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jueves, 9 de marzo de 2017

LOS MÁRTIRES DE MEXICO




Entre los Huichóles



Si no fuera tan trágico el asunto, darían ganas de reírse a carcajadas, de esos farsantes del socialismo y comunismo, que pomposamente se presentan como redentores del campesino y del obrero, en nuestros días.
Desde Marx, a la fecha, qué de tinta han hecho correr en sus pasquines, o qué de saliva han gastado en su palabrería hueca, para anunciar a los necios de este mundo, ¡cuyo número es infinito!, que ellos van a hacer de la vida de nuestras clases humildes, un verdadero paraíso de felicidad; que son ellos los que van a remediar la aflictiva situación de la mayoría de la humanidad, creada por el capitalismo, al que identifican por supuesto, con los hijos de la Iglesia Católica, y en especial con sus sacerdotes, predicadores de la resignación cristiana, y totalmente olvidados según ellos, los comunistas, de que el hombre tiene que comer, vestirse y vivir como hombre y no como bestia de carga.
Pero lo que hay de verdad en toda esa vana palabrería, es que se trata desde un principio de llevar a cabo los fines de una conspiración terrible contra Cristo y su Iglesia, y que esa palabrería no es otra cosa que un disfraz, dirigido a engañar a los Cándidos, para hacerlos sus prosélitos y lograr la realización de sus pérfidos intentos, muy ocultos, pero muy reales.
Esto había en el fondo de la persecución callista, planeada y ordenada como ya dijimos por la masonería iluminada fautora y directora de socialismos, comunismos y agrarismos de nuestro tiempo. Que si hubiera sido verdad lo que anunciaban acerca de la redención del obrero y del campesino, en nuestra patria al encontrarse con un sacerdote como el señor cura D. Cristóbal Magallanes, de Tótatiche, Jalisco, entregado de lleno, en medio de otras ocupaciones culturales, a una verdadera redención económica 332 de los que entre los enemigos de la Iglesia de nuestro país, se atribuyen a gritos ese nombre, no siéndolo en realidad sino de palabra.
La misma cabecera de la parroquia se hermoseó y engrandeció con la labor callada, humilde y constante de su pastor.
Situada en las estribaciones norteñas de la sierra de Nayarit, en sus cercanías corren los riachuelos, que formaran el río de Tlaltenango afluente a su vez del gran río de Santiago. El señor cura Magallanes, veía con dolor que aquellas aguas pasaban a la vera de su parroquia, como diciendo en sus murmullos cantarinos:
"Por aquí dispuestas vamos
para hacer de vuestras tierras
un verdadero vergel.
Hace siglos, de las sierras
por este cauce bajamos
y ¡ nadie se cuida de él!
Y en efecto aquellas aguas pasaban y se alejaban, sin gran provecho para los descuidados habitantes. Decidió el cura, pues, construir una gran presa para captarlas y establecer un sistema de regadío, que favoreciera a la región. Como por encanto, formóse un barrio de Totatiche, lleno de huertas, de hortalizas, que fueron una verdadera fuente de riqueza para los habitantes de la parroquia.
Sí; el señor cura Magallanes sabía bien, que el hombre no consta sólo de alma, y que si primero hay que atender a los intereses espirituales de esa alma y procurarle la gracia de Dios; no hay que descuidar por ello, el bienestar temporal del cuerpo para el que el soberano y amoroso Creador, le ha dado los frutos de la tierra.
Todos estos trabajos espirituales y temporales del buen cura, acabaron por hacer de él, el ídolo de su pueblo.
Justo es decir que en sus labores, era eficazmente secundado, por su vicario el padre D. Agustín Sánchez Caloca, que era al mismo tiempo profesor del pequeñito seminario.
Tan semejantes en lo físico, como en lo moral; y tan ardientes en su celo por el bien de sus feligreses, los dos sacerdotes se comprendían perfectamente y juntos trabajaban con éxito rotundo en la cultura espiritual y temporal de los habitantes de Totatiche, haciendo de aquel lugar de la sierra nayarita un verdadero rinconcito del paraíso, donde la vida se deslizaba tranquila y serena, orando todos, trabajando todos, progresando todos, aun aquellos infelices desheredados de la fortuna y de la cultura, los pobrecitos huicholes, tan rebeldes antes a toda clase de civilización.
