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miércoles, 19 de octubre de 2016

Los Martires Cristeros

El Presidente del Sindicato

Si se lee o escucha a los propagandistas y fautores de la conspiración anticristiana, no sólo en nuestra patria sino en todas las sociedades de nuestro tiempo, oiremos o leeremos la audaz afirmación de que el sindicalismo de nuestros días es una de las conquistas de la revolución, para solucionar la cuestión social. Tal afirmación tiene el gravísimo defecto de ser absolutamente falsa, en cuanto a que sea una conquista nueva, porque los que llamamos sindicatos o sea sociedades de obreros para defender los derechos de éstos en contra de los que, valiéndose de la necesidad de trabajar para que puedan vivir ellos y sus familias, abusaban del poder que da la riqueza para explotarlos sin justicia ni caridad; o para velar por la buena formación y educación de dichos obreros, no son cosa nueva en el mundo. Los que hayan leído la historia ya encontrarían que desde los tiempos del Imperio Romano existían esas agrupaciones; pero sobre todo desde que la Iglesia Católica, con su doctrina de justicia y caridad, civilizó a Europa, con esta civilización de cuyos frutos gozamos aún ahora, dichas agrupaciones llamadas entonces gremios o corporaciones fueron no sólo restauradas sino fomentadas y dignificadas con el espíritu cristiano; y por medio de ellas la Iglesia procuró esa paz social de la Edad Media, que precisamente vino a destruir la Revolución Francesa, acabando con los gremios obreros, no por otro motivo sino para exacerbar la mala situación del pueblo humilde y las clases menesterosas y llevarlas a la violencia contra el orden cristiano de las sociedades.

Ramsay Mac Donald, el célebre socialista inglés, ha escrito con mucha razón, que "el sindicalismo es una rebelión contra el socialismo". Y en efecto el sindicalismo, bien entendido y constituido, se opone radicalmente a esa concepción de los socialistas de que se ha de abolir la propiedad privada de los individuos, para hacer un único propietario de todos los bienes de una nación, el estado, que será el amo y señor único de los productos globales del trabajador, dizque para repartirlos equitativamente entre todos por igual, y que es, como sabemos, a lo que han llegado los socialistas hoy conocidos con el nombre de comunistas. Lo sucedido en la Rusia comunista no me dejará mentir.

Pero he dicho: el sindicalismo bien entendido, esto es imbuido del espíritu de caridad y justicia del cristianismo, o sea tal como lo entendieron las corporaciones y gremios de la Edad Media. Estas ideas que nunca dejó de predicar y enseñar la Iglesia Católica, comenzaban a germinar con buen fruto en nuestra patria, enseñadas y defendidas por sacerdotes y católicos seglares conscientes de la situación deplorable a que habían reducido a nuestros trabajadores de la industria y la agricultura, nuestras continuas revoluciones, desde la independencia de la nación y especialmente desde la dominación del partido liberal y revolucionario. En León de Guanajuato ya se había fundado un vigoroso "Sindicato Católico" en favor de los obreros del ramo de zapatería, la industria más importante de aquella ciudad. Naturalmente, tal cosa no convenía a los socialistas, comunistas y comunistoides, que también a favor de la enseñanza laica y de las leyes liberales impías vigentes entre nosotros, pululaban ya en nuestra sociedad.

En contacto estrecho con la A.C.J.M., los obreros de esta benemérita Asociación habían recibido las mejores enseñanzas para su obra social y el año de 1927 Florentino Álvarez era al mismo tiempo presidente del grupo acejotaemero y del "Sindicato Católico". Porque Florentino era uno de esos apóstoles de la clase obrera, perteneciente a ella, y conocedor, por propia experiencia, de las necesidades temporales y espirituales de los de su clase. Y su afán principal era infundir en su sindicato el espíritu verdaderamente cristiano, porque sabía que de ello vendría toda su eficacia para el bien del trabajador. Seis meses hacía que León había sido el teatro de aquella tragedia que ya he relatado, en que perecieron a manos de los verdugos callistas los valientes muchachos acejotaemeros, compañeros de Valencia Gallardo. La sociedad leonesa 'no los olvidaba y su antagonismo contra los perseguidores se hacia atente en múltiples ocasiones, con lo que los verdugos estaban desesperados y furiosos, por no haber logrado su intento de atemorizar a los católicos.

El 7 de agosto de ese año de 1927, quisieron dar otro golpe, inspirado Florentino Álvarez por su rencor, y pusieron sus ojos en el Sindicato Católico de Zapateros. El general Daniel Sánchez, acompañado de varios militares, se presentó de improviso en las oficinas de aquel sindicato, en el momento en que Florentino daba una conferencia de carácter social, a sus compañeros.

¿Quién es usted? preguntó arrogante el militar.

Florentino Álvarez.

