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martes, 18 de abril de 2017

RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL


XIII. LAS IDEAS DEL PAPA SAN LEÓN APROBADAS  POR LOS PADRES GRIEGOS. EL «LATROCINIO» DE ÉFESO

La tendencia irresistible del gobierno bizantino a la injusticia, la violencia y la herejía, esa invencible antipatía por los más dignos representantes de la jerarquía cristiana, se revelaron muy pronto. Acababa apenas el Imperio de reconocer la religión cristiana cuando ya perseguía a. la lumbrera de la ortodoxia: San Atanasio. Todo el largo reinado de Constancio, hijo do Constantino el Grande, está ocupado por la lucha contra el glorioso patriarca de Alejandría, en tanto que los obispos heréticos de Constantinopla eran protegidos por el Emperador. Y no era el poder de la sede alejandrina, sino la virtud del que la ocupaba la que era insoportable para el César cristiano. Cuando, medio siglo más tarde, cambiaron las cosas, cuando fue la cátedra de Constantinopla la que estuvo ocupada por un gran santo, Juan Crisóstomo, al paso que el patriarcado de Alejandría había caído en manos de un hombre de los más despreciables, Teófilo, fue este ultimo el favorecido por la corte de Bizancio, v ésta se valió de todos los medios para hacer perecer a Crisóstomo. ¿Sería quizá el carácter independiente del gran orador cristiano lo único que producía desconfianza al palacio imperial? Sin embargo, la Iglesia de Constantinopla tuvo poco después como jefe a un espíritu no manos indomable, a un carácter no menos independiente, Nestorio; pero como Nestorio reunía a dichas cualidades la de ser heresiarca definido, recibió todos los favores del Emperador Teodosio II, que no escatimó esfuerzo para sostenerlo en su lucha contra el nuevo patriarca de Alejandría, San Cirilo, émulo del gran Atanasio, ya que no por las virtudes privadas (5), al menos por el celo ortodoxo y la ciencia teológica. En seguida veremos por qué el gobierno imperial no consiguió mantener al hereje Nestorio ni eliminar a San Cirilo.
Poco tiempo después cambiaron de nuevo los papeles.
El patriarcado de Constantinopla tuvo en San Flaviano al digno sucesor de Juan Crisóstomo y la sede de Alejandría pasó a un nuevo Teófilo, Dióscoro, apodado «el Faraón de Egipto». San Flaviano era hombre manso y sin pretensiones; Dióscoro, manchado con todos los crímenes, se singularizaba por la ambición desmesurada y por un temperamento despótico al que debía su sobrenombre. Era evidente que, desde el punto de vista puramente político, el gobierno nada tenía que temer de San Flaviano, en tanto que las aspiraciones dominadoras del nuevo "faraón» debían infundir justo recelo. Pero San Flaviano era ortodoxo, y Dióscoro ofrecía la gran ventaja de favorecer a la nueva herejía monofisita. En virtud de esto, obtuvo la protección de la corte bizantina (6), y se convocó a un concilio ecuménico bajo sus auspicios para dar autoridad legal a su causa.
Dióscoro tenía todo de su parte: el apoyo del brazo secular, un bien disciplinado clero venido con él de Egipto y que le obedecía ciegamente, una turba de monjes heréticos, un considerable partido entre el clero de los restantes patriarcados y, por último, la cobardía del mayor número de los obispos ortodoxos que no se atrevían a resistir abiertamente un error cuando era protegido por «la sagrada majestad del divino Augusto».
San Flaviano estaba anticipadamente condenado, y con él la misma ortodoxia debía hundirse en toda la Iglesia oriental, si ésta hubiera quedado entregada a sus propias fuerzas. Pero fuera de ella existía un poder religioso y moral con el cual estaban obligados a contar «faraones» y emperadores.
Si en la lucha de los dos patriarcados orientales la corte bizantina tomaba siempre partido por el culpable y el hereje, la causa de la justicia y de la verdadera fe, ya estuviera representada por Alejandría o por Constantinopla, no dejaba nunca de hallar vigoroso apoyo en la sede apostólica de Roma. El contraste es, por cierto, sorprendente. Quien persigue sin descanso a San Atanasio es el emperador Constancio; quien lo sostiene y defiende contra todo el Oriente es el Papa Julio. El Papa Inocencio es quien protesta con energía contra la persecución de que se hace víctima a San Juan Crisóstomo, y él quien, después de muerto el gran santo, toma la iniciativa para rehabilitar su memoria en la Iglesia. También el Papa Celestino apoya con toda su autoridad a San Cirilo en su animosa lucha contra la herejía de Nestorio protegida por el braza secular, y no cabe duda de que, sin la ayuda de la sede apostólica, el patriarca alejandrino, por muy enérgico que hubiese sido, no habría podido vencer las conjugadas fuerzas del poder imperial y de la mayor parte del clero griego. El contraste entre la acción del Imperio y la del Pontificado podría ser comprobado ampliamente a través de toda la historia de las herejías orientales, que, no solamente eran siempre favorecidas, sino a veces hasta inventadas por los emperadores, como en la herejía monotelita del emperador Heraclio y la iconoclasta de León el Isáurico. Debemos, empero, detenernos en el siglo V, cuando la lucha de los dos patriarcados, y en la instructiva historia del “latrocinio” de Éfeso.
