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martes, 14 de marzo de 2017

RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL


XI. EL PAPA SAN LEÓN EL GRANDE Y EL PRIMADO
No es esta la oportunidad de exponer en su totalidad el desarrollo histórico del papado ni de reproducir los innumerables testimonios de la tradición ortodoxa que prueban la legitimidad del poder soberano de los Papas en la Iglesia Universal.
Para demostrar el fundamento histórico de nuestra tesis a aquellos de nuestros lectores no versados en la historia eclesiástica, nos bastará detenernos en una época memorable en los fastos del pontificado, que es bastante antigua como para imponer respeto a nuestros ortodoxos tradicionalistas y que, al propio tiempo, cae bajo la luz meridiana de la historia, está perfectamente documentada y no presenta en sus rasgos esenciales nada de obscuro ni dudoso. Es la mitad del siglo v, momento en que la Iglesia romana estaba dignamente representada por el Papa San León el Grande.
Es interesante para nosotros ver cómo este pontífice romano —y santo de la Iglesia grecorrusa, al par—consideraba su potestad y cómo sus afirmaciones eran recibidas por la porción oriental de la Iglesia.
En uno de sus sermones, después de recordar que sólo Cristo es pontífice en el sentido absoluto de la palabra, San León prosigue diciendo: «Pero El no ha descuidado la custodia de su rebaño; de su poder principal y eterno hemos aceptado el don abundante de la potestad apostólica y su socorro jamás está ausente de su obra. Porque la firmeza de la fe alabada en el príncipe de los apóstoles perpetua es, y así como lo que Pedro creyó en Cristo permanece subsistente, de igual modo permanece subsistente lo que Cristo instituyó en Pedro (et sicut permanet quod in Christo Petrus credidit, ita permanet quod in Petro Christus instituit). Permanece, pues, el mandato de la verdad, y el bienaventurado Pedro, perseverando en la fuerza aceptada de la Roca, no ha abandonado el gobernalle de la Iglesia que recibiera. De modo que, si obramos y discernimos con justicia, sí algo obtenemos de la misericordia de Dios con súplicas cuotidianas, es por obra y méritos de aquel cuyo poder vive y cuya autoridad resplandece en su sede.
Hablando de los obispos reunidos en Roma para la fiesta de San Pedro, San León dice que con su presencia han querido honrar «a aquel que ellos saben que, en esta sede (de Roma), es no sólo el presidente, sino también el primado de todos los obispos» (1).
En otro discurso, después de haber expresado lo que podemos denominar verdad eclesiástica fundamental, a saber, que, en el orden de la vida interior, la vida de la gracia, todos los cristianos son sacerdotes y reyes, pero que son necesarias las diferencias y desigualdades en la estructura exterior del cuerpo místico de Cristo, San León agrega : «Y, sin embargo, sólo Pedro es elegido en el orbe entero; él es prepuesto a todo: al llamado de todas las naciones, y a los apóstoles, a los Padres de la Iglesia todos, a fin de que, bien que en el pueblo de Dios haya muchos sacerdotes y muchos pastores, todos sean empero inmediatamente regidos por Pedro, así como son principalmente regidos por Cristo. Grande participación es ésta, bien amados (magnum consortium), en el poder que la divina voluntad ha concedido a este hombre. Y si ella ha querido que los demás jefes tuvieran algo común con él, nunca concedió sino por medio de él lo que no rehusó a los otros. «Y yo te digo»; es decir, como mi Padre te manifestó mi divinidad, así también Yo te hago conocer tu excelencia, «que tú eres Pedro», es decir, si Yo soy la Roca inviolable, Yo la piedra angular que de dos hago uno; Yo el Fundamento fuera del cual nadie puede colocar otro, tú eres también la Roca, porque por mi fuerza eres consolidado y porque tienes en común conmigo por participación lo que Yo tengo como propio por mi poder (2).
«El poder de atar y desatar ha pasado también a los demás apóstoles, y por ellos a todos los jefes de la Iglesia; pero no se ha confiado en vano a uno solo lo que a todos pertenece. Pedro está unido de la fuerza de todos, y la asistencia de la gracia divina está de tal manera ordenada, que la firmeza otorgada por Cristo Como Pedro participa del poder soberano de Cristo sobre la Iglesia Universal, asimismo el obispo de Roma, que ocupa la sede de Pedro, es el actual representante de ese poder.
"Pedro no cesa de presidir su sede, y su consortium con el Pontífice eterno jamás se interrumpe. Porque aquella solidez que recibió —hecho El mismo piedra—de Cristo, que es la Piedra, pasó a sus herederos, y por doquiera que se manifiesta alguna firmeza, es que aparece, sin duda, la fuerza del pastor por excelencia.
¿Quién que estime la gloria del bienaventurado Pedro sería tan ignorante o tan envidioso que pretendiera que existe alguna parte de la Iglesia que no sea regida por su solicitud, ni prospere con su socorro?» (4).
«Aun cuando todos los pastores particulares mandan sus rebaños con especial solicitud y saben que darán cuenta de las ovejas que les fueron confiadas, empero sólo Nos debemos compartir el cuidado con todos, y la administración de cada uno es parte de nuestra labor. Porque como desde todo el orbe se recurre a la sede del bienaventurado apóstol Pedro, y aquel amor hacia la Iglesia Universal que le fue encomendado por el Señor es también exigido de nuestra dispensación, sentimos sobre Nos un peso tanto más grave cuanto más grande es nuestro deber para con todos » (5).
La gloria de San Pedro es para San León inseparable de la gloria de la Iglesia romana, a la que él llama la raza santa, el pueblo escogido, la ciudad sacerdotal y real, convertida en cabeza del universo por la sede sagrada del bienaventurado Pedro» (6).
“Este, jefe del orden apostólico, es destinado a la ciudadela del Imperio Romano, a fin de que la luz de la verdad que se revelaba para salud de todas las naciones, se difunda con mayor eficacia desde la cabeza misma a todo el cuerpo del mundo» (7).

(1) S. Leonis Magni. opp. ed. Magna. Parísiis, 1846 sqq.,
t. I, col. 145/7,
(2) Ibid., col. 149.
(3) Mé„ col. .181/2. Cf., 4»/32.
(4) Ibid., col. 155/6.
,{5) Ibid., col. 153.
(6) Ibid., coi. 424.
(7) Ibid., col. 423.
 ...Y HABRÁ UN TIEMPO DE PAZ. (Fatima 1917)


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