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miércoles, 8 de junio de 2016

MONSEÑOR DE SÉGUR - EL INFIERNO, SI LO HAY, QUÉ ES, MODO DE EVITARLO.


SI HAY VERDADERAMENTE
UN INFIERNO

HAY UN INFIERNO: ÉSTA ES LA
CREENCIA DE TODOS LOS PUEBLOS,
EN TODOS LOS TIEMPOS


Lo que los pueblos han creído siempre y en todos los tiempos, constituye lo que se llama una verdad de sentido común, o si os parece mejor, de sentimiento común universal. Quienquiera que rehusase admitir una de estas grandes verdades universales, no tendría, como muy justamente se dice, sentido común. Es menester, en efecto, ser loco para imaginarse que puede alguien tener razón contra todo el mundo. En todos los tiempos, desde el principio del mundo hasta nuestros días, todos los pueblos han creído en un infierno. Bajo uno u otro nombre, bajo formas más o menos alteradas, han recibido, conservado y proclamado la creencia en terribles castigos, en castigos sin fin, en que aparece siempre el fuego para castigo de los malos despues de la muerte.

Es este un hecho cierto, y ha sido tan claramente demostrado por nuestros grandes filósofos cristianos, que sería ocioso, por decirlo así, tomarse el trabajo de probarlo. Desde un principio se encuentra consigna da claramente la existencia de un infierno eterno de fuego en los más antiguos libros conocidos, los de Moisés. No los cito aquí, notadlo bien, sino bajo el punto de vista puramente histórico. En ellos se encuentra el nombre mismo del infierno con todas sus letras. Así en el capítulo decimosexto del libro de los Números, vemos a los tres levitas Core, Datan y Abiron que habían blasfemado de Dios y rebelado se contra Moisés, "tragados vivos por el infierno”, repitiendo el texto: "Y bajaron vivos al infierno; descenderuntque vivi in infernum”; y el fuego, ignis, que hizo salir el Señor, devoro a otros doscientos cincuenta rebeldes. Moisés escribía esto más de mil seiscientos años antes del nacimiento de Nuestro Señor, es decir, hace cerca de tres mil quinientos años. En el Deuteronomio dice el Señor por boca de Moisés: "Se ha encendido en mi cólera el fuego, y sus ardores penetraran hasta las profundidades del infierno, En el libro de Job, escrito también por Moisés, según parecer de los más grandes sabios, los impíos, cuya vida rebosa de bienes y que dicen a Dios: “No tenemos necesidad de Vos, no queremos vuestra ley; a que fin serviros y rogaros?” esos impíos caen de repente en el infierno, in pando ad inferna descendunt Job llama al infierno “la región de las tinieblas, la región sumergida en las sombras de la muerte, la región de las desdichas y de las tinieblas, en la que no existe orden alguno y la sombra de la muerte, pero donde reina el horror eterno, sed sempiternas horror inhabitat”. He aquí testimonios ciertamente más que respetables y que se remontan a los más apartados orígenes históricos. Mil años antes de la era cristiana, cuando no se trataba aun de historia griega ni romana, David y Salomón hablan con frecuencia del infierno como de una gran verdad, de tal modo conocida y admirada de todos, que no hay necesidad de demostrarla. En el libro de los Salmos, David dice, entre otras cosas, hablando de los pecadores: “Sean arrojados al infierno”,“ convertantur peccatores in infernum” “Que los impios sean confundidos y precipitadosal infierno, iet deducantur in infernum”  Y en otra parte habla de los “dolores del infierno , dolores inferni”.

Salomón no es menos explícito. Refiriendo los propósitos de los impíos que quieren seducir y perder al justo, dice: “Devoremos lo vivo, como hace el infierno, sicut infernus”. Y en aquel hermoso pasaje del libro de la Sabiduría, en que tan admirablemente pinta la desesperación de los condenados, añade: “He aquí lo que dicen en el infierno, in inferno, aquellos que han pecado, pues la esperanza del impío (...) se desvanece como el humo que el viento se lleva”. En otro de sus libros, llamado el Eclesiástico, dice también: “La multitud de los pecadores es como un manojo de estopas, y su ultimo fin es la llama de fuego, flamma ignis; (...) Tales son los infiernos y las tinieblas y las penas, et in fine illorum inferni et tenebrae et poenae”. Dos siglos después, más de ochocientos años antes de Jesucristo, el gran profeta Isaías decía a su vez: “Como has caído de lo alto de los cielos, oh Lucifer? ( . . . ) Tu que decías en tu corazón: Yo subiré hasta el cielo ( . . . ) y seré semejante al Altísimo, te vemos precipitado en el infierno, en el fondo del abismo, ad infernum detraheris, in profundum laci” .

