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lunes, 17 de abril de 2017

Nacimiento, grandeza, decadencia y ruina de la NACIÓN MEXICANA



LOS CRISTEROS

¿Quién no ve que el Decreto a que nos referimos no tiene por fin la custodia de los derechos mencionados sino únicamente hacer intangible y casi sagrada la Carta de Querétaro, cuya reformabilidad reconocida por ella misma, es evidente y por mil razones ansiada por el pueblo mejicano? ¿No es claro que dicho Decreto en vez de promover el bien común y garantizar como manda la misma Constitución, la libertad de cultos tiende sólo a descatolizar a Méjico y a crear al mismo Gobierno un gravísimo problema que no tiene razón de ser dejando tristísima herencia a sus sucesores? "Por esta razón siguiendo el ejemplo del Sumo Pontífice, ante Dios, ante la humanidad civilizada, ante la Patria y ante la historia, protestamos contra ese Decreto. Contando con el favor de Dios y con vuestra ayuda, trabajaremos para que dicho Decreto y los artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados, y no cejaremos hasta verlo conseguido”.
"Como dijimos en nuestra última Pastoral: Esta conducta no es rebeldía, porque la misma Constitución abre el camino para sus reformas, y porque es justo acatamiento a mandatos superiores a toda ley humana y una justa defensa de legítimos derechos.
"En la imposibilidad de continuar ejerciendo el Ministerio Sagrado según las condiciones impuestas por el Decreto citado, después de haber consultado a Nuestro Santísimo Padre, Su Santidad Pío Xl, y obtenida su aprobación, ordenamos que, desde el día treinta y uno de julio del presente año, hasta que dispongamos otra cosa, se suspenda en todos  los templos de la República el culto público que exija la intervención de Sacerdote.
"Os advertimos, amados hijos que no se trata de imponeros la gravísima pena del entredicho, sino de emplear el único medio de que disponemos al presente, para manifestar nuestra inconformidad con los artículos antirreligiosos de la Constitución y las leyes que los sancionan.
"No se cerrarán los templos, para que los fieles prosigan haciendo oración en ellos. Los sacerdotes encargados de ellos, se retirarán de los mismos para eximirse de las penas que les impone el Decreto del Ejecutivo, quedando por lo mismo exentos de dar el aviso que exige la ley.
"Dejamos los templos a cuidado de los fieles, y estamos seguros que ellos conservarán con toda solicitud los santuarios que heredaron de sus mayores, o los que, a costa de sacrificios, construyeron y consagraron ellos mismos para adorar a Dios.
"Puesto que la ley no reconoce a las escuelas católicas primarias, las garantías necesarias para impartir la enseñanza religiosa a que están obligadas como tales, gravamos la conciencia de los padres de familia, para que impidan que sus hijos acudan a planteles donde peligren su fe y buenas costumbres, y donde los textos violen la neutralidad religiosa reconocida por la misma Constitución. Redoblen sus esfuerzos en el santuario del hogar en el cumplimiento de la gravísima misión de educadores que Dios les ha confiado. 
"Doloroso es por demás para nuestro paternal corazón, vernos obligados a tomar determinaciones tan graves, de las cuales asumimos a exclusiva responsabilidad. Más por lo dicho hasta aquí, comprenderéis que no podemos observar otra línea de conducta. Fiad en nosotros, amados hijos, como nosotros fiamos en vuestra lealtad inquebrantable. Y todos confiamos en Dios. Esperamos mucho, dijo hace poco el Sumo Pontífice, de Nuestra Señora de Guadalupe. A veces parece que duerme el Divino Piloto, pero siempre acude en el momento oportuno, para consolar a los que en El confían.
"Es evidente que ni vuestra posición social, ni mandatos recibidos, ni intereses algunos, excusarían de grave crimen ante Dios y ante los hombres el que los católicos cooperaran a los males gravísimos que trae consigo la aplicación de las leyes anticatólicas."
Sin embargo tampoco entonces se logró la completa uniformidad de acción, indispensable para el éxito", disminuyendo la eficacia de la medida extrema tomada por el Episcopado con aprobación de la Santa Sede, que se pensaba "sirviera de estimulo al pueblo para que por los medios legales instantemente recomendados por nosotros, trabaje para conseguir la derogación de las leyes contra la Iglesia".
En algunas diócesis llegaron los Obispos a ciertos entendimientos o acuerdos con los caciques locales, mediante los cuales por una mera tolerancia, que sin derogar las leyes les permitía su relativo incumplimiento, no suspendieron el culto público, quitando fuerza al estímulo del pueblo y a la presión sobre la tiranía de una acción conjunta que la obligara a la derogación de las inicuas leyes, cuando su deseo era precisamente que se reanudara el culto sin derogarlas.
Como se había decretado, el día primero de agosto de 1926 fue suspendido en la mayor parte del país el culto público que requiriera la intervención del sacerdote, y la tiranía hacía alegres cálculos del porcentaje de fieles que perdería la Iglesia por cada día de suspensión del culto público.
"La Iglesia se nos ha adelantado en nuestros proyectos, al decidir la suspensión de cultos, nada más agradable que una medida que favorecerá el progreso, tan deseado, de la indiferencia y de la incredulidad Tenemos al clero cogido por la garganta, y estamos decididos a asfixiarle   La religión es un asunto inmoral que es preciso regular como la cirugía dental."
