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martes, 29 de noviembre de 2016

DEMOS GRACIAS A DIOS - por el P. Faber

SECCIÓN 2
El espíritu de los Santos es un espíritu de acción de gracias.


El espíritu, característico de los Santos ha sido en todas las épocas un espíritu de acción de gracias; la acción de gracias fue siempre su oración favorita, y cuando la humana ingratitud angustiaba su amor divino, convidaban entonces a los animales y criaturas inanimadas a bendecir a la infinita bondad de su Hacedor y Padre misericordioso y compasivo. Traslademos aquí un bellísimo pasaje de San Lorenzo Justiniano en su Tratado de la obediencia: «Quienquiera que -son palabras del Santo- intentare enumerar todos los beneficios divinos, se asemejaría a aquel que tratase de encerrar en un pequeño vaso el inmenso piélago de aguas del vasto Océano; y todavía sería más fácil esta operación que la de publicar con la humana elocuencia las innumerables larguezas divinas. Pero si bien semejantes mercedes son inexplicables, no menos por su muchedumbre y grandeza, qué por su incomprensibilidad, no deben, sin embargo, pasarse en silencio, abandonándolas a un olvido completo; porque aunque nos sea imposible apreciarlas debidamente, preciso es, con todo, que sean confesadas con la boca, reverenciadas con el corazón y honradas con cristiana religiosidad, según es dado a nuestra mísera flaqueza humana. La lengua, ciertamente, es incapaz de explicarlas, cero fácil cosa es encarecerlas con los tiernos y piadosos afectos de nuestro corazón; y la misericordia infinita de nuestro eterno Creador y Señor se dignará aceptar benigna no sólo lo que podemos practicar, mas también aquello mismo que deseamos poner por obra, pues que cuenta como méritos del justo, así las obras buenas que ejecuta, como el deseo de su voluntad.»

Cuéntase que el Eterno Padre reveló a Santa Catalina de Sena que el hacimiento de gracias hace al alma deleitarse incesantemente en su soberana Majestad, que libra a los hombres de toda negligencia y tibieza en el servicio divino, e inspira en su ánimo vivísimos deseos de complacerle más y más cada día en todas las cosas. El aumento de la acción de gracias es la razón que el Señor da a Santa Brígida para la institución del sacrificio augusto de la Misa: Diariamente; le dice, se está inmolando mi Cuerpo sobre el ara del altar, para que el hombre se encienda en la llama del divino amor y recuerde con más frecuencia mis beneficios. Dichoso aquel, exclama San Bernardo, que a cada gracia que recibe se vuelve con el pensamiento a Aquel en quien se halla la plenitud de todas las gracias; porque si correspondemos agradecidos a los favores que nos ha otorgado, alcanzaremos ulteriores mercedes de sus divinas manos.

Y en otro lugar añade el mismo Santo Doctor: Hablad a Dios con hacimiento de gracias, y veréis cómo conseguís abundantes beneficios de su infinita liberalidad. Oigamos a este propósito a San Lorenzo Justiniano: Como observe el Señor que correspondéis agradecidos a sus divinas larguezas, os colmará entonces de singulares dones, a cuales más ricos y regalados. Últimamente, le fue revelado a Santa María Magdalena de Pazzi que la acción de gracias disponía el alma a recibir las infinitas larguezas del Verbo Eterno. Detente ahora, lector amado, y medita unos cuantos minutos sobre el Verbo Eterno; recuerda que es la segunda persona de la Beatísima Trinidad, el Hijo Unigénito del Padre, el esplendor de su divina Majestad, la Sabiduría increada, la Persona misma que encamó y murió por nosotros, Aquel que envió al Espíritu Santo, quien nos dio a María y se da a sí mismo en el Santísimo Sacramento; Aquel en cuya mente se revuelven en este momento los innumerables lustros de todas las criaturas posibles.

Pondera igualmente que sus infinitas larguezas carecen de límites y medida, que nos es imposible contar su número, secar su frescura, penetrar su excelencia, abarcar su plenitud y dar inteligibles nombres humanos a sus especies, invenciones, variedades, portentos y singulares maravillas. ¡Oh si tuviésemos una muy especial devoción a la Persona del Verbo Eterno! ¡Si nos fuese dado leer todas las grandezas que la Iglesia puede de Él contarnos, y luego nos resolviésemos a meditar y hacer actos de amor sobre aquello mismo que estamos leyendo! ¡Oh qué medio este tan eficaz para aumentar nuestra devoción hacia la Sacratísima Humanidad del Hijo Unigénito del Padre para velar en su pesebre, y gemir sobre su Cruz, y adorarle en su tabernáculo, y ampararnos y guarecernos en el seno de su Sagrado Corazón!

Pide, pues, a San Miguel, San Juan Evangelista y San Atanasio, que te alcancen esta devoción, pues que sus ruegos tienen un especial valimiento ante el acatamiento divino para procurarnos tan singular beneficio, y verás cómo corres por los caminos de Dios luego que el calor de dicha devoción haya convertido tu corazón en homo de fuego. Ten igualmente presente que el mismo Señor nos ha dicho, por boca de su sierva Santa María Magdalena de Pazzi, que la acción de gracias prepara el alma a las divinas larguezas del Verbo Eterno. Ya ves, pues, la necesidad en que estás de empezar desde hoy, ahora mismo, un nuevo género de gracias más digno del Rey de la majestad que aquellas poco frecuentes formalidades, simples cortesías y meros respetos con que hasta aquí te has contentado para corresponder agradecido a los inestimables favores y señaladas larguezas con que el Señor se ha dignado colmarte a pesar de tu ruindad y bajeza. Hazle, sí, en este mismo momento semejante promesa, y en seguida, más encendido el corazón en la llama del divino amor, prosigue leyendo.

