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martes, 13 de diciembre de 2016

DEMOS GRACIAS A DIOS - por el P. Faber

SECCIÓN 3
Varios objetos de acción de gracias.
(SEGUNDA PARTE)


3. Ni vayamos tampoco a creer que se nos exige demasiado al recomendarnos los escritores espirituales la obligación de dar rendidas acciones de gracias a Dios nuestro Señor por las aflicciones y tribulaciones pasadas, igualmente que por aquellas otras que tengamos que sufrir en el tiempo presente. No es éste, claro está, lugar oportuno para entrar en averiguaciones acerca de los riquísimos tesoros que la Providencia divina, en sus altos y secretos designios, pretende sacar de las aflicciones, pues fácilmente ocurrirán a cualquiera. El Santo Juan de Ávila solía decir que un solo Deo gracias en la adversidad tenía más valor ante los divinos ojos que seis mil en tiempo de prosperidad. Pero volvamos otra vez a Orlandini, quien es inimitable en aquella magnífica descripción donde pinta a las mil maravillas el don especial de acción de gracias que adornaba el alma angelical de Pedro Fabro. Creía este siervo de Dios, y con fundado motivo, que no debían los hombres darse por satisfechos humillándose bajo la mano del Todopoderoso cuando los probaba con públicas calamidades, sino que era menester que tributasen entonces al Señor las más rendidas gracias por semejantes adversidades, es decir, por el hambre y escasez, por las guerras, pestes, tempestades y por todos los otros azotes del Cielo. Y era para su corazón compasivo motivo de dolor vehementísimo ver que los hombres no conocían claramente los amorosos intentos de Dios al afligirlos con semejantes trabajos; ceguera que causaba en su ánimo la mayor pesadumbre, cuando gemía compasivo sobre las desventuras con que Dios se dignaba visitarlos; porque no es ciertamente perfecto agradecimiento aquel que sólo se alimenta de favores y regaladas mercedes.

-¡No! -exclama San Antíoco-, no podemos nosotros afirmar que un sujeto es verdaderamente agradecido hasta que no le vemos dar a Dios sinceras y cordiales acciones de gracias en medio de las calamidades.

Y San Juan Crisóstomo, en sus Homilías sobre la carta de San Pablo a los de Efeso, escribe que: debemos dar gracias a Dios hasta por la existencia del mismo infierno, y por todas las penas y tormentos que allí se padecen, pues son un freno eficaz para domar nuestras desordenadas pasiones.

4. Es también una devoción muy regalada el dar gracias a Dios, Padre amoroso, por aquellos beneficios que llamamos insignificantes y livianos, no porque exista largueza alguna insignificante para nosotros, criaturas harto indignas de semejantes favores, sino con relación a las otras misericordias de Dios más soberanas y de más alta estimación. San Bernardo no teme aplicar a este ejercicio piadoso de acción de gracias por los beneficios de escasa valía el encargo que hizo el Señor a sus discípulos de recoger con exquisito cuido todos los fragmentos y sobras, para que no se desperdiciase absolutamente ninguna. Leemos en la Vida de la Beata Battista Varani, de la Orden de San Francisco, que en cierta ocasión la habló el Señor de esta manera: «Si no volvieses nunca más a pecar; si tú sola hicieses más penitencia que cuantas han hecho todos los Santos del Cielo mientras vivieron sobre la tierra; si derramases tantas lágrimas como gotas de agua encierran todos los inmensos mares; si sufrieses, en fin, tantas penas y trabajos cuantos eres capaz de sufrir, todos estos sacrificios no serían suficientes para corresponder agradecida al más pequeño beneficio que liberalmente te he concedido.» Cuenta la misma Varani, que en otra ocasión le dio el Señor a entender cómo ni la Madre gloriosísima del Verbo Eterno. María Santísima, ni todos los Ángeles y bienaventurados de la Corte celestial, con cuantos encantos y perfecciones engalanan su gentileza, podrán nunca rendirle las debidas gracias por la creación de la más pequeña flor del campo qué el Omnipotente creara para deleitar nuestra vista, y no por otra razón sino a causa del abismo infinito que existe entre su divina excelencia y soberana grandeza, y nuestra ruindad e inconmensurable bajeza. También en esta devoción, según refiere Orlandini, llegó a sobresalir el P. Pedro Fabro, quien solía decir que en toda dádiva divina, por liviana que fuese, debían ponderarse tres cosas, a saber: el Dador, el don y el afecto de caridad con que la concedía; y que si nosotros considerásemos devotamente estos tres objetos, veríamos entonces con toda claridad la grandeza que campea en las más pequeñas misericordias divinas. «Indudablemente -continúa su biógrafo-, fue ésta la causa por la cual su alma bienaventurada se hallaba siempre nadando en la abundancia de las divinas larguezas; porque siendo Dios un océano inagotable de bondad, es imposible que llegue a secarse la fuente de la liberalidad infinita allí donde da con un corazón sumamente devoto y agradecido, en cuyos senos pueda derramar las cristalinas aguas de sus inefables misericordias.» Así es que Tomás de Kempis asegura que si nos detuviésemos a considerar la majestad y grandeza del Dador, ningún don tendríamos entonces por pequeño, mucho más sabiendo que el mismo Señor llegó a encargar a Santa Gertrudis que le diese gracias hasta por los beneficios futuros no recibidos todavía; ¡tan acepta es a sus divinos ojos la práctica de acción de gracias!

