combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor a pecar cuando vencen al enemigo ni por poner en peligro la propia vida, porque la muerte que se da o recibe por amor de Cristo, lejos de ser criminal, es digna de mucha gloria. Consiguen además dos cosas: por una parte, se hace una ganancia para Cristo, por otra es Cristo mismo lo que se adquiere; porque este recibe gustoso la muerte de su enemigo en desagravio y se da con más gusto aún a su fiel soldado para su consuelo.
Así, el soldado de Cristo mata seguro a su enemigo y muere con mayor firmeza. Se sucumbe, sale ganador; y si vence, gana Cristo, porque no lleva sinrazón la espada, pues es ministro de Dios para ejecutar la venganza sobre los malos y defender la virtud de los buenos. Por otra parte, cuando mata a un malhechor no debe ser conceptuado por homicida, sino, por decirlo de alguna manera, por malicida, por el justo vengador de Cristo en la persona de los pecadores y defensor de los cristianos. Y cuando él mismo pierde la vida, alcanza su meta. La muerte que él causa es un beneficio para Cristo y la que recibe de él es su dicha verdadera. Un cristiano se honra en la muerte de un pagano porque Cristo es glorificado en ella y la libertad del Rey de reyes se pone de manifiesto en la muerte de un soldado cristiano pues llama al soldado para ofrecerle su recompensa. Por esta razón, el justo se regocijará viendo la venganza consumada. Y podrá decir: ¿Quedará el justo sin recompensa? ¿No hay un Dios que hace justicia sobre la tierra? Es cierto que no se debería exterminar a los paganos si hubiese algún otro medio de impedir sus ofensivas y reprimir las opresiones violentas que ejercen contra los fieles. Pero, por lo de ahora, es mejor matarlos para que el latigazo de los pecadores no se abata sobre el destino de los justos, y para que los justos no extiendan su mano a la iniquidad.
5. ¿Y ahora? Si de algún modo le fuera permitido a un cristiano usar la espada, ¿por qué el precursor del Salvador aconsejó a los soldados que debían contentarse con su soldada y no prohibió toda clase de servicio militar? Pero si, por el contrario –y ésta es la auténtica interpretación– tal profesión es lícita para todos aquellos a los que Dios destinó a ella y no están empeñados en otra profesión más perfecta, ¿quién, os pregunto, la puede ejercer mejor que nuestros valerosos caballeros, que por la fuerza de su brazo y de su coraje conservan generosamente la ciudad de Sion, baluarte para todos nosotros, a fin de que, arrojados de Él los enemigos de la ley de Dios, el pueblo de los justos, custodios de la verdad, puedan con toda seguridad entrar allí? Dispersen, pues, y disipen con seguridad a las naciones belicosas y sean exterminados aquellos que nos conturban continuamente y arrojados de la ciudad del Salvador todos los impíos que cometen la iniquidad, que anhelan robar las incalculables riquezas acumuladas en Jerusalén por el pueblo cristiano, profanando las cosas santas, y poseer el derecho de herencia el santuario de Dios. Sean desenvainadas las dos espadas de los fieles contra las cabezas de los enemigos a fin de destruir todo orgullo que se erija contra la ciencia de Dios, que es fe cristiana, para que los gentiles no digan un día: ¿Dónde está el Dios de estas naciones?
6. Una vez expulsados los enemigos de su casa, Él mismo volverá a su heredad, de la cual predijo en su cólera: Ved que vuestra casa quedará desamparada como un desierto; y de la que se queja por la boca de su profeta en estas palabras: Dejé mi casa y abandoné mi heredad. Cumplirá esta profecía de Jeremías: El Señor rescató a su pueblo y lo liberó; y ellos vendrán y se regocijarán sobre la montaña de Sion y gozarán con placer de los bienes del Señor. Alégrate, ¡oh, Jerusalén! y reconoce el tiempo de tu salvación. Regocijaos y cantad a coro, ruinas de Jerusalén, porque Dios consoló a su pueblo, liberó a Jerusalén y levantó su brazo delante de todas las naciones. Virgen de Israel, estabas caída y no se hallaba persona que te levantase. Levántate ahora, hija de Sion, virgen cautiva, y sacúdete el polvo. Levántate, repito, sube hasta las alturas y mira el consuelo y la alegría que te trae tu Dios. Nunca más te llamarán abandonada y no te dirán que tu tierra está devastada, porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra será habitada. Vuelve los ojos y mira a tu alrededor: todos estos pueblo se juntaron y vinieron a ti. Del lugar santo fue enviado este auxilio, y verdaderamente por medio de estas tropas fieles se cumple en tu favor esta antigua promesa, de la que habló el profeta: Te haré el orgullo de los siglos, la alegría de las generaciones futuras: mamarás la leche de las naciones y serás alimentada del pecho de los reyes. Y en otra parte: Como una madre acaricia a sus hijos, asís os consolaré yo; en Jerusalén seréis consolados. ¿No veis cómo aprueban muchos testimonios de los profetas nuestra milicia y cómo lo que oyéramos lo vimos en la ciudad de Dios, del Señor de los ejércitos? Es menester, con todo, tener un gran cuidado de que esta explicación literal no perjudique en nada el sentido espiritual. De manera que debemos esperar para la eternidad esto que atribuimos al tiempo presente tomando a la letra las palabras de los profetas; para que las cosas que vemos no borren de nuestros espíritus las que creemos, ni lo poco que poseemos disminuya las riquezas que esperamos, ni la seguridad de los bienes presentes nos haga perder los de los siglos futuros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario