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lunes, 10 de abril de 2017

LA PASIÓN DEL SEÑOR




Parece imposible que la confesión de Judas no hiciera efecto en el ánimo de los sacerdotes. Había sido sincero, había dicho la verdad, les había devuelto el dinero; pero ellos estaban tan ciegos y tan apasionados que al decirles Judas: He pecado al vender la sangre del Justo, ellos le echaron de allí: Si pecaste, «allá tú, ¿a nosotros qué nos importa?».

¡Perversos sacerdotes! Qué respuesta tan ignorante y tan malvada. Admitís que pecó el que os entregó a Jesús y, sin embargo, decís que su pecado es solamente suyo y que no os afecta a vosotros. Si estuvo mal venderle, vosotros lo comprasteis. Si lo que trae desesperado a Judas es haberle entregado a la muerte, vosotros lo vais a matar. Al entregar Judas el dinero, vosotros queréis mantener el contrato celebrado con él y, a la vez, estar libres de toda culpa, porque decís: «Allá tú, ¿a nosotros qué nos importa?».
Al ver Judas que los sacerdotes no querían aceptar su dinero, y que le quemaba las manos, se fue «al Templo y tiró en él el dinero». Y, desesperado, fue y «se colgó», y cayó de cabeza y se reventó por medio y se desparramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los habitantes de Jerusalén, de forma que el campo se llamó en su lengua Campo de Sangre (Hech 1, 18).

No había quien pudiese castigar el pecado de Judas, y él mismo se hizo juez de su culpa y ejecutor de su pena. Ni la tierra recibió su cuerpo ni el cielo su alma. Escogió el aire por morada, donde habitan los demonios, y allí se adueñaron de él y, como estaba escrito el demonio se sentó a su derecha como el abogado se sienta a la derecha del acusado: «Llama al impío contra él, y que el demonio esté a su derecha; que al ser juzgado salga culpable y su oración sea tenida por pecado» (Salmo 108, 6).

¡Judas, el más desdichado de los hombres, a quien «más le valiera no haber nacido»! ¿Por qué añadiste a tu pecado otro mayor desconfiando de la misericordia de Dios? ¿Por qué no te acordaste de lo bueno que había sido siempre el Señor contigo? Tu pecado era grande, pero debías haber pensado que, cuando habías decidido venderle, Él mismo te lavó los pies y te dio a comulgar su Cuerpo y su Sangre. No te acordaste de que, cuando le entregabas, Él te llamó amigo. ¡Desventurado Judas! Ya que no te acordaste de Jesús, podías haberte acordado de la dulzura de su Madre, la Virgen María era tan buena que ella misma hubiera ido contigo a su Hijo resucitado para conseguirte el perdón.
Incluso en la cruz, antes que muriera, hubiera pedido por ti y te hubiera conseguido el perdón de su Hijo.

¡Judas sin esperanza! ¿Por qué no esperaste a que el Señor al interceder por todos, sin que nadie lo pidiera, intercediera también por ti en la cruz? Fuiste ciego, se habían adueñado de ti tus malas acciones y el mismo demonio, y no mirabas al Señor para esperar su misericordia, sino que te dejaste hundir por el peso de tu misma culpa.
Los sacerdotes no quisieron recibir de Judas el dinero, porque, de hacerlo, se obligaban a levantar su acusación contra el Señor y ponerlo en libertad. Y eso no lo querían hacer de ninguna manera, sino llevar adelante su perversa intención hasta clavarle en la cruz. Si a Judas le parecía que había pecado en la venta, a ellos les parecía que habían hecho una cosa buena, tanto, que algunos dicen que tomaron el dinero del tesoro público del Templo, porque daban muerte a un blasfemo, y era un gasto piadoso, y creían así honrar y dar culto a Dios.

Pero cuando Judas tiró las monedas en el Templo, los sacerdotes que estaban allí oficiando lo recogieron y lo guardaron hasta ver lo que decían los sacerdotes principales y los magistrados. Después de la muerte del Salvador, y sabiendo lo que Judas había hecho, «aceptaron el dinero» y no les pareció conveniente volver a echar el dinero al gazofilacio o cepillo del Templo por ser «precio de sangre», es decir, precio por la muerte de un hombre. Y, «poniéndose de acuerdo, compraron un campo, que se llamaba del Alfarero, para sepultar  95 a los peregrinos» (Mt 27, 7). De este modo, los sabios doctores, por no perder el dinero, lo aceptaron como ofrenda y no quisieron echarlo en el gazofilacio, que era el lugar donde se echaban las ofrendas. No les pareció mal sacar el dinero de allí para pagar la muerte de un Hombre, y, sin embargo, les pareció mal volverlo a poner allí. Los santos y piadosos sacerdotes que habían dado muerte al heredero, compraban un campo para los de fuera, para los peregrinos. No pretendían otra cosa que disimular su maldad con un acto aparentemente piadoso. Pero Dios les castigo con el mismo campo porque la gente le llamó «Campo de Sangre», de modo que cuantas veces se nombraba este campo se recordaba el delito cometido.
Pilato recibe al Salvador

