utfidelesinveniatur

jueves, 29 de diciembre de 2016

Ite Missa Est

29 DE DICIEMBRE
SANTO TOMAS, ARZOBISPO DE
CANTORBERY Y MARTIR


MÁRTIR DE LA LIBERTAD DE LA IGLESIA. — Un nuevo Mártir viene a reclamar su puesto junto a la cuna del Niño Dios. No pertenece a los primeros tiempos de la Iglesia; su nombre no figura en los libros del Nuevo Testamento, como los de Esteban, Juan y los Niños de Belén. No obstante eso, ocupa uno de los primeros puestos en esa legión de Mártires que no cesa de crecer en todos los siglos, y que prueba la fecundidad de la Iglesia y la inmortal pujanza que la ha comunicado su divino autor. Este glorioso Mártir no dio su sangre por la fe; no fué llevado ante los paganos o los herejes, para confesar los dogmas revelados por Jesucristo y proclamados por la Iglesia. Le sacrificaron manos cristianas; su sentencia de muerte la dictó un rey católico; fue abandonado y maldecido por muchos de sus hermanos en su propia tierra. Pues, entonces, ¿cómo fué mártir? ¿Cómo mereció la palma de Esteban? Es Mártir de la libertad de la Iglesia.

SU VOCACIÓN AL MARTIRIO.  — En realidad, todos los fieles son llamados a la honra del martirio, y a confesar los dogmas cuya iniciación recibieron en el bautismo. Hasta ahí se extienden los derechos de Cristo que los adoptó. Cierto que, este testimonio no a todos se les exige; pero todos deben estar dispuestos a darlo, bajo pena de la misma muerte eterna de que Cristo los redimió. Con mayor razón se les impone este deber a los pastores de la Iglesia; es la garantía de la enseñanza que predican a su grey: y así los anales de la Iglesia están llenos en todas sus páginas de los nombres heroicos de innumerables santos Obispos, que abnegadamente regaron con su sangre el campo que sus manos habían fecundado, dando de este modo el mayor grado de autoridad posible a su palabra. Pero, aunque los simples fieles estén obligados a pagar esta gran deuda de la fe, hasta con el derramamiento de su sangre; aunque deban confesar, aun a costa de toda clase de peligros, los lazos sagrados que los unen a la Iglesia, y por ella a Jesucristo, los pastores tienen además otro deber que cumplir, el de defender la libertad de la Iglesia. Esta frase Libertad de la Iglesia suena mal a los oídos de los políticos. Inmediatamente ven en ella el anuncio de una conspiración; el mundo, por su parte, encuentra ahí un motivo de escándalo, y repite esas enfáticas palabras: ambición sacerdotal; las personas tímidas comienzan, a temblar, y os dicen que mientras no se ataque a la fe, no hay nada en peligro. A pesar de todo eso, la Iglesia coloca en los altares, y pone en compañía de San Esteban, de San Juan, y de los santos Inocentes, a este Arzobispo inglés del siglo XII, degollado en su Catedral por haber defendido los derechos públicos del sacerdocio. La Iglesia se complace en esa bella frase de San Anselmo, uno de los predecesores de Santo Tomás; Dios no ama nada tanto en este mundo como la libertad de su  santa iglesia y la Santa Sede, en el siglo XIX lo mismo que en el siglo xn, exclama por boca de Pío VIII como lo hacía por la de San Gregorio VII: "La Iglesia, Esposa sin mancha del Cordero inmaculado es LIBRE por intuición divina, y no está sometida a ningún poder terreno'".