Pues a usted busco. ¿Todos ustedes son una punta de sinvergüenzas de esos que gritan Viva Cristo Rey?

Sí, señor, gritamos Viva Cristo Rey, pero no somos ningunos sinvergüenzas sino unos trabajadores honrados, que no hemos merecido nunca tan gratuita injuria. La sociedad entera de León nos conoce. . .

Pues su Cristo no es Rey. . . y lo que pasa es que se reúnen aquí para conspirar contra el Gobierno de la República. . .

Miente usted respondió indignado Florentino. Todos nosotros, y usted mismo sabemos que Cristo es Rey, y cómo es Rey. . . y aquí nos reunimos, no para conspirar contra nadie sino para procurar nuestro bienestar moral y económico. . .
Ardiendo en ira el general Sánchez, por la serena afirmación de Florentino, se lanzó sobre él.

¿Miento yo? ¡Desgraciado! y le dio una terrible bofetada que le hizo sangrar inmediatamente.
Los obreros se levantaron como movidos por un resorte para defender a su compañero y presidente; pero Florentino, más rápido, los contuvo con un ademán imperioso, y gritó:

¡Viva Cristo Rey! exclamación generosa que corearon a una todos los obreros.

El general desenfundó su pistola, y sólo porque un coronel, de sus acompañantes, le detuvo rápidamente, no disparó sobre el valiente e inerme campeón de Cristo Rey. Pero los militares dieron la orden: "Todos ustedes quedan detenidos. . .Pronto, prontito en filas y a la cárcel". Y los habitantes de León vieron aquella mañana con asombro inaudito una caravana de obreros, altivos y serenos, que marchaban encuadrados por unos pocos soldados, e iban gritando por las calles con un entusiasmo indescriptible y contagioso ¡Viva Cristo Rey! Hubieran podido fácilmente aquellos robustos jóvenes desarmar a sus custodios y hacerlos polvo, pero a ejemplo de Florentino, que iba atadas las manos delante del grupo, prefirieron asemejarse a Cristo cuando lo llevaban aquella noche del jueves, atado ante los sanhedritas.

Llegados a la cárcel, sin proceso, sin forma legal alguna, ni aun para guardar las apariencias, por tres días permanecen aglomerados en los infectos calabozos. Las personas pudientes de León, algunos abogados tratan de gestionar su libertad, pidiendo al menos un proceso... Nada consiguen. Los verdugos deliberan. ¿Qué haremos con estos obreros? Imposible matarlos a todos. . . El pueblo entero se nos echaría encima. . . y ¿cómo nos iría?... Los diezmaremos, propone alguno, y fusilaremos a tres... Pero ¿por qué?. . . pregunta alguno más sereno.
Por católicos le responden.

Si eso es un delito, habrá que fusilar a todos los habitantes de esta ciudad.

Basta un escarmiento dicen otros.

En fin, veremos más tarde. . .Mientras tanto alguno ha ido a la cárcel y ha comunicado a los presos que piensan los verdugos fusilar a tres de ellos.

Apenas lo pueden creer. Pero Florentino les habla y los exhorta a todos al martirio. ¿Qué fin mejor de nuestra vida que ofrecerla en holocausto a Cristo Rey? ¿Qué gloria mayor podría haber para nosotros y los nuestros?... Y convencidos, tratan de prepararse al martirio, con la oración. . . Toda la noche del 9 de agosto la pasan en oración como en la velación de la Adoración Nocturna a que tantas veces había muchos de ellos asistido.
En la madrugada del día 10, un soldado grita en la prisión: El llamado Florentino Álvarez que venga.

¡Presente!

Sus compañeros se le acercan presurosos. . .

¿Qué pasa, Florentino?

Nada. . .; ¡que llegó mi hora!. . . Adiós, oren por mí, y no olviden lo que hemos tratado juntos, en las sesiones. . . Yo pediré por ustedes.

Los soldados le atan las manos por atrás y le conducen a pie a las afueras de la ciudad. . . El mártir ora en voz alta. . . A veces, canta: ¡Corazón Santo... Tú reinarás!... Los soldados le pegan en la boca para que calle; pero él continúa cantando: ¡Tú reinarás!... Llegados al lugar del suplicio, Florentino lo saluda con un estentóreo:


-¡Viva Cristo Rey! Un soldado, furioso, le abofetea y le dice:

¿Quién vive?

¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Guadalupe!

Una descarga lo abate al fin y le abre las puertas de la gloria.
Al día siguiente circulaba por León esta esquela mortuoria: Viva Cristo Rey! El señor D. Florentino Álvarez, originario de León, Gto., murió Confesando a Jesucristo, a la edad de 37 años, el día 10 de agosto de 1927.

Su madre, esposa, parientes y amigos, con inmenso regocijo, lo participan a usted, para que pida por el Triunfo de la Religión en México, poniendo por valioso intercesor el alma de Florentino.

León, agosto de 1927.

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