Pero con mucho mayor fervor y asistencia que en los años anteriores se celebraban en la Capital las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe para la fiesta de Cristo Rey o de Santa María de Guadalupe. Una gruesa columna de varios cientos de miles de fieles (la ciudad tendría entonces un millón o millón y medio de habitantes) ocupaba toda la amplia calzada desde la glorieta de Peralvillo hasta la Basílica, donde no se permitía permanecer para que todos pudiesen entrar. Todo el día desfilaba la columna flanqueada por la Policía Montada, sable en mano. El fervor y el entusiasmo de pueblo se manifestaba en estentóreos gritos de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! y de repulsa a la tiranía. Eran frecuentes los zafarranchos.
En todas partes, con mayor y extraordinario fervor, el pueblo llenaba constantemente no sólo los templos, sino los atrios de los templos, haciendo oración y penitencia, y con ansia buscaba al sacerdote, que privadamente celebraba la Santa Misa y ejercía todos los actos de su ministerio.
"Ni la prisión ni el exilio del clero impidieron jamás el ejercicio del culto al menos simplificado. Coexistiendo con los sacerdotes ocultos a la cabecera de los moribundos y las misas clandestinas, allí donde mandaba el gobierno, había también manifestaciones especialmente solemnes y concurridas. Durante tres años el santuario de la Virgen de Guadalupe en la capital, y los templos de todo el país estuvieron siempre llenos. La afluencia masiva de los fieles en la última semana de cultos, en julio de 1926, no cesó y, en ausencia del clero, los seglares mantuvieron una presencia constante. Cosa notable, las peregrinaciones anuales a la Guadalupana reunían tanta gente para la fiesta de Cristo Rey como para la de la Aparición.
Celebrada en todo Méjico, la solemnidad de Cristo Rey, a pesar de todas las dificultades suscitadas por la policía, reunía en la capital a 200,000 personas que no cesaban de desfilar durante todo el día, pidiendo a Nuestra Señora y Madre que el reinado de Cristo se establezca en nuestra patria, y gritando ¡Viva Cristo Rey, Viva la Virgen Morena, Viva el Papa, Viva el arzobispo y el clero mejicano! "Durante tres años, con ocasión de las fiestas, la afluencia de católicos fue mucho mayor que en años anteriores, y todo el mundo pudo reconocer el sentido político de estas manifestaciones. El pueblo ha querido mostrar al gobierno su fe ... La procesión sin curas, sin santos, sin obispos, sin cirios, era sencillamente formidable. Era la marcha de un pueblo.' De las seis de la mañana a las seis de la tarde desfilaban sin cesar las delegaciones de todas las ciudades y pueblos del país, cada una detrás de su cartel. En toda la basílica, había inscripciones proclamando ¡Viva Cristo Rey! Mientras las fuerzas del orden vigilaban en el exterior, los seglares aseguraban la vigilancia en el interior. La peregrinación tenía algo de movilización... La inmensa multitud gritaba Viva Cristo Rey... el grito de los rebeldes católicos.
"El entierro del P. Pro, fusilado el 23 de noviembre de 1927, y el de Toral, ello de febrero de 1929, dieron ocasión a manifestaciones de masas incontrolables, a escenas tumultuarias, seguidas de numerosas detenciones.
La vida cotidiana estaba llena de pequeñas rebeliones duramente castigadas por el gobierno. Se necesitaba permiso especial de las autoridades militares para vestir de luto lo cual se había convertido en el símbolo de la protesta muda. Crespones, inscripciones, ropas se hallaban bajo la jurisdicción de la ley, que no se atrevía sin embargo a proceder contra la multitud. También hoy la política laica y anticlerical... se detiene a las puertas de la Basílica... Letreros que en cualquier otro punto de la República son considerados abiertamente revolucionarios y suenan a rebelión... ostentan en el interior de la Basílica su grito de revuelta, sin que ningún polizonte se arriesgue a arrancarlos: ¡Viva el Papa! ¡Viva Méjico católico! ¡Viva Cristo Rey!" El pueblo oraba fervorosamente y aclamaba a Cristo y a Su Santísima Madre en los mismos templos, por las calles, por las plazas y por los campos. El culto privado se extendió profusamente. En campos, locales, casas y oratorias particulares, incluso de miembros o servidores de la tiranía, los sacerdotes, protegidos y ocultados por el pueblo, celebraban la Santa Misa e impartían todos los sacramentos.
Llena de rabia satánica, se propuso también la tiranía impedir y acabar con el culto privado, cometiendo toda clase de atrocidades. Asesinato y prisión de sacerdotes y de seglares. Vejaciones y despojos.
El Obispo de Colima, Mons. José Amador Velase o, y el Arzobispo de Guadalajara, Mons. Francisco Orozco y Jiménez, sin transigir con la tiranía, permanecieron heroicamente dentro de sus diócesis ejerciendo su ministerio protegidos por su grey.
"El anciano Mons. Velasco, que había hecho frente al gobierno en 1925 y que había sido el primero en ordenar la suspensión de los cultos, no fue jamás aprehendido por el gobierno, pese a lo exiguo del estado de Colima y al número de tropas que en él operaban. Refugiado en la sierra del Tigre, protegido por su pueblo, protegido incluso por los agraristas de Ahuijullo, milicianos del gobierno y enemigos de los cristeros, siguió celebrando la misa, enseñando, confirmando y llevando la misma vida de privaciones y de angustias que los combatientes.
"Cuando se conoce el ercarnizamiento con que el gobierno persiguió a Mons. Orozco, cuando se piensa que su destierro fue pedido por el presidente Portes Gil a los obispos, en el momento de establecer los Arreglos, cabe admirarse que desde octubre de 1926 a junio de 1929 no haya habido un gritaba Viva Cristo Rey... el grito de los rebeldes católicos.


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