¿Qué había en aquellas dos vidas sacerdotales que no debieran alabar y bendecir y aun proteger y sostener, los que actualmente, con mentida e hipócrita audacia se proclaman redentores de los pueblos y de las clases humildes? Nada; si no es un odio, que tras tanta alharaca ocultan cuidadosamente, porque su fealdad es tal, que si se presentara al descubierto no encontrarían un solo partidario, ni aun entre los destacados y más diferentes de los hombres.
Eran dos sacerdotes católicos, es decir predicadores y discípulos de Jesucristo, "la Luz de todo hombre que viene a este mundo", los que se distinguían en aquella labor cristiana y benéfica, que ellos con sus impiedades decían iban a establecer en este mundo. Eran dos representantes genuinos de la Iglesia Católica, a la que ellos habían jurado la muerte bajo los impulsos y seducciones del espíritu del mal.
¡Oh, no!, ¡eso no podían permitirlo! ¡No! ¡Nunca! Y juraron la muerte de los dos sacerdotes; para que ya no hubiera quien con el relato de sus obras, les desmintiera completamente de sus calumnias ordinarias contra la Iglesia Católica.
La tempestad que levantaron esos desdichados en México, llegó con sus nublazones y sus siniestros relámpagos, al paradisíaco rincón de Tótatiche.
Cerraron, entre los llantos y clamores de dolor de los católicos habitantes, la iglesia donde vivía aquel señor, consuelo de sus penas, aliento de sus fatigas, que tenía a su servicio a hombres tan abnegados y solícitos, como los sacerdotes Magallanes y Sánchez Caloca. El segundo de ellos se confinó por lo pronto en el seminario, continuando entre sobresaltos, sus clases y dirección espiritual a los jóvenes seminaristas; el primero buscó otro refugio, desde donde pudiera, como los demás sacerdotes país, salir a escondidas para ejercer entre los afligidos fieles su ministerio de caridad y de salvación.
El mes de mayo de 1927, el señor cura Magallanes se dirigía al seminario para asistir a los exámenes de los alumnos, que habían continuado sus estudios bajo la dirección del P. Caloca. Una guardia federal entraba en la ciudad al mismo tiempo, con las intenciones más aviesas, y Dios, que quería premiar a sus siervos con la más excelsa corona de gloria aun en la tierra, quiso que la columna federal diera de manos a boca con el sacerdote en cuya busca venía. Aprehendiéronle desde luego y lo llevaron al palacio municipal, o lo que fuera, habitación de la autoridad del pueblo.
Acto continuo se dirigieron algunos esbirros al seminario. El P. Sánchez Caloca advertido de la presencia de aquellos criminales en la ciudad, salía para escapar de ellos, acompañado de uno de los alumnos, pero precisamente a la salida, toparon con los soldados y fueron arrestados sin más ni más.
Logrado aquel intento, para el que había venido toda una columna militar, se dispusieron a llevarlos a Colotlán, centro por entonces de las fuerzas callistas. El pueblo alarmado se aglomeró ante la casa municipal, pidiendo con lágrimas y aun ofreciendo dinero por la libertad de sus dos pastores. ¡Todo fue inútil...! Los dos presos custodiados por los militares salieron desde luego, rumbo a su destino fatal.
Llegaron así, animosos y confortándose uno al otro los dos sacerdotes, y fueron llevados incontinenti al cuartel callista establecido en lo que fuera antes Palacio Municipal de Colotlán. ¡Y después...! Un documento cínico y deshonroso para el firmante nos lo dirá:
"Colotlán, Jalisco, mayo 25 de 1927. —C. Gobernador del Estado.
—Guadalajara.—Para conocimiento de esa superioridad tengo la honra (!!!) de informar, que en el ex-palacio municipal de esta ciudad fueron pasados por las armas hoy dos sacerdotes católicos llamados Cristóbal Magallanes y Agustín Sánchez Caloca por las fuerzas federales del teniente coronel Enrique Medina.—El Presidente Municipal, L. Corona".

¡Allí no había pasado nada! Se cumplió la consigna..." y nada más!

 

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