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miércoles, 20 de enero de 2016

MIGUEL AGUSTIN PRO Y SUS AMIGOS.


MIGUEL AGUSTIN PRO Y SUS AMIGOS.
Luis Segura Vilchis no se desanimó por la ausencia de Velázquez. Era todo un jefe y tomó sobre sí la responsabilidad de ejecutar personalmente el tiranicidio. Ordenó a José González que se dirigiera a la estación del ferrocarril Colonia y que se estacionara frente a ella. Circunstancias del atentado. A la una de la tarde descendió del tren el General Obregón, acompañado de sus guardaespaldas, de un diputado y de un senador. Muchos curiosos y partidarios lo esperaban y estorbaron realizar el atentado dinamitero. Luis Segura Vilchis viajaba en el asiento delantero del viejo Essex con José González. Atrás iban Ruiz y Tirado. Siguieron el coche que conducía a Obregón rumbo a su domicilio en Avenida Jalisco 196. Allí bajó el General. Los cuatro acejotaemeros aguardaron a que saliera de nuevo después de comer. A las tres de la tarde apareció Obregón y abordó su coche marca Cadillac, que partió rumbo a Chapultepec. Al llegar a la antigua Fuente de las Ranas dieron vuelta los vehículos, sin advertir la presencia del Essex, que los seguía prudentemente a poca distancia.

El auto en que viajaban los cuatro acejotaemeros se adelantó por un momento. Luis Segura Vilchis, sin perder un segundo, abrió su portezuela y saltó al camino empuñando una bomba, que arrojó al auto de Obregón. Tirado y Ruiz lanzaron a su vez las suyas. Una gran humareda se levantó en el reducido escenario y los asaltantes aprovecharon la confusión para huir. El General Obregón estaba pálido pero casi ileso. Dos pistoleros de Obregón treparon sobre las salpicaderas de su veloz automóvil y salieron disparados en persecución de los audaces autores del atentado.

Nahúm Lamberto Ruiz, desoyendo una orden de Luis Segura Vilchis, disparó su pistola contra los perseguidores, sin buscar protección dentro del coche abierto. Con gran pericia José González conduce el viejo Essex a su máxima velocidad por el Paseo de la Reforma. Al llegar a la Columna de la Independencia, advirtió que sus perseguidores comenzaban a darle alcance y dobla a la derecha. Sigue por varias calles hasta llegar a la avenida de los Insurgentes en su cruzamiento con las calles de Liverpool. Nahúm Lamberto Ruiz recibió un balazo que le salió por el ojo izquierdo. Dejó de disparar y se inclinó sobre la pierna de Tirado Arias, manchando de sangre su pantalón.

Luis Segura mide el peligro de ser alcanzados y ordena a José González que aumente la velocidad. Un Ford se atraviesa y no puede evitarse el choque. Todos saltan a tierra, incluso el herido, y emprenden la huída rumbo a la avenida Chapultepec. Los perseguidores dan alcance a Nahúm, el pobre mal herido; y unos pasos adelante, a Tirado, que lleva sangre delatora en el pantalón. Luis Segura y José González, el chofer, lograron escapar.  y Luis, como buen comediante, tuvo la calma de hablar con Obregón, a quien quería cambiar de mundo. Surge de entre la multitud que se agolpaba, se acerca y le dice: "¿Qué pasa mi General?". Obregón le contesta: "Un atentado de los fanáticos". Le contesta Luis: "Es incalificable lo que hacen los clericales. Sírvase usted aceptar mi protesta, General. Aquí tiene usted mi tarjeta, por si algún servicio le puedo prestar". La tarjeta decía: "LUIS SEGURA  VILCHIS, INGENIERO". Apenas se puede creer que haya tenido esa fingida serenidad, pues fue él, precisamente él, quien dirigió el atentado.

Satánica actitud de falso sacerdote. Le presentaron a Obregón a Nahúm, uno de sus agresores, con el rostro bañado en sangre. Y éste le dijo: "Mi General, yo no le he tirado". Obregón ordenó que fuera conducido a la Inspección de Policía. Por su gravedad, de allí fue trasladado Nahúm al Hospital Juárez. Juan Antonio Tirado, el obrero queretano, quedó detenido en los nefastos sótanos de la Inspección. Esa misma noche del domingo 13, al leer El Universal Taurino, se enteró Manuel Velázquez Morales del atentado, en el cual no participó por haberse ausentado en el momento que se le buscaba. Indagó quiénes eran el preso, Tirado; y el herido, Nahúm. Y corrió a notificarlo a la esposa de éste, Luz del Carmen González de Ruiz. Y ésta se presentó, primero en la Casa de la Troya, donde no tuvo información. Y luego, en la Inspección de Policía, para saber, personalmente, la suerte de su marido. La esposa nunca estuvo de acuerdo con las actividades clandestinas de Nahúm. Ni le importaban sus amigos.

