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lunes, 15 de febrero de 2016

Itinerario espiritual siguiendo a Santo Tomás de Aquino en su Suma teológica

Capítulo 8
La Iglesia.
Santo Tomás trató de la Iglesia más bien ocasionalmente que “ex professo”. Con motivo de la “gratia capitis”, gracia de la cabeza, que es la fuente de toda gracia santificante, y de la que se beneficia el Cuerpo místico de la Iglesia, se pregunta cuáles son los miembros de este Cuerpo místico cuya cabeza es Nuestro Señor. Su respuesta es muy instructiva: distingue a quienes son miembros sólo en potencia, de quienes lo son en acto, ya sea definitivamente —es la Iglesia triunfante, incluidos los ángeles—, ya sea quienes lo son actualmente “in via” por la fe y por la caridad, ya sea los pecadores que tienen fe, pero son miembros muertos por no tener la caridad.

La Iglesia, considerada como Cuerpo místico, es una realidad espiritual que incluye a todos los espíritus que viven de la Vida divina comunicada por Nuestro Señor, como sarmientos vivos unidos a la vid. Muchos, por desgracia, pueden separarse de la vid en esta vida y perecer; y otros, al contrario, pueden ser injertados en ella por el bautismo válido y fructífero, y vivir en ella.

Sin embargo, este Cuerpo místico e invisible para nosotros, se presenta en esta vida como una sociedad jerárquica visible fundada por Nuestro Señor, destinada a aumentar el Cuerpo místico según la orden que Nuestro Señor dio a sus apóstoles: “Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... Quien creyere se salvará, pero quien no creyere se condenará...”.

El fin último, que es la salvación, está ligado ante todo a la fe. Toda la jerarquía instituida por Nuestro Señor está al servicio de la fe, que ha de permitir al fiel saciarse en las fuentes de la caridad, del Espíritu Santo y de su gracia. Toda la historia de la primitiva Iglesia es una ilustración muy instructiva de la aplicación estricta de las órdenes dadas por Nuestro Señor.

Con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés nace, con su vitalidad, la Iglesia que, por orden de Nuestro Señor, instituirá para los bautizados una liturgia sacramental, que incluye la oración, la predicación, el Oficio divino, la celebración de los misterios de la Cruz y de la Eucaristía; la Iglesia que multiplicará rápidamente los obispos, los sacerdotes y los demás órdenes, para la multiplicación y santificación de los que creen.

Del Israel del Antiguo Testamento nace el nuevo Israel del Nuevo Testamento, cuya cabeza es el Verbo encarnado, que conduce y forma a su pueblo a lo largo de este desierto para conducirlo a la Tierra Prometida, que es la mismísima Trinidad. Así como el Israel del Antiguo Testamento tuvo una historia muy turbulenta por sus continuas infidelidades con Dios, muchas veces debidas a sus jefes y a sus levitas, así también la Iglesia militante en este mundo conoce sin cesar períodos de pruebas por causa de la infidelidad de sus clérigos, por sus compromisos con el mundo.

Cuanto de más arriba vienen los escándalos, tantos más desastres provocan. Cierto es que la Iglesia en sí misma conserva toda su santidad y sus fuentes de santificación, pero la ocupación de sus instituciones por papas infieles, y por obispos apóstatas, arruina la fe de los clérigos y de los fieles, esteriliza los instrumentos de la gracia, favorece los asaltos de todas las potencias del Infierno, que parecen triunfar.

Esta apostasía convierte a estos miembros en adúlteros, en cismáticos opuestos a toda tradición, en ruptura con el pasado de la Iglesia y, por lo tanto, con la Iglesia de hoy, en la medida en que permanece fiel a la Iglesia de Nuestro Señor. Todo lo que sigue siendo fiel a la verdadera Iglesia es objeto de persecuciones salvajes y continuas.

Pero no somos los primeros perseguidos por falsos hermanos por haber conservado la fe y la tradición; el Martirologio nos lo enseña cada día. Cuanto más ultrajada está la Iglesia, tanto más debemos aferrarnos a Ella, en cuerpo y alma, y esforzarnos por defenderla y asegurarle su continuidad, valiéndonos de sus tesoros de santidad para reconstruir la Cristiandad.

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