LA LIBERTAD DE LA IGLESIA. — Ahora bien, esta sagrada libertad consiste en la completa independencia de la Iglesia frente a todo poder secular, en el ministerio de la palabra divina, que debe poder predicar, como dice el Apóstol, a tiempo y a destiempo, y a toda clase de persona, sin distinción de naciones, de razas, de edad, ni de sexo; libertad en la administración de los Sacramentos, a los que debe llamar a todos los hombres sin excepción alguna, para salvarlos a todos: libertad en la práctica de los preceptos y también de los consejos evangélicos sin intervención alguna extraña; en sus relaciones, exentas de toda traba, con los diversos grados de su divina jerarquía; en la publicación y aplicación de sus normas disciplinares; en la conservación y desarrollo de sus instituciones; en la propiedad y administración de su patrimonio temporal; libertad, Analmente, en la defensa de los privilegios que la misma autoridad civil la ha reconocido como medio de garantizar su bienestar y el respeto debido a su ministerio de paz y de caridad entre los hombres. Esa es la libertad de la Iglesia: y ¿quién no ve que es baluarte del mismo santuario; y que todo ataque dirigido a ella puede poner en peligro a la jerarquía y hasta al mismo dogma? El Pastor, debe, pues, por oficio, defender esta santa Libertad: no debe huir, como el mercenario: ni callarse, como esos canes mudos que no saben ladrar, de los cuales habla Isaías. (LVI, 10). Es el centinela de Israel; no debe esperar a que el enemigo se introduzca en la plaza, para lanzar el grito de alarma, y para ofrecer sus manos a las cadenas y su cabeza a la espada. La obligación de dar la vida por sus ovejas comienza para él en el momento en que el enemigo asedia aquellas posiciones avanzadas de cuya seguridad depende la tranquilidad de toda la ciudad. Y si esta tenacidad lleva consigo graves consecuencias, entonces puede acordarse de aquellas bellas palabras de Bossuet, en su sublime Panegírico de Santo Tomás de Cantorbery, que quisiéramos poder trasladar aquí todo entero: "Es una ley establecida, dice, que la Iglesia no puede gozar de ningún privilegio que no la cueste la muerte de sus hijos, y que, para mantener sus derechos, ha de derramar su sangre. Su Esposo la conquistó con la sangre que derramó por ella, y quiere que ella compre a un precio semejante las gracias que la concede. Merced a la sangre de los Mártires extendió sus conquistas más allá de los límites del imperio romano; su sangre la alcanzó la paz de que gozó bajo los emperadores cristianos, y la victoria que logró sobre los emperadores paganos. Es, pues, evidente que necesitaba sangre para el afianzamiento de su autoridad como la había necesitado para establecer su doctrina: era necesario que la disciplina eclesiástica, lo mismo que la fe, tuviera sus Mártires".

LO ESENCIAL EN EL MARTIRIO. — En el caso presente de Santo Tomás, como en el de otros muchos Mártires de la Libertad de la Iglesia, no se trata de considerar la flaqueza de los medios de que se sirvieron para rechazar los atropellos de los derechos eclesiásticos. Lo esencial en el martirio está en la sencillez unida a la fortaleza; por eso pudieron recoger tan bellas palmas simples fieles, jóvenes doncellas y niños. Dios ha puesto en el corazón del cristiano un elemento de resistencia humilde sí, pero inflexible, que vence siempre a cualquier otra fuerza. ¡Qué inviolable fidelidad infunde el Espíritu Santo en el alma de sus pastores, cuando los consagra por Esposos de su Iglesia, haciéndolos muros inexpugnables de su amada Jerusalén! "Tomás, dice aún el obispo de Meaux, no cede ante la maldad, so pretexto de que está bajo el amparo de un brazo real; al contrario, viendo que sale de un lugar tan prominente, desde el cual puede desarrollarse con más fuerza, se cree más obligado a enfrentarse con ella, como un dique que se eleva tanto más, cuanto más se encrespan las olas." Mas ¿es posible que perezca el Pastor en esta lucha? Sin duda, puede alcanzar este insigne honor. En su lucha contra el mundo, en esa victoria que Cristo alcanzó para nosotros, derramó su sangre y murió sobre una cruz; los Mártires también murieron; y la Iglesia, regada con la sangre de Jesucristo, consolidada con la sangre de los Mártires, no puede prescindir tampoco de ese saludable baño que reanima su vigor y constituye su real púrpura. Así lo comprendió Tomás; y ese hombre, que supo mortificar sus sentidos con una continua penitencia y crucificar sus afectos en este mundo por medio de toda clase de privaciones y adversidades, tuvo en su corazón ese valor sereno, y esa extraordinaria paciencia, que disponen al martirio. En una palabra, recibió el Espíritu de fortaleza y permaneció fiel a él.