En la Inspección le dijeron que si quería ayudar a su esposo, debería denunciar a sus cómplices. Y ella, imprudente y ligera de cascos, dio nombres de todas las personas que había oído mencionar, en distintas ocasiones, a Nahúm, y se prestó "a representar ante su esposo ciego y moribundo una abominable farsa, ya que los verdugos se harían aparecer como parientes, para obtener datos que perdieran a los compañeros del agonizante." (Barquín y Ruiz, Andrés. Documentos y Rectificaciones a la Primera Edición de Mejico Cristero, de Antonio Ruiz Facius.) Lo informado por la esposa dio pie para que fuera comisionado el agente detective Antonio Quintana, a fin de que interrogase al herido. Y Quintana no sólo se pasó la noche del 14 de noviembre al 15 haciéndose pasar como "familiar", sino como falso sacerdote, interrogándolo y anotando su "confesión" en su libreta de apuntes. El moribundo, delirando y suponiendo que hablaba con un sacerdote, pronunció las siguientes frases, un tanto cuanto incoherentes: "Llegamos a un acuerdo jugando a los dados y yo perdí, y me tocó matarlo... ''. (A quién creyó matar, ¿a Obregón?) "Agustín Gómez se fue para Guadalajara a llevar el parque; pero ya tenemos otra partida de once cajas en la calle de Jesús María número treinta y ocho, donde está el cuarto verde; no, en la otra tiene un cornisa con ventana" (con estas señas el agente y falso sacerdote Antonio  Quintana, acompañado de su jefe José Mazcorro y otros detectives, localizó la casa, en las calles de Álzate, donde fueron fabricadas las bombas, y en la de Jesús María, el depósito de municiones con 7,500 cartuchos, listos para enviarse a los cristeros).  y continuó el moribundo su "confesión": "Humberto Pro está en las calles de Álzate, donde se hicieron las bombas ... " (justamente allí fueron encontradas). "El sábado nos fuimos todos para Tacuba, en el coche, a la calle de Madero, número uno, allí están los muchachos". (Con tal denuncia fácilmente fueron encontrados los cómplices.) "José Gómez trabaja en la Liga y vive en la Colonia Obrera". (Todo con precisión.) "Las pistolas las compramos, la mía en casa de Echegaray y dos, en frente". (Cuántos detalles.) "Avísale a Luis, mi mero jefe". "El Ing. Luis Segura, mi mero jefe, vive en la Villa, Plaza Juárez, número seis; y si no, lo ves en la Compañía de  Luz". "Allí lo vi el domingo a las nueve". (Con tales indicaciones pronto dieron con su madre, en la Villa; y con él, en su trabajo.) Glosamos, entre paréntesis, sus frases, para mayor inteligencia.

