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jueves, 8 de diciembre de 2016

DEMOS GRACIAS A DIOS - por el P. Faber

SECCIÓN 3
Varios objetos de acción de gracias.
(PRIMERA PARTE)

1° Debemos dar gracias a Dios, en primer lugar, por los beneficios comunes a todo el humano linaje; San Juan Crisóstomo es muy enérgico acerca de este punto, y nuestro Señor llegó a llamar a la práctica de acción de gracias por los beneficios comunes «el collar de su esposa», cuando, habiéndose dignado desposarse con Santa Gertrudis, e instruyéndola sobre los adornos espirituales con que debía vestir y engalanar su alma, dijo: 

La esposa tiene que llevar sobre su cuello las señales del desposorio, esto es, la memoria de los favores que te he otorgado; la soberana generosidad con que te creara, dándote cuerpo y alma; la inefable largueza con que te he concedido salud y bienes temporales; la abrasada caridad con que te he separado de los devaneos del mudo, muriendo por ti y restituyéndote, si así es voluntad tuya, tu antigua herencia.

Cuenta Orlandini que el hacimiento de gracias por los beneficios comunes fue una de las devociones características del P. Pedro Fabro, de la Compañía de Jesús. Ocupábase sin cesar este siervo de Dios en traer a la memoria con singular agradecimiento no sólo los divinos oficios particulares, sino también aquellos que son comunes a todo el género humano, y siempre tuvo presente la estrechísima obligación de dar gracias a la infinita liberalidad de Dios por los beneficios comunes, no menos que por los especiales, siendo para él motivo de grande aflicción ver el poco aprecio que de ellos hacía la generalidad de los cristianos, por conceptuarlos asunto de escasa importancia. Lamentábase de que los hombres rara vez bendijesen aquella dulce voluntad y caridad inmensa de Dios, que movieron sus paternales entrañas a crear el mundo y redimirle después a costa de su Sangre , abriéndonos así las puertas de la eterna bienaventuranza, y dignándose en todas estas finezas de su encendido amor, pensar particular y distintamente en cada uno de nosotros. Bajo el nombre de beneficios comunes van comprendidas las gracias todas de la sagrada Humanidad de Jesús, los gloriosos dones y singulares prerrogativas de la Madre de Dios, y todo el esplendor y hermosura de los Ángeles y Santos de la Jerusalén celestial. Entré otras promesas que hizo Dios a Santa Gertrudis, fue una la siguiente: «Todo aquel que alabe a Dios con devota intención, y le dé gracias por los favores otorgados a Gertrudis, será misericordiosamente enriquecido por el Altísimo, si no al presente, a lo menos en alguna ocasión propicia, con tantos dones espirituales cuantas fueren las acciones de gracias que él ofreciera.» Cuenta Orlandini que el Padre Fabro solía estar continuamente congratulando a los Ángeles y Bienaventurados del Cielo por todos los dones que habían recibido de las manos de su Creador, ponderando con especial asiduidad las gracias particulares con que les enriqueciera, y luego, separadamente por cada una de ellas, nombrando las más que le era posible, daba a Dios en nombre de estos cortesanos del Cielo rendidas acciones de gracias por semejantes mercedes; porque decía que era una devoción provechosísima a nuestras almas y muy agradable a los habitantes de la Jerusalén celestial, quienes veían claramente la inconmensurabilidad de la deuda de gratitud que deben a Dios, así como la imposibilidad en que se hallan de satisfacerla cumplidamente. Y llegó Fabro a remontarse a regiones tan elevadas con el continuo ejercicio de esta devoción, que no había una sola dádiva otorgada por la Bondad divina a cualquier individuo que no considerase como deuda personal que debía pagar al Señor su Dios; así es que apenas llegaba a apercibirse de algún próspero acontecimiento sobrevenido a un hermano suyo, cuando, lleno de alborozo, entonaba al Rey de los siglos un cántico de alabanzas y hacimiento de gracias. Más aún: contemplaba arrobado y con los ojos rebosando júbilo las lindas y hermosas ciudades, las fértiles campiñas, los hechiceros olivares, los deliciosos viñedos, los risueños prados, los alegres valles, y como semejantes objetos no podían hablar por sí mismos, suplía él esta falta suya dando rendidas gracias al Señor, dueño universal de todas las cosas, por la hermosura y encantos que sobre ellos había derramado a manos llenas, ofreciéndoselas igualmente a nombre de sus arrendatarios y poseedores, por el usufructo y dominio que Dios les otorgara. ¡Oh, qué riquezas debía atesorar el interior del alma de este santo varón, adornada de dones tan excelentes y variados, embellecida y exornada con gracias tan exquisitas y singulares, y, sobre todo, ataviada con aquel precioso e inestimable caudal, de disposiciones interiores que constituían su peculiar carácter espiritual, y en lo cuál difícilmente exista santo alguno canonizado que llegara a sobrepujárle! No es, pues, maravilla que San Francisco Javier añadiese su nombre a la letanía de los Santos, ni qué San Francisco de Sales hablase del gozo incomparable e indecible consolación que experimentó al consagrar un altar en Saboya, cuna de varón tan insigne. Pero a semejanza de Baltasar Alvarez, a quien Santa Teresa vio en espíritu gozando en el Cielo mayor gloria que todos sus contemporáneos, incluso no pocos santos canonizados, así Pedro Fabro no está colocado sobre los altares de la Iglesia, sino que descansa en el seno de Dios como uno de sus santos ocultos. ¡Loor, pues, y gloria a la Trinidad Beatísima por cada uno de los dones y prerrogativas con que se dignó embellecer el alma angelical de este varón venerable! ¡Alabanza y bendición a tan augustas Personas por todos los tesoros de gracia con que enriquecieron a los santos que actualmente viven ocultos en su divino seno, y por cuyo motivo nos es imposible glorificarlas en ellos con perpetuos loores!

