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martes, 27 de septiembre de 2016

ESCRITOS SUELTOS DEL LIC. Y MARTIR ANACLETO GONZALES FLORES, “EL MAISTRO”

  DIJO EL MOLINERO


“Todavía hay jueces en Berlín”, decía arrogantemente y con gesto imperturbable de seguridad el célebre molinero de Postdam frente al rey de Prusia, ante la injusticia que este soberano intentaba cometer. Y es que ese molinero tenía plena convicción de que los jueves sabrían imponerse a todo y a todos, a la cobardía y, sobre todo, a la mirada relampagueante y amenazadora de los grandes y de los fuertes. Es decir, ese molinero sabía que en Berlín había jueces. Porque ser juez no es parecerlo ni llevar solamente el nombre. Ser juez es tener perpetuamente levantada la conciencia a la altura desde donde las águilas lo dominan todo. Ser juez es saber tajar con la espada de la ley, de la justicia, las manos de todos, principalmente las de los fuertes.

Porque dejar caer el platillo de la balanza sobre la frente de los pobres, de los débiles y de los desvalidos es cosa demasiado sencilla. En cambio echar todas las pesas sobre los platillos donde se hallan los grandes los fuertes y los ricos, es algo un tanto difícil. Y hacerlo cuando se ha llegado y se está en el trono de la justicia y de la ley por el favor de los fuertes, es algo –sobre todo en determinadas circunstancias– perfectamente imposible. Y en este caso, el molinero de Postdam tiene o habría tenido que cambiar su frase y decir: “No hay jueces en Berlín”.

Entre nosotros no hay jueces. Solamente tenemos apariencias de jueces. Porque la soberanía del Poder Judicial es solamente una caña rota.

Los otros dos poderes disponen a su antojo de los jueces. Los hacen o deshacen a su antojo. Los suben o los despeñan cuando mejor les parece. Y cada juez conoce la mano a la cual le debe la investidura y la mano que se la puede arrebatar. Aparte de esto, no es tan fácil conservase libre del contagio de menospreciar la ley. El Ejecutivo y el Poder Legislativo pasan ante nosotros, por encima de la ley, con una tranquilidad aterradora.

Y en fuerza de la solidaridad tienen que arrastrar al Poder Judicial y tienen que enfermarlo de desdén a la ley. Y al sentirse los jueces perpetuamente bajo la espada de los fuertes, no son más que meras apariencias de jueces. Esto lo han venido comprobando en especial los últimos acontecimientos. Y para poner dique a los desmanes de los fuertes, cometidos contra las resoluciones de los jueces, no vale, no ha valido ni valdrá nada.

Hace poco tiempo, la Secretaría de Guerra dio ciertas órdenes para que los rebeldes que fueran aprehendidos, fueran juzgados conforme a la ley. Hoy es el Procurador General de la Nación el que toma medidas, para que los fuertes sean menos irrespetuosos en lo que atañe al Poder Judicial. Las medidas tomadas por el señor Romeo Ortega[1] más que un remedio eficaz, sin un grave síntoma de descomposición, son una señal inequívoca de que no hay jueces entre nosotros y de que por espacio de mucho tiempo no los habrá. Porque para que los haya se necesita que la inerme majestad del derecho sea respetada por todos, especialmente por los fuertes. Y mientras los fuertes escupan a cada rato la Constitución –estatuto central del país– y apuñalen todos los códigos y todos los derechos impunemente –como lo hacen un millón de veces todos los días– los jueces seguirán siendo el ludibrio de generales, de diputados, de gobernadores y de todos los que tienen una espada en la mano. ¿Qué se ha hecho y qué se hace contra los generales que han pasado y pasan todos los días por encima de las garantías individuales? Nada.

Se les ha dejado y se les deja en plena impunidad. ¿Qué pueden hacer los jueces contra esos señores de horca y cuchillo? Nada. ¿Por qué? Porque la horca y el cuchillo están –entre nosotros– sobre todos los códigos y sobre todos los derechos.

Lo diremos con toda claridad: mantener impotentes a los jueces frente a los fuertes, es hacer de los jueces una piltrafa, es reducirlos a un espantajo solamente para los débiles. Si el célebre molinero de Postdam pudo –con alta arrogancia– decirle a Federico II[2]: “Todavía hay jueces en Berlín”, fue porque tenía conciencia de que esos jueces sabían dejar sus fallos sobre la frente de todos: nobles y plebeyos, príncipes y reyes.

Si entre nosotros nadie se atreve a pronunciar la bella frase de ese arrogante molinero, es porque no hay jueces en ninguna parte. Solamente tenemos cómplices de los fuertes entregados a la tarea de acogotar los inermes e indefensos derechos de los débiles. Entre tanto, la espada está por encima de todo.



[1] ORTEGA Castillo, Romeo (1893-1958). Político oaxaqueño, incondicional del Presidente Plutarco Elías, del que fue subsecretario de Gobernación y Procurador General.
[2] FEDERICO II (1194-1250). Emperador de Alemania, rescató la Tierra Santa y fue rey de Jerusalén. Activo, inteligente, guerrero, poeta, legislador y artista, fue declarado hereje.

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