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viernes, 17 de junio de 2016

"CARTAS PASTORALES Y ESCRITOS por S.E. MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE"

Carta Pastoral n° 33
EL SACERDOTE Y LOS DEMÁS


En una primera visión del sacerdote, el Decreto lo ubica en relación a Nuestro Señor, el sacerdote por excelencia y la causa de su gracia sacerdotal, que se ejerce sobre todo por medio del sacrificio eucarístico y la predicación. Luego, en una segunda mirada, el sacerdote es considerado en su relación con los demás. “Habitudo ad alios”. Es evidente que aquel que está más cerca del sacerdote es su Obispo. El Decreto manifiesta con insistencia la unión del Obispo y el sacerdote, que aparece particularmente en la concelebración del sacrificio eucarístico.

El Concilio invita al Obispo a estar próximo a sus sacerdotes, a encontrarlos, y a reunir a quienes le podrán ser útiles, ayudándolo con sabios avisos en la conducción de la diócesis. Que los sacerdotes, por su parte, guarden respeto y obediencia para con los Obispos. Los sacerdotes unidos alrededor de su Obispo forman una familia, y entonces deben evitar el aislamiento, que le sería perjudicial al conjunto. Éste es también el caso de los religiosos enviados a algunas diócesis: deben unirse íntimamente a la familia diocesana, en la medida en que forman parte de ella.

Pero el sacerdote además tiene por prójimos a sus compañeros sacerdotes. La unidad querida por Nuestro Señor se manifestará en la colaboración fraterna y unánime, in vinculo caritatis, orationis, ex omnimodæ cooperationis: unión y caridad entre los mayores y los más jóvenes, una unión que se ejerce en medio de la vida fraterna y común, en las reuniones periódicas, en la caridad hacia los más débiles.

Recordemos que esta caridad fraterna edifica profundamente a los fieles, a quienes les gusta ver cómo sus sacerdotes se encuentran en la oración, el estudio, la alegría. Ésta es una manifestación de la caridad y la santidad que es propia de la Iglesia católica. Qué reconfortante será para ellos: es la mejor de las predicaciones.

Sin embargo, el sacerdote es tal para edificar el Cuerpo de Cristo; debe considerarse como un padre y un maestro para el pueblo de Dios, pero también como un discípulo y un hermano entre los bautizados. Ha venido para servir y servirse de quienes lo precedieron no para sí mismo, non quærens quæ sua sed quæ Jesu Christi. La actitud hacia los laicos debe estar teñida de respeto, de libertad, de apertura para escucharlos, para que lo ayuden, para aprobar sus buenas iniciativas y no descuidar a los non pauci que están llamados a una profunda vida espiritual. El sacerdote debe ser el hombre de todos, nemo in fidelium communitate extraneum se sentiat. ¡Qué admirable sentencia! Así como la que le sigue: deben ser los defensores del bien común atque simul veritatis strenni assertores ne fideles omni vento doctrinæ circumferantur.

Deben tener cuidado de todos, de los no practicantes, de los hermanos separados, de los infieles. En pocas frases, el Concilio expone la manera de ser del sacerdote en medio del mundo. Aprovechemos esta enseñanza. Antes de terminar el segundo capítulo dedicado al sacerdote, el Concilio considera la distribución de los sacerdotes y las vocaciones sacerdotales.

Debemos notar ese deseo de mejor distribución, al cual nuestra Congregación colabora por su misma finalidad, pero que podríamos favorecer aún más con un celo mayor ante las vocaciones y por nuevas disposiciones en nuestra organización. “Ad hoc ergo quædam seminaria internationalia, peculiares dioceses vel prelaturæ personales et alia huiusmodi utiliter constitui possunt, quibus… Presbyteri addici vel incardinaci queant in bonum commune totius Ecclesiæ”.

Nuestros organismos destinados a suscitar las vocaciones se inspirarán en este párrafo nº 11, que nos da tan felices y admirables directivas.
Mons. Marcel Lefebvre

(“Avisos del mes”, mayo-junio de 1966)

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