LA FORTALEZA. — "En el lenguaje eclesiástico, continúa Bossuet, la fortaleza tiene otro sentido que en el lenguaje del mundo. La fortaleza, según el mundo, llega hasta el ataque; la fortaleza, según la Iglesia, se contenta con sufrirlo todo: ahí están sus límites. Oíd al Apóstol San Pablo: Nondum usque ad sanguinem restitistis; como si dijera: No habéis sufrido hasta el extremo, porque no habéis llegado a derramar vuestra sangre. No dice hasta el ataque, ni hasta derramar la sangre de vuestros enemigos, sino la vuestra propia. "Por lo demás, Santo Tomás no abusa de estas enérgicas máximas. No echa mano de esas apostólicas armas, por orgullo, para sobresalir en el mundo: las emplea como un escudo necesario en una extrema necesidad de la Iglesia. La fortaleza del santo Obispo no depende, por tanto, de la ayuda de sus amigos, ni de intrigas diplomáticas. No pretende hacer gala ante el mundo de su paciencia, para hacer a su perseguidor más odioso, ni emplea recursos secretos para soliviantar los ánimos. Solamente cuenta con las oraciones de los pobres y los suspiros de los huérfanos y viudas. He ahí decía San Ambrosio, los defensores de los Obispos; he ahí su guardia, he ahí sus ejércitos. Es fuerte, porque tiene un alma que no sabe temer ni murmurar. Puede decir con verdad a Enrique de Inglaterra, lo que Tertuliano decía, en nombre de toda la Iglesia a un magistrado del Imperio, gran perseguidor de los cristianos: Non te terremus, qui nec timemus. Aprende a conocernos y mira qué clase de hombre es el cristiano: No tratamos de intimidarte, pero somos incapaces de temerte. No somos ni temibles ni cobardes: no somos temibles, porque no sabemos conspirar; no somos cobardes porque sabemos morir."

MARTIRIO DE SANTO TOMÁS Y SUS CONSECUENCIAS. — Pero dejemos aún la palabra al elocuente sacerdote de la Iglesia francesa, llamado él también a la dignidad del episcopado al año siguiente de haber pronunciado este discurso; oigamos cómo nos relata la victoria de la Iglesia, en la persona de Santo Tomás de Cantorbery: "Prestad atención, oh cristianos: si hubo alguna vez un martirio semejante en todo a un. sacrificio, fué el que os voy a presentar. Mirad los preparativos: el Obispo se halla en la iglesia con su clero; están ya revestidos. No hay que buscar muy lejos la víctima: el santo Pontífice está preparado y él es la víctima elegida por Dios. De manera que todo está dispuesto para el sacrificio; ya veo entrar en la iglesia a los que han de dar el golpe. El santo varón se dirige a su encuentro, imitando a Jesucristo, y para asemejarse más a este divino modelo, prohíbe a su clero toda resistencia, contentándose con pedir seguridad para los suyos. Si a mí me buscáis, dijo Jesús, dejad a estos en paz. Después de estos preámbulos y llegada la hora del sacrificio, mirad cómo comienza Santo Tomás la ceremonia. Víctima y Pontífice al mismo tiempo, presenta su cabeza y ora. He aquí los solemnes votos y las místicas palabras de este sacrificio: Et ego pro Deo mori paratus sum, et pro assertione justitiae, et pro Ecclesiae libértate dummodo effusione sanguinis mei pacem et libertatem consequatur. Estoy dispuesto a morir, dice, por la causa de Dios y de su Iglesia; y lo único que deseo, es que mi sangre logre para ella la paz y la libertad que se pretende arrebatarla. Se arrodilla ante Dios; y, así como en el solemne sacrificio invocamos a nuestros santos intercesores, tampoco él omite una parte tan importante de esta sagrada ceremonia: y así; invoca a los santos Mártires y a la santísima Virgen en amparo de la Iglesia oprimida; no habla más que de la Iglesia, la lleva en el corazón y en los labios; y derribado en el suelo por el golpe del verdugo su lengua yerta e inanimada parece todavía repetir el nombre de la Iglesia." Así consumó su sacrificio este gran Mártir, este modelo de Pastores de la Iglesia; así consiguió la victoria que habrá de lograr la completa supresión de las malignas leyes con que se ponían trabas a la Iglesia y se la humillaba a los ojos de los pueblos. El sepulcro de Tomás llegará a ser un altar, y al pie de este altar podremos ver pronto a un rey penitente pidiéndole humildemente perdón. ¿Qué ha ocurrido? La muerte de Tomás ¿ha revolucionado a los pueblos? ¿Ha encontrado el santo vengador? Nada de eso. Ha bastado su sangre. Entiéndase bien: los fieles no contemplarán nunca fríamente la muerte de un pastor inmolado en aras de su deber, y los gobiernos que se atreven a hacer Mártires, sufrirán siempre las consecuencias. Por haberlo comprendido instintivamente, las artimañas de la política se han refugiado en sistemas de opresión administrativa, con el fin de lograr hábilmente el secreto de la guerra emprendida contra la libertad de la Iglesia. De ahí que hayan inventado esas cadenas, flojas al parecer pero inaguantables, que oprimen hoy día a tantas Iglesias. Ahora bien, es propio de la naturaleza de esas cadenas el no desatarse nunca; es necesario romperlas, y quien las rompiere tendrá una gran gloria en la tierra y en el cielo, porque su gloria será la del martirio. No será cuestión de pelear por medio del hierro, ni de parlamentar con la política, sino cuestión de resistir de frente y sufrir con paciencia hasta el final. Escuchemos por última vez a nuestro gran orador, que pone de relieve ese sublime elemento que aseguró el triunfo a la causa de Santo Tomás: "Mirad, hermanos míos, qué defensores encuentra la Iglesia en medio de su debilidad, y cuánta razón tiene en exclamar con el Apóstol: Cum infirmor, tune potens sum. Precisamente, esa su afortunada debilidad es la que la procura esa ayuda invencible, y la que arma a favor suyo a los más esforzados soldados y a los más poderosos conquistadores del mundo, quiero decir, a los santos Mártires. Quien no acate la autoridad de la Iglesia, tema esta sangre preciosa de los Mártires, que la consagra y la defiende." Pues bien, toda esa fortaleza, todos esos triunfos, tienen su origen en la cuna del Niño Dios; por eso se encuentra ahí Santo Tomás al lado de San Esteban. Era necesario que apareciese un Dios anonadado, una tan excelsa manifestación de humildad, de constancia y de flaqueza a lo humano, para abrir los ojos de los hombres sobre la esencia de la verdadera fortaleza. Hasta entonces no se había imaginado otra fuerza que la de los conquistadores por la espada, otra grandeza que la del oro, otra honra que la del triunfo; ahora, todo ha cambiado de aspecto, al aparecer Dios en este mundo, pobre, perseguido y sin armas. Se han dado corazones ansiosos de amar antes que nada las humillaciones del pesebre; y allí se han abrevado en el secreto de una grandeza de alma, que el mundo, a pesar de lo que es, no ha podido menos de sentir y admirar. Es pues justo, que la corona de Tomás y la de Esteban entrelazadas, aparezcan como doble trofeo, al lado de la cuna del Niño de Belén; y en cuanto al santo Arzobispo, la divina Providencia le señaló muy bien su lugar en el calendario, permitiendo que fuera inmolado al día siguiente de la fiesta de los santos Inocentes, para que la Santa Iglesia no tuviese duda alguna acerca del día en que convenía celebrar su memoria. Guarde, pues, ese puesto tan glorioso y tan querido de toda la Iglesia de Jesucristo; y sea su nombre, hasta el fin de los tiempos, el terror de los enemigos de la libertad de la Iglesia y la esperanza y el consuelo de los amantes de esa libertad, que Cristo alcanzó con su sangre.