5. No raras veces se le oyó decir a San Ignacio que eran muy pocas las personas, acaso ninguna, que penetrasen a fondo el enorme impedimento que oponemos a Dios cuando desea en su inefable liberalidad obrar cosas grandes en nuestras almas, pues apenas son creíbles los portentos que obraría en ellas sólo con que nosotros se lo permitiésemos. He aquí por qué no pocas personas espirituales han hecho una devoción especial de acción de gracias a la Divina Majestad de los beneficios que el Omnipotente les hubiera concedido si ellas no se lo hubiesen estorbado, y de aquellas otras mercedes a que no correspondieron agradecidas al tiempo de recibirlas. Fabro solía celebrar misas, o las mandaba decir, en expiación de su desagradecimiento y el de sus prójimos al recibir los beneficios de las manos de Dios nuestro Señor; y siempre que veía algún rico o poderoso de la tierra, acostumbraba a hacer actos de reparación amo- rosa por la negligencia posible de semejante sujeto en dar gracias a su divino Bienhechor. Otras personas devotas llegaron a formarse tan elevado concepto de aquellos beneficios divinos, por los cuales dieron gracias al Altísimo al tiempo, de recibirlos, que ahora, no satisfechas con semejante correspondencia, paréceles que aquel agradecimiento suyo no fue tan grande y afectuoso cual pudiera haberlo sido, devoción generosa y grandemente regalada que, según afirma San Lorenzo Justiniano, entra en la acción de gracias que rinden al Rey de la Majestad los bienaventurados de la gloria del Cielo. Aquellos beneficios, pues, de que abusamos o recibimos con desdeñosa indiferencia aconseja San Bernardo que debemos considerarlos como asunto de un especial hacinamiento de gracias. Otras personas, últimamente ejercitaron la devoción de dar gracias a Dios hasta por los beneficios a que se fuesen preparando sus prójimos, y por cuanto bueno les acaeciera mientras se hallasen dormidos, práctica piadosa que nos demuestra a lo menos el amor ingenioso de los corazones agradecidos. Pero todavía existe otra devoción en la cual solía ejercitarse Pedro Fabro, según enseña Orlandini, y que bajo ningún concepto debemos pasar en silencio, la cual consiste en dar a Dios gracias muy señaladas por haber impedido que no pocas de nuestras acciones y palabras causasen el escándalo que de suyo hubieran producido; ¿concíbase, pues, misericordia más dulce regalada que la presente?

6. Otra de las devociones de las personas piadosas consiste en dar gracias al Hacedor del mundo por todas las criaturas irracionales, cuya práctica es sumamente agradable a sus divinos ojos como Creador sapientísimo del universo, y tiene asimismo la ventaja de ser una de las devociones más excelentes de la presencia de Dios, pues que nos dispone en todo tiempo y lugar a elevarnos hasta Él por la contemplación de las criaturas. Pero en semejante devoción no debemos atender principalmente al uso y señorío que Dios en su liberalidad infinita se ha dignado concedemos sobre los seres de la naturaleza, sino más bien al amor que nos tuviera al crearlos, según Él mismo aseguró a Santa Catalina de Sena. «Cuando el alma -le dijo- ha llegado al estado de perfecto amor, recibiendo los dones y gracias de mis manos, no tanto considera la dádiva mía, como el afecto de caridad que moviera mis paternales entrañas a conferírsela.»

