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lunes, 8 de agosto de 2016

DE LA TRANSFIGURACION DEL SEÑOR - Sermón 07/08/2016 - Padre Arturo Vargas



DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


La suma del relato evangélico es como sigue: Una semana después, de la confesión de Pedro, tomó Jesús a tres 'de sus discípulos-Pedro, Juan y Santiago, hermano de aquél-y los condujo a un monte alto y solitario. Son los mismos que luego serán testigos del abatimiento del Maestro en Getsemaní. Llegados allí, Jesús se puso en oración, mienfras que los discípulos, cansados, s~n duda, de' la subida, se sientan para 'descansar y se dejan vencer del sueño. Durante su .oración, Jesús /le transfiguró; su rostro se volvió resplandeciente como el sol, y sus vestidos, blancos como la nieve. La gloria de Dios, que habitualmente inundaba su alma, se derrama por un momento sobre el cuerpo. Al mismo tiempo aparecieron dos grandes personajes, Moisés y Elías, hablan: do con Jesús. El tema de su conversación era lo que tanto había escandalizado a Pedro, la pasión del Maestro en Jerusalén. Qué dirían los dos profetas hablando con el Salvador de tan importante suceso, no nos lo dicen los evangelistas. Tal vez no llegaran a saber lo. En esto, alguno de los discípulos I se despierta y se da cuenta del misterio que, cerca de ellos se desarrolla. Luego, los otros salen de su opor, y Pedro, tan espontáneo como siempre, se dirige al Maestro, diciéridole : Maestro, bueno es quedamos aquí. Si quieres, podemos levantar tres cabañas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Ann no había acabado de hablar Pedro, cuando una nube los…

La transfiguración de Jesucristo es uno de los tantos milagros que realizo durante los tres años de su vida pública, pero no es un milagro como los demás sino el más grande entre todos los demás por dos razones muy poderosas; para afirmar a sus discípulos en la fe y también en la esperanza sobre todo a los que más cerca estaban de su corazón. Ambas virtudes les fueron de vital importancia tanto para la pasión de nuestro divino Redentor que ya les había anunciado, como para su gloriosa resurrección dándonos una idea que, después de las grandes pruebas a las que es sometido el buen discípulo de Nuestro señor, le espera si o si una gloriosa resurrección semejante a la de su divino Maestro y esto nos aliente cuando veamos, en teoría, los estériles esfuerzos que el alma viante hace por salvarse siendo presa del abatimiento. Mucho hizo, durante su vida Jesucristo para mostrarnos cuál debe ser nuestro comportamiento en situaciones difíciles de nuestra vida por la tierra porque, que hemos padecido nosotros, excluyendo el pecado, que Él no lo haya padecido? ¿A quién, fuera de ÉL, se le ha dicho varón de dolores que sabe lo que es padecer? Así pues después de anunciar su pasión, el Señor indujo a sus discípulos a seguirle en la pasión. Ahora bien, para que uno camine directamente y sin rodeos, debe conocer el fin, como el sagitario no arrojará bien la flecha si no mira primero el blanco al que debe dar. Por esto dijo Tomás: "Señor, no sabemos adónde vas, pues ¿cómo podemos saber el camino?" Y esto es más necesario cuando la marcha es difícil y áspera y el camino trabajoso, pero el fin alegre. Pues bien, Cristo llegó con su pasión a conseguir la gloria, (y estos son los dos fines primordiales a los que debe tender nuestra alma, de no hacerlo es como esa flecha que es lanzada sin que tienda a un fin determinado esta se pierde en el firmamento. Por otro lado todos nuestros movimientos tienden asía un fin ya sea terreno o sobrenatural porque Dios a puesto en su alma la aprehensión de un fin o del otro, lógico que el alma en gracia ya sabe lo que desea y a él tiende con gran vehemencia, sin reparar en los obstáculos porque, además de su movimiento asía el fin, tiene la gracia de Dios para poseerlo) no sólo del alma, que la tuvo desde el principio de su concepción, sino también del cuerpo, según lo que leemos, en San Lucas: "Era preciso que Cristo padeciese todo esto para entrar en su gloria". A ésta conduce también a cuantos siguen los pasos de su pasión, según lo que se lee en los Actos: "Por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de los cielos". Pues por esto fue conveniente que se transfigurase mostrando a los discípulos la gloria de su claridad, a la que configurará los suyos, según dice el Apóstol: "Reformará el cuerpo de nuestra vileza, conformándolo a su cuerpo glorioso". Que por esto dice San Beda, comentando a San Marcos: "Piadosamente proveyó que, mediante la breve contemplación del gozo eterno, se animasen a tolerar las adversidades".


