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viernes, 28 de septiembre de 2018

LAS DOS CIUDADES. San Agustin



Capítulo V. Aunque es más tolerable la opinión de los platónicos que la de los maniqueos sobre la naturaleza del cuerpo y del alma, con todo, también aquellos son reprobados, porque las causas de los vicios las atribuyen a la naturaleza de la carne

En nuestros vicios y pecados no hay motivo para que acusemos con ofensa e injuria del Criador a la naturaleza de la carne, la cual en su orden y especies es buena; pero el vivir según el bien criado, dejando el bien, que es su Criador, no es bueno, ya elija uno vivir según la carne, o según el alma, o según todo el hombre que consta de alma y carne, que es por donde le podemos llamar también con sólo el nombre del alma y con sólo el nombre de la carne. Porque el que estima como sumo bien a la naturaleza del alma y acusa como mala a la naturaleza de la carne, sin duda que carnalmente ama al alma y que carnalmente aborrece a la carne; pues lo que siente, lo siente con vanidad humana y no con verdad divina.
Y aunque los platónicos no procedan con tanto error como los maniqueos, aborreciendo los cuerpos terrenos como a naturaleza mala, supuesto que atribuyen todos los elementos de que este mundo visible y material está compuesto, y todas sus cualidades a Dios como a su verdadero artífice, con todo, opinan que las almas de tal suerte son afectadas por los miembros terrenos y mortales, que de aquí les proceden los afectos de los deseos y temores, de la alegría y de la tristeza, en cuyas cuatro perturbaciones, como las llama Cicerón, o pasiones, como muchos, palabra por palabra, lo interpretan del griego, consiste todo el vicio de la vida humana; lo cual, si es cierto, ¿por qué en Virgilio se admira Eneas de esta opinión oyendo en el infierno a su padre que las almas habían de volver a sus cuerpos, y exclamando: <¡Oh padre mío! ¿Es posible que hemos de creer que algunas de estas almas han de subir desde aquí a ver el cielo, y que han de volver a encerrarse en la estrecha concavidad de los cuerpos? ¿Qué deseo tan horrible y abominable es éste que tienen de vivir los miserables?> ¿Por ventura, este tan detestable deseo aun permanece en aquella tan celebrada pureza de las almas, heredado de los terrenos e inmortales miembros? ¿Acaso dice que no están ya limpias y purgadas de todas estas pestes corpóreas cuando otra vez principian a querer volver a los cuerpos?
De donde se infiere que aunque fuera cierto lo que es totalmente falso, el que sea una alternativa sin cesar la purificación y profanación de las almas que van y vuelven, con todo, no puede decirse con verdad que todos los movimientos malos y viciosos de las almas nacen y provienen de los cuerpos terrenos, supuesto que, según ellos (como el famoso poeta lo dice), es tanta verdad que aquel horrible deseo no procede del cuerpo, de modo que al alma que está ya purificada de toda pestilencia y contagio corporal, y fuera de todo lo que es cuerpo, la puede compeler y forzar a que vuelva al cuerpo; y así también, por confesión de ellos, el alma no sólo se altera y turba movida de la carne, de manera que desee, tema, se alegre y entristezca, sino que también de suyo y de sí propia puede moverse con estas pasiones.

Capítulo VI. De la naturaleza de la voluntad humana, según la cual las pasiones del alma vienen a ser o malas o buenas

Lo que importa es qué tal sea la voluntad del hombre, porque si es mala, estos movimientos serán malos, y si es buena, no sólo serán inculpables, sino dignos de elogio, puesto que en todos ellos hay voluntad, o, por mejor decir, todos ellos no son otra cosa que voluntades; porque ¿qué otra cosa es el deseo y alegría sino una voluntad conforme con las cosas que queremos? ¿Y qué es el miedo y la tristeza sino una voluntad disconforme a las cosas que no queremos? Pero, cuando nos conformamos deseando las cosas que queremos, se llama deseo, y cuando nos conformamos gozando de los objetos, que nos son más agradables y apetecibles, se llama alegría, y asimismo cuando nos es menos conforme y huimos de lo que no queremos que nos acontezca, tal voluntad se llama miedo, y cuando nos conformamos y huimos de lo que con nuestra voluntad nos sucede, tal voluntad es tristeza, y sin duda alguna que, según la variedad de las cosas que se desean o aborrecen, así como se paga de ellas u ofende la voluntad del hombre, así se muda, y convierte en estos o aquellos afectos, por lo que el hombre que vive según Dios y no según el hombre, es necesario que sea amigo de lo bueno, de donde se sigue que, aborrezca lo malo; y porque ninguno naturalmente es malo, sino que es malo por su culpa y vicio, el que vive según Dios debe aborrecer de todo corazón a los malos, de suerte que ni por el vicio aborrezca al hombre, ni ame el vicio por el hombre, sino que aborrezca al vicio y ame al hombre, porque, quitando el vicio, resultará que todo deba amarse y nada aborrecerse.