7. Glorificaremos igualmente a Dios nuestro Señor dándole rendidas gracias por todos los beneficios otorgados a nuestros enemigos. Semejante devoción es el ejercicio más excelente del amor fraternal, y altamente agradable a los divinos ojos; porque es imposible que llegue uno a practicarla por mucho tiempo sin que la indiferencia y resentimiento que abriga en el corazón contra su prójimo no cedan luego el paso a la dulzura y cariño hasta por aquellos hermanos nuestros que más nos ofendieron y mayor aversión llegaron a tenernos. Más como mi principal objeto al escribir la presente obrita no es otro que el acumular una abundancia de medios, a cuál más tiernos e ingeniosos, para procurar a nuestro Señor dulcísimo siquiera un pequeño grado más de gloria; como mi ánimo es mover suavemente a mis lectores a ejercitarse en actos de reparación amorosa por las ofensas y ultrajes que reciben diariamente la honra de Dios y los sagrados intereses de Jesús, paréceme que no será inoportuno añadir aquí algunos otros métodos de acción de gracias que tanto hacen a mi propósito. Trasladémonos, pues, con la consideración a las cavernas del infierno, y contemplemos allí aquellas almas infelices que habitan esa región de tinieblas y sempiterno llanto; no existe ni una sola a quien Dios no colmara de bendiciones, enriqueciera de dones muy señalados y exornara con las caricias divinas del Espíritu Santo. Pero en aquellas cárceles tenebrosas no se canta ninguna canción de gracias al Altísimo; allí sólo levanta su voz la justicia inexorable del Rey de la majestad; y el divino amor permanece silencioso. He aquí por qué el Venerable P. Luis de la Puente, en el Prefacio a sus Meditaciones, nos recomienda encarecidamente la práctica devota de acción de gracias a Dios nuestro Señor por todos los beneficios de naturaleza y gracia que ha derramado sobre los mismos condenados. Otros han ido aún más lejos todavía: era tal su celo por la gloria de Dios, y tan grande su temor de que pudiese haber algún rincón del mundo donde no se tributasen al Creador omnipotente las gracias debidas a sus divinas misericordias y soberanas larguezas, que llegaron a ofrecerle alabanzas por haber tenido su bondad la dignación de contentarse con castigar a los réprobos citra condignum, esto es, menos de lo que merecen sus culpas; ¡cuán pródigo, pues, no ha sido Dios de su bondad infinita, y cuán cierto es asimismo que sobrepujan al cálculo los innumerables dones y mercedes que concediera liberal a los condenados. Añadamos ahora la muchedumbre de judíos; infieles y herejes que existen en toda la redondez de la tierra sin cuidarse de corresponder agradecidos a los divinos beneficios, y agreguemos igualmente tantos malos católicos que están viviendo en pecado mortal, hollando bajo sus pies los santos Sacramentos, crucificando de nuevo a nuestro Señor dulcísimo y exponiéndole descaradamente a la pública vergüenza. ¡Gloria, pues, a Dios por cada una de las larguezas que ha otorgado a estas infelices criaturas suyas! Alábele ahora en su memoria el Santísimo Sacramento desde todos los tabernáculos del universo mundo; porque mil veces más dulce y melodiosa es la voz de Jesús sacramentado que pudiera haberlo sido aquella otra voz clara, llena, sonora y armoniosa que, según la judaica tradición, solicitara el abrasado amor angélico. Si queréis poner en práctica esta devoción del, hacimiento de gracias por todos los beneficios que el Creador omnipotente ha derramado a manos llenas sobre sus criaturas, yo me atrevería a aconsejaros que adoptarais el plan del Apostolado de la Oración; y no vayáis a persuadiros que cambiando la oración en acciones de gracias deje por eso de ser verdadera oración; al contrario, aumentará así su excelencia.

El domingo, bajo la invocación de la Santísima Trinidad, ofreced a Dios rendidas gracias por la Iglesia, el Papa, el Clero y por todos los fieles que viven en estado de gracia.

El lunes, en unión con todos los Santos de la Corte celestial, dad al Señor Dios nuestro infinitas gracias por todo cuanto ha hecho, hace y hará graciosamente en lo sucesivo por las necesidades del catolicismo en Europa.