Sacrílega Suplantación. Suplantar significa ocupar con malas artes el lugar de otro, defraudándole el derecho, empleo o favor que disfruta. Y esto es lo que hizo el detective Antonio Quintana: ocupar con malas mañas el lugar exclusivo del sacerdote en la administración del Sacramento de la Confesión o Penitencia, para sacarle, como con tirabuzón, la información secreta y sigilosa al agonizante Nahúm , quien murió cinco días después, el 20 de noviembre, completamente ciego, tras dolorosísima agonía. Tirado resistió estoicamente los más rudos suplicios sin delatarse a sí mismo ni a sus compañeros. José González, el chofer del Essex, estaba oculto, y Manuel Velázquez Morales, por instrucciones de Luis Segura, disolvió la casa de La Troya y después se alejó de la capital.  En ninguno de los autores mexicanos que tratan esta cuestión encontramos el dato de la suplantación. Lo hallamos en un documento de la Casa Blanca. He aquí la copia textual. El Cónsul General de los Estados Unidos en México, Alexander W. Weddel, con fecha 29 de noviembre de 1927, sólo seis días después de los fusilamientos, se dirigió al Subsecretario de Estado, Olds, poniéndolo en conocimiento la realidad de tales hechos. Y refiriéndose a las torturas y "confesiones" le dice: "El reino del terror que hace unos meses fue inaugurado... ha crecido rápidamente al grado que quien no sea partidario de Obregón y Calles, no puede decir que su vida esté segura de una hora para la siguiente. El secuestro y arresto de civiles, sacerdotes, militares y mujeres continúa ininterrumpidamente y el torturar a los prisioneros es un diario suceder y se ha convertido en sinónimo de encarcelamiento. Se viene empleando cualquier procedimiento que sirva para lograr confesiones o evidencias incriminatorias en contra de otros, a quienes luego en turno se les aplica el mismo sistema.  "La última hazaña de los Generales Calles y Obregón, obrando de común acuerdo, es... espantosa en su salvajismo y una burla flagrante a la justicia, pues no obstante que el primero [Calles] nominalmente es el Jefe del Gobierno, el segundo [Obregón] se encuentra completamente activo en esta orgía de crimen que cae abrumadoramente sobre esta desafortunada nación [México]... Dos de los asaltantes [en el frustrado atentado contra Obregón] fueron capturados, uno de ellos, mal herido [Nahúm] y el otro [Tirado] ligeramente. Hubiera sido infinitamente mejor para ellos haber muerto inmediatamente. No obstante su condición lastimosa se les sujetó a la rutina normal de tortura, siendo los detalles demasiado crudos para hablar de ellos.  "Basta decir que al más seriamente herido [Nahúm] de los dos se le sacaron los ojos y en los momentos de su angustia y agonía se le dijo que podía disponer de un sacerdote para confesarse. Un policía secreto [Antonio Quintana] suplantó al sacerdote y se dice que recibió la confesión. El otro prisionero, Juan Tirado, firmemente rehusó decir ni una palabra, no obstante la presión científica oficial... Tirado prácticamente estaba muriendo de neumonía, la que consiguió por el «persuasivo» tratamiento a que se le sujetó, consistente en sumergirlo en agua helada y después aventarlo con la ropa mojada en una celda subterránea con el piso con 10 centímetros de agua, sin cama, sin silla y ningún artefacto sanitario de ninguna clase, abandonándolo ahí hasta que fuera razonable delatando a sus compañeros. Antes de ser asesinado, la única cosa que rogaba era que le permitieran decir adiós a su anciana madre que se encontraba esperando afuera. No tiene caso expresar lo brutal como fue rehusada la petición". (Joaquín Cárdenas N. Vasconcelos visto por la Casa Blanca. Según los archivos de Washington, D. C. Segunda edición Revisada y Aumentada. Editorial Libros de México, S.A. Av. Coyoacán 1035. México, 1980.) Aprehensión y nobleza del Ing. Vilchis. Luis Segura Vilchis, el Jefe del Control Militar de la Liga, continuó haciendo su vida ordinaria. Presentábase a su trabajo a la hora acostumbrada, sin que nadie notase la menor alteración en sus labores. Pero la policía tenía su nombre, la dirección de su casa, en la Villa de Guadalupe, y la de su trabajo. El día 15 fue aprehendido en la Compañía de Luz, por el agente de la policía secreta, Alvaro Basail. En presencia del General Roberto Cruz, Segura Vilchis negó su participación en el atentado dinamitero, con razonamientos, al parecer, convincentes. Pero al informarse de que los Hermanos Pro, Miguel, Humberto y Roberto, habían sido hechos prisioneros, y consciente del grave peligro que corrían aquellos inocentes, "pidió hablar coronel General Cruz y le ofreció relatarle la verdad de los hechos, A CONDICIÓN, BAJO SU PALABRA DE HONOR (?), de la libertad de los Hermanos Pro, QUE ERAN COMPLETAMENTE AJENOS AL ATENTADO. El General Cruz EMPEÑO SU PALABRA (?) y entonces Segura vilchis se delató abiertamente como el principal actor, a sabiendas de que su sacrificio libraba de la muerte a los inocentes" (Hernán Díaz, seudónimo de Fernando Díez de Urdanivia. Artículo aparecido en Excelsior, el 19 de julio de 1947).  ¡Acto supremo de caridad cristiana! Vilchis hubiera podido salvarse del paredón. El mismo Obregón creyó que era inocente respecto del atentado. Pero por salvar las vidas de los tres hermanos Pro, llegó a lo sublime, aceptando el suplicio. Poco antes de su muerte, en su calabozo, escribió estos versos:

RESIGNACIÓN

'A qué afligirme, necio, tanto y tanto,
si con eso no ahuyento mi sufrir?
¿-A qué regar mi celda con mi llanto,
si siempre ha de ser triste mi existir?

¿Por qué como una niña de cobarde
me asusto con mi vida de penar?
[Si sufres, corazón, no hagas alarde.
Si la muerte es así, no hay que llorar!
Resignémonos, pues, tú así latiendo
has cuenta que el pensar es un placer.
y yo, sangrando el alma y siempre riendo ...
Diré que no conozco el padecer.

