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miércoles, 17 de agosto de 2016

PROMETEO LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

PROMETEO
LA RELIGIÓN
DEL HOMBRE
ENSAYO DE UNA HERMENÉUTICA
DEL CONCILIO VATICANO II
  PADRE ÁLVARO CALDERÓN



III. LA NOVEDAD CONCILIAR

1° Una nueva era de la humanidad

Si consideramos la obra del Concilio, vemos impreso en todas sus cosas el sello de la novedad. Hemos tenido un nuevo Ordo Missae y una nueva liturgia, un nuevo Código y un nuevo Catecismo, una  nueva evangelización y nuevos movimientos eclesiales, un nuevo magisterio y, en fin, una nueva Iglesia. Pero parece claro que para el mismo Concilio, el principio y la fuente de esta novedad no se ubicaba propiamente en la Iglesia, sino en la humanidad, que habría entrado en una nueva época.

La Constitución Gaudium et spes, que trata justamente de la relación de la Iglesia con el mundo actual, al comenzar describiendo la «situación del hombre en el mundo de hoy», no se cansa de aplicar el calificativo «nuevo». “El género humano se halla en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Esto es tan así, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa” (n. 4). “Nuevos y mejores medios de comunicación social contribuyen al conocimiento de los hechos...; la propia socialización crea nuevas relaciones” (n. 6). “Las nuevas condiciones ejercen influjo también sobre la vida religiosa” (n. 7); “nuevas relaciones sociales entre los dos sexos” (n. 8); “son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales” (n. 10). Más adelante va a hablar de una nova aetate de la humanidad: “Las circunstancia de vida del hombre moderno en el aspecto social y cultural han cambiado profundamente, tanto que se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana” (n. 54). Y aunque no deja de señalar los defectos y peligros de esta Nueva Era, su valoración no podía dejar de ser optimista: “En todo el mundo crece más y más el sentido de la autonomía y al mismo tiempo de la responsabilidad, lo cual tiene enorme importancia para la madurez espiritual y moral del género humano. Esto se ve más claro si fijamos la mirada en la unificación del mundo y en la tarea que se nos impone de edificar un mundo mejor en la verdad y en la justicia. De esta manera somos testigos de que está naciendo un nuevo humanismo” (n. 55). La Iglesia se revistió de novedad en la medida en que se adaptó a la nueva época, en cumplimiento de la misión de aggiornamento que le puso Juan XXIII al Concilio.

2º Una nueva encarnación de la Iglesia
Evangelizo vobis gaudium magnum, os anuncio una gran alegría” (Lc 2, 10). La «buena nueva» del Concilio quiere ser una renovación del Evangelio, esto es, del anuncio de la Encarnación: ¡Hoy os ha vuelto a nacer un Salvador! Así como el mundo se alegró porque el Verbo dejó la paz del cielo para hacerse hombre y salvarnos; así también debe alegrarse hoy porque la Iglesia, que en la Edad Media pareció haber dejado el mundo en su celestial elevación, volvía a hacerse humana para poder cumplir su función de mediadora entre el mundo y Dios. El Concilio dice al mundo: Ecce venio, he aquí que vengo. “Jubila y regocíjate, hija de Sión, porque he aquí que vengo y habitaré en medio de ti” (Zac 2, 10); “no pediste holocausto por el pecado, entonces dije: Ecce venio” (Sal 39, 8). De ahí que Juan XXIII haya podido ser comparado al Precursor, que preparó los caminos para que entrara en el mundo una Iglesia verdaderamente humana.


Al encarnarse en la humanidad moderna, por una nueva «comunicación de idiomas», la Iglesia no ha perdido sus atributos divinos pero habría adquirido los de la modernidad. Aquellos podemos resumirlos en la «trascendencia» y éstos en la «democracia». Y de esta manera podrá finalmente cumplir su misión mediadora, procurando que este mundo, que por la democracia ha logrado ser más humano, se relacione con Dios abriéndose a la trascendencia. El capítulo IV de Gaudium el spes habla de los mutuos gozos que se esperan de este desposorio humanista entre el mundo moderno y la Iglesia.



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