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viernes, 28 de octubre de 2016

Ite Missa Est

28 DE OCTUBRE
SAN SIMON Y SAN JUDAS,
APOSTOLES


Epístola – Ef; IV, 7-15
Evangelio – San Juan; XV, 17-25


LOS TRABAJOS DE LA IGLESIA.  — En lugar de vuestros -padres, os nacieron hijos. La Iglesia desechada por Israel ensalza de este modo en sus cantos la fecundidad apostólica que tendrá hasta el fin de los tiempos. Esperaba ya desde ayer, adelantándose unas horas, que los bienaventurados Apóstoles San Simón y San Judas se anticiparían a la misma solemnidad con sus bendiciones para ella. Tal es, en efecto, la condición de su existencia en el mundo, que no  puede permanecer en él sin procurar incesantemente hijos al Señor. Y por eso la Misa del  27 de octubre nos hacía leer el texto evangélico en que se dice: "Yo soy la viña y mi Padre es el viñador; cortará las ramas que no den fruto en mí; y la rama que dé fruto, la podará para que dé más todavía" Poda costosa, como lo testificaba ayer la Epístola de la Misa de la vigilia. En nombre de los otros sarmientos que como él honran la elección divina, el Apóstol hablaba allí de los trabajos, padecimientos de toda clase, persecuciones, maldiciones y negaciones, con cuyo precio se adquiere el derecho de llamar hijos a los hombres engendrados según el Evangelio en Jesucristo. San Pablo lo dice más de una vez y sobre todo en la Epístola de la fiesta: el fin de esta generación sobrenatural de los santos sólo tiende a la reproducción mística del Hijo de Dios, que pasa otra vez, en los predestinados, de la niñez a la medida del hombre perfecto.

GLORIA DE SAN SIMÓN Y SAN JUDAS. Aunque la historia se muestra excesivamente sobria en particularidades respecto a los gloriosos Apóstoles a quienes celebramos en este día, conocemos lo mucho que contribuyeron a esa gran obra de la generación de los hijos de Dios, que nos recuerda su corta leyenda. Ellos edificaron el cuerpo de Cristo en su parte correspondiente, de modo infatigable y hasta derramar su sangre. Y la Iglesia, agradecida, dice hoy al Señor: Oh Dios, que por tus bienaventurados apóstoles Simón y judas, nos has dado el llegar al conocimiento de tu nombre; concédenos el celebrar su gloria inmortal progresando en la gracia, y adelantar en la virtud cada vez que la celebramos”. A San Simón se le da como atributo la sierra, que recuerda su martirio. La escuadra de San Judas nos indica que es el arquitecto de la casa de Dios: de igual modo se llamaba San Pablo a sí mismo; y en la séptima de las epístolas católicas, que tiene por autor a San Judas, posee también él un título especial a contarse entre los primeros en la gran familia de los maestros obreros del Señor. Mas para nuestro apóstol había otra nobleza que excedía a todas las de la tierra: por Cleofás o por Alfeo, su padre, era sobrino de San José, legalmente primo del Hombre-Dios; San Judas era uno de los llamados por sus compatriotas hermanos del hijo del carpintero.

EN EL CENÁCULO.Recojamos de San Juan una circunstancia preciosa. En la conversación que siguió a la Cena, el Hombre-Dios acababa de decir: "El que me ama a mí, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él." Entonces Judas, tomando la palabra, preguntó: "Señor, ¿qué ha sucedido para que hayas de manifestarte a nosotros y no al mundo?" Jesús le respondió: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. Pero el que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oís, no es mía, sino del Padre, que me ha enviado".

DOMICIANO Y LOS DESCENDIENTES DE DAVID. —Por la historia eclesiástica sabemos que Domiciano, al fin de su reinado y cuando arreciaba la persecución que él mismo había desencadenado, hizo traer desde el Oriente, para comparecer ante sí, a dos nietos del Apóstol San Judas. La política del César estaba un poco intranquila con respecto a estos descendientes de una raza real, la de David, que por la sangre  representaban al mismo Cristo, ensalzado por sus discípulos como rey supremo del mundo. Domiciano pudo darse cuenta por sí mismo de que estos dos sencillos judíos no podían constituir un peligro para el Imperio, y que si consideraban a Cristo como al depositario del poder soberano, se trataba de un poder que no se iba a ejercer visiblemente hasta el fin de los siglos. El lenguaje sencillo y valiente de estos dos hombres impresionó a Domiciano, y según el historiador Hegesipo, de quien Eusebio toma los hechos que acabamos de referir, dió órdenes de suspender la persecución.


VIDA. — Refiere una tradición antigua que los dos Apóstoles fueron a evangelizar a Armenia y Persia y sufrieron el martirio el año 47 en la ciudad de Suanir. A Simón le apellidaban Zelotes, acaso por haber pertenecido antiguamente al partido nacionalista de los Zelotes que no consentían admitir el yugo extranjero en Palestina. San Judas, por parte de su madre, era pariente del Señor. Escribió una breve Epístola para combatir la herejía gnóstica, que estaba entonces en sus comienzos. Las reliquias de los dos Apóstoles se trasladaron en 1605 a la basílica vaticana y se colocaron en un altar que la tradición sitúa en lugar próximo a aquel en que fué clavada la cruz de San Pedro. San Saturnino de Tolosa debe de poseer también algunas reliquias suyas. Os escogí para dar un fruto permanente Esta palabra os dirigía el Hombre-Dios como a los doce, la misma que recordaba la Iglesia en vuestro honor en el oficio de Maitines. Y, con todo, ¿qué queda del fruto de vuestro trabajo en Egipto, en Mesopotamia, en Persia? ¿Será que el Señor o la Iglesia pueden equivocarse en sus palabras o en sus apreciaciones? No por cierto; y la prueba está en que, por encima de la región de los sentidos y fuera del dominio de la historia, la virtud que se derramó sobre los doce no cesa de correr a través de las edades y tiene su parte en todo nacimiento sobrenatural que contribuye al desarrollo del cuerpo místico del Señor y al aumento de la Iglesia. Con más razón que Tobías, somos hijos de santos; ya no estamos sin familia, más bien pertenecemos a la casa de Dios, apoyados en los Apóstoles y Profetas que Jesucristo une como piedra angular Benditos vosotros que nos ganasteis con lágrimas y trabajos ese bien; conservad en nosotros el título y los derechos de una filiación tan preciosa. Mucho es el mal que nos rodea; ¿puede quedar alguna esperanza en la tierra? Pero la confianza de los que os ruegan, nos dice, oh Judas, que para ti no existe causa desesperada; y ¿cuándo mejor que ahora, oh Simón Zelotes, podrías justificar tu apellido glorioso? Dignaos atender a la Iglesia y ayudarla con todo vuestro poder apostólico a reavivar la fe, a inflamar la caridad, a salvar al mundo.

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