El martes, convidad a los Ángeles que tengan la dignación de unirse con vosotros para rendir gracias a la Divina Majestad por todas las misericordias que ha otorgado a los que por no conocerle, no le rinden acción de gracias.

El miércoles, invocad a San José, y, en unión suya, dad gracias a
Dios nuestro Señor por todo el amor que pródigamente ha derramado sobre todos los gentiles que pueblan el Asia Oriental.

El jueves, unios con Jesús en el Santísimo Sacramento, y suplid el desagradecimiento de todos los infieles del Asia Occidental.

El viernes, cobijaos dentro del Sagrado Corazón de Jesús,, y enfervorizados allí con la memoria de su Pasión santísima, suplid la ingratitud de todos los herejes y cismáticos que viven diseminados por toda la redondez de la tierra. 

Y últimamente, el sábado, ofreced a Dios el Inmaculado Corazón de nuestra Madre benditísima por todos los pecadores del mundo, en justo agradecimiento a los innumerables beneficios con que se ha servido enriquecemos. ¡Oh Dios y Padre mío! ¡Pluguiera al Cielo que esta pequeña ofrenda que me atrevo a presentar a tus divinos pies pudiese procuraros un poquito de gloria, siquiera no fuese más que un solo grado, y sirviese asimismo para aumentar diariamente el número de corazones que anhelan con vivas ansias amar a tu hijo Jesús y Salvador nuestro, gimiendo inconsolables por ser tan poco amado de los hombres! ¿Qué me importa la vida ni la misma muerte, si a costa suya lograse que Dios fuese más y más amado cada día? ¡Oh dulcísimo Jesús mío!, ¡cuándo se encenderá nuestro corazón en la llama del divino amor! ¡Cuándo, Jesús mío y Salvador mío, cuándo! ¿Dónde está, Dueño mío, aquél luego que viniste a encender sobre la tierra? ¿Dónde está, que no llega a consumirse mi corazón? ¡Señor amorosísimo, ya que tan poco os amamos, avergoncémonos siquiera y llenémonos de un santo rubor por no profesaros aquel amor que se merece vuestra grandeza soberana, y la hermosura y embeleso de vuestra divina naturaleza que roba los ojos del Querubín!


8. El objeto de la presente práctica consiste en dar gracias a Dios nuestro Señor con el mayor regocijo posible y el más encendido fervor del corazón por la inmensa muchedumbre de Ángeles y Santos que pueblan los Cielos, adorándole como a su cabeza y rindiéndole infinitas gracias como autor de toda gracia y dador de todos los dones. Porque si nosotros le profesáramos un verdadero amor, nuestra mayor pesadumbre sería considerar esta nuestra incapacidad para amarle dignamente y cual se merece, y en su consecuencia, tendríamos como un beneficio inestimable que su liberalidad infinita se hubiese servido dispensamos la creación de ésa multitud innumerable de seres bienaventurados capaces de amarle más, incomparablemente más que nosotros le amamos a pesar de todos nuestros esfuerzos. Algunas personas piadosas han añadido a esta práctica devota la de la acción de gracias por todo el culto y adoración que al presente está recibiendo el Altísimo en toda la redondez de la tierra y mansiones del purgatorio; por todos los sacrificios que ahora le ofrecen millares y millares de ministros suyos y almas puras; por todas las oraciones que desde innumerables iglesias y santuarios suben en olorosa espiral a los pies del excelso trono que ocupa en el empíreo cuál Rey de la majestad; por los votos con que se están ligando los fervorosos fieles para ofrecerse en su servicio cual víctima de expiación, y, finalmente, por todos los grados de aumento que recibe el amor divino en aquellos corazones que viven la vida regalada de la gracia santificante. Otras personas devotas se han sentido asimismo dulcemente atraídas a rendir a Jesús continuas acciones de gracias por los misterios gloriosos de su vida santísima, alabándole con perpetuos loores por la gloria inefable que en ellos gozara, por la que procuraran a su Eterno Padre y por los inestimables beneficios que de ellos hemos nosotros conseguido; de aquí es que a todos los siervos de Dios que profesaron una especial devoción a la resurrección triunfante y gloriosa de Jesucristo, Salvador nuestro, se les ha visto casi siempre aficionadísimos a la práctica amorosa de la acción de gracias.

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