VIDA: Santo Tomás Becket nació en Londres el 21 de diciembre de 1117. Archidiácono de Cantorbery, y luego canciller de Inglaterra en 1154, sucedió en 1162 al arzobispo Thibaut. Se opuso con energía a las pretensiones de Enrique II que quería legislar contra los intereses y la dignidad de la Iglesia; tuvo que huir de su país en 1164. Después de su estancia en Pontigny donde recibió el hábito cisterciense y en Sens, pudo volver a entrar en Inglaterra en 1170, gracias a la intervención del Papa Alejandro III; pero fue para recibir allí la palma del martirio en su iglesia catedral, el 29 de diciembre de 1170. Alejandro III le canonizó el 21 de febrero de 1173.

El siglo XVI vino a aumentar la gloria de Santo Tomás, cuando el enemigo de Dios y de los hombres, Enrique VIII de Inglaterra, se atrevió a perseguir con su tiranía al Mártir de la Libertad de la Iglesia hasta en la misma magnífica urna donde desde hace cuatro siglos recibía los homenajes de veneración del mundo cristiano. Las sagradas reliquias del Pontífice degollado por la justicia, fueron retiradas del altar; se incoó un monstruoso proceso contra el Padre de la patria, y una impía sentencia declaró a Tomás reo de lesa majestad. Sus preciosos restos fueron puestos sobre una pira, y en este segundo martirio, el fuego devoró los gloriosos despojos del hombre sencillo y valiente, cuya intercesión atraía sobre Inglaterra las miradas y la protección del cielo. Era justo que el país habría de perder la fe por asoladora apostasía, no guardara consigo un tesoro cuyo valor no era ya apreciado; además la sede de Cantorbery había sido profanada. Crammer se sentaba en la cátedra de Agustín, de Dunstano, de Lanfraneo, de Anselmo y de Tomás; y el santo Mártir, mirando a su alrededor no encontró entre sus hermanos más que a Juan Fischer, quien consintió en seguirle hasta el martirio. Pero este último sacrificio, por muy glorioso que fuese no salvó nada. Hacía mucho tiempo que la libertad de la Iglesia había fenecido en Inglaterra, la fe debía también extinguirse.


