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sábado, 25 de marzo de 2017

TRATADO DEL AMOR A DIOS



Del mandamiento de amar a Dios
sobre todas las cosas. (CONTINUACIÓN)

Todo se hace por este celestial amor y todo se refiere a él. Del árbol sagrado de este mandamiento dependen, como flores suyas, todos los consejos, las exhortaciones, las inspiraciones y los demás mandamientos, y, como fruto suyo, la vida eterna; y todo lo que no tiende al amor eterno, tiende a la muerte eterna. Gran mandamiento aquél, cuya práctica perdura en la vida eterna y que no es otra cosa que la misma vida eterna.
Pero considera, Teótimo, cuán amable es esta ley de amor.
¡Si pudiésemos entender cuán obligados estamos a este soberano Bien, que no sólo nos permite, sino que nos manda que le amemos! No sé si he de amar más vuestra infinita belleza, que una tan divina bondad me manda amar, o vuestra divina bondad, que me manda amar una tan infinita belleza.  
Dios, el día del juicio, imprimirá, de una manera admirable, en los espíritus de los condenados, el sentimiento, de lo que perderán; porque la divina Majestad les hará ver claramente la suma belleza de su faz y los tesoros de su bondad; y, a, la vista de este abismo infinito de delicias, la voluntad, con un esfuerzo supremo, Querrá lanzarse hacia Él para unirse con Él y gozar de su amor; pero será en vano, porque, a medida que el claro y bello conocimiento de la divina hermosura vaya penetrando en los entendimientos de estos infortunados espíritus, de tal manera la divina justicia irá quitando fuerzas a la voluntad, que no podrá ésta amar en manera alguna al objeto que el entendimiento le propondrá y le representará como el más amable; esta visión, que debería engendrar un tan grande amor en la voluntad, en lugar de esto engendrará en ella una tristeza infinita; la cual se convertirá en eterna por el recuerdo que quedará para siempre en estas almas de la soberana belleza perdida; recuerdo estéril para todo bien y fértil en trabajos, penas, tormentos y desesperación inmortal. Porque la voluntad sentirá una imposibilidad, o, mejor dicho, una eterna aversión y repugnancia en amar .a esta tan deseable excelencia. De suerte que los miserables condenados permanecerán, para siempre, en una rabia desesperada, al conocer una perfección tan sumamente amable, sin poder poseer su goce ni su amor; porque, mientras pudieron amarla, no lo quisieron. Se abrasarán en una sed tanto más violenta, cuanto que el recuerdo de esta fuente de las aguas de la vida eterna agudizará sus ardores; morirán inmortalmente, como perros, de un hambre  tanto más vehemente cuanto que su memoria avivará su insaciable crueldad con el recuerdo del festín del cual habrán sido privados.
No me atrevería, ciertamente, a asegurar que esta visión de la hermosura de Dios, que tendrán los malaventurados, a manera de relámpago.
haya de ser tan clara como la de los bienaventurados; con todo lo será tanto que verán delante al Hijo del hombre en su majestad, y verán delante al que traspasaron y, por la visión de esta gloria, conocerán la magnitud de su pérdida. Si Dios hubiese prohibido al hombre amarle ¡qué pena en las almas generosas! ¡Qué no harían para obtener este permiso! Cuán deseable es, la suavidad de este mandamiento, pues si la divina voluntad lo impusiese a los condenados, en un momento quedarían libres de su gran desdicha, y los bienaventurados no son bienaventurados, sino por la práctica del mismo! ¡Oh amor celestial, qué amable eres a nuestras almas!

Que este divino mandamiento del amor tiende hacia el cielo, pero, con todo, es Impuesto a los fieles de este mundo.

No se ha puesto ley al justo 5, porque, adelantándose a ella y sin necesidad de ser por ella obligado, hace la voluntad de Dios, llevado por el instinto de la caridad que reina en su alma,
En el cielo, tendremos un corazón enteramente libre de pasiones, un alma purificada de distracciones, un espíritu desembarazado de contradicción, unas fuerzas exentas de repugnancias; por consiguiente, amaremos a Dios con un perpetuo y Jamás interrumpido amor con el Señor! ¡Qué gozo, cuando constituidos en aquellos eternos tabernáculos, estarán nuestros espíritus en perpetuo movimiento, en medio del cual tendrán el reposo tan deseado de su eterno amor!

Bienaventurados, Señor los que moran en tu
casa; alabarte han por los siglos de los siglos.

Más no hemos de pretender este amor, tan sumamente perfecto, en esta vida mortal pues no tenemos todavía ni el corazón ni el alma, ni el espíritu, ni las fuerzas de los bienaventurados.
Basta que amemos con todo el corazón y con todas las tuerzas Que tensamos, Mientras somos niños pequeños sabemos cómo niños, hablamos como niños amamos como niños; mas cuando seremos perfectos en el cielo, seremos liberados de nuestra infancia, y amaremos a Dios con perfección. Con todo, mientras dura la infancia de nuestra vida mortal, no hemos de dejar de hacer lo que dependa de nosotros, según nos ha sido mandado, pues no sólo podemos, sino que es facilísimo, como quiera que todo este mandamiento de amor, y de amor de Dios, que, por ser soberanamente bueno, es soberanamente amable.

“Cómo estando ocupado todo el corazón en el amor sagrado; puede, sin embargo, amar a Dios deferentemente, y amar también muchas cosas por Dios"

El hombre se entrega todo por el amor, y se entrega tanto cuanto ama; está, pues, enteramente entregado a Dios, cuando ama enteramente a la divina bondad, y cuando está de esta manera entregado, nada debe amar que pueda apartar su corazón de Dios.
En el paraíso, Dios se dará todo a todos, y no en parte, pues Dios es un todo que carece de partes; mas, a pesar de esto, se dará diversamente, y las diferentes maneras de darse serán tantas cuantos sean los bienaventurados, lo cual ocurrirá así porque, al darse todo a todos y todo a cada uno, no se dará totalmente, ni a cada uno en particular, ni a todos en general. Nosotros nos daremos a Él según la medida en que Él dará fe a nosotros, porque le veremos verdaderamente cara a cara, tal cual es en su belleza, y le amaremos de corazón a corazón, tal cual es en su bondad; no todos, empero, le verán con igual claridad, ni le amarán con igual dulzura, sino que cada uno le verá y le amará según el grado particular de gloria que la divina Providencia le hubiere preparado. Todos poseeremos igualmente la plenitud de este divino amor, pero, con todo, las plenitudes serán desiguales en perfección. Si en el cielo, donde estas palabras: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón serán con tanta excelencia practicadas, habrá, a pesar de ello, grandes diferencias en el amor, no es de maravillar que haya también muchas en esta vida mortal.


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