Cuenta San Buenaventura, o mejor dicho, el autor de las Meditaciones sobre la Vida de Cristo, que la Santísima Virgen daba gracias a Dios sin intermisión; y a fin de que las salutaciones ordinarias no la distrajesen en sus alabanzas al Altísimo, cuando alguno la saludaba, tenía la costumbre de contestarle; Deo gradas; adoptando no pocos Santos, a ejemplo suyo, la misma práctica piadosa. El P. Diego Martínez, de la Compañía de Jesús, llamado «el Apóstol del Perú» por su celo por la salvación de las almas e infatigable laboriosidad en aquella provincia, solía diariamente decir cuatrocientos y hasta seiscientos Deo gratias, llevando consigo cierta especie de rosario para ser puntual en el número de veces que se había propuesto recitar semejantes palabras; y sin cesar estaba induciendo a los demás a practicar la misma devoción, asegurando que ignoraba hubiese ninguna breve jaculatoria más acepta a los divinos ojos, siempre, por de contado, que se dijese con devota intención.

Cuéntase igualmente de este religioso, en el sumario de su proceso, que los actos formales de amor de Dios que cada día practicaba llegaban no raras veces a varios miles. Refiere Lancisio, tomándolo de Filón, que existía entre los judío una tradición bastante original, la cual es como sigue: «Luego que Dios hubo creado el mundo, preguntó a los Ángeles qué juicio habían formado sobre esta obra de sus divinas manos, y uno de ellos se atrevió a contestarle, diciendo: que como era tan grandiosa y perfecta, le parecía que faltaba una cosa solamente, es a saber: una voz clara, sonora y armoniosa que estuviese sin cesar llenando con su eco todos los ángulos del mundo, para de esta suerte ofrecer día y noche a su Hacedor continuas acciones de gracias por los beneficios e incomparables mercedes con que la había enriquecido. Ignoraban aquellos espíritus bienaventurados que había de llegar época en la cual tenía que llenar el Santísimo Sacramento la función sublime de alabar, y glorificar al Creador del universo; y ved aquí la razón por qué nuestra acción de gracias no debía ser un ejercicio de devoción practicado de vez en cuando, pues la voz del amor que se mantiene siempre vivo y lleno de frescura y lozanía en el fondo de nuestros corazones preciso es que se oiga sin cesar.

En varios de los pasajes de San Pablo arriba citados habla el Apóstol de los ruegos con acción de gracias como si no pudiese haber oración alguna de la cual no forme parte el hacimiento de gracias; cuyo lenguaje es asimismo una confirmación de lo que llevo dicho, esto es, que el Espíritu de la Eucaristía se encuentra en todo acto de devoción católica. «Paréceme -afirma San Gregorio Niseno- que si durante toda nuestra vida estuviésemos conversando con Dios sin interrupción ni distracción alguna, y no haciendo otra cosa más que rendirle acciones de gracias por sus inefables larguezas, tan lejos estaríamos de corresponder agradecidos a nuestro celestial Bienhechor, como si nunca nos hubiese ocurrido semejante pensamiento. Efectivamente, el tiempo comprende tres partes: pasado, presente y futuro. Si examinamos el presente, veremos que Dios es por quien vivimos; si el futuro, Él es el objeto de todas nuestras esperanzas, y si consideramos, por fin, el pasado, veremos igualmente que jamás hubiéramos existido si Dios no nos hubiese creado. Beneficio suyo fue, pues, el que naciésemos, y aun después de nacidos, nuestra vida y hasta nuestra misma muerte fueron, como asegura San Pablo, singulares mercedes de sus liberales manos, y cualesquiera que sean nuestras esperanzas futuras, están asimismo pendientes de los beneficios divinos. Sólo, pues, somos dueños del presente, y, en su consecuencia, aunque nunca jamás interrumpiésemos las acciones de gracias durante todo el curso de nuestra vida, difícilmente haríamos todavía lo bastante para corresponder agradecidos al favor, que es siempre presente; pero nuestra imaginación no puede concebir ningún método posible para mostrar nuestro reconocimiento por el pasado, y el tiempo futuro.» Como por vía de apéndice a estas autoridades, paréceme que no será inoportuno añadir que la Iglesia ha concedido indulgencias a varias fórmulas de acciones de gracias para aficionar más y más a sus hijos a que glorifiquen a Dios con tan santas devociones.


Ya se nos ofrecerá ocasión de recordar que no pocas de estas son acciones de gracias a la Beatísima Trinidad por los singulares dones y señaladas mercedes con que enriqueciera a la Virgen Maria, Reina y Señora nuestra. Nos servirá, ciertamente, de poderoso auxiliar en nuestro agradecimiento la clasificación de los principales beneficios por los cuales estamos obligados a rendir a Dios continuas acciones de gracias, y yo aconsejaría que en esta materia, como en muchas otras, siguiésemos el orden y método que propone el Padre Lancisio.

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