Capítulo VII. Que el amor y dilección indiferentemente se usa en la Sagrada Escritura en bueno y mal sentido

Porque todo el que quiere amar a Dios, y no según el hombre, sino según Dios, amar al prójimo como a sí mismo, sin duda por este amor se llama de buena voluntad, la cual en la Escritura suele llamarse ordinariamente caridad, aunque también se la denomina amor, porque hasta el Apóstol dice <que debe ser amador o amigo de lo bueno aquel que él manda elegir para gobernar el pueblo>, y el mismo Señor, preguntando y diciendo al apóstol San Pedro: <¿Me quieres más que a éstos?>, respondió: <Señor, tú sabes que te amo.> En otra ocasión le preguntó no si le amaba, sino si le quería Pedro, quien respondió otra vez: <Señor, tú sabes lo que te amo>; pero en la tercera pregunta tampoco dice el Salvador <¿me quieres>, sino <¿me amas?>; donde, prosiguiendo el evangelista, dice <que se entristeció Pedro porque tercera vez le preguntó si le amaba>. Habiendo dicho el Señor, no tres veces, sino una, <¿me amas?>, y dos veces <¿me quieres?>, se da a entender claramente que cuando asimismo decía el Señor: <¿Me quieres?>, no decía otra cosa que <¿me amas?> Pero San Pedro no mudó la palabra de su interior sentimiento, que era una misma, sino que tercera vez respondió: <Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te amo.> He dicho esto porque algunos piensan que una cosa es la dilección o caridad, y otra el amor, pues dicen que la dilección debe tomarse en buen sentido y el amor en malo; sin embargo, es innegable que ni los autores profanos han usado de esta distinción, y, así, adviertan los filósofos si ponen diferencia en esta expresión, o cómo la ponen, en atención a que sus libros con bastante claridad nos insinúan cómo estiman y aprecian el amor en buena parte, y para con el mismo Dios; sin embargo, fue necesario manifestar cómo las Escrituras de nuestra santa religión, cuya autoridad anteponemos a otra cualquiera literatura o ciencia, no constituyen diferencia entre el amor y la dilección o caridad, porque ya hemos demostrado cómo también el amor se dice en buen sentido.
Mas porque ninguno imagine que el amor se dice en buena y en mala parte, y que la dilección no, sino en buena, advierta lo que dice el real Profeta: <Quien pone su dilección o cariño en la iniquidad, aborrece a su alma>; y el apóstol San Juan: <Si alguno pusiere su corazón y dilección en el mundo, en este tal no hay dilección y caridad de Dios.> Y ved aquí en un mismo lugar la dilección en bueno y en mal sentido. Que el amor se tome en malo, porque en bueno ya lo hemos demostrado, lean lo que dice la Sagrada Escritura: <Serán entonces los hombres amigos y apasionados de sí mismos y amadores del dinero.> De modo que la voluntad recta es buen amor, y la voluntad perversa mal amor, el amor, pues, que desea tener lo que ama, es codicia, y el que lo tiene ya y goza de ello, alegría; el amor que huye de lo que le es contrario, es temor, y si lo que le es contrario le sucede, sintiéndolo, es tristeza; y así, estas cualidades son malas si el amor es malo, y buenas si es bueno.
Pero probemos, y comprobémoslo con las sagradas letras. El Apóstol dice: <Desea morir y hallarse con Cristo>, y más acomodadamente: <Deseó mi alma grandemente en todo tiempo, aficionarse a tus preceptos y mandamientos, y el amor de la sabiduría nos conduce al reino eterno.> Pero comúnmente hemos convenido en que al decir codicia o concupiscencia, si no añadimos de qué es la codicia o la concupiscencia, no se pueda tomar sino en mala parte. La alegría en el salmo se toma en buena parte: <Alegraos en el Señor y regocijaos los justos>: <Diste alegría a mi corazón>; y: <Me llenarás de alegría con tu presencia..> El temor se toma en buen sentido en el Apóstol, donde dice: <Entended a lo que toca a vuestra salvación con temor y temblor>; y: <No te engrías y ensoberbezcas; sino teme>; y: <Temo no suceda que, como la serpiente con su astucia embaucó y engañó a Eva así se profanen vuestras potencias interiores y se desvíen de la castidad y pureza que se debe a Cristo.> Pero acerca de la tristeza, a la que llama Cicerón aegritudo, y Virgilio dolor, donde dice dolent, gaudentque, duélense, y se alegran (sin embargo, yo tuve por más conveniente llamarla tristeza, porque la aegritudo o el dolor más ordinariamente se dice de los cuerpos) es más dificultosa la duda sobre si puede entenderse en buen sentido.


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