La segunda clase de misericordias divinas, por las cuales tenemos obligación de corresponder agradecidos ofreciendo continuas acciones de gracias, comprende los innumerables beneficios personales que hemos recibido de la bondad y liberalidad de nuestro Dios y Señor. Oigamos a. este propósito a San Bernardo en su primer sermón sobre los Cantares: «En las guerras y en los combates -son sus palabras- que deben reñir con el demonio, mundo y carne todos aquellos que viven piadosamente en Cristo -pues la vida del hombre, como habréis experimentado en vosotros mismos, es una milicia sobre la tierra-; en todos éstos combates repito, es menester que volvamos a cantar aquellas nuestras canciones de agradecimiento por las victorias alcánzalas anteriormente. »Cuando la tentación es vencida, y el vicio dominado; y el inminente peligro precavido, y descubiertos en tiempo oportuno cualquier lazo y asechanza del enemigo, y la vieja e inveterada pasión del alma amansada, y la virtud, tan codiciada y pedida con vivas ansias, alcanzada al fin por la misericordia divina, ¿qué otra cosa debemos hacer más que, a dicho del Profeta, entonar entonces un himno glorioso de alabanza y acción de gracias, y bendecir a Dios por todos los dones y regalos de su infinita liberalidad? Porque en el día del juicio será contado entre los ingratos aquellos que no puede decir al Señor: Tus justicias fueron asunto de mis canciones de alabanza en el lugar de mi peregrinación.

»¡Qué más!, por cada paso que demos en la senda de la virtud, y por cada escalón que subamos en la vida espiritual, menester es que cantemos otras tantas canciones en alabanza y gloria de Aquel que así se ha dignado levantamos:» «Yo instaría con todas las fuerzas de mi alma -escribe Lancisio- a todos aquellos que sirven fielmente a Dios, que le ofrezcan rendidas gracias con particular agradecimiento y encendido afecto de su corazón, a lo menos cuatro veces al día: primera, por la mañana, durante la meditación; segunda, al mediodía o antes de la comida; tercera; en el examen de conciencia; cuarta, al tiempo de irse a la cama. »Entre los, beneficios personales ocupaba el primer lugar aquella gracia con que nos ha llamado de la herejía a la fe católica, o del olvido completo de los Sacramentos y continuas recaídas en la culpa, a una verdadera conversión y vida ejemplar.» Nuestro Señor habló así en cierta ocasión a Santa Brígida: «La esposa, hija mía, debe estar ataviada con el blanco ropaje y los ricos adornos del desposorio al tiempo que va el Esposo a las bodas; y brillarán por su blancura esos tus vestidos y preciosas galas, cuando recuerdes con afecto de agradecimiento aquella dádiva graciosa que te he otorgado en el bautismo, purificándote del pecado de Adán; aquella infinita paciencia con que te he sufrido cuando caíste en la culpa, y aquella generosa largueza con que te he sostenido para que no volvieses a cometer nuevas y más enormes maldades.»