Aprehensión de los Hermanos Pro. A las 3 de la madrugada del 18 de noviembre un gran número de soldados rodeó la casa y, descolgándose unos por las azoteas vecinas, y otros bloqueando la entrada de la calle, penetraron en el interior y sorprendieron al Padre "Miguel Agustín Pro, que dormía en un sofá y en la pieza inmediata a los hermanos Humberto y Roberto, que dormían en una cama... Al verse sorprendidos por la policía, el Padre Pro suplicó que le permitieran cinco minutos para arreglar un asunto con sus hermanos...; llamó a éstos y les dijo: Ha llegado ya el momento del suplicio; antes de irnos de aquí, os quiero confesar. No me digáis vuestros pecados porque ya los sé, yo los absuelvo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Antonio Dragón S.]. Vida Intima del Padre Pro. Buena Prensa. México, 1940).  Al día siguiente, el 19 les fue tomada la declaración oficial a todos, incluso al General Obregón. Los Hermanos Pro quedaron limpios de toda sospecha. "Pero el tirano tenía sed de sangre sacerdotal - dice Antonio Rius Facius- , y el Padre Pro era un apóstol lleno de gracia y caridad. Y Humberto, el prototipo de la juventud más limpia, noble y buena del Méjico Católico" (Méjico Cristero, página 277).

La Celda del Padre Pro. Como la aprehensión fue a las tres de la mañana otoñal del 18 de noviembre de 1927, hacía mucho frío.  Sólo tuvo tiempo de tomar de un armario su pequeño Crucifijo y su rosario. Alvaro Basail, Teniente Coronel y agente de la policía secreta, que iba a la cabeza de los más de 20 soldados, fingiendo humanidad, le advirtió al Padre Pro que hacía mucho frío, que por eso él iba bien abrigado. Que también tomara su abrigo. A lo que contestó el Padre con toda naturalidad: "No tengo abrigo. Ayer me encontré a uno más arrancado que yo y se lo di". Pues no podía ver a los pobres sufrir. Entonces la señora Valdés, en cuya casa estaban  los tres Hermanos Pro, tomó un cobertorcito de algodón de sobre. Una cama y se lo echó encima. En seguida, ella y toda la servidumbre se arrodillaron pidiendo su bendición. Estaba segura de que había tenido en su casa a un santo. Por eso le rindió este tributo. Y los tres hermanos se despidieron gritando en coro: "[Viva Cristo Rey! [Viva la Virgen de Guadalupe!". Y salió la comitiva rumbo a la Inspección General de Policía.

Nos lo indica en la página 381 de su libro El Martirologio Católico de Nuestros Días. Los Mártires Mexicanos. Leamos: "El Padre Pro es alojado en la celda número uno, estrecha y maloliente, en compañía de Roberto. Es un agujero de un metro de ancho por tres de largo, húmedo, frío y obscuro, impregnado de miasmas. La descripción de esta celda subterránea la he tomado de unas declaraciones de Jorge Núñez, un detenido que dejó escrito con orgullo: «He tenido el honor de habitar la misma celda en que estuvo el Padre Pro». En ella permaneció Miguel hasta el dramático y triunfal 23 de noviembre, fecha que, de prosperar la causa de su canonización, será la consagrada a rendirle culto universal entre los católicos.

El Crimen Cuádruple. Refiere Pedro en una de sus fábulas que el león se asoció con una vaca, una cabra y una oveja, y habiendo capturado un ciervo, se hicieron del mismo cuatro partes. A la hora del reparto habló el león: La primera parte es mía, porque... pues porque me llamo león. Quia nóminor leo. La segunda parte, me la tienen que dar, porque soy el más fuerte. La tercera parte me corresponde porque valgo más que ustedes y, por último, [pobre del que quiera coger la cuarta parte! Así parece que obran no pocos políticos cuando acaparan el poder. En la página 41 del libro Vasconcelos Visto por la Casa Blanca, ya citado, leemos que un abogado entrevistó al Teniente Coronel José Mazcorro, Jefe de la Policía Secreta y segundo de Roberto Cruz, el Jefe Mayor de la Policía, para protestar porque la policía allanó violentamente la casa de un ciudadano privado omitiéndose  todas las formalidades de una orden judicial. Le dijo que tal allanamiento era una violación a la ley. A lo que respondió Mazcorro: "Ley, ley, hábleme a mí de ley". Entonces, abriendo el pecho y conn juramento para dar énfasis a sus palabras, continuó: "Aquí yo soy la Ley. Yo he encerrado en el calabozo de este lugar a diputados, abogados y hasta jueces y estoy dispuesto de ir todavía más adelante."  "Aquí yo soy la Ley", dijo Mazcorro. Es decir, quia  nóminor leo. Porque me llamo león. Porque valgo más. Porque puedo más. Por mis propias pistolas.

Esto mismo pasó con Plutarco Elías Calles. Cuando Roberto Cruz, el lunes 21, a las 9 de la mañana, le llevó al Palacio Nacional el expediente de la investigación, después de leerlo le gritó: "Dé las órdenes correspondientes y proceda a fusilarlos a todos". 

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