La situación era nueva y de las que raras veces se ven en el mundo. Un hombre que, días antes, había hablado en el Templo con tanta majestad, que había entrado en Jerusalén con el triunfo más grande y la aclamación mayor que nunca se había visto, iba ahora preso y maltratado por la autoridad pública, un hombre que había hecho milagros por los pueblos y todos le seguían y le tenían por profeta era ahora tratado como un malhechor. Sin duda que la gente estaba admirada y no se hablaría de otra cosa en la Ciudad… Se llamarían unos a otros para ir a ver una cosa tan insólita, Es muy posible que la noticia hubiera llegado a Pilato ya desde la noche antes, y, como hombre prudente, habría pensado bien en este caso, y estaría preparado para tratarlo con atención y desprecio. 96

Los sacerdotes llegaron a la plaza del pretorio, y subieron a la lonja que estaba levantada sobre la plaza, a la que se subía por unas gradas. Pero «no entraron en el pretorio para no quedar contaminados» (Jn 18,28) “y poder comer la Pascua». A los sacerdotes santos y piadosos, les parecía que iban a quedar sucios e impuros con sólo pisar el pretorio donde se condenaba y se ejecutaban las sentencias y, en cambio, no se consideraban manchados por entregar a la muerte al Salvador. Por tanto, se quedaron a la puerta de afuera, y entregaron al Señor a los alguaciles y oficiales del procurador Pilato para que se lo llevasen. Se excusaron diciendo que, por motivos religiosos, no podían entrar, y le mandaron decir que tuviese a bien concluir aquella causa y ejecutase en aquel hombre la sentencia de muerte, porque el caso era tan grave que ellos mismos venían en persona.
«Jesús estaba de pie ante el procurador» (Mt27, 11).
Pilato, al ver a, Jesús, no dice el Evangelio si esta primera vez hablo con El, se inclinó a favorecer su causa y advirtió que los sacerdotes traían mala intención y que no entrar en el pretorio no era sino hipocresía: Y,a pesar de que pensaba así, por cumplir con ellos salió fuera:, «Pilato salió fuera para hablar con ellos». Comprobó entonces la diferencia: la serenidad del acusado y la exaltación y la prisa con que los sacerdotes pedían su muere. Confirmó entonces su opinión, y les dijo lo que probablemente les había dicho en parecida ocasión otro antecesor suyo: Sabéis bien que (dos romanos no tienen por costumbre condenar a nadie sin que el reo tenga presentes a sus acusadores y sin que se le dé oportunidades de defenderse». Vosotros me habéis traído aquí un hombre, “¿qué acusación traéis contra él?». No parece justo entregar a un preso y no decir el motivo de la acusación. (Dice Nuestro Señor Jesucristo que quienes quieran vivir según su doctrina serán perseguidos y acusados ante los tribunales de la tierra, quizá en ese momento no se supo el alcance de estas palabras, pero en lo personal compruebo ser ciertas estas palabras. Algunos sacerdotes, en especial, han sido juzgados por sus semejantes sin el derecho a defenderse y otros han sufrido aun mas al ser juzgados por quienes eran sus beneficiarios, los fieles.
Me vienen a la mente aquellas palabras que dijo nuestro divino Salvador cuando Saulo perseguía a los primeros cristianos: Saulo, porque me persigues? Como diciendo no es a ellos a quienes persigues sino a Mí, no es a ellos a quienes difamas sino a Mi, no es a ellos a quienes sentencias sino a Mi, y así podríamos seguir y siempre se repetirá la misma historia pues quienes esto hacen parecen estar convencidos con certeza absoluta que, con su acción, le han hecho un favor al catolicismo y, por ende, a Nuestro señor. En principio solo al superior de los religiosos pertenece ese juicio y en última estancia a Nuestro Señor, pero nunca un inferior puede juzgar a un superior y sentenciarlo sin darle opción a la autoridad superior o, cuando menos, al sacerdote. Tal acción es impune e injusta y no obra la justicia divina)




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