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miércoles, 16 de noviembre de 2016

Ite Missa Est

16 de noviembre.
Santa Gertrudis, abadesa.
 († 1292)

Epístola – II Cor; X, 17-18; XI, 1-2.
Evangelio – San Mateo; XXV, 1-13.


La ilustre maestra espiritual — santa Gertrudis, hermana de santa Matilde, nació de nobles padres en Eisleben en la Alta Sajonia. A la temprana edad de cinco años fué ofrecida a Dios en monasterio de Rodersdor, de las religiosas de san Benito. Dióse al estudio de la lengua latina, como era costumbre entre las monjas; en la cual aprovechó tanto, que llegó a escribir en latín con elegancia muchos libros. Aprendio también las letras divinas y la doctrina de los ascetas; y aunque estaba adornada de talentos naturales no comunes, y de los más extraordinarios dones de la divina gracia, se tenía por la más vil y despreciable criatura. La sacratísima pasión del Redentor y la sagrada Eucaristía eran la materia más ordinaria de sus altísimas contemplaciones, en las cuales vertía copiosas y suaves lágrimas, y se arrobaba con éxtasis de amor divino. Fué elegida abadesa de su monasterio a los treinta años de su edad; y un año después, pasó con sus monjas a otro monasterio llamado de Heldes, donde fué ejemplar perfectísimo de todas las virtudes, haciéndose por su humildad sierva de todas. Con las vigilias, ayunos, abstinencias y una constante abnegación de su propia voluntad, venció todas las desordenadas aficiones que podían estorbarla el perfecto cumplimiento de la voluntad divina. Tenemos un vivo retrato de su alma cándida y santísima, en el compendioso libro, que escribió de las Divinas insinuaciones, o comunicaciones y sentimientos de amor de Dios; que es tal vez la obra más provechosa escrita por mujer, y comparable con las que escribió santa Teresa de Jesus. En ella propone la santa piadosísimos ejercicios para renovar los votos bautismales, para convertirse el alma a Dios, para renovar sus espirituales desposorios, y para consagrarse á su Redentor divino por vínculo de amor indisoluble, pidiendo la gracia de morir para sí misma, y ser sepultada en el Señor, de manera que no haga otro empleo de su vida, que el mar a su divino Esposo, que tanto la ama. Tenía esta santa virgen altísima contemplación, en la cual con frecuencia se arrobaba en éxtasis seráficos; y hablaba de Cristo y de los misterios de su vida adorable con tanta fuerza de espíritu y afectuosa devoción, que encendía en amor del Redentor divino a los que la oían: y como el amor divino había sido durante toda su vida el único principio de todas sus obras y afectos, así también fué como el término de ella; pues la enfermedad de que murió no tanto fué dolencia corporal, como enfermedad de amor divino, que desatándola del cuerpo a la edad de setenta años, hizo que volase a su celestial Esposo.

Reflexión:
Por lo dicho puedes ver en dónde aprendió esta esclarecida maestra, de espíritu los sublimes documentos de perfección, que nos dejó, y ella misma practicó. El libro más familiar de esta gloriosa santa, no era otro que Cristo crucificado. Entiende, pues, la frecuencia con que debes leer y contemplar la pasión del Salvador, si deseas aprovechar en la ciencia de los santos. ¡Oh! ¡Qué lecciones tan sabias de humildad, de mortificación, de paciencia y de todas las demás virtudes nos enseña Jesús en el curso de su pasión sacrosanta! Apréndelas tú con toda diligencia: pues así, y sólo así comprenderás el secreto de la verdadera santidad.

Oración:

Oh Dios, que en el corazón de tu bienaventurada virgen santa Gertrudis, te preparaste una agradable morada; por sus méritos e intercesión, limpia las manchas del nuestro, para que merezca ser digna habitación de tu divina Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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