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domingo, 2 de abril de 2017

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA




MATER DOLOROSA

Cuando María pronunció el "Fiat" de la Anunciación, comprendió que esto significaba aceptar un cáliz de amargura  y entrar para siempre en el camino del sacrificio.
"Toda la vida de Jesús fue cruz y martirio", dice la Imitación; y lo mismo puede afirmarse de la vida de María, como lo enseñan S. Buenaventura, S. Bernardino y otros santos. La espada que le profetizó Simeón traspasó su corazón maternal, abriéndole una herida que no había de cerrarse jamás.
Sin duda los años de Nazaret fueron la dulce intimidad con Jesús; pero esa alegría inefable coexistió siempre en el alma de María con la pena profunda de pensar que todos sus desvelos para cuidar a Jesús, iban encaminados a preparar la víctima para el sacrificio. De esta manera, la alegría y el dolor se encontraron siempre unidos en Corazón de María, para que fuera nuestro modelo en los diversos estados de la vida.
Es probable que Dios no le haya dado a conocer detalladamente lo que serían sus dolores "en el porvenir; pero esa misma incertidumbre tenía su lado doloroso: todo lo podía temer, porque sus dolores en perspectiva eran tan ciertos como indeterminados (1).
La palabra que Jesús a los doce años dirige a sus padres en el Templo, recuerda a María el acto íntimo de desapropiación, cuando en la Presentación al Templo lo ofreció al Divino Padre, para no volverlo a recibir después, sino como una víctima destinada a la inmolación. Sí, María lo sabe y lo acepta en su corazón dolorido: Jesús se debe a su amadísimo Padre, es su enviado y viene a cumplir todas sus voluntades, hasta la muerte y muerte de cruz. Y la sombra del Calvario se proyecta de nuevo, más distinta y negra, sobre el alma de María L ..

* * *
Viene luego el tiempo de las amargas separaciones. La primera que sufrió fue la muerte de su esposo virginal. No faltarán quienes tengan que hacer un esfuerzo para figurarse la estrecha unión que existía entre los corazones de María y de José: Acostumbrados a fijar toda su atención en la virgen y en la madre, se exponen a olvidar a la esposa, o por lo menos a no dar a S. José sino una parte como exterior en la, vida de Jesús y de María. Pero la realidad seguramente que no fue ésa, pues María fue esposa perfecta tan cumplidamente como virgen y como madre. Así se comprende mejor qué dolorosa tuvo que ser esta separación.
Después llegaron los tiempos en que Jesús debía comenzar su vida apostólica: ¡Que separación más cruel para su corazón de madre! Antes de separarse Jesús debe haberle dado las gracias,-- ¡y qué corazón!--, por todo lo que había hecho por ÉL; la consolaría como es capaz de hacerlo el mas amante de los hijos le diría que se volverían a ver “antes de que llegara su hora”…Y María, olvidándose de sí misma, plenamente unida a la voluntad de Dios, volvería a pronunciar las palabras de la anunciación “Ecce ancilla…fiat…”
Y luego, sencillamente, sin duda, por primera vez en su vida—porque su papel de madre terminaba ahí--, María se arrodillo para pedir la bendición de su hijo Jesús la bendijo, la levanto y estrecho entre sus brazos, mientras que el sacrificio de aquellos dos corazones tan íntimamente unidos subía hasta el trono de Dios como perfume riquísimo de incienso y mirra… Desde esa separación María no volverá a ver a Jesús sino rara vez y poco muy poco tiempo…en su casita de Nazaret vivirá sola (la tradición de la Iglesia como bebiendo de la fuente de los evangelios nos habla de tiempos más prolongados de la visita de la madre a su hijo, incluso hasta de acompañarlo en algunas veces en su apostolado. El Padre la Puente, místico español, la asocia al momento de la ultima cena y San Juan apóstol la también los junta en los comienzos de su pasión hasta la misma sepultura de su hijo lo cual es también conforme a la lógica y a su amor materno, quizá el autor del presente articulo quiso remarcar este momento con matices más acentuados como para expresar que, desde entonces ya no lo tendría tanto tiempo en Nazaret como antes de la muerte de San José).
Finalmente vinieron los grandes dolores de Maria con la pasión de su Hijo y su muerte en la cruz. O intentare describirlos, porque son “inmensos” como el océano”; me limitare a recordar brevemente sus principales momentos, para que nuestros lectores amados los mediten en sus corazones.
La tristeza mortal de las últimas despedidas, cuando Jesús, después de la cena se separo de su madre para ir con sus apóstoles a Gethsemni…
La misteriosa participación del corazón de Maria en la agonía de Jesús y todas las fases de su pasión…
Lo que sufrió Maria durante toda esa noche al saber la traición de J u das, y las reuníose del Sanhedrín en las cuales fue declarado dos veces reo de muerte...
Cuando oyó los insultos de la multitud, en el Pretorio, y los clamores de la plebe pidiendo para  El la muerte de cruz...  
Cuando lo vio, en el momento del "Ecce homo" coronado de espinas y cubierto de sangre...  
Cuando lo encontró en el camino del Calvario con la cruz a cuestas y se cruzaron sus miradas un instante ¿Qué sentiría al oír los golpes del martillo clavando los pies y las manos de su Hijo?.. ¿Qué al escuchar sus últimas palabras de perdón para sus enemigos, de misericordia para el buen ladrón, de consuelo para todos los hombres, entregándonos como hijos suyos, de queja por el abandono en que lo dejaba su divino Padre? ¿Qué sufriría su Corazón maternal cuando después de haber dicho: "Todo está consumado" "Padre, en tus manes encomiendo mi espíritu", expiró...?  
¡Qué golpe para su Corazón cuando el soldado rasgó con la lanza el costado de su Hijo muerto! ¡Qué dolor al recibirlo en sus brazos, cuando lo descendieron de la cruz, y al ver de cerca las llegas de la flagelación, las heridas .de 10s clavos y de la lanza ¡Qué triste consuelo al besar esas llagas benditas!
¡Qué desgarramiento íntimo cuando, envuelto en una mortaja y puesto en el sepulcro, la pobre Madre cubrió el rostro adorable de su Hijo con un sudario, y cerrada la entrada del sepulcro, no lo volvió a ver más! ¡Qué soledad cuando fue preciso alejarse del sepulcro, no para reunirse con Jesús, sino para encontrar la casa sin El! (3)... ¡Y qué soledad más terrible y cruelísima para su (3) Corazón ,los largos años que tuvo que sobrevivir a su Hijo amado después de su Ascensión a los cielos! ¿Hemos ponderado todo esto mando meditamos los dolores de María? ¿Han sido honrados y agradecidos esos dolores inefables de nuestra Madre?

* * *
Meditemos a menudo los dolores de María: esa práctica le agrada sobremanera. El mismo Jesucristo reveló a la B. Verónica que las lágrimas derramadas al considerar su Pasión le son muy agradables; pero que, por el amor inmenso que profesa a su Madre, prefiere que se mediten los dolores que Ella padeció al pie de su Cruz.  

(1) Baínvel, Le.Salnt Coeur de Marie, p. 227.
(2) Ibidem, p. 222-240.
 (3)Anuario de María, T. II, p. 1'71.



Félix de Jesús, M. S. S.

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