¡Oh glorioso Mártir Tomás, defensor invicto de la Iglesia de tu Señor! A ti acudimos en este día de tu fiesta, para honrar los dones maravillosos que el Señor depositó en tu persona. Hijos de la Iglesia, nos complacemos contemplando al que tanto la amó y que tuvo en tanta estima el honor de la Esposa de Cristo, que no temió dar su vida para asegurar su independencia. Por haber amado así a la Iglesia, aun a costa de tu tranquilidad, de tu felicidad^ personal, de tu misma vida; por haber sido tu sublime sacrificio el más desinteresado de todos, la lengua de los malvados y de los cobardes se desató contra ti y tu nombre fué con frecuencia blasfemado y calumniado. ¡Oh verdadero Mártir, digno de absoluto crédito en su testimonio pues sólo habla y resiste en contra de sus propios intereses terrenos! ¡Oh Pastor asociado a Cristo en el derramamiento de la sangre y en la liberación de la grey!, queremos resarcirte del menosprecio que te prodigaban los enemigos de la Iglesia; queremos amarte más que lo que ellos, en su impotencia, te odiaron. Te pedimos perdón por los que se avergonzaron de tu nombre, mirando tu martirio como un escándalo en los Anales de la Iglesia. ¡Cuán grande es tu gloria, oh fiel Pontífice, al ser escogido con Esteban, Juan y los Inocentes para acompañar a Cristo en el momento de su entrada en este mundo! Bajado a la arena sangrienta a la hora undécima, no perdiste el galardón que recibieron tus hermanos de la primera hora; antes bien, eres grande entre los Mártires. Eres, pues, poderoso sobre el corazón del divino Niño que nace en estos mismos días para ser Rey de los Mártires. Haz que, con tu asistencia, podamos llegar hasta él. Como tú, nosotros también queremos amar a su Iglesia, a esa su querida Iglesia, cuyo amor le ha obligado a bajar del cielo, a esa Iglesia que tan dulces consuelos nos depara en la celebración de los excelsos misterios a los que se halla tan gloriosamente ligada tu memoria. Consíguenos la fortaleza necesaria para que no nos asustemos ante ningún sacrificio, cuando se trate de honrar nuestro glorioso título de Católicos. Prométele de nuestra parte al Niño que nos ha nacido, a Aquel que ha de llevar sobre sus hombros la Cruz en señal de realeza, que, con la ayuda de su gracia, no nos escandalizaremos nunca de su causa, ni de sus campeones; que, dentro de la sencillez de nuestra devoción a la Santa Iglesia a quien nos h a dado por Madre, pondremos siempre sus intereses sobre todos los demás; porque sólo ella tiene palabras de vida eterna, sólo ella tiene el secreto y la autoridad para llevar a los hombres hasta ese mundo mejor que es nuestro único fin, el único que no pasa, mientras que todos los intereses terrenos no son más que vanidad, ilusión, y frecuentemente obstáculos al verdadero fin del hombre y de la humanidad. Pero, para que esta Santa Iglesia pueda realizar su misión y salir triunfante de tantos lazos como se la tienden por todos los caminos de su peregrinación, tiene ante todo necesidad de Pastores que se parezcan a ti, ¡oh Mártir de Cristo! Ruega, pues, para que el Señor de la viña envíe obreros capaces no sólo de cultivar y de regar, sino también de defenderla de las raposas y del jabalí, que según las Sagradas Escrituras, no cesan de introducirse en ella para devastarla. Vuélvase cada día más potente la voz de tu sangre en estos tiempos de anarquía, en los cuales la Iglesia de Cristo se halla esclavizada en muchos lugares de la tierra, a los que pretendía libertar. Acuérdate de la Iglesia de Inglaterra, que tan lamentablemente naufragó, hace tres siglos, con la apostasía de tantos prelados, víctimas de aquellas mismas ideas que tú combatiste hasta la muerte. Tiéndela la mano, ahora que parece levantarse de sus ruinas, olvida las injurias hechas a tu memoria, al caer la Isla de los Santos en el abismo de la herejía. Finalmente acude en ayuda de la Esposa de Jesucristo, allí donde de cualquier modo se halle comprometida su libertad, asegurándola con tus oraciones y ejemplos un triunfo completo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario