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martes, 13 de diciembre de 2016

EL PURGATORIO - La última de las misericordias de Dios - R.P Dolindo Ruotolo

LAS PENAS DEL PURGATORIO:
EL FUEGO
(SEGUNDA PARTE)



El condenado odia a Dios

Para el condenado el caso es muy distinto porque el alma no estando en gracia de Dios, elige voluntariamente y obstinadamente un estado de completa separación de Él y se encierra en sí misma por el orgullo. Odia a Dios, porque aquella infinita grandeza contrasta con el propio orgullo, quiere seguir odiando, en aquel estado que es su propio ambiente y su propio reino, rechaza toda misericordia como una disminución de su propio orgullo; es todo maldad, todo odio, el mal le produce una infelicidad desesperante y obstinada, en la que vive y de la que no puede separarse porque en su odio contra Dios no puede dejar de reconocer su majestad y su amor.

Un hijo que odia al padre conociendo lo amoroso que es con él, le hace el máximo desprecio alejándose de su amor y compartiendo con la gente de mala vida. Se encuentra en un abismo de penas. Y allí permanece, porque no quiere salir del estado de odio hacia el Padre. Por este odio contra Dios, los demonios y condenados buscan perder a las almas y desean llevarlas con ellos a la infelicidad.

El vicioso quisiera ver a los otros como él, el ladrón quisiera tener compañeros ladrones como él. También en la tierra el mal es terriblemente contagioso y tiende a propagarse y escandalizar.  

Los perversos quieren la perdición de los demás, que viven en la tierra y en la paz, por la oculta y tremenda envidia que tienen de su felicidad. Si los hombres consideraran qué cosa es el Infierno, no serían tan insensatos para caer y permanecer desesperadamente condenados por toda la eternidad.


 ¿Cómo puede el fuego atormentar un Espíritu?

Con respecto al fuego del Purgatorio como aquel del Infierno se ve una dificultad gravísima: ¿Cómo puede el fuego atormentar a un alma? De las apariciones de las almas purgantes o condenadas, por las evidentes quemaduras que han dejado como señal de su presencia, se deduce claramente que aquel fuego tiene algo de material; entonces, ¿cómo puede atormentar un espíritu? Esta es la solución de esta dificultad: Nosotros sabemos científicamente que los hombres tienen sensaciones dolorosas que pasando por los sentidos llegan al cerebro y desde allí al alma. Es en el alma y por ella que se perciben. Un muerto no siente dolor porque no tiene alma, un anestesiado completo no siente dolor porque los sentidos están inertes por la anestesia, no transmiten las sensaciones dolorosas al cerebro y por lo tanto al alma. El alma está casi fuera del cuerpo.

La anestesia es como una muerte temporal, el cuerpo vive, pero casi mecánicamente porque los órganos de la vida no están todavía en disolución, sino adormecidos profundamente. Ahora bien, el fuego del Purgatorio y del Infierno no pueden encontrar ninguna analogía con el fuego de la tierra, que las almas purgantes llaman “suave brisa” en comparación con el fuego que las purifica. He aquí por qué el fuego del Purgatorio da al alma las sensaciones dolorosas opuestas: el frío y el calor espantoso, el hambre y la sed atormentadora, la parálisis y el nerviosismo, etc., según las culpas que deben expirar. Reviven pos así decirlo, en el alma, todos los sentidos del cuerpo, pero de una manera intensísima y total.

Tenemos un pálido ejemplo en el fenómeno científico de aquél que ha sufrido una operación y han tenido que amputarle un pie, advierte en el lugar del pie la misma sensación dolorosa que sentía antes, aunque el pie ya no existe. La sensación está toda en el alma, que continúa sintiendo el miembro enfermo que le transmitía la sensación. Este fenómeno sucede también cuando se extrae un diente, se advierte el dolor en la encía donde ya no hay diente. Estos fenómenos son tan intensos como era antes de la operación.

El alma purgante tuvo un cuerpo en la vida terrenal y este cuerpo aunque reducido a polvo está destinado a la resurrección, y por lo tanto, es siempre del alma a la cual perteneció. El alma tiene siempre una referencia constante al cuerpo que ella animó y que desgraciadamente fue medio e instrumento de los pecados que ella cometió y por los cuales se encuentra entre las llamas. La referencia al cuerpo que tuvo en la vida terrenal no es una simple relación científica que hemos señalado, es una relación de profundo dolor por los pecados cometidos con el cuerpo, y deseo de reparación. El fuego que la atormenta se vuelve en ella como un medio de expiación y puede atormentar el espíritu en su referencia al cuerpo que tenía en la tierra.

Esta terrible realidad explicaría el respeto que todos los pueblos han tenido siempre por los cuerpos de los difuntos. El ánfora, las monedas, los alimentos puestos cerca del cadáver, las flores, las coronas, los embalsamamientos, las leyes severísimas contra los profanadores de tumbas, etc., nos dicen que subconscientemente la humanidad ha presentido que el cuerpo se comunica todavía con el alma como si estuviese vivo. Por esto, la bellísima costumbre cristiana de querer dar sepultura en un lugar santo para santificar el cadáver y atraer sobre el alma la misericordia divina. Por esto, las conmovedoras plegarias de la Iglesia sobre los cadáveres, implorando sobre ellos la misericordia del Señor, como si fueran todavía peregrinos.

El uso moderno de no poner cadáveres en la tierra, sino en cajas de zinc soldadas, en nichos donde los protegen de la pudrición y de los gusanos, es una costumbre discutible. La Iglesia no excluye la cremación de los cadáveres, con tal que no tenga el significado de rebelión y oposición a la tradición cristiana. La sepultura en la tierra tiene un propósito claro, que es la espera de la resurrección, porque el cuerpo es como semilla puesto en la tierra con la esperanza de una vida que surgirá nuevamente. De hecho, el campo donde se sepultan los muertos se llama cementerio, lugar donde se duerme con Cristo en espera de la resurrección.


En el Purgatorio, el fuego que atormenta al alma está atenuado por el amor y la esperanza de la gloria eterna, el alma sufre como sufrieron los Santos en la tierra, en una piadosa unión con la Divina Voluntad y podemos decir, llenos de alegría, por cada culpa que es purificada por el fuego doloroso y que acrecienta su amor y sus suspiros a Dios, infinito amor. También sobre la tierra quien se da un baño de mar a pesar de tener fastidio por el agua helada, siente en todo su cuerpo un gran bienestar que lo mueve a manifestarlo con gritos y gestos. En el Infierno, en cambio, el fuego atormenta a los condenados con una desesperación espantosa porque aquel fuego es su estado, voluntaria y obstinadamente elegido; como el dolor desesperado excita terriblemente la ira, se encuentran en un estado de tremendo odio atormentándose mutuamente. El sufrimiento expiatorio pone orden y paz; en cambio el sufrimiento desesperado, genera el desorden y el horror eterno. Por eso Jesús en el ímpetu de su Sagrado Corazón dice: Si tu ojo, si tu pie, o tu mano te escandaliza, y te pone en condición de condenarte, sácalo, córtalo porque es mejor ir ciego o manco al Reino de Dios que ir corporalmente sano al fuego eterno”.

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