Era, pues, notorio, según reiterada experiencia, que en las disputas de ambos jefes jerárquicos de Oriente el Papa occidental no tenía preferencias ni prejuicios y que siempre tenía seguro su apoyo la causa de la justicia y la verdad. Dióscoro, tirano y hereje, no podía, desde luego, contar con Roma con igual ayuda que su predecesor San Cirilo. El plan de Dióscoro era obtener la primacía del poder en toda la Iglesia oriental mediante la condenación de San Flaviano y el triunfo del partido egipcio, más o menos, monofisita, cuyo jefe era él, Dióscoro. No pudiendo esperar la aprobación del Papa para realizar semejante plan, resolvió lograr su objeto sin el Papa y aun contra él.
En 449 se reunió en Éfeso un Concilio ecuménico en forma. Toda la Iglesia oriental estaba allí representada.
También asistían los legados del Papa San León, pero no se les permitió presidir el Concilio. Protegido por los oficiales imperiales, rodeado de sus obispos egipcios y de una turba de clérigos armados de bastones, Dióscoro ocupaba el trono como un rey en medio de su Corte. Los obispos del partido ortodoxo temblaban y callaban. «Todos—leemos en las «Memas » rusas (vida de San Flaviano)— amaban más las tinieblas que la luz y preferían la mentira a la verdad, queriendo agradar al rey terrestre antes que al de los cielos». Sometióse a San Flaviano a un juicio irrisorio.
Algunos obispos se echaron a los pies de Dióscoro implorando misericordia para el acusado y fueron maltratados por los egipcios; éstos gritaban a voz en cuello: ¡Que dividan en dos a los que dividen a Cristo!.
Se distribuyó entre los obispos ortodoxos tablillas que no tenían nada escrito y en las que estaban obligados a poner sus firmas. Ellos sabían que en seguida se inscribiría allí una fórmula herética. La mayor parte firmó sin protestar. Algunos quisieron agregar reservas, pero los clérigos egipcios les arrancaron por la fuerza las tablillas, rompiéndoles los dedos a palos. Por último. Dióscoro se levantó y pronunció en nombre del Concilio sentencia de condenación contra Flaviano, quien quedaba depuesto, excomulgado y entregado al brazo secular. Flaviano quiso protestar, pero los clérigos de Dióscoro se echaron sobre él y lo maltrataron hasta tal punto, que dos días después expiró.
Cuando así triunfaban en un Concilio ecuménico la iniquidad, la violencia v el error, dónde estaba la Iglesia infalible e inviolable de Cristo? Estaba presente v se manifestó. En el momento en que San Flaviano cafa maltrecho por la brutalidad de los servidores de Dióscoro, cuando los obispos heréticos aclamaban ruidosamente el triunfo de su jefe, en presencia de los obispos ortodoxos temblorosos v mudos, Hilario, diácono de la Iglesia romana, exclamó : «; Contradicitur !» (1). No era, por cierto, la aterrorizada v silenciosa muchedumbre de los ortodoxos orientales lo que representaba en ese momento a la Iglesia de Dios. Toda
(7) ConcilioYum collectío (Mansi), VI, 908  la potencia inmortal de la Iglesia se había concentrado, para la cristiandad oriental, en aquel simple término jurídico pronunciado por un diácono romano : Contradice
tur. Entre nosotros se reprocha habitualmente a la Iglesia occidental su carácter eminentemente jurídico y legalista.
Los principios y fórmulas del derecho romano no tienen cabida, sin duda, en el Reino de Dios, pero «el latrocinio de Efeso» era muy apropiado para dar la razón a la justicia latina. El «contradicitur» del diácono romano representaba el principio contra el hecho, el derecho contra la fuerza bruta; era la firmeza moral imperturbable frente al crimen triunfante de los unos y la cobardía de los otros; en una palabra, era la ¡'
Roca inmoble de la Iglesia frente las puertas del Infierno.
Los asesinos del patriarca de Constantínopla no se atrevieron a tocar al diácono de la Iglesia romana. Y en el espacio de sólo dos años el contradicitur romano convirtió el ((santísimo Concilio ecuménico de Efeso» en el ((latrocinio de Efeso»; provocó la deposición del asesino mitrado, valió la canonización a la víctima y determinó la reunión del verdadero Concilio ecuménico de Calcedonia bajo la presidencia de ios legados romanos
(1) Concüiorum amplissima collectio (Mansi), t. V,
col. í, 349.
(2) Ibid., col. 1, 356.
(3) Ibid., t, VI, 36, 37,
'(4) Ibid,, col, 40.
(5) No sabemos a qué alude aquí Solovief. Acaso refleje las opiniones, probadamente parciales, de la Historia de Sócrates. Mons. Duchesne dice que San Cirilo era considerado por todos como hombre de vida irreprochable. (N. del T.)
(6) Lo más curioso y que da más brillante, confirmación a nuestra tesis (sobre la predilección de los emperadores bizantinos por la herejía como tal), es que el mismo emperador Teodosio II, que había sostenido la herejía nestoriana, condenada a su pesar por la Iglesia, se convirtió en seguida en celoso protector de Rutiquio y de Dióscoro que representaban una opinión diametralmente opuesta al nestorianismo pero igualmente herítica.
(7) ConcilioYum collectío (Mansi), VI, 908.






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