Por este abismo, por ese misterioso “lago” veremos más adelante que debe entenderse aquella espantosa masa liquida de fuego que rodea y oculta la tierra, y que la misma Iglesia nos indica como el lugar propiamente dicho del infierno. Salomón y David hablan igualmente de ese ardiente abismo. En otro pasaje de sus profecías, I s a í a s habla del fuego, del fuego eterno del infierno.  “Los pecadores, dice, deben temblar de espanto”. “.Cual de vosotros podrá habitar en el fuego devorador, cum igne devorante (...) en las llamas eternas, cum ardoribus sempiternis?”

El profeta Daniel, que vivía doscientos años después de Isaías, dice, hablando de la resurrección final y del juicio: “Y la muchedumbre de aquellos que duermen en el polvo, se despertara, los unos para la vida eterna, los otros para un oprobio que no acabara nunca”. Existe igual testimonio de los demás Profetas, hasta el Precursor del Mesías, San Juan Bautista, el cual habla también al pueblo de Jerusalén del fuego eterno del infierno, como de una verdad de todos conocida y de la que nadie jamás ha dudado: he aquí el Cristo que se aproxima, exclama: “El cernera su grano, recogerá el trigo [los escogidos] en los graneros, y la paja [los pecadores] la arrojara al fuego inextinguible, igni inextinguibili”.


La antigüedad pagana, griega y latina, nos habla igualmente del infierno y de sus terribles castigos, que no tendrán fin. Bajo formas más o menos exactas, según que los pueblos se alejaban más o menos de las tradiciones primitivas y de las enseñanzas de los Patriarcas y Profetas, se encuentra siempre la creencia en un infierno, en un infierno de fuego y de tinieblas. Tal es el Tártaro de los griegos y de los latinos. “Los impíos que han despreciado las santas leyes, son precipitados en el Tártaro para no salir jamás, y para sufrir allí horribles y eternos tormentos”, dice Sócrates, citado por Platón, discípulo suyo. Y Platón dice también: “Debe prestarse fe a las antiguas y sagradas tradiciones, que ensenan que después de esta vida el alma será juzgada y castigada severamente, si no ha vivido como convenía” .Aristóteles, Cicerón, Seneca, hablan de las mismas tradiciones, que se pierden en la noche de los tiempos. Homero y Virgilio las han revestido de los colores de su inmortal poesía. Quien no ha leído la relación de la bajada de Eneas a los infiernos, donde bajo el nombre de Tártaro, de Plutón, etc., hallamos las grandes verdades primitivas, desfiguradas, pero conservadas por el paganismo? Los suplicios de los malos son allí eternos, y uno de ellos está pintado como “fijo, eternamente fijo en el infierno”. Y esta creencia universal, incontestable y no contestada, el filósofo escéptico Bayle es el primero en consignarla y re conocerla. El inglés Bolingbroke, su compañero envolvería mismo y en impiedad, la confiesa con igual franqueza, diciendo formalmente: “La doctrina de un es fe do futuro de recompensas y castigos, parece que se pierde en las tinieblas de la antigüedad, precediendo a todo lo que conocemos de cierto. Desde que empezamos a desbrozarle caos de la historia antigua, hallamos esta creencia de la manera más sólida en el espíritu de las primeras naciones que conocemos”. Encuentran se restos de ella hasta entre las supersticiones informes de los salvajes de América, de África y de Oceanía. El paganismo de la India y de Persia conserva de los mismos palpables vestigios, y por fin, el mahometismo cuenta al infierno en el número de sus dogmas. En el seno del Cristianismo es superfluo decir que el dogma del infierno es ensenado como una de las verdades fundamentales que sirven de base a todo el edificio de la Religión. Los mismos protestantes, que lo han destruido todo con su loca doctrina del ‘'libre examen”, no se han atrevido a negar el infierno. ! Cosa extraña e inexplicable! En medio de tantas minas, Lutero, Calvino y demás han tenido que dejar en pie esta espantosa verdad, que sin embargo había de serles personalmente tan importuna! Así, pues, en todos los pueblos y en todos los tiempos fue conocida y reconocida la existencia del infierno. Luego este terrible dogma forma parte del tesoro de las grandes verdades universales que constituyen la luz de la humanidad. Luego no es posible que un hombre sensato la ponga en duda, diciendo en la locura de una orgullosa ignorancia !No hay infierno! 

Luego hay un infierno.

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