Por otra parte, sobre las palabras: "Se transfiguró ante ellos", dice San Jerónimo: "Se apareció a los apóstoles tal como se mostrará en el día del juicio". Y sobre aquellas otras: “Hasta que vea al Hijo del hombre venir en su reino", dice: "Queriendo manifestarnos qué tal será aquella gloria en que ha de venir, se lo reveló en la presente vida, como a ellos era posible aprenderlo, a fin de que ni en la muerte del Señor se dejen abatir por el dolor".

Pero claridad aquella que Cristo tomó en su transfiguración, fue la claridad de la gloria cuanto a su esencia, es decir, aquella que le es debida a su propio ser desde la eternidad, pero no cuanto al modo de ser. Pues la claridad del cuerpo glorioso emana de la claridad del alma en cuanto a las almas gloriosas, según dice San Agustín en la epístola a Díóscoro. Igualmente, la claridad del cuerpo de Cristo en su transfiguración emana de su divinidad, (que, como dijimos, es parte esencial de su divinidad) y de la gloria de su alma, según dice el Damasceno. Que la gloria del alma, (la cual poseyó desde el mismo instante de su concepción inmaculada)  no redundase en el cuerpo ya desde el principio de la concepción de Cristo, tenía su razón en la economía divina, (pensar lo contrario, o sea, que esta claridad debía manifestarse desde el vientre de su Madre o después de haber nacido es ir en contrario asu Voluntad divina) para que su cuerpo pasible realizase los misterios de la redención según atrás queda dicho. Pero con esto no se quitó a Cristo el poder de derramar la gloria en su cuerpo. Y esto fue lo que hizo cuanto a la claridad en su transfiguración, aunque de otro modo que en el cuerpo glorificado (dado que aquí aun está vivo y en su resurrección la claridad es post mortem). Por eso en el cuerpo glorificado redunda la claridad como una cualidad permanente que afecta al cuerpo. De donde se sigue que el resplandor corporal no es milagroso en el cuerpo glorificado.


Pero en la transfiguración redundó la claridad en el cuerpo de Cristo de su divinidad y de su alma, no como una cualidad inmanente y que afecta al mismo cuerpo, sino como una pasión transeúnte, a la manera que el aire es iluminado por el sol.  Así que el resplandor que apareció en el cuerpo de Cristo fue milagroso, como el caminar sobre las olas del mar, Por esto dice Dionisio en su epístola a Cayo: "Sobre el poder humano obra Cristo lo que es propio del hombre, y esto lo demuestra la Virgen concibiendo sobrenaturalmente y el agua inestable sosteniendo la gravedad de los pies materiales y terrenos". De manera que no se ha de decir, como Hugo de San Víctor, que tomó Cristo las dotes gloriosas: la de claridad, en su transfiguración; la de agilidad, caminando sobre el mar; la de sutileza, saliendo del seno virginal; porque la dote significa una cualidad inmanente en el cuerpo glorioso. Antes se ha de decir que milagrosamente poseyó entonces lo que es propio de las dotes gloriosas. Una cosa semejante ocurrió en el alma de San Pablo en la visión en que vio a Dios, según se dijo en la Segunda Parte.

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