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jueves, 20 de octubre de 2016

Ite Missa Est

20 DE OCTUBRE
SAN JUAN CANCIO, CONFESOR

Epístola – I Cor. IV, 9-14
Evangelio – San Lucas; XII, 32-34


SAN JUAN Y POLONIA. — Kenty, la humilde aldea de Silesia donde nació el Santo de hoy, le debe a él el ser conocida en todas partes para siempre. Retrasada por mil dificultades, la canonización de este bienaventurado sacerdote, que por su ciencia y virtud ilustró en el siglo XV a la Universidad de Cracovia, fué la última alegría, la postrera esperanza de la Polonia agonizante. Ocurrió en el año 1767. Dos años antes, a instancias de aquella nación heroica, Clemente XIII dió el primer decreto que autorizaba la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón. Al inscribir entre los santos a Juan Cancio, el magnánimo Pontífice expresaba en términos conmovedores el agradecimiento de la Iglesia para aquel desventurado pueblo y le rendía un supremo homenaje ante Europa, que lo olvidaba por odio. Cinco años más tarde se hacía la división y el repartimiento de Polonia.

LAS DESGRACIAS DE POLONIA. — Habían de pasar muchos años antes de que esta nación desdichada recobrase su independencia. Pero no la duró mucho. En 1939 el enemigo invadía a Polonia otra vez, la vencía y dividía. Tuvo siquiera el consuelo de recibir palabras de aliento y la bendición del Papa Pío XII, quien, en su primera encíclica "Summi Pontificatus" del 20 de octubre de 1939, se condolía de la tribulación de esta "amadísima nación, que por su inquebrantable fidelidad a la Iglesia, por sus méritos en la defensa de la civilización cristiana, inscritos con caracteres indelebles en los fastos de la historia, tenía derecho a la amistad humana y fraterna del mundo, y debía esperar, confiada en la poderosa intercesión de María, la hora de un resurgimiento, de acuerdo con los principios de la justicia y de la verdadera paz". Al terminar la guerra, Polonia no recobró más que u n simulacro de independencia y una parte tan sólo de su territorio. Cuando escribimos esto, la persecución se ensaña contra la Iglesia. Con pretextos fútiles y en formas sumamente falaces, un gobierno sectario encarcela, juzga y condena a los sacerdotes y obispos, suprime la prensa y la Acción Católica, cierra las escuelas cristianas y pone trabas a la enseñanza que la jerarquía tiene el derecho y la obligación de dar al pueblo fiel, sobre todo a los niños. Felizmente "Dios lo puede todo: en sus manos están no sólo la felicidad y la suerte de los pueblos, sino también los designios humanos; suavemente nos inclina al lado que quiere; los mismos obstáculos son para su omnipotencia medios de que se sirve para moderar las cosas y los acontecimientos, para guiar los espíritus y las voluntades a sus fines altísimos”. Pidámosle por intercesión del santo sacerdote que dió a Polonia, que una vez más salve a este desgraciado país, y que haga que los sufrimientos y la sangre de los mártires sean siempre para la Iglesia una prenda de resurrección y de paz.

VIDA. — Juan nació hacia el año 1390 en Kenty, diócesis de Cracovia. Ya desde niño tenía una piedad angelical y una inteligencia tan notable, que se le envió a estudiar a la Universidad de Cracovia. Después de haber conquistado los diplomas más lisonjeros, llegó a ser maestro, pero quiso ilustrar a las almas tanto como . a las inteligencias y conducirlas al bien. Ya sacerdote, ejerció algún tiempo el ministerio, pero volvió nuevamente a la enseñanza. Su deseo de ser mártir le hizo emprender un viaje a Jerusalén; tenía oración altísima; su caridad para con los pobres le hizo dar todo lo que tenía; era tal su mortificación, que dormía en el suelo, llevaba cilicio y comía lo justo para no morir de hambre. Murió el 24 de diciembre de 1473. Su valimiento ante Dios quedó claro con numerosos  milagros, y en 1767, Clemente XIII le canonizaba, pero ya en 1680 Inocencio XI había reconocido su santidad al permitir su fiesta en todo el reino de Polonia.

PLEGARIA. — La Iglesia no cesa de decirte, y nosotros te lo decimos con la misma inquebrantable esperanza: "Tu, que nunca te negaste a" prestar ayuda a nadie, toma por tu cuenta la" causa del país donde naciste: ésta es la petición que te hacen tus conciudadanos de Polonia, y es también el ruego de los que no lo son”. La traición de que fué víctima tu desgraciada patria, pesa continua y trabajosamente sobre la Europa desequilibrada. ¡Cuántos pesos aplastantes, por desgracia, han venido después a acumularse en la balanza de la justicia del Señor! Oh Juan, enséñanos a aliviarla al menos del peso de nuestras faltas personales; siguiendo tus huellas por el camino de las virtudes, mereceremos el perdón del cielo y adelantaremos la hora de las grandes reparaciones.

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