Otro de los beneficios personales que debemos agradecer a Dios es la conservación de la vida y la salud, medio eficacísimo con el cual podemos acumular diariamente riquísimos tesoros de merecimientos y glorificar con numerosos y variados actos de amor divino a la Majestad soberana del Altísimo. Tenemos asimismo la obligación de darle señaladas gracias por las humillaciones pasadas y presentes, por las calumnias y malévolas interpretaciones que han dado a nuestras palabras, obras, omisiones e intenciones; por las detracciones malignas que tanto nos han hecho sufrir, y últimamente, por todo cuanto ha contribuido a mortificar nuestro amor propio. Porque si consideramos los verdaderos intereses de nuestra alma, no podremos menos de convenir en que es un beneficio inestimable del Cielo la humillación y abatimiento, no sólo por el auxilio que nos ofrecen para adelantar en el camino de la perfección cristiana, sino también a causa de las innumerables ocasiones que nos proporcionan de glorificar a Dios y adquirir un riquísimo caudal de merecimientos, y llegar, en fin, un día a ocupar un lugar muy alto y encumbrado en la patria del Cielo. Pues no es fácil concebir un medio tan poderoso para glorificar a Dios nuestro Señor como el ejercicio devoto de las virtudes cristianas, mientras el alma se ve perseguida por la humillación y el abatimiento. Si, pues, nuestro estado o condición de la vida no nos granjea el aprecio y las alabanzas de los hombres, demos por ello las más rendidas gracias a Dios nuestro Señor, que ha tenido la dignación de librarnos del peligro que de otra suerte hubiéramos corrido en el mundo ocupando un puesto más elevado y honroso.

La paciencia infinita que Dios ha usado con nosotros es asimismo un beneficio inestimable que merece todo nuestro reconocimiento, porque ¿no es un espectáculo digno de la mayor admiración el contemplar por una parte la soberana mansedumbre con que el Señor nos ha sufrido, y por otra, la perversidad inconcebible de nuestro corazón a tan regalada muestra de su caridad paternal? ¿Cuántas absoluciones no hemos recibido? ¿Cuántos méritos perdidos, nuevamente recobrados? ¿Cuántas gracias alcanzadas de las misericordiosas entrañas del Rey soberano de la Gloria? ¡Oh, qué milagro tan estupendo de paciencia ha sido Dios para con nosotros! Paréceme que no sin sobrado motivo podríamos penetrar en espíritu dentro del corazón inmaculado de aquella doncella española que solía decir, según afirma el P. Rho, que si tuviese que levantar un templo en honor de los atributos de Dios, le dedicaría a la divina Paciencia. ¡Cuán bella y agraciada no debía ser aquella alma angelical, y qué cosas tan íntimas y secretas no pasarían entre ella y su Esposo divino! Además, ¿cuántas culpas no hubiéramos cometido si la misericordia divina, no hubiese salido luego al punto a nuestro encuentro, teniéndonos de su mano? ¿Cuántas tentaciones, tan fatales a los demás, que ni siquiera han llegado a mortificamos un solo momento de la vida?

El emperador Antonino, aunque pagano, daba gracias a Dios por las ocasiones de pecado a que nunca se había visto expuesto; y he aquí otro de los beneficios personales, objeto especial de nuestro agradecimiento. Pero todavía existen tres beneficios personales que un católico no debería perder jamás de vista, y son los siguientes:

1° la elección divina por la cual es cristiano, y no judío, mahometano o hereje;

2° la paternal providencia de Dios, que desde que vinimos al mundo ha sido siempre nuestra defensa, y armadura, y escudo tortísimo;

3° la divina liberalidad con que nos ha colmado y enriquecido de innumerables dones y singulares dádivas graciosas para adornar nuestra alma y aumentar nuestro gozo en el Señor.

Aconséjanos San Juan Crisóstomo que correspondamos también agradecidos a los inestimables beneficios ocultos que Dios, en su misericordia infinita, se ha servido derramar sobre nosotros a manos llenas: Dios -dice es una fuente perenne de clemencia que continuamente está inundándonos con las cristalinas aguas de su divina liberalidad, aun cuando no lo conozcamos. Cuenta asimismo Orlandini que el P. Pedro Fabro llegó a señalarse de un modo singularísimo en el agradecimiento a los beneficios ocultos. Solía decir este varón insigne que difícilmente habría ningún otro beneficio por el cual debiéramos ser más escrupulosos en dar gracias a Dios, como por aquel que nunca solicitamos, viniendo a nuestras manos sin que lleguemos a conocerlo. Probablemente, no pocos de nosotros sabremos en el día de la cuenta que semejantes dádivas, ocultas a nuestras miradas, fueron el verdadero eje sobre el cual girara toda nuestra vida mortal, y con cuyo auxilio llegó a obrarse nuestra predestinación y eterno descanso en la gloria del Cielo.


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